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jueves, 31 de diciembre de 2015

No nos cansemos de dar gracias a Dios por el misterio de amor que estamos viviendo en la Navidad pero que eso nos lleve a contagiar de la paz de Dios a cuantos nos rodean

No nos cansemos de dar gracias a Dios por el misterio de amor que estamos viviendo en la Navidad pero que eso nos lleve a contagiar de la paz de Dios a cuantos nos rodean

1Juan 2,18-21; Sal 95; Juan 1,1-18

‘Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia… la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo…’ No terminamos de dar gracias a Dios lo suficiente. Seguimos viviendo el misterio de la Navidad, pero hemos de seguir haciéndolo con toda profundidad.
Hay el peligro que nos distraigamos con todas las cosas que el mundo nos ofrece estos días en nombre de la navidad, pero no nos podemos quedar en lo superfluo, en lo superficial. Recojamos, sí, todo lo bueno que podemos encontrar en la alegría que vive la gente que está en nuestro entorno, aprovechemos todo lo que significan esos buenos deseos que nos tenemos los unos hacia los otros, disfrutemos de todo lo que sea encuentro en las familias, con los amigos, con las personas cercanas, pero centrémoslo de verdad todo en Cristo.
El es la verdadera motivación de toda esta celebración, aunque ya algunos no lo tengan tan en cuenta o tan claro, pero nosotros sabemos que sí, que en Jesús está el centro y lo que El quiere con su venida a la tierra es que verdaderamente seamos felices y nos hagamos felices los unos a los otros.
Todos esos buenos deseos son semillitas de ese Reino de Dios que El ha venido a instaurar. Pero pensemos que todo es gracia, porque todo es don de Dios, es regalo de amor que El nos hace; no olvidemos nunca que la verdad y la luz verdadera la vamos a encontrar solo en Jesús; busquemos esa vida que El nos ofrece, porque El es la vida misma y nos la concede con la mayor plenitud.
De eso  nos habla el evangelio que la liturgia nos ofrece en esta mañana del 31 de diciembre, cuando estamos casi finalizando la octava de la navidad. El es el Verbo de Dios que se hace carne, que planta su tienda entre nosotros para ser nuestra luz y nuestra vida. Pero ya sabemos cómo muchos rechazan la luz, prefieren la oscuridad, las tinieblas, porque sus obras no son obras de luz.
Pero como nos dice el evangelio a los que lo recibieron les dio el poder ser hijos de Dios.  Es la grandeza y la maravilla que nos descubre nuestra fe en Jesús. Por eso, como decíamos al principio, no tendríamos que cansarnos de darle gracias continuamente. El, el Hijo de Dios, ha venido a tomar nuestra carne haciéndose hombre como nosotros, para levantarnos a nosotros, para hacernos hijos, hijos de Dios.
‘La gracia y la verdad nos vinieron por Jesucristo…’ nos decía el Evangelio. Vivamos en esa gracia, vivamos en esa luz, tengamos la certeza de la verdad de Jesucristo en nosotros y que en nosotros no haya nunca mentira, falsedad, hipocresía, oscuridad, muerte. El nos fortalece con su gracia para que así sea; así nos regala.
Y termino con un buen deseo para todos cuando nos aprestamos a iniciar un año nuevo. Que en verdad iniciemos este año nuevo en esa gracia de Jesús y no nos falte nunca paz en el corazón para que así construyamos ese mundo en paz, comenzando por los que más cerca están de nosotros. Que la paz que llevamos en el corazón llene de paz a cuantos nos rodean y así hagamos que todos sean más felices. No es cuestión solo de desearlo con buenas palabras, sino que sea nuestra vida la que construya esa paz.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

En la viuda Ana del Evangelio y en todos los ancianos descubrimos un signo de las esperanzas de Israel y una imagen de la presencia de los mayores en la Iglesia

En la viuda Ana del Evangelio y en todos los ancianos descubrimos un signo de las esperanzas de Israel y una imagen de la presencia de los mayores en la Iglesia

1Juan 2,12-17; Sal 95; Lucas 2,36-40

Al escuchar el relato que nos ofrece el evangelio de hoy - nos habla de aquella anciana que llevaba muchos años en el entorno del templo y que al ver aquel niño que presentaban sus padres al Señor lo anunciaba con alegría a todos los que aguardaban la liberación de Israel como el cumplimiento de las antiguas promesas - me ha venido al pensamiento la imagen que contemplamos también en nuestros templos con muchas personas mayores que en su piedad no faltan nunca a los actos de culto cuidan amorosamente de iglesias y de ermitas de nuestros pueblos.
Hemos de reconocer que muchas veces no sabemos valorar la labor que realizan estas buenas personas y que en ocasiones vemos con desesperanza el futuro de la Iglesia porque pensamos que cuando falten esas personas nos vamos a encontrar vacíos y sin gente. Pero, repito, creo que tendríamos que aprender a valorar lo que realizan estas personas. Pienso que ahí están como un signo en medio de nuestra sociedad, pero también que son verdaderamente unas columnas que hacen fuerte a nuestra Iglesia.
Nos hablaba el evangelio de aquella anciana viuda  ‘que no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones’. Ella era un signo de la esperanza de Israel que ahora se cumplía. Pero ella era también la expresión del pueblo orante que insistentemente pedía la llegada del Mesías del Señor. Y si nos fijamos en estas primeras páginas del evangelio aparecerán también otros ancianos. En este mismo episodio ayer contemplábamos al anciano Simeón, signo y expresión también de la esperanza de Israel. Pero hemos contemplado estos días a otros dos ancianos, Zacarías e Isabel, que eran escuchados en sus oraciones por el Señor. Más tarde en el evangelio contemplaremos también la alabanza de Jesús hacia aquella pobre viuda que compartía con el templo todo lo que tenía para vivir.
Quiero ver, pues, en esos ancianos que aparecen por nuestros templos fielmente en muchas ocasiones todos los días para participar en la Eucaristía o para ocuparse en muchas labores del cuidado y ornamentación de nuestras Iglesias un signo de la fe y de la esperanza del pueblo creyente. Quizá ya por ser mayores no realicen específicas obras de apostolado, pero creo que su oración, su presencia y participación en nuestras celebraciones litúrgicas son un hermoso pilar para nuestra Iglesia. Es la oración confiada y llena de esperanza que se eleva al Señor y que calladamente no solo están pidiendo por si mismos o por los suyos sino que en numerosas ocasiones con como padrinos de nuestros sacerdotes con su oración, padrinos de nuestras tareas apostólicas, padrinos de las misiones porque así por todo ellos elevan sus oraciones al Señor.
También hemos de destacar que apostólicamente también los hay muy activos, a pesar de ser mayores, porque quizá siguen participando en muchas acciones, o son voluntarios que ofrecen su tiempo para el apoyo de muchas actividades, pero también conocemos el movimiento de Vida Ascendente que precisamente se realiza desde y por las mismas personas mayores. Creo que hemos de conocerlo y reconocerlo.
No me alejo del sentido del evangelio en medio de nuestra navidad al hacerme estas consideraciones, sino que partiendo del mismo evangelio me hace mirar con unos ojos nuevos y distintos esa realidad de la sociedad que son los mayores y esa realidad de la Iglesia que son todas esas personas mayores que tan vinculadas vemos a la acción eclesial.  Aprendamos a valorarlas.

martes, 29 de diciembre de 2015

Aprendamos del anciano Simeón, hombre justo y piadoso, lleno del Espíritu Santo para abrir nuestro corazón a la misericordia en el amor a Dios y a los hermanos

Aprendamos del anciano Simeón, hombre justo y piadoso, lleno del Espíritu Santo para abrir nuestro corazón a la misericordia en el amor a Dios y a los hermanos

Juan 2,3-11; Sal 95; Lucas 2,22-35

‘Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo’. En tan breves versículos qué descripción más hermosa. Un hombre justo y piadoso, un hombre con una esperanza grande en su corazón, un hombre con la visión de Dios en sus ojos porque estaba lleno del Espíritu del Señor.
Por tres veces se menciona al Espíritu Santo en relación a Simeón en tan breves versículos: ‘el Espíritu Santo moraba en él… recibido un oráculo del Espíritu Santo… impulsado por el Espíritu Santo’. Un hombre que se deja conducir por Dios, que se deja llenar de Dios, que escucha a Dios en su corazón. Claro que podía descubrir en aquel niño que era presentado al Señor para cumplir con la ley de Moisés al Mesías del Señor. ‘Mis ojos han visto a tu Salvador…’ Su misión en la vida estaba cumplida; se habían visto colmadas todas sus esperanzas; la Palabra del Señor que es siempre fiel se había cumplido. ‘Puedes dejar a tu siervo irse en paz’.
Siente uno envidia de este hombre que pudo tener en sus manos al Hijo de Dios. Es una primera sensación y un primer deseo que siente uno en el corazón al contemplar esta escena del Evangelio. Pero es que tendríamos que emular a este santo anciano en lo que fue su vida y su fe y esperanza. ‘Hombre justo y piadoso’ nos lo ha descrito el evangelista. Mucho encierran estas dos palabras para hablarnos de la rectitud de la vida de Simeón.
El justo es el hombre fiel que camina rectamente por los caminos del Señor. Justicia es santidad, es pureza de corazón, es rectitud y búsqueda de lo bueno, es bondad y generosidad de espíritu, es respeto y es apertura al otro; y cuando decimos al otro decimos al hombre que camina a nuestro lado, pero también cuando decimos al Otro, es abrirnos a la trascendencia porque es abrirnos a Dios.
Por eso inmediatamente que dice justo dice piadoso. Quiero fijarme en el significado de la palabra piedad y para eso he consultado el diccionario que nos dice: ‘Virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión’. Una referencia a Dios al mismo tiempo que una referencia al amor al prójimo, a la compasión y a la misericordia. Temor de Dios, amor a Dios, culto a Dios por una parte. Ya nos decía el evangelista cómo estaba lleno del Espíritu Santo. Su vida estaba centrada en Dios. Pero precisamente ese centrarnos en Dios nos lleva a abrir nuestro corazón a los demás. Por eso entraña compasión, misericordia. La misericordia que nos viene de Dios la trasbordamos nosotros hacia los demás.
Muchas más consideraciones podríamos hacernos en torno a este evangelio, pero creo que nos puede bastar para nuestra reflexión lo que venimos diciendo al contemplar la figura del anciano Simeón. Abramos nuestro corazón a Dios, dejémonos conducir también por el Espíritu Santo pero que eso siempre nos lleve al encuentro misericordioso, generoso en amor para con los que caminan a nuestro lado. Si lo hacemos así podemos decir que tenemos la dicha de tener a Jesús en nuestras manos, más aún, lo tendremos bien aposentado en nuestro corazón.


lunes, 28 de diciembre de 2015

La fiesta de los Santos Inocentes en medio de las alegrías de la Navidad viene a ser un toque de atención en nuestro corazón para ver el sufrimiento de tantos inocentes en el mundo que nos rodea

La fiesta de los Santos Inocentes en medio de las alegrías de la Navidad viene a ser un toque de atención en nuestro corazón para ver el sufrimiento de tantos inocentes en el mundo que nos rodea

1Juan 1,5-2,2; Sal 123; Mateo 2,13-18
La alegría y la felicidad que vamos viviendo muchas veces se ve en cierto modo nublada por las sombras de los sufrimientos y los dramas que continuamente nos ofrece la vida. Queremos ser felices, queremos llenar nuestro corazón de alegría pero surgen los problemas y nuestra alegría parece que no puede ser total. ¿Tenemos que amargarnos y llenar nuestro corazón de angustia por tales cosas? ¿O tendremos que buscar alguna forma para mitigar desde nuestra solidaridad ese sufrimiento que vemos en los demás o encontrarle un sentido y un valor a nuestros propios sufrimientos para no perder la alegría del alma?
Comienzo haciéndome esta reflexión en esta fiesta de los Santos Inocentes que celebramos en medio de las alegrías de la Navidad. Seguimos con el gozo y la fiesta del nacimiento de Jesús. Pero como contemplamos en el evangelio ya los primeros momentos de su vida se vieron marcados por la sangre y el martirio de aquellos inocentes, pero también por el propio desarraigo que sufrió en si mismo en el exilio que la familia tuvo que sufrir con su huida a Egipto.
Creo que previamente a leer esta reflexión hayamos leído el texto del evangelio que arriba aparece citado que nos narra el hecho del martirio de aquellos inocentes. Creo que nos sea fácil hacer una lectura de ese texto - aplicando así la Palabra de Dios a nuestra vida como siempre tenemos que hacerlo - en los acontecimientos que vivimos ya sea en nuestra propia persona por los problemas que nos afectan y nos preocupan, pero también en lo que se vive en el mundo de hoy.
Por una parte sufrimientos y problemas que nos afectan y que quizá no hemos buscado ni hemos sido causa de ellos, pero que ahí van apareciendo en nuestra vida y que tenemos que afrontar no perdiendo nunca la paz y la serenidad en su corazón. Hoy miramos a José en medio de los problemas que surgían y que ponían en peligro la vida del niño pero que afronto poniendo su fe y su confianza en el Señor que se le manifestaba en medio de aquellos acontecimientos.
Pero en la muerte de los inocentes contemplamos el sufrimiento de tantos inocentes en nuestro mundo; nos sentimos incapaces quizás y abrumados cuando vemos el sufrimiento de tantos; no sabemos quizá qué hacer, pero en nuestro corazón tiene que aparecer la solidaridad para ponernos a su lado, para hacer de nuestra parte todo lo necesario para que nuestro mundo sea más justo, para denunciar quizá las injusticias que contemplamos que hacen sufrir a tantos.
Y vemos finalmente a una familia que tiene que dejar su casa, su tierra, su patria en búsqueda de lugares de paz. ¿No es eso lo que contemplamos en tantos emigrantes, desplazados, refugiados que andan de un lado para otro en nuestro mundo de hoy? Nos sentimos quizá sensibilizados de manera especial cuando esos refugiados están llegando a las puertas de Europa, pero es en tantos lugares del mundo donde se suceden esas cosas pero que quizá por la lejanía ni nos enteramos ni nos queremos enterar.
Que el Señor despierte esa sensibilidad en nuestro corazón porque no nos podemos cruzar de brazos o mirar para otro lado. Pongamos más y más amor en nuestra vida y que florezca en nuestro mundo.


domingo, 27 de diciembre de 2015

Que la ternura, humildad y delicadeza que destilan de la Sagrada Familia de Nazaret nos enseñen a cultivar los verdaderos valores que hagan una sociedad mejor

Que la ternura, humildad y delicadeza que destilan de la Sagrada Familia de Nazaret nos enseñen a cultivar los verdaderos valores que hagan una sociedad mejor

Eclesiástico 3, 3-7. 14-17ª; Sal 127; Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 41-52
El verdadero protagonista de la Navidad es Jesús. El único protagonista, motivo y razón de ser de nuestra alegría y nuestra fiesta: su nacimiento, el nacimiento de Dios hecho hombre encarnado en el seno de María para ser nuestra vida y nuestra salvación, verdadero Emmanuel, Dios con nosotros.
El que motiva de verdad que nuestras familias se reencuentren en el hogar para celebrar la dicha de que Dios esté con nosotros; el que alimenta nuestro amor y nuestra amistad y hace que los amigos compartamos esos días nuestras alegrías e ilusiones; el que es la verdadera razón de nuestra alegría que se contagia y a todos quiere llegar deseando para todos felicidad. El es la Buena Noticia de nuestra vida que nos trae la salvación que viene a ser la levadura que dé verdadero sabor a nuestra vida, a todo lo humano haciéndolo caminar por derroteros de plenitud.
Todo esto ha hecho que la navidad se convierta en una sentida celebración familiar donde, como decíamos, nos reencontramos, pero aun más es lo que nos ayuda a dar ese sentido de familia también a todas nuestras relaciones dándoles un sentido y un valor nuevo haciendo que al menos estos días seamos mas buenos los unos con los otros. Y ya aunque la cena de navidad tiene esa tradición y ese sentido tan familiar sin querer quitarle el protagonismo que en nuestra fiesta ha de tener Jesús, que es el que lo motiva todo, en el sentido de la Iglesia queremos tener una prolongación de ello cuando en este domingo siguiente a la Navidad celebramos el Día de la Sagrada Familia.
A la sagrada Familia de Nazaret volvemos nuestros ojos; es tan humano lo que quiso hacer Dios al encarnarse y nacer como hombre, que quiso hacerlo en el seno de un hogar, de una familia. Una familia, la de Nazaret, que se convierte para nosotros también en Evangelio, en Buena Noticia que nos anuncia y nos presenta a Jesús, al Emmanuel, Dios con nosotros.
El valor de la familia es trascendental no solo en el nacimiento de cada persona sino en el crecimiento y en la maduración como persona. Es el mejor caldo de cultivo donde germinan los más hermosos valores que marcarán nuestra personalidad y nos harán crecer en esa madurez y plenitud humana.
El hombre que no está hecho para estar solo ya desde los primeros momentos de su vida va a encontrar en torno a sí esos padres que le van a dar el calor de su amor, esa familia que le va enseñando a interrelacionarse forjando así su personalidad. No necesitamos la familia solo porque tengamos un techo bajo el que guarecernos, unos alimentos que nos nutran o unos vestidos que nos cubran, sino que será el abrigo de la familia, esa mutua interrelación y comunicación, ese calor del cariño y de la ternura familiar los que en verdad van a nutrir y alimentar nuestra vida; no vamos a recordar al llegar a la madurez de nuestra vida si tuvimos buenas o malas ropas, abundantes o exquisitos alimentos sino el cariño que recibimos, la palabra que escuchamos, el ejemplo que nos motivó, todo aquello que nos enseñó y ayudó a ser cada día mejor persona.
Hoy en la Palabra de Dios que hemos escuchado se nos hablaba de ‘revestirnos de misericordia entrañable, de bondad, de humildad, de dulzura, de comprensión’. Se nos decía además cómo hemos de saber perdonarnos cuando en la debilidad de nuestra vida quizá en un momento nos molestamos o nos ofendemos. ‘Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra el otros’, se nos decía.
Se nos proponía todo eso como valores para nuestra mutua relación. Cuánta sabiduría, tendríamos que reconocer; son cosas sencillas, humildes, podríamos reconocer. Pero cuanto necesitamos de esa ternura en la vida que nos lleve a comprendernos, a aceptarnos; esa ternura y esa delicadez que limen esas aristas con las que tantas veces nos mostramos en la vida. Con esa sencillez y con esa dulzura y humildad haremos que nuestras relaciones no chirríen en encontronazos que pudieran hacer saltar las chispas del orgullo, de los recelos o las envidias.
Si supiéramos tratarnos así que fácil se haría la comunicación y la comunión; cómo aprenderíamos a caminar juntos aportando cada uno lo bueno que lleva en sí, en sus ideas y pensamientos o en su manera de hacer las cosas, porque así aprenderíamos también a ver todo lo bueno que hay también en el pensamiento o en el actuar del otro. Qué distinto sería nuestro mundo; qué felices podríamos ser todos. Qué mundo tan distinto construiríamos.
Es importante que eso lo cultivemos de verdad en nuestros hogares y en nuestras familias. Claramente vemos que cuando en los hogares se ha crecido en medio de rencores, resentimientos, ofensas nunca perdonadas, rupturas en los mismos miembros de la familia o con los más cercanos que nunca se han reparado, luego en la vida social se vive en ese mismo resentimiento y violencia, siempre se estarán recordando viejas heridas de la historia que no hemos sabido cicatrizar con la misericordia y el perdón y vamos haciendo una sociedad violenta, revanchista y a la larga intolerante, aunque luego no  hagamos otra cosa sino hablar de tolerancia.
Es lo que vemos que esta sucediendo en nuestra sociedad en la que decimos tantas veces que vamos a hacer una sociedad mejor y que queremos la paz y cada uno presenta sus proyectos, pero en el fondo porque le hemos quitado esa ternura a nuestra vida vivimos en una sociedad crispada y en la que se hace tan difícil el entendimiento. Cuánto tendríamos que decir aquí de lo que es la vida social que nos rodea y en la que estamos inmersos con el peligro de actuar nosotros así también.
Cultivemos esos verdaderos y hermosos valores en nuestros hogares creando esa verdadera comunión de amor y de cariño entre todos sus miembros. Hoy miramos a la Sagrada Familia de Nazaret donde Dios mismo al hacerse hombre quiso nacer y crecer en lo humano. Allí Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres’, que nos dice hoy el evangelio. Aprendamos esos hermosos valores. Y pidamos al Dios de la misericordia que nos llene a nosotros de esos hermosos sentimientos y valores.
Recordemos a nuestras familias donde crecimos y maduramos como personas recordando y reviviendo en nosotros esos hermosos valores que allí tuvimos dando gracias a Dios por ello. Y oremos también por las familias que se encuentran en dificultades, que carecen quizá materialmente de lo necesario para una vida digna, pero oremos por aquellas que se encuentran en dificultades por las rupturas que en ellas se producen y que tanto daño hacen.
Que la Sagrada Familia de Nazaret nos proteja; que la intercesión de María y su esposo san José nos alcancen esa gracia de su Hijo Jesús. 

sábado, 26 de diciembre de 2015

La alegría que vivimos en la Navidad se ve plenificada en la medida de nuestra fidelidad en el amor hasta el final como en Esteban el protomártir

La alegría que vivimos en la Navidad se ve plenificada en la medida de nuestra fidelidad en el amor hasta el final como en Esteban el protomártir

Hechos de los apóstoles 6,8-10; 7,54-60; Sal 30; Mateo 10,17-22

Seguimos viviendo la navidad, su alegría, su paz; el gozo de sentirnos amados por el Señor de manera que nos da a su Hijo que se ha hecho carne. Le hemos contemplado en Belén, junto a María, su madre, con José a su lado como fiel custodio de aquella familia en medio de su pobreza, con los ángeles que cantan en el cielo la gloria de Dios y con los pastores que tras el anuncio del ángel se acercan trayéndole las ofrendas de su pobreza pero sobre todo de su amor.
Cuando estamos viviendo toda esta alegría la liturgia nos ofrece hoy la imagen de un cruento martirio. Es el protomártir el diácono Esteban y por eso ha merecido ser celebrado al día siguiente del nacimiento del Señor. Pero de alguna manera pareciera que se viene a mermar la alegría de la fiesta la celebración de un martirio. Esteban momentos antes de sufrir el martirio ya contemplaba la gloria de Dios en el cielo de la que pronto él iba a participar. Aun en el dolor de la muerte se nos anuncia la alegría de la vida.
Nos viene bien recordar algo en estos momentos. Belén no está tan lejos del Calvario. Belén significó desprendimiento y pobreza total hasta no tener donde nacer Dios hecho hombre de manera que fuera recostado entre las pajas de un pesebre. La Cruz del calvario significa el desprendimiento total porque es la entrega de la vida por amor. Porque tanto amó Dios al mundo nos entregó a su Hijo único al que vemos nacer en Belén. Allí estaba el signo del amor; era su razón de ser. En el calvario, en la muerte, contemplamos la entrega total, definitiva del amor; no hay señal de amor más grande. Además el que nació en Belén es el que va a entregarse en la cruz. Son las señales del amor de Dios.
En Esteban, de quien hoy estamos celebrando su martirio, estamos contemplando la fidelidad en el amor hasta la entrega total. Un camino que aprendemos en Belén y un testimonio que estamos contemplando en el martirio de Esteban.
La alegría que vivimos en estos días de navidad se ve plenificada en el amor que pongamos cada día en nuestra vida. Por eso nuestra alegría no es solo cosa de unos días porque ahora todos hemos de estar contentos. Nuestra alegría, la alegría que nace de lo más hondo del corazón, la iremos hacer creciendo día a día en la medida que vivamos en el amor, en que vivamos para los demás, en la medida en que vayamos repartiendo amor con nuestra presencia, nuestros gestos, nuestras sonrisas, nuestra entrega por los demás. 

viernes, 25 de diciembre de 2015

Nace Jesús, nace la vida, nace el Salvador y todo se llena del resplandor del amor, de la paz, de la esperanza, de una nueva comunión

Nace Jesús, nace la vida, nace el Salvador y todo se llena del resplandor del amor, de la paz, de la esperanza, de una nueva comunión

Is. 9, 1-3.5-6; Sal. 95; Tito, 2, 11-14; Lc. 2, 1-20
‘La gloria del Señor los envolvió de claridad’ nos dice el evangelista tras el anuncio del ángel a los pastores de Belén. ‘Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor’. Y la noche de Belén se llenó de resplandores.
Lo habían anunciado los profetas con la belleza de sus imágenes sugerentes. ‘El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en sombras de muerte y una luz les brilló’. Hoy es la noche del brillo de esa gran luz. Hoy es el día en que nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor, como anunciaban los ángeles. A nosotros también llega esa luz, ese nuevo resplandor. ‘Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres’. Es el regalo de Dios, ‘gracia de Dios’ que nos llena a todos de luz y de alegría.
Los pastores se llenaron de alegría y fueron corriendo hasta Belén donde encontraron todo como les había dicho el ángel. ‘Encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre’. Nosotros también en este día nos llenamos de alegría. La alegría de la Navidad contagia a nuestro mundo de manera que todos celebran navidad aunque algunos no sepan aún muy bien cual es la razón profunda de esa alegría tan contagiosa.
Es una alegría que tiene su origen en nuestra fe, en el misterio cristiano que nosotros celebramos, el nacimiento de Jesús. Pero toda alegría se contagia, y todos vivimos en alegría en estos días, todos queremos celebrar la navidad, aunque no todos lo celebren de la misma manera y desde las mismas motivaciones. Pero aprovechemos esos momentos de alegría y de paz que bien lo necesitamos en medio de nuestras oscuridades.
Es lo que estamos hoy nosotros celebrando y que hemos de vivirlo con toda intensidad y con hondo sentido. Es algo que tenemos que vivir hondamente. No podemos dejarnos por el ambiente de una navidad superficial. Algunos podrán pensar qué como podemos celebrar estas fiestas de navidad y vivir con alegría cuando son tantas las oscuridades de nuestro mundo hoy. Pero nosotros vivimos en esperanza.
Lo que nos decía el profeta del pueblo que caminaba en tinieblas y en sombras de muerte también nos describe nuestra situación hoy. Violencias y guerras, soledades y abandonos, odios y resentimientos, rupturas de todo tipo en la familia, en la sociedad, entre los más cercanos y los más lejanos se repiten, gente que vive a su aire encerrada en su individualismo nos encontramos por doquier y es tentación que todos tenemos, desesperanzas y tristezas, sufrimientos y angustias de todo tipo… son muchas las oscuridades que se resaltan en nuestro entorno y acaso también en nuestra vida.
Pero como decía el profeta ‘vio una luz grande… una luz les brilló’. Cuando nosotros en esta noche o en este día de Navidad estamos celebrando el nacimiento de Jesús estamos viendo aparecer esa luz. Nos brilla también a nosotros esa luz grande. Ya recordábamos como la noche de Belén se llenó de un nuevo resplandor y aquella luz comenzó a brillar en un humilde establo y a los primeros que iluminó fue a los pobres, a unos pastores que estaban al raso vigilando en la noche sus rebaños.
Para nosotros, para nuestro mundo tiene que brillar de verdad la luz de la Navidad que brota del nacimiento de Jesús, el Señor, el Salvador. Viene Jesús a nuestra vida para iluminar nuestras tinieblas, para que aprendamos a salir de nuestras oscuridades, para que aprendamos que es posible hace que brille una nueva luz en nuestro mundo, porque es posible transformar nuestros corazones, cambiar nuestras actitudes y nuestras maneras de vivir, comenzar a ser de verdad unos hombres nuevos que nacen de los resplandores de Belén.
Nace Jesús, nace la vida, nace nuestra salvación y ponemos paz frente a la violencia, ponemos esperanza ante tantas desilusiones que amargan los corazones de tantos, y ponemos espíritu de fraternidad y de comunión frente a tanta insolidaridad e individualismo, y pondremos cercanía y compañía para que nadie nunca se encuentre solo, y buscaremos la concordia y la comunión para romper las barreras de la desunión, y haremos vencer el amor sobre los odios y los rencores.
Es navidad. Es lo que queremos vivir. Es lo que es nuestro compromiso en el nacimiento del Señor. Pensemos que nosotros los cristianos tenemos que hacer visible en nuestro mundo esa presencia de Dios, esa visita de amor que El nos hace con el nacimiento de su Hijo. Viviendo esa nueva luz que surge del nacimiento del Señor nos convertiremos en signos y en testigos ante nuestro mundo para hacerles llegar la verdadera alegría, para hacerles vivir esa nueva y profunda alegría que surge del nacimiento de Jesús. Nos vamos a dejar transformar por su amor y por su vida para que en verdad hagamos un mundo mejor, un mundo donde todos nos amemos y seamos felices. Tenemos que darle hondura a nuestra navidad. Que de verdad hagamos entre todos una Feliz Navidad. Es lo que os deseo a todos de corazón.


jueves, 24 de diciembre de 2015

Gracias, Señor, porque en tu misericordia has visitado a tu pueblo con el nacimiento de Jesús iluminando nuestras vidas y llenándonos de la paz de la salvación

Gracias, Señor, porque en tu misericordia has visitado a tu pueblo con el nacimiento de Jesús iluminando nuestras vidas y llenándonos de la paz de la salvación

Lucas, 1, 67-80
Estos días fui a visitar a un sacerdote mayor, bastante anciano, que me recibió con muy buena acogida y estuvimos largo rato charlando, y al final de la visita cuando ya me marchaba me dijo con mucha emoción ‘gracias por la visita’. Realmente he de reconocer que muchas veces en mi ministerio cuando visitaba a los enfermos y a los ancianos la mayoría de ellos, por no decir todos, se expresaban siempre con el mismo sentimiento de gratitud. ‘Gracias por la visita’.
Me vais a decir que no descubro nada nuevo porque es de bien nacidos el ser agradecidos como dice nuestro refranero popular. Es hermoso que en la vida seamos agradecidos; es hermoso que seamos agradecidos los unos con los otros cuando nos visitamos o nos prestamos cualquier servicio. ¿Por qué comienzo mi reflexión con estos comentarios?
Si nos fijamos en el evangelio que en esta mañana del ultimo día del Adviento hemos escuchado esas son las palabras que escuchamos en boca del anciano sacerdote Zacarías. ‘Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo’. Dios le había concedido un hijo en su vejez; el ángel del Señor le había explicado cual era el sentido y la misión del niño que nacía, que venia ‘con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con los hijos… y para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’. Aquel nacimiento de Juan a quien íbamos a llamar el Bautista era la señal de la visita de Dios a su pueblo, ‘suscitando una fuerza de salvación como lo había prometido desde antiguo por medio de sus santos profetas’.
Terminará su cántico proclamando una vez más ‘por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará un sol que nace de lo alto para iluminar a los que están en tinieblas y en sombras de muerte y para dirigir nuestros pasos por el camino de la paz’. Es el canto de agradecimiento al mismo tiempo que el anuncio de aquel que va a nacer, ‘sol que nace de lo alto’ y que es la visita definitiva de Dios para traernos la luz, la paz, la salvación.
Ya estos días pasados hemos reflexionado también sobre esa visita de Dios que veíamos significada en la visita de María a su prima Isabel. Y es para lo que ahora nosotros, ya en este ultimo día del Adviento, queremos seguir preparándonos, para esa visita de salvación que tiene que significar la navidad en nuestra vida.
Si Zacarías era capaz de bendecir y dar gracias a Dios porque estaba viendo esa visita salvadora de Dios en el nacimiento de su hijo, ‘el profeta del Altísimo que irá delante del Señor para preparar sus caminos, para anunciar a su pueblo la salvación con el perdón de los pecados’, cuánto más nosotros que ya tenemos a Jesús tenemos que saber dar gracias a Dios por su visita de amor. ‘Gracias, Señor, por tu visita’, tenemos nosotros también que saber decirle al Señor. 

miércoles, 23 de diciembre de 2015

La voz que grita en el desierto nos está diciendo que el Señor está cerca y viene con su paz, su amor, su vida y esta navidad no puede ser una fiesta más

La voz que grita en el desierto nos está diciendo que el Señor está cerca y viene con su paz, su amor, su vida y esta navidad no puede ser una fiesta más

Malaquías 3,1-4.23-24; Sal 24; Lucas 1, 57-66

Todo nacimiento es motivo de alegría. ¿Quién no se alegra al ver surgir una nueva vida en un niño que nace? Es el milagro de la vida con toda su belleza. ¿Quién no se goza en lo más hondo de su corazón y se llena de ternura en la vida que comienza a palpitar en un recién nacido? ¡Qué triste que haya alguien que quiera destruir la vida!
Cuando los vecinos y parientes se enteraron que Isabel había dado a luz un hijo se llenaron de inmensa alegría. Es lo normal en todo nacimiento, como decíamos al principio, pero aquí había muchos más motivos. Isabel y Zacarías eran mayores, parecía que habían perdido todas las esperanzas, pero Dios había mostrado su bondad y su misericordia con ellos al darles un hijo en su vejez.
Vendría a ser la razón del nombre que le imponían aunque los parientes y vecinos decían que debía llamarse Zacarías como su padre. Isabel insiste en que el nombre ha de ser Juan y preguntado el padre por señas escribe en una tablilla ‘Juan es su nombre’. Y el anciano comienza a hablar bendiciendo a Dios. El nombre de Juan significa la compasión de Dios. Y Juan va a ser el consuelo de Dios no solo para aquellos padres que reciben un hijo en su vejez, sino que su nombre viene a significar la misión que va a recibir.
Todos se alegran y la noticia corre de boca en boca por toda la montaña de Judea. La gente se pregunta alborozada ‘¿qué va a ser de este niño?’ Porque la mano de Dios estaba con él. Son muchos los signos que se suceden en torno a su nacimiento.
Es el mensajero de la alianza anunciado por Malaquías como hoy hemos escuchado y por los profetas. Es el que viene a preparar un pueblo bien dispuesto para acoger al Mesías del Señor. Como el mismo dirá más adelante, es la voz que grita en el desierto preparando los caminos del Señor.
Estamos escuchando y reflexionando sobre este evangelio en las casi vísperas del nacimiento de Jesús. Hemos venido preparando también los caminos, nuestros corazones para la llegada del Señor. Hoy contemplamos el nacimiento de Juan, el Bautista. Hoy una vez más queremos escuchar su voz, esa voz que nos llama y nos invita a prepararnos, a allanar los senderos por los que el Señor llega a nuestra vida.
Cuantos valles, cuantos caminos retorcidos, de cuantas montañas abruptas hemos llenado nuestra vida. Mucho tenemos que purificar nuestro corazón de nuestros orgullos, de nuestras insolidaridad, de nuestros egoísmos; muchos muros que nos aíslan y nos encierran tenemos que derribar para abrir nuestro corazón, para ensanchar nuestra mirada, para sensibilizar nuestra vida con una nueva sensibilidad, la sensibilidad del amor. Muchos lazos de unión hemos de tender para acercarnos más los unos a los otros, para atarnos en una nueva comunión. Mucha paz hemos de buscar para poner en nuestro corazón desterrando violencias, resentimientos, recelos, envidias.
Preparemos los caminos del Señor. Está cerca, viene con la paz, viene con su amor, viene con su luz y con su vida. Acojamos de verdad al Señor para que no sea una fiesta más, un año más, sino para que vivamos la inmensa alegría del Señor que reina en nuestros corazones.

martes, 22 de diciembre de 2015

Cantemos un cántico de amor a Dios que derrama su misericordia sobre nosotros con el cántico de María que es el cántico de la misericordia

Cantemos un cántico de amor a Dios que derrama su misericordia sobre nosotros con el cántico de María que es el cántico de la misericordia

1Samuel 1,24-28; Sal.: 1S 2,1.45.6-7.8; Lucas 1,46-56

Del cántico de María podemos decir muchas cosas y podríamos darle muchas denominaciones según la lectura que de él hagamos. Es grande su riqueza porque es grande lo que siente María en su interior por lo que no cesa de cantar y alabar a Dios. Hoy quisiera yo llamarlo el cántico de la misericordia.
María canta agradecida a Dios - ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador’ - porque en las maravillas que en ella está realizando se ven cumplidas todas aquellas antiguas promesas de la misericordia de Dios que se iba a derramar sobre la humanidad.
‘Auxilió a… su pueblo acordándose de la misericordia prometida desde antiguo a favor de Abrahán y su descendencia para siempre’. Se cumple lo prometido por Dios desde los albores de la humanidad. Y cuando dice Abrahán y su descendencia está hablando de aquel pueblo creyente que tuvo su origen en Abrahán nuestro padre en la fe.
La promesa de Dios en el paraíso tras el pecado de Adán es una promesa de misericordia. El hombre había pecado porque en su orgullo y soberbia no solo se había querido apartar del camino de Dios sino que había querido erigirse a si mismo en Dios. ‘Seréis como dioses’, le tienta la serpiente. Pero no quiere Dios que el hombre permanezca en la muerte y en el pecado. Habrá una victoria que será la de la misericordia y el perdón. Anuncia aquel linaje de la mujer, aquel hijo de la mujer que un día aplastaría con su pie la cabeza de la serpiente, aunque quisiera herirle en el calcañal. Es la victoria del amor y de la misericordia.
Ha llegado la hora en que se cumplen las promesas de Dios y no solo para aquel pueblo sino para toda la humanidad. ‘Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación’, canta María. Dios en su misericordia se ha fijado en los pequeños y en los pobres, vuelve su rostro sobre todos los que sufren las consecuencias del mal y del pecado en este valle de lágrimas y nos ofrece el paño de su consuelo que va a enjugar todas esas lágrimas porque en su misericordia llega el perdón y la gracia, llega el sentido de una nueva vida con la salvación que Dios nos ofrece y que se derrama en nosotros por el hijo de María, Jesús que salvará a todos de sus pecados. Aquel hijo de María que se está gestando en sus entrañas será nuestra vida y nuestra salvación, será la manifestación gloriosa de la misericordia eterna de Dios.
Todo se va a transformar porque la muerte es derrotada por la vida. Los que viven oprimidos por cualquier tipo de esclavitud van a ser liberados, y los pequeños y los humildes van a ser exaltados mientras dispersa a los soberbios de corazón y derriba del trono a los poderosos. La imagen la tenemos en María, la pequeña, la humilde, la que se considera la última y la esclava pero en quien se están realizando maravillas. ‘El poderoso ha hecho obras grandes en mí’, canta María. Es María la que va a ser causa de alegría para muchos y todos van a felicitarla de generación en generación porque acogió a Dios en su vida de tal manera que en ella Dios se hizo carne para que pudiéramos palpar a Dios, sentirnos inundados por su amor, envueltos en el manto de su misericordia.
Cantemos un cántico de amor al Señor con el cántico de María.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Un camino y una subida desde Nazaret hasta las montañas hecho por María con las prisas del amor

Un camino y una subida desde Nazaret hasta las montañas hecho por María con las prisas del amor

Cantar de los Cantares 2,8-14; Salmo 32; Lucas 1,39-45

Las prisas de María son las prisas del amor. Nos decía el evangelio que ‘María se puso en camino y fue aprisa a las montañas de Judá a casa de Isabel’. El ángel le había dado la noticia y María no se había quedado con los brazos cruzados. Había una alegría que se le había comunicado y quería compartir, pero vislumbraba una situación en la que ella podía ser útil. Se puso en camino.
¿Hacemos nosotros así? Cuantas veces cuando nos enteramos de un problema, una situación difícil por la que pueda estar pasando alguien nos decimos bueno, ¿y qué vamos a hacer, o veré a ver si puedo hacer algo pero no pongo mucho empeño porque quizá la situación me parezca difícil, o qué vamos a hacer pues así son las cosas que vienen y no nos queda más remedio que aguantar, a ver si alguien hace algo, o alguien allí cerca quizá pueda hacer algo, porque yo estoy tan lejos, tengo mis problemas… Expresiones de la pasividad con que nos tomamos las cosas y de la carencia de compromiso. No nos queremos complicar la vida porque ya tenemos con lo nuestro, pensamos.
María no temió complicarse la vida. No podía quedarse con los brazos cruzados allí donde ella sabía que había una necesidad. Ya la veremos en otros momentos del evangelio con esas mismas actitudes cuando en las bodas de Caná no podía quedarse quieta sabiendo que en la fiesta de la boda estaban pasando por problemas. Ahora se pone en camino porque no pueda mirar para otro lado o quedarse encerrada en si mismo o en su problemas.
Se puso en camino y con prisas. Eran las prisas del amor que bullía y rebullía en su interior, que brotaba como a borbotones. Y es que una persona que había tenido la experiencia de Dios que ella había tenido no podía cerrar los ojos. Estaba llena de Dios y estaba rebosante de amor. Era el compromiso que se manifestaba en el amor y en el servicio. Era el compromiso que nacía de la fe. No era una fe solo de ideas o de bonitas palabras; era una fe que le llevaba a experimentar la presencia de Dios en su vida. ¡Cómo lo había disfrutado en Nazaret cuando la anunciación del ángel del Señor! Pero, ¡cómo lo disfrutaba ahora en aquel largo camino hasta la montaña! Cuántos momentos para rumiar en su interior aquella experiencia de Dios; cuántos momentos para ir alimentando y haciendo crecer más y más su fe y su amor.
Era una hermosa subida que no solo era el camino físico o geográfico. Sabemos que de Galilea a Judea era una hermosa subida; Galilea discurría entre placidos valles y llanuras y la zona de Judea era la zona de las montañas; por eso cuando hablaban de ir a Jerusalén empleaban la expresión de subir a Jerusalén. Pero este camino de María hasta las montañas de Judea no era solo lo geográfico sino lo espiritual, porque era signo de la ascensión permanente de su vida que le hacía crecer más y más cada día en la presencia de Dios en su vida.
Contemplando este camino de María tendríamos quizá que preguntarnos cuál es nuestra subida, cuál es el camino que nosotros también hemos de emprender. Aprendamos de María, hagamos un camino y una subida como la de María. Que cada día crezcamos más en Dios y cada día se enardezca más y más el amor en nuestro corazón. Si lo hacemos así, haremos como María el camino hacia los demás y lo haremos con las prisas del amor.

domingo, 20 de diciembre de 2015

La visita de María a su prima Isabel en las montañas de Judá nos señala el camino de la visita de Dios a los hombres y cómo hoy Dios cuenta con nosotros

La visita de María a su prima Isabel en las montañas de Judá nos señala el camino de la visita de Dios a los hombres y cómo hoy Dios cuenta con nosotros

Miqueas 5, 2-5ª; Sal 79; Hebreos 10, 5-10; Lucas 1, 39-45
La visita de María a su prima Isabel en las montañas de Judá nos señala el camino de la visita de Dios a los hombres. Así me atrevo a afirmar cuando en este cuarto domingo de Adviento, en las vísperas casi de la celebración de la Navidad, el evangelio nos presenta este sencillo a la vez que profundo relato de la visita de María a su prima Isabel. Fue el ángel de la anunciación el que dio la buena noticia a María de que su prima a pesar de su vejez esperaba un hijo. Y el evangelio inmediatamente nos dice ‘María se puso en camino y fue aprisa a la montaña a un pueblo de Judá’, donde vivían Zacarías e Isabel.
María, la que estaba llena de Dios, ‘la llena de gracia’ como la llama el ángel, se pone en camino para ir a visitar a su prima que esperaba un hijo en su vejez. Nos dirá luego el evangelista que María se quedó con Isabel unos tres meses; con toda probabilidad hasta el nacimiento de Juan, pues serían momentos donde especialmente va a prestar sus servicios. El camino de María es el camino del servicio, es el camino del amor. ¿Cómo no iba a ser camino de amor si llevaba a Dios en sus entrañas? El hijo que de ella iba a nacer, como le había dicho el ángel, era el hijo del Altísimo ‘se llamará el Hijo de Dios’.
Llevaba María a Dios en ella, porque era la que había encontrado gracia ante Dios y era la llena de Dios, pero porque ya en su seno llevaba al Hijo de Dios que sería Emmanuel, que sería Dios con nosotros. Por eso podemos decir, sí, que la visita de María era la visita de Dios, era la señal de cómo Dios venía a estar con nosotros, era el Emmanuel que se paseaba entre nosotros. Por eso, podemos decir, sí, que la visita de María a Isabel se convierte en signo, en signo viviente, en signo vivo de la visita de Dios.
‘¿De donde a mi que venga a visitarme la madre de mi Señor?’ exclamará Isabel  con la llegada de María. Y es que la presencia de María llenaba de Dios cuanto tocara, podríamos decir, allí donde estuviera se hacía presente de Dios. ‘Isabel se llenó del Espíritu Santo’ y ahora todo son bendiciones y alabanzas. La presencia de María llenó de una manera especial de Dios aquel hogar de la montaña. Si ya aquellos ancianos eran temerosos de Dios que vivían queriendo siempre cumplir el mandamiento del Señor ahora llenos del Espíritu divino se hacen profetas para descubrir los misterios de Dios y para alabar y para bendecir, como lo hará más tarde también Zacarías después del nacimiento de Juan.
Era la visita del amor de Dios que se estaba manifestando y haciéndose carne en María la que despertaría de forma profunda la fe de aquellos ancianos para saber discernir los misterios de Dios que ante ellos se estaban realizando. De ahí ese reconocimiento, sin que ningún humano lo haya manifestado, que allí está la madre del Señor, porque quien lleva en sus entrañas María es el Hijo de Dios. De ahí esa alabanza a la fe de María - nadie le había revelado el diálogo entre el Ángel y María allá en Nazaret - y por eso, porque estaba llena ya del Espíritu Santo también, podría proclamar ‘¡bendita entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!’ alabando también la fe de María, ‘dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’.
Aquel camino de María y aquella visita a su prima allá en la montaña había sido el camino del amor, el amor que nacía de la fe, el amor que se desbordaba en su corazón con la presencia de Dios en ella, y era la visita de Dios para aquel hogar de la montaña, signo de la visita del Emmanuel, del Dios con nosotros para siempre, que nos traería la salvación. En María estaba llegando Dios a los pobres y los que tenían necesidad - eran unos ancianos y cuántas no serían sus carencias y necesidad de ayuda en aquellas circunstancias - como un signo de esa visita de Dios, de esa presencia salvadora de Dios para toda la humanidad y de todos los tiempos. María fue el signo y la mediación.
Nos acercamos a la Navidad; estamos iniciando ya la última semana del Adviento que desembocará en la fiesta de la Natividad del Señor. Para nosotros no es solo un recuerdo, sino que para nosotros es sacramento porque es vivir en el signo de la celebración esa venida de Dios a nosotros hoy. Recogiendo esta imagen con la que venimos reflexionando celebrar la navidad hoy es celebrar esa visita, esa venida de Dios hoy a nosotros y a nuestro mundo.
¿Cómo se hace presente hoy Dios en medio de nosotros? ¿Cómo podemos reconocer esa presencia de Dios? ¿Cómo puede reconocerlo nuestro mundo? ¿Cómo hacer que no se quede todo en una alegría ocasional y que se pueda quedar también en lo superficial? Tendríamos que decir que no habría autentica Navidad si no vemos y sentimos esa presencia de Dios. Y hemos de reconocer tristemente que muchos celebran navidad sin Dios, que nosotros podemos celebrar navidad sin Dios, que entonces no sería auténtica navidad.
Esa es la tarea de los verdaderos creyentes que queremos celebrar una auténtica navidad. Es tarea y es compromiso. Como quiso contar entonces con María, como estamos viendo hoy en el evangelio, quiere Dios contar con nosotros. Sí, tenemos que ser sacramento de Dios para nuestro mundo, signos verdaderos que hagan presente a Dios en medio de los hombres del mundo de hoy. Esto es serio. Decíamos antes que muchos celebran navidad sin Dios y acaso tendremos que preguntarnos si no será culpa de nosotros los creyentes que no damos verdadera señales a nuestro mundo de esa visita de Dios. Y cuando falta esto caemos en superficialidades y en alegrías ocasionales que se quedan en la fiesta de unos días que pronto pasan.
Decíamos antes que el camino de María fue un camino de amor porque iba llena de Dios. Pensemos que por ahí tiene que ir nuestro camino, por ahí tiene que ir nuestro compromiso por el signo de un verdadero amor, de una auténtica solidaridad con los hombres y mujeres que a nuestro lado sufren en sus carencias y necesidades.
Pensemos en que en la medida en que crezcamos en nuestra capacidad de amar, de acoger al que está a nuestro lado sea quien sea, en el deseo y compromiso de hacer cada día más felices a los demás, en nuestro trabajo comprometido por hacer un mundo mejor y más humano, en luchar auténticamente por la paz empezando por los que están cercanos a nosotros en nuestras propias familias o en los círculos en los que nos movemos habitualmente, estaremos dando señales de que Dios nos visita, de que Dios está con nosotros, de que es verdaderamente el Emmanuel.
La visita de María a su prima Isabel nos está enseñando  hoy a hacer presente la visita de Dios a este mundo que sufre en nuestro entorno. De nosotros depende, porque Dios quiere contar con nosotros.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Aprendamos a sorprendernos con las cosas de Dios aceptando humildemente sus planes para nuestra vida

Aprendamos a sorprendernos con las cosas de Dios aceptando humildemente sus planes para nuestra vida

Jueces 13, 2-7. 24-25; Sal 70; Lucas 1, 5-25

Incluso cuando es grande el ansia que tenemos por aquello que pedimos hay ocasiones en que nos sentimos sobrecogidos cuando al final lo conseguimos. ¿Quizá porque aun en esa ansia grande nos faltaba esperanza? ¿quizá habíamos perdido la confianza? O tan sorprendidos nos vemos en aquello que conseguimos que nos quedamos sin palabras, sin saber cómo reaccionar, qué es lo que podríamos expresar en ese momento.
¿Qué es lo que vio el ángel en los ojos de aquel anciano sacerdote cuando se le manifestó a la hora de la ofrenda del incienso en el templo? Fijémonos que las primeras palabras del ángel fueron ‘no temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado’. Tener fe en que Dios escucha nuestras súplicas es algo grande, por supuesto, pero recibir una embajada angélica para decirle que Dios ha escuchado sus oraciones es algo tan grande como para impresionarte y quedarte mudo por la sorpresa.
Pero el ángel no solo viene a decirle que se acaba el oprobio para aquella familia porque, aunque sean ya mayores, Dios les va a conceder el don de un hijo, sino que además el ángel le adelanta cual va a ser la misión de aquel niño que de forma prodigiosa va a nacer. Será motivo no para el temor, sino para alegría, para él y para muchos. ‘Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacía los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’.
Aunque las palabras del ángel tienen que llenar de gozo su corazón, es humano, conoce sus limitaciones, son ya personas mayores tanto él como Isabel su mujer y surgen las dudas. ‘¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada’.
‘Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado a hablarte para darte esta buena noticia. Pero mira: te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento’. Es la respuesta del ángel. Zacarías no quiere poner en duda las palabras del ángel, pero pone sus objeciones; normal y muy humano. Era un hombre de fe, pues allí estaba ejerciendo su oficio sacerdotal haciendo la ofrenda del incienso e intensa era su oración al Señor. Pero ahora todo viene como una prueba quizá nacida de la misma sorpresa que le sobrecoge. Ha de seguir pasando por la prueba del silencio que será para él purificador.
En lo mismo que nos concede el Señor y en su presencia junto a nosotros que no nos falta, muchas veces nos viene también la prueba a nuestra fe; dudamos en nuestro interior, quizá no oramos con toda la confianza que tendríamos que hacerlo, pensamos que la solución a nuestros problemas vendrán por otros caminos. Nos es necesaria cada día más una mayor disponibilidad de nuestro espíritu para ponernos en las manos del Señor y confiar, porque El siempre escucha nuestra oración. Dejémonos sorprender por las cosas de Dios. Sepamos aceptar humildemente los planes de Dios para nuestra vida.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Serenidad y fortaleza interior como san José para saber discernir los planes de Dios también en los momentos de duda y oscuridad

Serenidad y fortaleza interior como san José para saber discernir los planes de Dios también en los momentos de duda y oscuridad

Jeremías 23,5-8; Sal 71; Mateo 1,18-24
Cuando nos sucede un imprevisto que trastorna y trastrueca todos nuestros planes nos quedamos bloqueados sin saber muchas veces cómo actuar, qué reacción tener o cuales son las decisiones más acertadas que hemos de tomar. Es necesario una madurez interior, una fortaleza del alma que nos dé serenidad y paz también en esas situaciones adversas para encontrar el mejor camino de solución. Es en lo que es necesario crecer como personas, para lograr esa madurez; es necesario ese crecimiento interior, una fortaleza espiritual para afrontar esos momentos.
Es la madurez humana y espiritual que hoy apreciamos en José en el texto del evangelio. ‘María estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo’. Claro que cuando ahora nosotros leemos el texto sagrado ya el evangelista nos dice que ‘María esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo’. Pero esto no lo sabía José. El solo veía el embarazo de María. Y ahí encontramos la profundidad espiritual de José. ‘Era bueno’, dice el evangelista, ‘no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto’.
Pero en José había una madurez humana y espiritual; era un hombre de fe, abierto al misterio de Dios. Y la voluntad de Dios se le manifestó en sueños a través de un ángel. ‘José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados’.
Así se le manifiesta la voluntad de Dios, el misterio de Dios en el que él va a tener su parte también, porque Dios quiere contar con él. Se cumplía lo anunciado por los profetas; el hijo de María sería el Emmanuel, Dios con nosotros. Su nombre  será Jesús, porque es el Salvador. Y José también aceptó el plan de Dios. ‘Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer’.
Es un paso más el que estamos dando acercándonos a la Navidad. La figura de José aparece también en nuestro camino para ayudarnos a dar esos pasos hacia el encuentro con el Señor. Ojalá tuviéramos la misma profundidad en nuestra vida que se manifiesta en José. Así tenemos que crecer en nuestra vida espiritual, crecer en nuestra fe para descubrir el plan de Dios, para aceptar el plan de Dios, para decir Sí a lo que Dios nos propone aunque a veces un poco trastorne nuestras vidas.
En esos momentos oscuros por los que podamos pasar, en esos momentos que quizá se prolongan sin saber encontrar el camino de salida, sepamos tener la serenidad y la esperanza que hoy vemos manifestada en José. Que sepamos hacer silencio ante Dios para dejar que El se nos manifieste, cuando y como quiera, y sepamos encontrar esa luz, sepamos descubrir esos designios de Dios para nuestra vida.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Pongamos nuevas luces en las ventanas de nuestra vida con nuestra cercanía y nuestros deseos de encuentro para anunciar el próximo nacimiento del Salvador

Pongamos nuevas luces en las ventanas de nuestra vida con nuestra cercanía y nuestros deseos de encuentro para anunciar el próximo nacimiento del Salvador

Génesis 49,1-2.8-10; Sal 71; Mateo 1,1-17

‘Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor; su gloria aparecerá sobre ti…’ Así canta una de las antífonas de la liturgia de este día. Estamos a ocho días de la Navidad. Todo suena a nuestro alrededor a ambiente navideño, a fiesta, a alegría, a esperanza. Hay como una alegría en nuestro entorno por estas fiestas de navidad, aunque tengamos que reconocer que para no todos tiene el mismo sentido y sabor.
Es hermoso el ambiente que se crea en nuestro entorno; ese cariño familiar que se despierta de nuevo con el deseo de esos hermosos encuentros, los amigos se saludan de un modo especial y todos nos deseamos felicidad, es el momento también de intercambio de muchas muestras de cariño ya sea en los regalos que nos intercambiamos o en la cercanía que mostramos los unos a los otros. Pero no podemos olvidar en la trastienda lo que es el verdadero motivo de estas fiestas y de esta alegría y que tendría que ser el motivo hondo de todas esas muestras de alegría y cercanía.
Es el nacimiento del Señor, porque si decimos navidad estamos diciendo la natividad del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Eso no lo podemos olvidar. Y es para eso para lo que nos hemos venido preparando durante todo el adviento. Ahora en esta semana que nos queda la liturgia nos invita a intensificar esa preparación.
Surgen en nuestros pueblos muchas tradiciones religiosas en torno a estos días aunque muchas veces las vayamos olvidando. Son en nuestra tierra canaria las llamadas misas de luz que en otros tiempos se celebraban al amanecer precedidas por los sones de ‘lo divino’ que con sus cantos anunciaban por nuestras calles la cercana navidad y nos congregaba en nuestros templos en ese amanecer de cada día anuncio del gran amanecer que significó para el mundo el nacimiento del Sol que nos venía de lo alto para ser nuestra salvación.
Serán en otros lugares como en muchos países de Latinoamérica las novenas al Niño Dios o las posadas que se repartían por las casas, las calles o las plazas buscando el lugar de la preparación del nacimiento de Jesús. Sé que en América aun se siguen manteniendo esas hermosas costumbres y los vecinos se invitan unos a otros a celebrar la novena del Niño Dios o el encuentro de las posadas y las familias se reencuentran iluminando las casas y las calles con hermosas luces llenas de colorido.
Abramos también nosotros las puertas de nuestro corazón, pongamos esa luz que anuncia el nacimiento del Niño Dios no solo en nuestras puertas y ventanas como un anuncio de alegría, sino que nuestra vida vaya comenzando a tener esa nueva luz que brilla en nosotros con actitudes nuevas que nos lleven al encuentro, al perdón, al compartir, a una nueva armonía en nuestras familias y entre nuestros vecinos y con todos aquellos que están a nuestro alrededor. Que todo ese bonito ambiente de fiesta que vamos a vivir en estos días, no sea solo cosa de unas horas o unos días sino que sea anuncio de ese nuevo sentido que con el nacimiento de Jesús le queremos dar a nuestras vidas.
Que esa nueva luz que comience a brillar en nuestras vidas, en nuestras actitudes y en nuestros comportamientos de cercanía a los demás sean un anuncio del cercano Emmanuel que viene del cielo a traernos un nuevo resplandor. Es la aurora que anuncia la nueva luz que con Jesús viene a iluminar nuestro mundo. Así podremos hacer una verdadera navidad donde en verdad Jesús sea el centro de nuestra fiesta y de nuestra vida.