Que la ternura, humildad y
delicadeza que destilan de la Sagrada Familia de Nazaret nos enseñen a cultivar
los verdaderos valores que hagan una sociedad mejor
Eclesiástico 3, 3-7. 14-17ª; Sal 127; Colosenses 3, 12-21;
Lucas 2, 41-52
El verdadero protagonista de la Navidad es Jesús. El
único protagonista, motivo y razón de ser de nuestra alegría y nuestra fiesta:
su nacimiento, el nacimiento de Dios hecho hombre encarnado en el seno de María
para ser nuestra vida y nuestra salvación, verdadero Emmanuel, Dios con
nosotros.
El que motiva de verdad que nuestras familias se
reencuentren en el hogar para celebrar la dicha de que Dios esté con nosotros;
el que alimenta nuestro amor y nuestra amistad y hace que los amigos
compartamos esos días nuestras alegrías e ilusiones; el que es la verdadera
razón de nuestra alegría que se contagia y a todos quiere llegar deseando para
todos felicidad. El es la Buena Noticia de nuestra vida que nos trae la
salvación que viene a ser la levadura que dé verdadero sabor a nuestra vida, a
todo lo humano haciéndolo caminar por derroteros de plenitud.
Todo esto ha hecho que la navidad se convierta en una
sentida celebración familiar donde, como decíamos, nos reencontramos, pero aun
más es lo que nos ayuda a dar ese sentido de familia también a todas nuestras
relaciones dándoles un sentido y un valor nuevo haciendo que al menos estos días
seamos mas buenos los unos con los otros. Y ya aunque la cena de navidad tiene
esa tradición y ese sentido tan familiar sin querer quitarle el protagonismo
que en nuestra fiesta ha de tener Jesús, que es el que lo motiva todo, en el
sentido de la Iglesia queremos tener una prolongación de ello cuando en este
domingo siguiente a la Navidad celebramos el Día de la Sagrada Familia.
A la sagrada Familia de Nazaret volvemos nuestros ojos;
es tan humano lo que quiso hacer Dios al encarnarse y nacer como hombre, que
quiso hacerlo en el seno de un hogar, de una familia. Una familia, la de
Nazaret, que se convierte para nosotros también en Evangelio, en Buena Noticia
que nos anuncia y nos presenta a Jesús, al Emmanuel, Dios con nosotros.
El valor de la familia es trascendental no solo en el
nacimiento de cada persona sino en el crecimiento y en la maduración como
persona. Es el mejor caldo de cultivo donde germinan los más hermosos valores que
marcarán nuestra personalidad y nos harán crecer en esa madurez y plenitud
humana.
El hombre que no está hecho para estar solo ya desde
los primeros momentos de su vida va a encontrar en torno a sí esos padres que
le van a dar el calor de su amor, esa familia que le va enseñando a
interrelacionarse forjando así su personalidad. No necesitamos la familia solo
porque tengamos un techo bajo el que guarecernos, unos alimentos que nos nutran
o unos vestidos que nos cubran, sino que será el abrigo de la familia, esa
mutua interrelación y comunicación, ese calor del cariño y de la ternura
familiar los que en verdad van a nutrir y alimentar nuestra vida; no vamos a
recordar al llegar a la madurez de nuestra vida si tuvimos buenas o malas
ropas, abundantes o exquisitos alimentos sino el cariño que recibimos, la
palabra que escuchamos, el ejemplo que nos motivó, todo aquello que nos enseñó
y ayudó a ser cada día mejor persona.
Hoy en la Palabra de Dios que hemos escuchado se nos
hablaba de ‘revestirnos de misericordia
entrañable, de bondad, de humildad, de dulzura, de comprensión’. Se nos
decía además cómo hemos de saber perdonarnos cuando en la debilidad de nuestra
vida quizá en un momento nos molestamos o nos ofendemos. ‘Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra
el otros’, se nos decía.
Se nos proponía todo eso como valores para nuestra
mutua relación. Cuánta sabiduría, tendríamos que reconocer; son cosas
sencillas, humildes, podríamos reconocer. Pero cuanto necesitamos de esa
ternura en la vida que nos lleve a comprendernos, a aceptarnos; esa ternura y
esa delicadez que limen esas aristas con las que tantas veces nos mostramos en
la vida. Con esa sencillez y con esa dulzura y humildad haremos que nuestras relaciones
no chirríen en encontronazos que pudieran hacer saltar las chispas del orgullo,
de los recelos o las envidias.
Si supiéramos tratarnos así que fácil se haría la
comunicación y la comunión; cómo aprenderíamos a caminar juntos aportando cada
uno lo bueno que lleva en sí, en sus ideas y pensamientos o en su manera de
hacer las cosas, porque así aprenderíamos también a ver todo lo bueno que hay
también en el pensamiento o en el actuar del otro. Qué distinto sería nuestro
mundo; qué felices podríamos ser todos. Qué mundo tan distinto construiríamos.
Es importante que eso lo cultivemos de verdad en
nuestros hogares y en nuestras familias. Claramente vemos que cuando en los
hogares se ha crecido en medio de rencores, resentimientos, ofensas nunca
perdonadas, rupturas en los mismos miembros de la familia o con los más
cercanos que nunca se han reparado, luego en la vida social se vive en ese
mismo resentimiento y violencia, siempre se estarán recordando viejas heridas
de la historia que no hemos sabido cicatrizar con la misericordia y el perdón y
vamos haciendo una sociedad violenta, revanchista y a la larga intolerante,
aunque luego no hagamos otra cosa sino
hablar de tolerancia.
Es lo que vemos que esta sucediendo en nuestra sociedad
en la que decimos tantas veces que vamos a hacer una sociedad mejor y que
queremos la paz y cada uno presenta sus proyectos, pero en el fondo porque le
hemos quitado esa ternura a nuestra vida vivimos en una sociedad crispada y en
la que se hace tan difícil el entendimiento. Cuánto tendríamos que decir aquí
de lo que es la vida social que nos rodea y en la que estamos inmersos con el
peligro de actuar nosotros así también.
Cultivemos esos verdaderos y hermosos valores en
nuestros hogares creando esa verdadera comunión de amor y de cariño entre todos
sus miembros. Hoy miramos a la Sagrada Familia de Nazaret donde Dios mismo al
hacerse hombre quiso nacer y crecer en lo humano. Allí ‘Jesús iba
creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres’, que nos
dice hoy el evangelio. Aprendamos
esos hermosos valores. Y pidamos al Dios de la misericordia que nos llene a
nosotros de esos hermosos sentimientos y valores.
Recordemos a nuestras familias donde crecimos y
maduramos como personas recordando y reviviendo en nosotros esos hermosos
valores que allí tuvimos dando gracias a Dios por ello. Y oremos también por
las familias que se encuentran en dificultades, que carecen quizá materialmente
de lo necesario para una vida digna, pero oremos por aquellas que se encuentran
en dificultades por las rupturas que en ellas se producen y que tanto daño
hacen.
Que la Sagrada Familia de Nazaret nos proteja; que la
intercesión de María y su esposo san José nos alcancen esa gracia de su Hijo
Jesús.