Una invitación
a la generosidad y a compartir, sin hacer alardes ni vanidades sino en el
silencio y la humildad, es el tesoro que guardamos en el cielo
2Corintios 9,6-11; Salmo 111; Mateo
6,1-6.16-18
Alguien me contó una anécdota que creo
que tiene honda relación con lo que nos dice hoy Jesús en el evangelio. Contaba
que en una ocasión que le llegaron a casa unos inesperados invitados se acercó
a pedirle al vecino unas lechugas, que éste generosamente le compartió; y
cuando le dio las gracias por su generosidad éste le dijo que no le diera la
gracias, que más bien dijera ‘Dios te pague’ y lo razonaba de la siguiente
manera. Cuando llegue mi hora y me presente ante san Pedro con las manos vacías
él me va a decir: pasa, que aquí tienes un montón de pagarés pendientes.
‘Guarda tu tesoro en el cielo’, nos ha dicho Jesús en otro lugar. Esos actos de
generosidad que hayas tenido en la vida, eso que hayas compartido con
generosidad son esos pagarés que tendrás acumulados, como decía la anécdota.
Eso me ha pensar en una frase que con frecuencia escuchamos ‘de esta vida no
nos vamos a llevar nada’, aunque los criterios o razonamientos con que muchas
veces se emplea es desde aquel ‘carpe diem’ con el que la gente lo que te está
invitando a que te aproveches de la vida para pasarlo bien, porque como dicen
es lo único que uno se va a llevar. ¿Serán esos los criterios con que nosotros
los cristianos nos guiamos? Algunas veces nos dejamos contagiar por esa
irracionalidad y sin sentido de la vida y de alguna manera nosotros andamos también
con esos pensamientos o manera de actuar.
Claro que nada de lo material va a
atravesar el umbral de la tumba. De la vida sí nos vamos a llevar, sin embargo
todo lo bueno que hayamos realizado, la generosidad con que hemos compartido,
los buenos detalles que hayamos tenido con los que están a nuestro lado, esa
ternura del corazón que hemos derramado o esa ilusión que hemos ido sembrando
en los corazones.
Hoy nos decía el apóstol que el que
siembra tacañamente, cosechará también tacañamente. Lo que hemos sembrado es lo
que va a fructificar. El amor que hayamos puesto en la vida es lo que nos
transformará pero también ayudará a que se transforme nuestro mundo. El
generoso va a cosechar en abundancia. Son preguntas que también tenemos que
hacernos, ¿hasta donde llega nuestra generosidad? ¿Qué disponibilidad hay para
el servicio? ¿Seremos capaces de olvidarnos de nosotros para pensar más en los
demás? Es sí, la moneda que podemos compartir, pero es mucho más lo que podemos
y tenemos que sembrar con generosidad en la vida.
Generosidad pero humildad, porque no
hacemos las cosas por conseguir méritos de aquellos que nos ven. Y es de lo que
nos está hablando Jesús hoy de manera muy concreta. Cuando vayamos a hacer el
bien no vayas tocando la campanilla por delante para que todos puedan ver lo
que estás haciendo. Por eso nos dice que no sepa tu mano izquierda lo que hace
tu derecha; nadie tiene que saber lo que tú haces. Y nos está hablando Jesús
del compartir, en concreto habla de la limosna, pero nos habla en el mismo
sentido de nuestra piedad y nuestra oración, como también de aquellos
sacrificios que podamos hacer en la vida, nos habla del ayuno.
Fijaos que nos dice que no tenemos que
poner cara triste sino cara de fiesta, nos hemos de perfumar, nos dice, en
contraposición a lo que era costumbre entre los fariseos de su tiempo, ponían
cara de circunstancias para que todos supieran que estaban ayunando. Esas caras
de circunstancias todavía seguimos viéndolos en nuestros entornos religiosos.
¿Dónde está la alegría de la fiesta que celebramos cuando hacemos nuestras
celebraciones cristianas? Reconozcamos que en esa falta de alegría y de fiesta
en muchas de nuestras celebraciones nos morimos de aburrimiento. Qué pena la
pobreza de nuestra fe y de nuestra vida cristiana que manifestamos en muchas
celebraciones religiosas.
Claro que tiene la alegría con que
vivimos en la vida que brotará de nuestros corazones generosos siempre
dispuestos a compartir.