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miércoles, 18 de junio de 2025

Una invitación a la generosidad y a compartir, sin hacer alardes ni vanidades sino en el silencio y la humildad, es el tesoro que guardamos en el cielo

 


Una invitación a la generosidad y a compartir, sin hacer alardes ni vanidades sino en el silencio y la humildad, es el tesoro que guardamos en el cielo

2Corintios 9,6-11; Salmo 111; Mateo 6,1-6.16-18

Alguien me contó una anécdota que creo que tiene honda relación con lo que nos dice hoy Jesús en el evangelio. Contaba que en una ocasión que le llegaron a casa unos inesperados invitados se acercó a pedirle al vecino unas lechugas, que éste generosamente le compartió; y cuando le dio las gracias por su generosidad éste le dijo que no le diera la gracias, que más bien dijera ‘Dios te pague’ y lo razonaba de la siguiente manera. Cuando llegue mi hora y me presente ante san Pedro con las manos vacías él me va a decir: pasa, que aquí tienes un montón de  pagarés pendientes.

‘Guarda tu tesoro en el cielo’, nos ha dicho Jesús en otro lugar. Esos actos de generosidad que hayas tenido en la vida, eso que hayas compartido con generosidad son esos pagarés que tendrás acumulados, como decía la anécdota. Eso me ha pensar en una frase que con frecuencia escuchamos ‘de esta vida no nos vamos a llevar nada’, aunque los criterios o razonamientos con que muchas veces se emplea es desde aquel ‘carpe diem’ con el que la gente lo que te está invitando a que te aproveches de la vida para pasarlo bien, porque como dicen es lo único que uno se va a llevar. ¿Serán esos los criterios con que nosotros los cristianos nos guiamos? Algunas veces nos dejamos contagiar por esa irracionalidad y sin sentido de la vida y de alguna manera nosotros andamos también con esos pensamientos o manera de actuar.

Claro que nada de lo material va a atravesar el umbral de la tumba. De la vida sí nos vamos a llevar, sin embargo todo lo bueno que hayamos realizado, la generosidad con que hemos compartido, los buenos detalles que hayamos tenido con los que están a nuestro lado, esa ternura del corazón que hemos derramado o esa ilusión que hemos ido sembrando en los corazones.

Hoy nos decía el apóstol que el que siembra tacañamente, cosechará también tacañamente. Lo que hemos sembrado es lo que va a fructificar. El amor que hayamos puesto en la vida es lo que nos transformará pero también ayudará a que se transforme nuestro mundo. El generoso va a cosechar en abundancia. Son preguntas que también tenemos que hacernos, ¿hasta donde llega nuestra generosidad? ¿Qué disponibilidad hay para el servicio? ¿Seremos capaces de olvidarnos de nosotros para pensar más en los demás? Es sí, la moneda que podemos compartir, pero es mucho más lo que podemos y tenemos que sembrar con generosidad en la vida.

Generosidad pero humildad, porque no hacemos las cosas por conseguir méritos de aquellos que nos ven. Y es de lo que nos está hablando Jesús hoy de manera muy concreta. Cuando vayamos a hacer el bien no vayas tocando la campanilla por delante para que todos puedan ver lo que estás haciendo. Por eso nos dice que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; nadie tiene que saber lo que tú haces. Y nos está hablando Jesús del compartir, en concreto habla de la limosna, pero nos habla en el mismo sentido de nuestra piedad y nuestra oración, como también de aquellos sacrificios que podamos hacer en la vida, nos habla del ayuno.

Fijaos que nos dice que no tenemos que poner cara triste sino cara de fiesta, nos hemos de perfumar, nos dice, en contraposición a lo que era costumbre entre los fariseos de su tiempo, ponían cara de circunstancias para que todos supieran que estaban ayunando. Esas caras de circunstancias todavía seguimos viéndolos en nuestros entornos religiosos. ¿Dónde está la alegría de la fiesta que celebramos cuando hacemos nuestras celebraciones cristianas? Reconozcamos que en esa falta de alegría y de fiesta en muchas de nuestras celebraciones nos morimos de aburrimiento. Qué pena la pobreza de nuestra fe y de nuestra vida cristiana que manifestamos en muchas celebraciones religiosas.

Claro que tiene la alegría con que vivimos en la vida que brotará de nuestros corazones generosos siempre dispuestos a compartir.

martes, 17 de junio de 2025

Ojalá llegue el día en que los latidos del amor marquen el ritmo de los latidos del corazón de todos para hacer esa nueva humanidad que es el Reino de Dios

 


Ojalá llegue el día en que los latidos del amor marquen el ritmo de los latidos del corazón de todos para hacer esa nueva humanidad que es el Reino de Dios

2Corintios 8,1-9; Salmo 145; Mateo 5,43-48

En fin, tras la lectura de este evangelio tenemos que decir que Jesús nos dice que no solo tenemos que amar a los que ya son amigos, sino que tenemos que sentir como amigos a todos. Entendemos que la palabra amigo significa algo así como amado, porque los amigos se quieren y lo manifiestan en muchos gestos y actitudes buenas que tenemos unos con otros, confianza, cercanía, acompañamiento, estar ahí para lo que nos necesiten, compartir que no son solo cosas sino algo más de nosotros mismos, pues nos contamos nuestras cosas, nuestros proyectos… claro que me vas a decir si ahora tengo que contarle las cosas a todo el mundo, es algo distinto, es algo más profundo pues es abrir las puertas del corazón a los demás.

Porque amar solo a los que nos aman como terminará diciéndonos Jesús lo hace cualquiera, pero es que nuestro amor cristiano, que es nuestro distintivo tiene que ser distinto. De ahí esa apertura de nuestro corazón. Por eso ha comenzado Jesús diciéndonos que tenemos que amar también a nuestros enemigos y rezar por ellos. Aquí corrige la ley antigua que habían interpretado hasta entonces demasiado a la letra y era algo que no podía entrar en los caminos del amor.

Pero Jesús es tajante. ‘Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen…’ y nos da una razón muy importante. Será así cómo vamos a manifestar que somos hijos de Dios; porque Dios ‘hace salir el sol sobre malos y buenos, y deja caer la lluvia sobre justos e injustos’. Y cuando Jesús nos pone como modelo de nuestro amor a Dios, ahora nosotros vamos a enmendarle la plana a Dios y le vamos a decir, ahí te equivocas, a los que son malos con nosotros no los vamos a amar. Por eso nos dice que incluso recemos por aquellos que nos han hecho mal, que nos han hecho daño. Cuando comienzas a rezar por alguien lo estás poniendo en tu corazón, y si pones a alguien en tu corazón pronto poco a poco comenzarás a amarle.

Nos habla Jesús de enemigos, pero es que quien ama no se puede considerar enemigo de nadie, ni a nadie puede considerar su enemigo. Claro, pero puede suceder que alguien si se considere enemigo nuestro, nos mire mal, nos desee mal, incluso trate de hacernos mal. Y es aquí donde tienen que aparecer las verdaderas y grandes motivaciones para el amor. Yo diría que claves o piezas importantes para el amor son la comprensión y la misericordia.

Me explico. ¿Por qué alguien se considera enemigo mío? ¿Se sentirá ofendido o molesto conmigo por algo? Tendríamos que analizarnos nosotros los primeros si habrá habido algo en nosotros, un gesto, una actitud en un momento determinado, por el que se sienta ofendido, y claro que tenemos que ser nosotros los que demos el primer paso; pero la comprensión tiene que ir más allá, no nos podemos contentar con decir qué culpa tengo yo de que él tenga un mal momento. Pues eso, todos tenemos malos momentos en la vida y tenemos que ser comprensivos en lo que pueda estar pasando la otra persona para actuar de una manera determinada; conociendo más hondamente seguramente comenzaremos nosotros también a ver las cosas de otra manera.

Y hablábamos también de la otra clave, la misericordia. Ya nos dice Jesús que seamos compasivos y misericordiosos como nuestro Padre del cielo. Y lo que decíamos antes de la oración lo podemos ver aquí también; misericordia es algo así como poner el corazón al lado de la miseria del otro; pongámonos en su lugar, o más aun, hagámosle lugar en nuestro corazón y cuando sintamos sus latidos al ritmo del nuestro, aunque algunas veces discorden, no vayan al mismo ritmo, hará que al final los latidos del amor pongan un ritmo nuevo no solo en nuestro corazón sino también en el corazón del otro.

Ojalá un día esos latidos del amor sean los latidos que marquen la vida de todos.

lunes, 16 de junio de 2025

¡Qué importante no solo envolverse exteriormente con algunos gestos de amor sino dejarnos empapar hasta lo más hondo y así nos salgan espontáneos esos gestos de paz!

 


¡Qué importante no solo envolverse exteriormente con algunos gestos de amor sino dejarnos empapar hasta lo más hondo y así nos salgan espontáneos esos gestos de paz!

2Corintios 6, 1-10; Salmo 97; Mateo 5, 38-42

¿La guerra la apagamos con la guerra? ¿Para evitar que haya una guerra nosotros la comenzamos? Es de tremenda actualidad en estos momentos la Palabra del Señor que hoy se nos propone en el evangelio. Tremenda actualidad no solo por los tambores de guerra que resuenan una y otra vez estos mismos días, sino porque es algo que está muy presente en el día a día de nuestra vida. La espiral de la violencia solo se romperá si en uno de sus estadios en lugar de una bala ponemos una rosa. Nos cuesta entenderlo porque media siempre nuestro amor propio y nuestro orgullo. Pero aunque nos pueda parecer de locos la mejor manera de parar una violencia es no responder, pero no es quedarse pasivamente aguantando esa violencia que cae sobre nosotros, sino positivamente ponernos a hacer algo bueno que incluso pueda hasta beneficiar al que está siendo violento con nosotros.

Lo desarmamos. Aunque en ese momento parezca que el otro se ensaña porque le parece sentirse ofendido con nuestra actitud pacífica, al final se quedará sin recursos para seguir manteniéndose en su postura negativa.  Ya sé que esto no es fácil, porque nosotros tenemos también nuestro amor propio y por dentro se nos pueden encender muchos cañones para nosotros torpedear también, pero ahí está esa postura madura que nos llena de serenidad en los peores momentos, que hace que no perdamos la paz por muchas sean las cosas que nos digan, porque nosotros no le vamos a darle el gusto de encendernos con su ira. No es su tea encendida la que yo voy a coger en mi mano, sino que voy a ofrecer la paloma de la paz. El mundo no nos entenderá pero en nosotros tiene que haber un criterio firme que nos guíe y nos dé fuerza.

Las palabras de Jesús son claras y tajantes. ‘Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero os digo: no hagáis frente al que os agravia’. Está haciendo Jesús referencia a la llamada ley del talión; quizás nacida con buena voluntad, pero que en fin de cuentas son concesiones a lo que tendría que ser el ideal. Quizás para que la venganza no fuera excesiva a la hora de reclamar por la ofensa o el daño recibido, se concedió que fuera en la misma medida, ni un gramo más, por eso lo del ojo por ojo. No podías ir más allá, excederte de esa medida. Pero en fin de cuentas no es otra cosa que entrar en esa espiral de la violencia, y sabemos muy bien que cuando esa espiral comienza a desarrollarse no hay quien la detenga.

De la misma manera que esas palabras tenían su fuerza, Jesús al proponernos el remedio también nos dice cosas que tienen su fuerza; no significa que materialmente hagamos como dice del que te abofetea un lado de la cara, le ofreces el otro – las cosas no se pueden tomar con esa literalidad -, pero si podemos hacer algo que deje desarmado a quien nos haya ofendido, ofrecer la cara del amor, ofrecer la cara del perdón. Aquello que decíamos antes de poner una rosa en esa cadena de la espiral en lugar de una bala, la rosa no dañará, la rosa más bien nos agradará por su belleza y su perfume.

El fiel seguidor de Jesús siempre ha de ir sembrando buenas semillas y buenas semillas son la humildad y la generosidad del perdón – porque tenemos que reconocer que hay que ser generosos y valientes para ofrecer el perdón a quien nos haya ofendido, no es tarea fácil -, buena semilla puede ser una sonrisa que alivie la tensión de ese momento, buena semilla puede ser una mirada serena que de ninguna manera trasluzca resentimientos ni dolores reprimidos, buena semilla será seguir interesándonos por el bien de esa persona y así manifestárselo en ese momento. Creo que si tenemos el corazón lleno de amor hará germinar en nosotros muchas buenas iniciativas con las que responder o con las que comenzar a buscar de verdad la paz.

Jesús nos está diciendo, de todas maneras, cosas muy concretas que nos pueden estar sucediendo todos los días. ¿No nos sucede que a quien nos debe algo lo rehuimos para no sentirnos comprometidos si de nuevo vuelve a pedirnos? ¿No nos sucede que por algún contratiempo que algún momento hayamos tenido con alguien decimos que con esa persona no nos juntamos más ni a misa queremos ir juntos?

¡Qué importante no solo envolverse exteriormente con algunos gestos de amor sino dejarnos empapar hasta lo más hondo para que así nos puedan salir espontáneos esos gestos de paz!


domingo, 15 de junio de 2025

Nacidos para amar, para ser hijos de Dios, para entrar en comunión con toda la creación, y en esa comunión de amor con todos porque somos a imagen y semejanza de Dios


Nacidos para amar, para ser hijos de Dios, para entrar en comunión con toda la creación, y en esa comunión de amor con todos porque somos a imagen y semejanza de Dios

Proverbios 8, 22-31; Salmo 8; Romanos 5, 1-5; Juan 16, 12-15

Cuando litúrgicamente hemos retomado el tiempo Ordinario parece que aun no queremos olvidar el sabor de la Pascua, nos hemos quedado hambrientos de Pascua y es por lo que en este domingo nos dejamos envolver por todo el misterio de Dios al contemplar y celebrar la Santísima Trinidad de Dios. Porque la Pascua a eso nos ha llevado, a introducirnos en el misterio del Dios amor dejándonos envolver por El en el misterio de su Trinidad.

Decimos misterio, en todo lo referente a Dios, porque realmente sentimos que es algo que nos supera, toda la inmensidad de Dios, toda la inmensidad de su amor que nos regala y que nos da vida, pero es que nuestra vida no puede ser otra cosa sino reflejar en nosotros esa comunión de amor que es la Santísima Trinidad.

Allá en las primeras páginas de la Biblia hay algo maravilloso que viene a definirnos nuestra vida, lo que Dios quiere de nosotros cuando nos ha creado. ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’, nos dice. Hechos a imagen y semejanza de Dios, somos algo más que unas células que conforman nuestro cuerpo y decimos que somos un ser humano. Hemos sido creados, repito y esto es algo muy importante en nuestra fe y nuestra antropología, a imagen y semejanza de Dios; y hablamos de inteligencia y voluntad, es cierto, como unos dones maravillosos que Dios nos ha dado, pero no nos podemos quedar ahí sino que por esa inteligencia y por esa voluntad estamos capacitados para amar.

Y esto es lo grande que contemplamos en Dios y que tenemos que revertir en nosotros. Dios no es un ser inaccesible en toda su inmensidad; primero en Dios encontramos una relación de amor y de comunión entre las tres divinas personas que conforman esa unidad en la Trinidad, pero que no se encierra en sí mismo sino que se va a manifestar en toda la creación y sobre todo en su criatura más amada que es el ser humano. Se nos manifiesta porque nos da la posibilidad de que le conozcamos, porque El mismo se nos revela; se nos manifiesta revelándose a si mismo para que así podamos nosotros entrar en esa comunión con El; se nos manifiesta inundándonos de su amor para que ese amor amemos, no solo a El, a Dios, sino que podamos entrar en esa comunión de amor con los demás. Es lo maravilloso de lo que nos hace participes cuando nos dice que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, nacidos para amar, nacidos para ser hijos de Dios, nacidos para entrar en comunión con toda la creación, nacidos para que entremos en esa comunión de amor con los demás creando así una nueva humanidad.

Es lo que contemplamos y celebramos, pero no solo para mirar al cielo, sino también para mirar al suelo, para mirar cuanto nos rodea, para mirar a cuantos conformamos  esta humanidad haciendo posible esa nueva relación de amor de unos y otros. Podemos decir que nos adentramos en esa inmensidad de Dios, pero más aun que dejamos y sentimos que es Dios mismo el que se hace presente en nuestra humanidad. ¿No decimos que somos morada de Dios y templos del Espíritu?

Pero allí donde está Dios tiene que estar también el hombre, porque ya nos enseña Jesús que en el otro tenemos que saber descubrirle a El, saber contemplar a Dios, pero es que si no damos entrada al otro en nuestro corazón significa también que no estamos dejando entrar a Dios en nuestra vida. Estaremos poniendo a Dios en nuestro corazón, dejando que inhabite en nosotros, en la medida en que dejamos entrar en nuestro corazón al otro, al que siempre tenemos que ver como un hermano, porque ya siempre lo estaremos viendo desde el prisma del amor.

El verdadero creyente nunca puede ir solo por la vida, como si él se bastara a si mismo. Siempre decimos que como creyentes caminamos con Dios porque miramos con los ojos de Dios pero también porque tenemos que dejar que nuestras manos sean las manos de Dios. Cuando puso en nuestras manos la obra de su creación no solo para que la disfrutemos sino para que continuemos creándola desde nuestra inteligencia y nuestra capacidad, está poniendo en nuestras manos al hombre, a todo hombre y mujer al que estaremos haciendo llegar ese amor Dios.

Como vemos son muchas las consecuencias y entonces compromiso de vida para nosotros desde la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad. Como decíamos no nos quedamos mirando al cielo sino que tenemos que poner bien los pies sobre la tierra para mirar con una mirada nueva cuanto nos rodea, para vivir esa hermosa comunión con los demás a imagen de la comunión de amor de Dios. No nos quedamos ensimismados, sino que nos tenemos que poner en camino de amor y de comunión.