La victoria desde el silencio y desde el amor
Miqueas, 2, 1-5; Sal. 10; Mt. 12, 14-21
‘Jesús
se marchó de allí…’
Habían comenzado los fariseos a poner sus pegas a Jesús, a rechazarle y hasta
decir que expulsaba los demonios con el poder del príncipe de los demonios, le
llamaron blasfemo y no soportaban que se acercara a los publicanos y pecadores;
ahora ante las respuestas tajantes de Jesús que va desenmascarando sus
intenciones y su manera de actuar, ‘planearon
ya incluso el modo de acabar con Jesús’.
‘Jesús
se marchó de allí’,
pero no dejó de actuar ofreciendo la salvación a los hombres. Lo que no quería
ahora eran publicidades baratas, por así decirlo. ‘Muchos lo siguieron. El curó a todos, mandándoles que no lo
descubrieran’, que no lo divulgaran.
Será la victoria
desde el silencio que es la más hermosa y en muchas ocasiones también más
costosa. Es costosa si porque nos gustarían victorias de otra manera, pero el
estilo de Jesús es bien distinto de nuestros estilos y maneras de actuar. Esto
hace recordar al evangelista lo anunciado por el profeta. Hace como un resumen
un tanto libre de las diferentes profecías.
Juan había visto
venir al Espíritu y posarse sobre El en forma de paloma. Recordamos el bautismo
de Jesús. Era lo anunciado por los profetas. ‘Sobre El he puesto mi espíritu… Mirad a mi siervo, mi elegido, mi
amado, mi preferido…’ La voz del Padre resonaba allá en el Jordán con
palabras semejantes, y de la misma manera volverían a sonar en lo alto del
Tabor. Ahora lo recuerdan los discípulos, lo recuerda y subraya el evangelista.
Pero era el amado y
preferido de Dios que venía lleno del Espíritu pero no gritando ni imponiéndose
por la fuerza ni por la violencia. Será el rey pacífico y príncipe de la paz. ‘Como cordero llevado al matadero enmudecía y
no profería grito alguno’, diría también el profeta. Así se manifiesta
Jesús en la humildad y en la mansedumbre. ‘No
porfiará, no gritará, no voceará por las calles’. Querrá mantener la llama
encendida aunque sea solo una pequeña brasa, aunque sea un pabilo vacilante. Ya
llegará el momento en que se convertirá en luz resplandeciente, pero ahora se
va manifestando en la humildad de lo pequeño y de lo sencillo. Es así como se
manifiesta Dios, como hemos reflexionado muchas veces. Es la lección del
silencio.
El amor no hace ruido
pero resplandecerá un día como la más reluciente y asombrosa luz; el amor desde
el silencio y lo pequeño se llegará a convertir en un hermoso y grandioso grito
que nos despertará para que nos demos cuenta qué es lo que en verdad va a
transformar nuestro mundo. Pero el amor va actuando en el silencio, en lo
callado y en lo humilde y va construyendo el más hermoso edificio de la
comunión. Porque no pretendemos escachar a nadie con nuestro amor, sino
levantar corazones para que comiencen a amar también.
Igual que se ponen
calladamente una piedra junto a otra para ir levantando pausadamente el
edificio, así vamos poniendo nuestros gestos de amor, nuestras palabras de paz,
los sentimientos hondos de bondad, de comprensión, de cercanía, de generosidad.
Sin hacer alardes. Sin buscar reconocimientos. Ni siquiera que nos den las
gracias. Lo que buscamos es la gloria de Dios.
El amor es paciente y
bondadoso, sabe sufrir también en silencio y sabe también excusar y disculpar,
porque el amor está lleno de esperanza, se alimenta también en la esperanza.
¡Qué hermoso el cántico del amor del apóstol San Pablo en la Carta a los
Corintios!
Tenemos que aprender
esos caminos y para eso miramos a Jesús, lo contemplamos hoy en el evangelio.
Aprender la lección del amor verdadero en el silencio; aprender la victoria desde
el silencio y desde el amor que nos llenará de la verdadera paz. Aunque le
rechazaban y tramaban contra El y El pudiera hacerles callar y dominarles de
otras maneras, solamente quería encender en el mundo la hoguera del amor porque
su victoria seria la del silencio y la de la paz.