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sábado, 10 de septiembre de 2022

Es necesario darle profundidad a nuestra vida y a nuestra fe, ese crecimiento espiritual que tenemos que ir realizando en profunda espiritualidad

 




Es necesario darle profundidad a nuestra vida y a nuestra fe, ese crecimiento espiritual que tenemos que ir realizando en profunda espiritualidad

Corintios 10, 14-22; Sal 115; Lucas 6, 43-49

Cuando vamos a plantar o trasplantar un árbol cavamos profundo en la tierra para hacer un espacio lo suficientemente amplio para poder enterrar bien sus raíces que luego se extenderán profusamente en el suelo para quedar bien enraizado y pueda obtener los nutrientes necesarios para que el árbol prospere, un día nos ofrezca exuberantes ramas presagio de las flores y los frutos que un día podremos obtener.

Hoy nos habla Jesús del árbol que da buenos frutos, como queriendo indicarnos lo que nosotros hemos de conseguir hacer en la vida; ser ese árbol bueno que no se quede en darnos maderas para el fuego, sino que un día pueda ofrecer buenos frutos. Pero es necesario estar bien enraizado, haber encontrado esa profundidad de donde las raíces puedan sacar los necesarios nutrientes. Y ese es un tema muy importante en la vida.

Vivimos en un mundo con demasiadas superficialidades; algunas veces ni en los estudios exigimos a los estudiantes que ahonden y profundicen bien en aquello que estudian que les está preparando un buen futuro; por otra parte vivimos en una carrera loca donde de la manera más rápida logremos eso que decimos de disfrutar de la vida; evitamos los esfuerzos, no somos exigentes ni con nosotros mismos para proponernos metas grandes ni para luego luchar por ellas; en la vida lo queremos todo pronto y fácil; en esa loca carrera no queremos detenernos para ahondar en las cosas, para buscar donde están los verdaderos nutrientes de la vida, y terminamos con una vida muy superficial.

Y de eso que está en el ambiente podemos contagiarnos todos. No queremos entender que el edificio le levanta piedra a piedra, que aunque con los modernos métodos de construcción parece que nos dan las cosas hechas, prefabricadas y lo que tenemos que hacer a lo sumo es montarlas; nos olvidamos que esa prefabricación ha llevado también un tiempo y un proceso, y que otros hayan realizado bien su trabajo para que ahora todo quede bien ensamblado. Como muchas veces solo vemos el último momento, nos parece que todo va por lo pronto y por lo fácil, olvidando lo que hay detrás.

Así en la vida, si ahora nos encontramos con algo serio y bien pensado, recordemos el tiempo que ha habido detrás de preparación, de profundización, de ahondar bien en los cimientos de la vida para lograr lo que ahora tenemos. Podemos pensar en todos los aspectos de la vida, y tenemos que pensar en lo más hondo de nosotros mismos que tenemos que saber construirlo desde lo más profundo. Y tenemos que hablar de nuestra fe y de lo que es nuestra vida cristiana. Porque de esa superficialidad podemos contagiarnos a la hora de vivir nuestra fe o manifestarnos como cristianos, como creyentes en Jesús.

Hemos comenzado hablando de las raíces del árbol que hemos enterrado, pero Jesús nos ha hablado hoy en el evangelio también de los cimientos sobre los que tenemos que construir la casa de nuestra vida, el edificio de nuestra fe. Y nos habla Jesús de la escucha de la Palabra de Dios, tan importante y tan necesaria. Y escuchar no es solo que lleguen unos sonidos a nuestros oídos, sino prestar atención para que lo que oímos lo escuchemos también.

Es como el que va perdiendo audición en sus oídos y al final lo que escucha son cosas diversas como revueltas que se convierten en un ruido ininteligible; necesitará unos audífonos que le clarifique los sonidos, que le hagan escuchar bien y poder comprender lo que oye – lo digo por experiencia -; es lo que necesitamos de esa escucha de la Palabra de Dios, que llegue de forma inteligible a nuestro corazón, que la plantemos de verdad en nuestro corazón, para que seamos en verdad ese árbol que al final da buenos frutos.

Es la profundidad que tenemos que darle a nuestra vida y a nuestra fe; es ese crecimiento espiritual que tenemos que ir realizando en nuestra vida; es esa espiritualidad profunda que nos ayudará a encontrar el verdadero sentido de las cosas; es ese empuje de la gracia que moverá nuestros corazones y nuestra vida para manifestar de forma auténtica nuestra fe.

viernes, 9 de septiembre de 2022

Vivamos con autenticidad, con veracidad, siendo sinceros con la verdad de nosotros mismos y nuestras debilidades, camino de la verdadera grandeza

 


Vivamos con autenticidad, con veracidad, siendo sinceros con la verdad de nosotros mismos y nuestras debilidades, camino de la verdadera grandeza

1Corintios 9, 16-19. 22b-27; Sal 83; Lucas 6, 39-42

Con qué facilidad proyectamos sobre los demás lo que llevamos dentro de nosotros, lo que nos sucede, lo que pueden ser unos sentimientos negativos que llevemos dentro. Es como un mecanismo de defensa, no lo vemos en nosotros, porque no lo queremos ver y al final hasta nos convencemos de que eso nos pasa a nosotros, pero lo vemos siempre en los demás. Por eso nunca somos culpables, no tenemos defectos ni vicios, pero todo eso lo vemos en los demás, en los que nos rodean; y creamos sentimientos negativos dentro de nosotros, y contagiamos también a los demás de esos sentimientos negativos.


Qué bueno sería que con quien primero fuéramos sinceros es con nosotros mismos; porque nos engañamos, porque nunca vemos esas cosas en nosotros, y nos justificamos, y aparentamos, y nos llenamos de vanidades y de orgullos porque como somos tan perfectos nos endiosamos mientras siempre estamos condenando a los demás. Cuánto nos cuesta ser sinceros con nosotros mismos para no vivir de apariencias y de vanidades.

Es lo que nos está diciendo hoy Jesús con un sencillo ejemplo; fáciles somos para ver la más mínima mancha en el ojo ajeno, pero no somos capaces de darnos cuenta de la viga que llevamos en nuestros propios ojos. Y claro estamos tan ciegos que no seremos capaces de apreciar nunca lo bueno que hay en los demás. Tenemos que buscar el colirio que limpie nuestros ojos y le dé brillantez para ver y apreciar lo bueno de los demás. Por eso nos dice Jesús que quitemos primero la viga que llevamos en nuestros ojos antes que estar tan preocupados por la pequeña mota que puede haber en el ojo del hermano.

Nos dirá Jesús que con nuestras vanidades terminamos convirtiéndonos en ciegos que quieren guiar a otros ciegos. Y vamos a caer en hoyo. Es que necesariamente iremos tropezando por todas partes, porque hay ceguera en nosotros. Claro que tenemos que preocuparnos de que el hermano que va a nuestro lado en el camino de la vida no tropiece y caiga, pero tenemos que darnos cuenta del daño que con nuestra ceguera vamos haciendo a los demás.

El que tiene los ojos turbios nada bueno puede enseñar a los demás, el que se sube en falso a un pedestal, pronto se va a derrumbar porque no tiene consistencia y nos vendremos abajo, el que se oculta tras las apariencias de las vanidades para no dejar conocer la realidad de su vida, ha de saber que pronto se van a descorrer esos velo y nos van a dejar desnudos en nuestra realidad ante el mundo. ¿No dice el dicho popular que más pronto se coge a un mentiroso que a un cojo?

Nos está invitando Jesús a que vivamos con autenticidad, con veracidad. No temamos el reconocer nuestra debilidad, porque andamos en el país de los ciegos, como suele decirse, y el que más y el que menos todos tenemos nuestras cegueras, nuestras debilidades. ¿Por qué vamos a aparentar lo que en realidad nosotros?

Ya sé que por medio están nuestros orgullos, está nuestro amor propio, ese prestigio que queremos mantener aunque sea a costa de falsedades de la vida, está ese irse siempre comparando con los demás para vernos siempre como en un escalón por encima de los otros, esos halagos que deseamos recibir de los que nos rodean. Seamos sinceros con los demás sobre nuestra propia verdad tan llena de debilidades. La grandeza está en que seamos capaces de luchar por salir de esas debilidades, y esa humildad vamos a ser valorados por los que son realmente sinceros.

Recordemos lo que en otro lugar nos dirá Jesús que el que se enaltece será humillado, sino el que es capaz de humillarse será enaltecido de verdad.

jueves, 8 de septiembre de 2022

Hoy nos toca regalar a María en su cumpleaños, acogerla en nuestro corazón y regalarle la flor de nuestra disponibilidad para que se plante siempre en nosotros la Palabra de Dios

 



Hoy nos toca regalar a María en su cumpleaños, acogerla en nuestro corazón y regalarle la flor de nuestra disponibilidad para que se plante siempre en nosotros la Palabra de Dios

 Miqueas 5, 1-4ª; Sal 12; Mateo 1, 18-23

Podíamos decir que es de hijo bien nacido el celebrar el cumpleaños de la madre. Lo llevamos en la sangre. Lo vemos en cualquier casa y más hoy que somos tan dados a celebraciones y fiestas. Por muy humilde que se sea y escasos sean los recursos siempre hay para una flor, para un detalle que los hijos ofrecen con amor a su madre; cuando nos falta, y a todos nos llegan esos momentos, vienen los recuerdos, las añoranzas, los sentimientos porque quizá no siempre la festejamos como se merecía, nunca supimos corresponder al amor de una madre.

Hoy es el día de nuestra madre, la que nos regaló Jesús en la cruz, la que era la madre de Dios pero Jesús quiso que también fuera nuestra madre. ‘Ahí tienes a tu madre’, le decía Jesús a Juan desde la cruz en la hora suprema de la muerte; fue algo hermoso que nos dejó como herencia, el regalo de una madre. Hoy 8 de septiembre celebramos la natividad de la Virgen María.

En la devoción popular muchos con los nombres diversos con que la llamamos y festejamos en este día según sean los pueblos y lugares. Recordando brevemente en el entorno más cercano a donde vivo, la llamamos la Virgen de la Luz o la Virgen de los Remedios como advocaciones muy comunes en muchos de nuestros pueblos, pero la llamamos también Nuestra Señor del Socorro que es como una réplica de la Virgen de Candelaria pues se celebra en aquellos lugares donde fue encontrada su imagen o la Virgen del Pino como la celebran en una de nuestras islas o también Virgen de la Natividad recordando su nacimiento.

El evangelio nada nos dice del nacimiento de María, pues todo girará siempre en torno a Jesús; pero los evangelios apócrifos nos hablarán del lugar del nacimiento de María en las cercanías del templo de Jerusalén donde hoy se levanta una basílica en su honor. Lo que sí podemos considerar como algo muy especial su nacimiento, pues recordamos que hace nueve meses celebramos su Inmaculada Concepción para contemplar cómo ella, en virtud de los merecimientos de Cristo Jesús, ya que iba a ser su madre, fue preservada de todo pecado, siempre inmaculada desde el primer instante de su concepción y posterior nacimiento.

Si la Escritura pone en labios de Jesús, en su entrada en el mundo, aquellas palabras proféticamente señaladas en la oración de los salmos ‘aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’, ¿qué podríamos decir de ese nacimiento de María que un día llegaría a proclamar que era la esclava del Señor y que se cumpliera en ella según su palabra?

Podríamos atrevernos a decir que así se sentía ella desde que tuvo conocimiento de sí misma, para buscar siempre y en todo lo que era la voluntad del Señor para su vida. De ahí la disponibilidad y la generosidad de su corazón, disponible para la voluntad de Dios, disponible siempre para el servicio a los demás. Podríamos decir que fue como el lema de su vida, en todo siempre y por encima de todo la voluntad de Dios, que se realizara en ella lo que era la Palabra de Dios.

Cuando hacemos un regalo a alguien a quien queremos y más cuando queremos hacer un regalo a la madre, buscaremos lo que más le agrade, lo que más le haga feliz. Hoy nos toca regalar a María, cuando tantos regalos de ella hemos recibido en forma de gracia a lo largo de nuestra vida. José le hizo el regalo de su confianza para aceptar lo que en ella venía de Dios y la acogió en su casa. Juan la recibió en la cruz como madre y la acogió en su casa. Nosotros que la tenemos como madre también queremos acogerla en la casa de nuestra vida pero además queremos ofrecerle una flor.

La flor que le ofrezcamos hoy a María sea el de nuestra disponibilidad para que también nosotros se realice siempre lo que es la voluntad de Dios. Como lo hizo ella. Ya ella también nos enseñó a hacerlo, aunque como sucede siempre tantas veces hemos olvidado. A nosotros nos decía, como a aquellos sirvientes de las bodas de Caná, ‘haced lo que El os diga’. Hoy le decimos a María que así queremos hacer siempre lo que nos dice el Señor, así queremos nosotros también plantar en nuestro corazón la Palabra de Dios. No dejemos marchitar esa flor.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Jesús nos ha elegido y nos ha enviado como a los apóstoles para que nosotros anunciemos también esa Buena Noticia que de los pobres es el Reino de los cielos

 


Jesús nos ha elegido y nos ha enviado como a los apóstoles para que nosotros anunciemos también esa Buena Noticia que de los pobres es el Reino de los cielos

1Corintios 7, 25-31; Sal 44; Lucas 6, 20-26

¿Le hemos mirado a la cara y a los ojos a un hombre que está llorando porque quizás no tiene pan que darles a sus hijos mientras le decimos que un día se secarán sus lágrimas, y que aquella situación por la que está pasando un día se acabará? Confieso que a mí, por lo menos, me es difícil decirle esas cosas y mirarlo a los ojos. ¿Nos lo creerá? ¿Pensará acaso que nos estamos riendo de él con promesas infundadas porque sospecha que ni nosotros mismos nos estamos creyendo lo que le decimos?

Es difícil. Pero también digo que si aquella persona ha puesto su confianza en nosotros y mostramos sinceridad en nuestras palabras porque también nosotros nos las creemos, seguramente un nuevo brillo comenzará a aparecer en su mirada pensando en el día, no sabe si cercano o lejano, en que todo aquel sufrimiento se va a acabar. Algo parece que puede aparecer en el horizonte de su vida. Y os digo también que tenemos la obligación de aclarar bien ese horizonte para tantos que sufren en torno nuestro. ¿Cómo hacerlo? He aquí una gran tarea que hemos de tener entre manos. Y con urgencia.

Pero cuando escuchamos hoy estas palabras pronunciadas por Jesús frente a aquella multitud que se había congregado en aquel llano porque querían escucharle, tenemos la seguridad que escuchando a Jesús se les abrían los horizontes a aquellas gentes. Por eso acudían a El de todas partes. Por eso ahora cuando Jesús ha bajado del monte con aquel grupo a los que ha constituido apóstoles, se encuentra con aquella multitud congregada. Y Jesús está realizando signos de que aquellas palabras eran verdad y podían confiar en El.

Aquellos enfermos, paralíticos, ciegos, leprosos, todos los aquejados con cualquier dolencia iban recibiendo las señales de ese Reino nuevo que comenzaba cuando comenzaban a moverse sus miembros antes inválidos, cuando la piel de los leprosos se sanaba, cuando comenzaban a ver la luz aquellos ojos ciegos que vivían en la oscuridad. De los pobres era el Reino de los cielos, porque en ellos primero que en nadie se estaban dando las señales, y los que tenían hambre comenzaban a sentirse saciados con algo nuevo que desde Jesús llegaba a ellos, las lágrimas se secaban porque las penas desaparecían y la nueva esperanza que iba brotando en sus corazones les hacía disfrutar de la más hermosa de las alegrías. Se estaba realizando aquello anunciado por el profeta y que se había proclamado en la sinagoga de Nazaret, ‘a los pobres se les anunciaba una buena noticia’.

Pero Jesús nos ha elegido y nos ha enviado como a los apóstoles para que nosotros anunciemos también esa Buena Noticia. Nosotros tenemos que mostrar no solo ya con nuestras palabras sino con nuestras vidas esos signos del Reino Nuevo, haciendo el mismo anuncio de Jesús. Con certeza y seguridad tenemos que anunciar que los hambrientos serán saciados y que los que lloran un día reirán de felicidad. Y por nuestros gestos, por nuestra vida, por aquello que vayamos haciendo tenemos que ir haciendo creíble ese mensaje frente al mundo que nos rodea.

Es el compromiso de nuestra fe, es el compromiso de nuestra vida, son los signos que nosotros hoy también tenemos que seguir realizando a la manera de Jesús, es la tarea que tenemos entre manos de hacer un mundo nuevo, hacer nuestro mundo, hacer que en verdad todos sean felices. En nuestras manos está esa tarea. Hagamos creíble ante el mundo esa fe que profesamos, ese Reino de Dios que decimos que queremos construir.

martes, 6 de septiembre de 2022

Llenos de Dios tenemos que ir al encuentro de los que nos rodean con paz, sin tensión ni agobio, con mucho amor para hacer presentes las maravillas del Señor

 


Llenos de Dios tenemos que ir al encuentro de los que nos rodean con paz, sin tensión ni agobio, con mucho amor para hacer presentes las maravillas del Señor

1Corintios 6, 1-11; Sal 149; Lucas 6, 12-19

En tres momentos podemos fijarnos en el texto del evangelio que hoy se nos propone, que de alguna manera nos están marcando nuestro camino y, que hemos de reconocer, no siempre tenemos en cuenta en nuestra tarea como cristianos.

Muchas veces nos encontramos con gente que quiere vivir con responsabilidad su tarea y quieren ser cumplidores hasta el final en aquello que se proponen, pero al mismo tiempo observamos, nos lo dicen ellos en ocasiones, que se sienten tensos y esa tensión les hace vivir como agobiados y se encuentran que muchas veces, al menos a ellos les parece, no rinden todo cuanto quisieran; se sienten cansados y agotados, porque muchos, es cierto, es el trabajo, pero muchas veces es consecuencia de esa tensión en la que viven. Nos damos cuenta, y a ellos a veces les cuesta entenderlo, que necesitan una parada en ese ritmo trepidante en que viven, necesitan un descanso que es algo más que detener los trabajos, porque necesitan quizás encontrarse consigo mismo, para poner no solo orden en la tarea que realizan sino una serenidad interior que es donde van a encontrar esa fuerza que necesitan.

Cuando tenemos una cierta sensibilidad y una inquietud en el corazón a veces nos sentimos como agobiados ante la tarea que hemos de realizar; grande es el campo que se abre ante nosotros, inmensa la tarea, vemos necesidades y problemas, o vemos a la gente desorientada y quisiéramos tener una palabra de orientación y de animo, una palabra que ilumine. Pero a veces nos sentimos sin fuerzas, somos nosotros mismos los que nos encontramos desorientados también sin saber qué camino tomar, qué cosa es la más urgente que tenemos que realizar.

Como decíamos, estos tres momentos que contemplamos hoy en el evangelio quieren ser para nosotros una pauta. Hagamos como Jesús. En ocasiones vemos también que se ve desbordado, la gente se agolpa a su puerta, le sigue por todos los caminos, y hasta en los lugares más insospechados se va a encontrar multitudes que vienen a su encuentro. Ya en otro momento del evangelio, cuando nos dice el evangelista que no tenían tiempo ni para comer, Jesús se llevó al grupo de los discípulos más cercanos a un lugar apartado para descansar.

Hoy lo contemplamos en el mismo actuar de Jesús. Se fue a solas al monte y pasó la noche en oración. ‘Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios’. Recordamos también cuando en Cafarnaún se agolpaban a la puerta de la casa de Simón Pedro, Jesús de madrugada se fue a un lugar solitario para orar antes de emprender el camino por las diferentes aldeas y pueblos de Galilea haciendo el anuncio del Reino de Dios. Detenernos para encontrarnos con nosotros mismos, detenernos para dejarnos encontrar por Dios. Un primer paso que necesitamos.

Pero Jesús no quiere realizar su tarea y su misión solo, quiere contar con aquellos que le siguen. Por eso a la mañana siguiente fue llamando de uno en uno a aquellos doce a los que va a constituir apóstoles, porque a ellos les va a confiar una misión. Y el evangelista nos detalla los nombres de los doce elegidos. Ni mejores ni peores que el resto de la multitud que le sigue, algunos han ido expresando ya su disponibilidad para seguirle cuando dejaron sus barcas, cuando dejaron sus negocios, cuando dejaron sus casas por seguir y estar con Jesús. Es el segundo momento que contemplamos.

Unos hombres llenos también de debilidades, de ambiciones y sueños, de tropiezos y caídas en su vida, de abandonos, alguno incluso llegará a traicionarle, pero con ellos quiere contar Jesús. Jesús así quiere contar con nosotros, tal como somos, con nuestra vida también de pecadores, pero que queremos poner mucho amor en nuestro corazón, aunque fácilmente nos aparezca nuestra debilidad. Quiere contar con nosotros ¿así sabremos nosotros contar con los demás?

Y a continuación nos dice el evangelista que bajaron al llano, allí donde estaba la vida de cada día, allí donde estaban aquellos hombres y mujeres que buscaban a Jesús y que estaban con sus problemas, con sus necesidades, con sus enfermedades, con su hambre no solo de pan sino también de esperanza y de vida. ‘Un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón…’ Y nos continúa diciendo el evangelista, ‘venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos’.

Es el tercer momento, importante para nuestra vida, el encuentro con los demás, el encuentro con el sufrimiento, el encuentro con aquellos que nos están tendiendo las manos esperando de nosotros esa palabra de vida y de esperanza, ese gesto que les haga sentir cercano a Dios, ese momento en que se sientan tocados por la gracia de Dios. Cuántas oportunidades tenemos de ser signos del amor y de la misericordia de Dios con nuestra escucha, con nuestra cercanía, con nuestros gestos pequeños y humildes pero que pueden ser para ellos signos del amor de Dios.

Para que lleguemos a este momento y sepamos dar respuesta hemos de pasar por los otros dos momentos, donde nosotros nos llenemos de Dios y nos sintamos llamados; así podremos ir con paz, sin tensión ni agobio, con mucho amor para hacer presentes las maravillas del Señor.

lunes, 5 de septiembre de 2022

Quitemos los filtros de malicia y desconfianza de nuestra mirada para descubrir y valorar siempre todo lo bueno que encontramos en los demás

 


Quitemos los filtros de malicia y desconfianza de nuestra mirada para descubrir y valorar siempre todo lo bueno que encontramos en los demás

1Corintios 5, 1-8; Sal 5; Lucas 6, 6-11

En la vida siempre hay quien lleva filtros en los ojos. Como esos que siempre llevan entintados los cristales de sus gafas; entonces todo lo que miran es con el color del cristal a través del cual están mirando. Lo pueden ver todo turbio o lo pueden ver con negruras, depende de la suciedad a través de la cual miran o de la oscuridad que llevan en la vida.

Cuando nos entra desconfianza en el corazón hacia alguien siempre veremos de manera turbia todo lo que haga esa persona; diremos que esa persona obra por mala intención sin darnos cuenta que quienes llevamos la mala intención en el corazón somos nosotros con nuestra desconfianza, o con nuestra malicia. Personas que siempre están al acecho, están detrás de las mirillas de sus ventanas observando, interpretando, juzgando… condenando, porque las cosas no son como a ellos les gustaría, porque con nuestra malicia interpretamos lo que hacen poniendo malicia o doble intención.

Nacen las criticas sin razón y siempre destructivas. Aparecen las discriminaciones y los rechazos. No somos capaces de ver lo bueno porque siempre tendremos ‘un pero’ que poner. Está detrás nuestra autosuficiencia y el desprecio. Son nuestras miradas puritanas pero que encierran una falsedad en nuestro corazón. Nos volveremos destructivos porque siempre queremos echar abajo lo que los otros realicen y a la menor oportunidad trataremos de rehacer a nuestra manera lo que los otros hayan realizado. No se soporta lo bueno que puedan hacer los demás sobre todo si consideramos que no son de los nuestros.

Lo estamos viendo en el día a día de nuestra sociedad; somos tan partidistas que solo lo que hagan los nuestros será bueno; en nosotros no veremos nunca ningún defecto, ningún error, trataremos de ocultar los fallos que puedan tener los que son de nuestro bando, intentaremos salpicar de maldad todo lo que hacen los demás. No somos capaces de caminar en nuestra sociedad aunando esfuerzos; no queremos escuchar lo que nos puedan ofrecer los demás, aunque luego cuando ya no nos quede más remedios intentaremos hacerlo como si fueran ideas nuestras cuando antes siempre estábamos en contra. Problemas del día a día de nuestra vida social donde tampoco sabemos perder y reconocer el éxito que puedan lograr los demás.

¿Cuándo aprenderemos a buscar lo bueno y lo mejor entre todos en un armonioso diálogo? ¿Cuándo dejaremos a un lado esa acritud que tan fácilmente aparece en los diálogos o discusiones que podamos mantener para ofrecer cada cual las mejores ideas para el bien de todos? Lo malo es que estas actitudes de nuestros dirigentes van contagiando a todos, y las nuevas generaciones serán igualmente partidistas, poco dialogantes y violentas. Nos quejamos de esa violencia que cada vez más agravada en multitud de actos públicos, pero ¿a quien están imitando? ¿Qué se ve en los que se llaman dirigentes de nuestra sociedad?

Son aspectos humanos que tenemos que saber mejorar, son actitudes nuevas que tenemos que saber poner en juego en nuestra sociedad quienes nos decimos seguidores de Jesús. El padeció también esas violencias y rechazos. Hoy hemos escuchado en el evangelio que en la sinagoga aquel sábado estaban al acecho de lo que pudiera hacer Jesús. Y el que pasó haciendo el bien no podía dejar que un ser humano siguiera sufriendo simplemente por la intransigencia de algunos.

Había allí un hombre con una mano paralizada, pero no querían permitir que Jesús lo curara, estaban al acecho; ya estaban apareciendo las desconfianzas contra Jesús y todo lo que hacia Jesús tenía que pasar por el filtro de aquellos ojos llenos de desconfianza y de maldad.

Y Jesús nos dice que siempre tenemos que hacer el bien, que no podemos permitir el sufrimiento de nadie si está en nuestras manos remediarlo; Jesús nos está pidiendo que vayamos por la vida con  mirada limpia sabiendo recoger todo lo bueno, venga de donde venga. Jesús nos pide que no andemos encorsetados con normas y preceptos que no ayudan al bien del hombre, al bien de la persona. Jesús nos está pidiendo que comencemos a hacer un mundo de mayor armonía y paz, que busquemos siempre el encuentro y el diálogo, que sepamos respetar y valor lo bueno del otro, que arranquemos de una vez para siempre las malicias y desconfianzas del corazón. Son los estilos del Reino de Dios.

domingo, 4 de septiembre de 2022

Tenemos que saber elegir aunque cueste y el seguimiento de Jesús nos hace buscar la sabiduría de tomar opciones radicales para vivir la libertad nueva del Reino de Dios

 


Tenemos que saber elegir aunque cueste y el seguimiento de Jesús nos hace buscar la sabiduría de tomar opciones radicales para vivir la libertad nueva del Reino de Dios

Sabiduría 9, 13-19; Sal 89; Filemón 9b-10. 12-17;  Lucas 14, 25-33

Tenemos que saber elegir. Son decisiones que tenemos que estar tomando en cada momento. Entramos en un comercio o en un almacén porque queremos adquirir un determinado artículo que necesitamos y nos vamos a encontrar una variedad grande entre los que tenemos que elegir; que si la calidad, que si el precio, que si las características, que si la funcionalidad que puede tener uno y otro que nos parecen semejantes… y estamos ante una opción que hemos de realizar. ¿Qué elegimos? Lo mismo nos sucede cuando queremos emprender una obra o una tarea donde se nos presenta todo un abanico de planes y de proyectos donde tenemos también que hacer nuestra elección.

Claro que no sé si nos hacemos los mismos planteamientos a la hora de escoger unos valores para la vida, unos principios que determinen qué estilo de vida queremos vivir, en qué cosas queremos insistir más y ponerlas como espejos en la vida donde mirarnos para descubrir lo que somos o hacia dónde queremos caminar. Porque claro, no solo de trata de elegir unas cosas que vamos a poseer, unos vestidos que nos vamos a poner o unos adornos con los que queremos embellecernos. Son planteamientos más hondos que hay que hacer en la vida si no queremos contentarnos con una vida superficial; incluso para ello también tenemos que hacer nuestras opciones.

La vida, cualquiera que sea el lugar o las circunstancias en que vivimos, nos exige que nos hagamos serios planteamientos, que nos tracemos un camino o que hagamos opción por lo que se nos ofrece. Y también son muchas las cosas que se nos ofrecen. Es un campo amplio el que tenemos delante de nosotros. Son muchas también las influencias que podemos recibir de un lado o de otro, están unas tradiciones que hemos heredado, será la educación que hayamos recibido, o los ejemplos de los que nos rodean desde la familia o desde la misma sociedad que pueden influir en nosotros. No todo es malo, hemos de reconocer, pero tenemos que encontrar aquello que nos dé una mayor plenitud a nuestra vida. Esa calidad que nos es tan difícil de elegir en muchas ocasiones.

Es lo que se nos plantea en el encuentro con el evangelio de Jesús. La Palabra de Jesús nunca nos deja adormilados; es siempre una palabra incisiva porque es una palabra viva que quiere llegar a lo más profundo de nosotros. Como decía la Escritura es como espada de doble filo que se mete hasta el tuétano. Así nos inquieta, así nos interroga, así nos hace planteamientos, pero a nosotros nos toca responder, a nosotros nos toca hacer la elección. Y como hemos venido diciendo, hemos de saber elegir.

En lo que hoy nos dice Jesús mismo nos pone unos ejemplos; el hombre que quería construir una torre y que antes de comenzar ha de plantearse si en verdad puede llevarla hasta el final, no es solo hacer unos bonitos planos de algo muy grandioso o muy bello, sino ver si en verdad podemos llevarlo a cabo; nos habla también del rey que va a hacer la guerra, que tiene que saber con qué ejércitos cuenta, para de lo contrario buscar las mejores condiciones de paz.

Jesús nos invita a vivir el Reino de Dios, ha sido su anuncio desde el primer momento, y nos invita a seguirle. Y es ante esa invitación ante la que hemos de detenernos para descubrir de verdad el camino al que Jesús nos invita. ¿Qué significa el evangelio para nosotros?, podemos preguntarnos. ¿Cuál es el evangelio que Jesús anuncia a nuestra vida? es un anuncio y una invitación que nos hace, es un camino a realizar, unos valores a vivir, un sentido nuevo de vida el que hemos de tomar.

Nos está invitando a vivir el Reino de Dios. ¿Qué cosas serian incompatibles con la vivencia del Reino de Dios? Todo aquello que nos ate o nos esclavice es incompatible con un reino de libertad profundo al que Jesús nos invita. Por eso nos invita a despojarnos, arrancar de nosotros aquellas actitudes, aquellas obras de sombras y tinieblas incompatibles con la luz del Reino, con los valores del Reino. Por eso incluso radicalmente nos hablará de que aun aquellas personas más cercanas a nosotros si son impedimento para vivir en ese sentido y estilo del Reino de Dios, tenemos que renunciar a ellas.

Nos pudiera parecer que son duras y destructivas las palabras de Jesús que nos pone en la tesitura de elección entre la familia y el Reino de Dios; no quiere Jesús destruir a la familia, cuando por otra parte nos está enseñando un camino de amor, pero es como un ejemplo de esas actitudes egoístas e insolidarias que pudiera haber en nosotros en que pensamos más en nosotros mismos o nuestras cosas, de lo que tendríamos que saber desprendernos.

Ese desprendimiento cuesta, porque el orgullo y el amor propio pesan mucho dentro de nosotros, porque las vanidades de la vida nos atraen, porque muchas veces queremos nadar y guardar la ropa y queremos vivir detrás de apariencias que se convierten en falsedades de la vida, porque el egoísmo tiende a encerrarnos en la insolidaridad de pensar solo en mí mismo, y olvidarnos de nosotros mismos no es fácil. Por eso nos habla de cruz, no porque de una forma masoquista busquemos el sufrimiento, sino que tenemos que saber pasar por el dolor del desprendimiento, para poder llegar a vivir el gozo de la libertad verdadera que es lo que Jesús nos ofrece.

Tenemos que saber elegir. Y son cosas fundamentales, son cosas importantes, tenemos que saber dónde está el primer mandamiento y hasta dónde nos lleva. Pero el Señor está con nosotros y nos acompaña siempre la fuerza de su Espíritu. Es toda una sabiduría.