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sábado, 8 de septiembre de 2012


Desbordo de gozo con el Señor en el nacimiento de María
Miq. 5, 2-5; Sal. 12; Mt. 1, 1-16.18-23

‘Dichosa eres, Santa Virgen María, y muy digna de alabanza; de ti ha salido el sol de justicia, Cristo nuestro Dios’. Dichosa, feliz, te decimos María en el día en que celebramos tu nacimiento. Te felicitamos y nos felicitamos contigo. Te felicitamos y contigo nos alegramos en tu natividad porque tu nacimiento es la aurora que anuncia el día de la salvación, tu nacimiento nos anuncia la llegada de la salvación. Felicidades, madre; felicidades, María. ‘Hoy nace una clara estrella, tan divina y celestial, que, con ser estrella, es tal, que el mismo sol nace de ella’, que dice la liturgia en este día en uno de sus himnos.

Claro que sí, tenemos que felicitar a María. ‘Desbordo de gozo con el Señor, cantaré al Señor todo el bien que me ha hecho’, repetíamos en el salmo. Así nos llenamos de gozo en esta fiesta de la Natividad de María. 
Si a cualquiera de los seres de este mundo que conocemos y amamos los felicitamos en el día de su cumpleaños, así también tenemos que felicitar a la madre, tenemos que felicitar a María. Es nuestra madre; es la madre del Señor; por ella nos llegó la salvación. Así nos lo repite de mil maneras la liturgia en este día. Y como dice uno de los himnos litúrgicos de esta fiesta celebrar la natividad de María es como ensayar o entrenarnos para cuando celebremos la Natividad del Señor. ‘Canten hoy, pues nacéis vos, los ángeles, gran Señora, y ensáyense, desde ahora, para cuando nazca Dios’.

Así hoy por todos los lugares celebramos una fiesta en honor de María en sus distintas advocaciones. Y la llamamos la Madre de la Luz, y la Madre de los Remedios en muchos pueblos de nuestras islas, y otras muchas advocaciones más locales como la Virgen del Pino en Gran Canaria y con otros nombres en otros lugares.

Pero la mejor felicitación que le podemos hacer a María, el mayor amor que le podemos mostrar es querer parecernos a ella en su fe, en su amor, en su santidad. Contemplamos a María en la grandeza a la que Dios quiso llamarla para que ocupara un lugar importante en la historia de nuestra salvación siendo la madre del Salvador. Pero es que el Señor se había complacido en ella por su fe grande y por su amor, por su humildad y por la santidad con que quería resplandecer en su vida. 

Es cierto que ya el Señor la hizo grande y la llenó de todas las gracias cuando incluso la preservó de la mancha del pecado original, pues santa había de ser la que llevara en su seno al Hijo de Dios en su encarnación. Pero si el Señor la llenó de gracia no le restó para nada su libertad, libertad con la que ella día a día respondía al Señor sintiéndose pequeña y humilde, pero grande en su fe y en su amor. María es el mejor ejemplo de respuesta a la gracia del Señor. El sí que en Nazaret dio como respuesta al anuncio del ángel de parte del Señor era el sí que cada día ella daba a Dios en su fe y en su amor. 

Es la gracia con la que el Señor quiere fortalecernos también a nosotros en cada día y en cada instante de nuestra vida. De María hemos de aprender a responder a la gracia del Señor. Ella estaba llena de Dios y por eso sabía decir sí en cada momento; nosotros en la debilidad de nuestro pecado muchas veces en lugar de llenarnos de Dios nos llenamos de nuestro yo, de nuestros orgullos o de nuestros saberes, olvidándonos de Dios. Es lo que tenemos que aprender a hacer como lo hizo María. Pongamos humildad en nuestro corazón para dejarnos conducir por el Señor, como lo hizo María. 

Hoy en la oración hemos pedido que ‘cuantos hemos recibido las primicias de la salvación por la Maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz en la fiesta de su nacimiento’. Que nos llenemos, sí, de esa paz cuando el corazón lo tenemos lleno de Dios. Por eso quiero terminar esta reflexión con el final de uno de aquellos himnos litúrgicos de la fiesta de la Virgen que antes mencionábamos. ‘Vete sembrando, Señora, de paz nuestro corazón, y ensayemos, desde ahora, para cuando nazca Dios’.

viernes, 7 de septiembre de 2012


Algo nuevo está surgiendo con Jesús que algunas veces cuesta aceptar
1Cor. 4, 1-5; Sal. 36; Lc. 5,33-39

Algo  nuevo está surgiendo con Jesús. Aquella cercanía nueva de Jesús con las gentes en que todos pueden acercarse a El y El quiere estar con todos, aquella nueva forma de hablar y de enseñar, aquellas esperanzas de algo nuevo que les hacía crecer por dentro que iba surgiendo en el corazón de los sencillos y de cuantos le escuchaban, aquellos signos que iba realizando al curar a los enfermo y expulsar con autoridad a los espíritus inmundos de los poseídos eran señales claras e inequívocas del Reino Nuevo que Jesús estaba anunciando.

Había comenzando anunciando la llegada del Reino de Dios y que había que convertirse y creer en la Buena Noticia que les anunciaba. Quienes escucharan con atención sus palabras y siguieran su actuar podían ir vislumbrando todo eso nuevo con lo que Jesús quería transformar el corazón del hombre. 

Pero siempre nos encontraremos con quienes se resisten a cambiar y aceptar lo nuevo, aquellos a los que les cuesta arrancarse de sus tradiciones y ni siquiera quieren pensar en que pueda haber algo nuevo y mejor. Eso es algo que sucede en todos los tiempos, porque nos puede suceder hoy. Por eso se aferran a sus tradiciones y a las normas que lo quieren tener todo atado y bien atado. 

Es lo que les sucedía a los fariseos y a tantos que irán manifiestan también un rechazo a Jesús y su predicación y no terminarán de comprender el Reino nuevo que Jesús anuncia y quiere instaurar. Serán así las preguntas que le planteen a Jesús y en el fondo el rechazo a la salvación que Jesús viene a ofrecernos. En sus tradicionalismos y reglamentaciones surgirán las preguntas para ponerlo a prueba, porque no siempre es que no entiendan lo que Jesús enseña, sino más bien que no quieren entender.

A las preguntas sobre el ayuno que los fariseos y los discípulos de Juan hacen y no hacían con el mismo entusiasmo sus discípulos, Jesús les hablará de un banquete de bodas en el que mientras se celebra no caben las tristezas y los lutos. Ya Jesús propondrá en otros momentos en sus parábolas que el Reino de Dios es como un banquete de bodas al que todos estamos invitados y todos hemos de participar de esa fiesta con alegría vistiéndonos también el traje de fiesta. Tiempo habrá para duelos y tristezas, cuando se lleven el novio, en clara referencia a lo que va a ser un día su pasión.

Por eso Jesús propondrá otras imágenes como las de los remiendos que no caben en un manto nuevo, y la de los odres nuevos necesarios para el vino nuevo. Tenemos que vestirnos ese manto nuevo, esa vestidura nueva de la vida nueva que Jesús nos ofrece con su salvación. Seguirle no es cuestión de ir poniendo remiendos en nuestra vida, sino que todo ha de transformarse por la fuerza de la gracia para dejar atrás para siempre todo lo que corresponda al hombre viejo. De hombre nuevo nos hablará san Pablo en sus cartas. 

Y de la misma manera nos habla de los odres nuevos, porque la vida que Jesús nos ofrece es un vino nuevo y distinto que nos hace caminar por caminos de plenitud. Podríamos recordar aquí también la imagen del vino nuevo que se nos ofrece cuando el evangelio nos hable de las bodas de Caná de Galilea donde Jesús ofrecerá un vino nuevo y mejor para aquella fiesta de la vida. No podemos seguir utilizando odres viejos cuando queremos vivir el vino nuevo de la gracia. Así tiene que transformarse total y radicalmente nuestra vida cuando seguimos a Jesús. No podemos seguir con añoranzas de lo viejo.

¿Seremos en verdad ese odre nuevo, ese hombre nuevo que así nos hayamos dejado transformar por la gracia de Jesús? ¿En verdad creemos en esa novedad de vida nueva que nos ofrece el Evangelio? Tenemos que dar señales de esa vida nueva, de ese hombre nuevo de la gracia que hemos de ser. No podemos andar con apaños, arreglitos y remiendos sino que en verdad manifestemos con nuestra vida esa novedad del Evangelio y del Reino de Dios. Muchas conclusiones concretas, muy concretas, tendríamos que sacar también para nuestra manera de ser iglesia. Algunas veces pareciera que andamos todavía en el Antiguo Testamento.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Humildad, disponibilidad, generosidad para dejarnos conducir por Jesús

Humildad, disponibilidad, generosidad para dejarnos conducir por Jesús
1Cor. 3, 18-23; Sal. 23; Lc. 5, 1-11
El marco del mar de Galilea o lago de Tiberíades fue escenario de momentos muy importantes en el comienzo del anuncio del Reino de Dios y en las decisiones importantes que toman los primeros discípulos de seguir a Jesús. Son muchos los acontecimientos alrededor del lago y muy significativos todos ellos para enseñarnos lo que Jesús quería ofrecernos con su salvación y las actitudes nuevas que han de nacer en nuestro corazón.

‘La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios estando a las orillas del lago’. Utilizará Jesús una de aquellas barcas allí fondeadas, mientras los pescadores lavan y repasan las redes, separada un poco de la orilla como un magnífico estrado desde el que poder hablar a cuantos se han reunido allí en la playa. ‘Desde la barca sentado enseñaba a la gente’. Ya no sería solamente en la sinagoga los sábados sino que se aprovechará toda ocasión, como será en otras ocasiones en lo alto de la montaña o en las casas o en los caminos.

Pero no concluirá en esto ese día el actuar de Jesús. Vendrá como a poner a prueba la fe de aquellos discípulos que le seguían más de cerca, cuando le pida a Pedro que reme mar adentro para echar las redes. Frente a frente el saber hacer profesional de los pescadores que no han cogido nada en una noche de pesca con la palabra de Jesús que les está pidiendo fiarse de El, como hiciera desde que comenzara a anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios. Conversión, cambio del corazón les había pedido que ahora tendría que traducirse en unas actitudes nuevas de confianza en la palabra de Jesús.

¿Le costaría a Pedro tomar la decisión de aceptar lo que Jesús le estaba ahora pidiendo? Es probable que sí - ‘nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada’ - pero se fiará de Jesús - ‘pero por tu nombre echaré las redes’ -. Se había realizado el milagro, manifestado en la multitud de peces que ahora llenan sus redes hasta casi reventarlas, pero el milagro grande se está produciendo en el corazón de Pedro y de los que los acompañaban. Se les están abriendo los ojos a un mundo nuevo, a una vida nueva, de la que ellos no se consideran dignos.

Humildad ya había tenido Pedro para fiarse de Jesús y echar las redes, aunque él creía saber por su propia experiencia que allí no se podía pescar nada, pero cuando hay humildad en el corazón se desencadena una lluvia de gracias y de maravillas del Señor que se suceden. Reconoce ahora Pedro que es indigno y que es pecador - ‘apártate de mí, Señor, que soy un pecador’ -, pero será un ponerse en camino para cosas mayores que el Señor quiere realizar en él. ‘No temas, desde ahora serás un pescador de hombres’, y las disponibilidades se siguen sucediendo en el corazón de Pedro y los demás pescadores. ‘Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron’.

Caminos de humildad y apertura de los ojos del corazón para contemplar y reconocer las maravillas del Señor son los pasos que dieron aquellos corazones para ponerse en camino con decisión para seguir a Jesús. Cristo viene con su salvación a nosotros y no quiere ni que nos hundamos en los mares de la vida ni nos dejemos enredar por tantas cosas que nos cogen el corazón impidiéndonos vivir de verdad la libertad de los hijos de Dios. Pedro y aquel primer grupo de discípulos se dejaron conducir por el Señor y comenzaron a vivir la salvación que Jesús nos traía transformando su corazón y su vida desde la humildad, la generosidad, la disponibilidad y el amor por seguir a Jesús.

¿Seremos capaces nosotros de vivir unas actitudes semejantes para vivir la salvación que Jesús nos ofrece?

miércoles, 5 de septiembre de 2012


Se siguen manifestando los signos del Reino de Dios
1Cor. 3, 1-9; Sal. 32; Lc. 4, 38-44

Se seguían manifestando los signos del Reino de Dios con la presencia de Jesús. En la sinagoga no sólo le oímos enseñar a la gente sino que al expulsar el demonio inmundo de aquel hombre se nos manifestaba la liberación total que Jesús quiere realizar en nuestra vida. Ahora serán otros signos en los milagros y curaciones que va realizando.

Será primero la suegra de Pedro que está en cama con fiebre y hasta la que llega Jesús para levantarla y sanarla; luego serán muchos enfermos, de toda clase de enfermedad, los que acudan a la puerta al caer la tarde - cuando ya pasara el descanso sabático - y todos serán curados. 

El signo está en esa curación que Jesús va realizando como señal de la vida que Jesús quiere que tengamos, pero el signo está también en la manera cómo se acerca Jesús a los enfermos o deja que los enfermos se acerquen a él. Se dirigió directamente a la suegra de Pedro que estaba en cama con fiebre y la levantó. Luego le traerán muchos enfermos ‘y El, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando’. No son seres anónimos e impersonales los que acuden a Jesús y Jesús los cura. A cada uno en particular, podíamos decir, Jesús se acerca, lo levanta con su mano o le impone las manos. Cada uno desde su situación acude a Jesús, y a cada uno en particular en su propio dolor o enfermedad Jesús los va curando.

Así acudimos a Jesús, con nuestra vida, con nuestros dolores o sufrimientos, con nuestros propios y personales problemas, con nuestra necesidad, cada uno con lo que somos o tenemos y queremos que Jesús nos sane, nos llene de vida ahí donde está nuestra muerte, nuestro sufrimiento, nuestro mal. Jesús quiere llegar personalmente a cada uno de nosotros. No somos seres anónimos para El sino que El nos conoce por nuestro nombre, con nuestra vida o con nuestra muerte, con nuestras necesidades de una forma concreta.

Esto nos enseña muchísimo para nuestra forma no solo de acercarnos a Dios sino también de nosotros acércanos a los demás, para escucharnos mutuamente, para comprendernos en lo que somos, para ayudarnos en lo que realmente necesitamos, para que haya en verdad ese trato personalizado entre cada uno de nosotros. Esto nos enseña muchísimo también para quienes tenemos una función pastoral dentro de la Iglesia, para que en verdad conozcamos a cada uno de una forma personal y a cada uno llevemos la Palabra del Señor que nos sana y que nos salva allí donde cada uno lo necesitamos.

Pero creo que este evangelio puede decirnos muchas cosas más, por ejemplo en la manera cómo hemos de responder a esa gracia sanadora que el Señor nos va regalando. Yo diría, dos cosas: por una parte un deseo cada vez más grande de estar con el Señor, y por otra cómo ha de surgir en nuestro corazón el espíritu de servicio para ayudar en todo a los demás.

La gente acudía a Jesús y se agolpaba a la puerta buscándole, lo vemos muchas veces en el evangelio. Ahora al amanecer cuando Jesús se ha ido al descampado para su oración con el Padre - esto merecería otro comentario - vienen a decirle a Jesús que ‘la gente lo andaba buscando’. Jesús querrá ir a otras partes para enseñar también allí, pero está ese deseo de la gente de buscar a Jesús para estar con El. ¿Será así en nosotros?

Pero decíamos también que una señal de respuesta a la gracia sanadora de Jesús estará en el espíritu de servicio que tiene que surgir en el corazón. Como hizo la suegra de Pedro, que cuando Jesús la curó ‘levantándose en seguida, se puso a servirles’. Nos lo enseñará Jesús repetidamente en el evangelio, pero vemos ya desde las primeras páginas del evangelio de Lucas como aparece ese espíritu de servicio como respuesta a la salvación que Jesús nos ofrece. ¿Tendremos nosotros cada día más deseos de servir a los que nos rodean?

Nos queda la oración de Jesús en medio de toda aquella actividad. Siempre tuvo tiempo para su encuentro con el Padre, y nosotros tantas veces decimos que tenemos tanto que hacer que no tenemos tiempo para rezar.

martes, 4 de septiembre de 2012

Ungido del Espíritu para anunciar a los cautivos la libertad libera al hombre del espíritu inmundo

Ungido del Espíritu para anunciar a los cautivos la libertad libera al hombre del espíritu inmundo

1Cor. 2, 10-16; Sal. 144; Lc. 4, 31-37

‘Noticias de Jesús iban llegando a todos los lugares de la comarca’. Así concluye el texto del evangelio que nos ofrece hoy la liturgia. Ungido por el Espíritu había sido enviado para anunciar la Buena Noticia a los pobres, escuchábamos ayer en el texto de Isaías que Jesús proclamaba en la Sinagoga de Nazaret. Hoy, como continuación de aquel momento, le vemos en Cafarnaún enseñando en la sinagoga, pero realizando también los signos de salvación que estaban anunciados. Enseña en la sinagoga, pero su noticia, su Buena Noticia, llega a todas partes. ‘El Espíritu del Señor está sobre mi, porque El me ha ungido y me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres…’ escuchábamos ayer como un programa.

Pero allá, en aquella profecía de Isaías se nos habla también de las señales con que se va a manifestar que llega la salvación, el año de gracia del Señor. Había sido enviado ‘para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista… para dar libertad a los oprimidos’. El mal ha de ser vencido y quiere arrancarnos de las garras de la esclavitud del mal. ‘Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo…’ y Jesús lo liberará de él. Es la señal de la liberación que Jesús quiere realizar en nuestra vida. Es su salvación en que nos libera del mal y del pecado. Es el año de gracia del Señor.

En Nazaret las gentes no habían entendido las palabras de Jesús que proclamaba que todo eso se estaba realizando, cumpliendo. Por eso rechazaron a Jesús a pesar de la admiración y orgullo que en principio habían sentido por El. No habían creído y hasta trataron de despeñarlo por un barranco. Ahora en Cafarnaún la gente se alegra. Estaban asombrados de cuanto sucedía. Jesús con autoridad había expulsado al demonio de aquel hombre. Y una señal de que lo estaban aceptando es que esa buena noticia se va a propagar por toda la comarca, todos van a conocer lo que Jesús está realizando.

Los espíritus inmundos aunque se resisten a la acción de Jesús al final quedarán vencidos y derrotados. ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios’. Terminan reconociendo a Jesús. Con la presencia de Jesús el mal está siendo derrotado. Los demonios reconocen que con Jesús tienen asegura su derrota.

Es el mal del que Jesús quiere liberarnos a nosotros. Nos esclavizamos con el pecado, pero Jesús viene a traernos la libertad. Aunque algunas veces no lo queramos reconocer el pecado es la peor esclavitud. Así nos confunde el maligno. Con el perdón que Jesús nos ofrece la victoria está asegurada. Tenemos que reconocer también nosotros esa acción de Dios. Con Jesús tenemos la certeza de que podemos vencer la tentación y al maligno. Pero tenemos que estar unidos a Jesús.

En ocasiones nos parece que nos sentimos tan débiles que nos parece que no podemos superar la tentación. Pero, ¿no será porque de alguna manera nosotros hemos abandonado a Jesús? Queremos actuar por nuestra cuenta y con nuestras fuerzas, pero es con Jesús con quien tenemos que contar, quien nos va a dar la victoria sobre el mal y el pecado. Esas señales de victoria se pueden seguir dando en nosotros, se siguen realizando en nosotros con la gracia del Señor. Confiemos en Jesús, pongamos toda nuestra confianza en El. Jesús nos trae la gracia y el perdón.

Que ese momento en el que al comenzar nuestra celebración nos reconocemos pecadores para invocar la misericordia del Señor lo hagamos siempre con todo sentido y profundidad. No puede ser un momento ritual vacío y realizado simplemente porque siempre tenemos que comenzar así nuestra celebración. Sintamos en verdad la esclavitud del pecado y la tentación que pesa sobre nosotros y reconozcamos lo grande que es la misericordia del Señor. Y como decimos de ese momento del principio de la Eucaristía de la misma manera esos otros momentos en que a través de la celebración una y otra vez pedimos al Señor que tenga piedad de nosotros. Es invocar al Señor para que venga con su gracia a nuestra vida.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Estaban a la expectativa… y ¿nosotros?

Estaban a la expectativa… y ¿nosotros?
1Cor. 2, 1-5; Sal. 118; Lc. 4, 16-30

Estaban a la expectativa. ‘Jesús fue a Nazaret donde se había criado y entró en la sinagoga el sábado como era su costumbre’. Había hecho la lectura, del profeta Isaías. ‘Toda la sinagoga tenía fijos los ojos en El’ esperando su respuesta. Era de los suyos. Era el hijo del carpintero.

Sus palabras iniciales fueron breves. ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’. Quizá no era necesario más. El profeta anunciaba los tiempos mesiánicos que allí se estaban cumpliendo. ‘El Espíritu del Señor se posó sobre mí, porque me ha ungido…’ Allí estaba el que estaba lleno del Espíritu de Dios, porque era el Hijo de Dios. Como el Bautista diría ‘yo vi bajar sobre El el Espíritu en forma de paloma’. Daba testimonio. Y allí estaba Jesús para hacer el anuncio de la Buena Noticia para los pobres, para los faltos de libertad, para los esclavizados por el mal. Su presencia era luz. Los ojos ciegos se iban a abrir, porque ‘el pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande, una luz les brilló’. Se proclamaba ‘el Año de Gracia del Señor’.

Pero las gentes de Nazaret seguían a la expectativa. Como nos sucede tantas veces cuando escuchamos el anuncio y proclamación de la Palabra escuchamos solo algunas cosas, y las gentes de Nazaret habían escuchado más lo de que a los ciegos se les abrían los ojos; pensaban más en el milagro, en los milagros de los que se podían beneficiar. Ya habían oído decir que Jesús hacía milagros en Cafarnaún, los enfermos eran curados, los paralíticos recobraban el movimiento de sus miembros, los leprosos quedaban limpios… y allí en su pueblo ellos querían ver realizar esos milagros. Que para eso Jesús era de Nazaret. Pero parecía que Jesús no estaba por esa labor.

‘Me recitaréis aquel refrán: Médico, cúrate a ti mismo’. Era una forma de decirles que en realidad le estaban pidiendo que hiciera allí los milagros que sabían que hacía en Cafarnaún. Pero les recuerda lo sucedido en tiempo de Elías y Eliseo; cómo Elías fue enviado a atender a una viuda que no era judía sino fenicia, y Eliseo curó de la lepra a Naamán el sirio, habiendo como había necesitados y leprosos en Israel. Pero los caminos del Señor son distintos a cómo nosotros queremos trazarlos.

Al final los que estaban a la expectativa por todo lo que podían recibir de Jesús lo que quisieron fue despeñarlo por un barranco. La Palabra que Jesús les estaba anunciando no era una palabra para halagar oídos, ni para contentar sus aspiraciones nacionalistas. De lo que Jesús venía a liberarnos era algo mucho más hondo que aquello que ellos estaban pensando. El año de gracia proclamado por el Señor significaba cómo la salvación llegaba a sus vidas, pero había que comenzar por creer en Jesús y en su Palabra. Y eso les costaba más.

Como nos cuesta aceptarla tantas veces cuando la Palabra del Señor penetra como espada de doble filo en nuestro corazón, como decía el profeta, para que veamos la realidad de nuestra vida que hemos de transformar, la conversión auténtica que hemos de realizar en nuestro corazón. Muchas veces Estamos también a la expectativa como las gentes de Nazaret pero esperando palabras que nos entretengan o halaguen nuestros oídos, o más bien nuestro ego. Y cuando la palabra penetra así fuerte en nuestro corazón no nos gusta, o nos escudamos en que siempre es el mismo rollo, que es una forma de cerrar los oídos para no escuchar.

Abramos con sinceridad nuestro corazón al Señor y recibamos esa Palabra que nos salva, como nos decía ayer Santiago. No nos limitemos a escucharla, sino plantémosla de verdad en nuestro corazón, aunque ese plantar esa semilla de la Palabra de Dios se costoso y en ocasiones doloroso. Cuando el agricultor va a sembrar la semilla en la tierra, esa tierra tiene que ser arada, cultivada lo que no es cosa fácil, para que podamos enterrar esa semilla y para que luego el agua y los abonos la empapen debidamente para que pueda germinar esa semilla. Es lo que nosotros tenemos que dejarnos hacer en el corazón.

domingo, 2 de septiembre de 2012


La sabiduría y la inteligencia de un corazón lleno de autenticidad y verdad
Deut. 4, 1-2.6.8; Sal. 14; Sant. 1, 17-18.21-22.27; Mc. 7, 1-8.14-15.21-23

‘Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos’. Hermosa exhortación que nos hace el apóstol Santiago en su carta. La Palabra que es capaz de salvarnos; la Palabra que sido plantada en nosotros que para dar fruto hemos de llevarla a la práctica de nuestra vida. 

Cuántas veces, hemos de reconocer, ni bien la escuchamos. Oímos cómo se proclama en nuestra celebración pero se queda en palabras que vuelan alrededor de nuestros oídos pero no penetra dentro de nosotros, no la escuchamos. No dará fruto en nuestra vida, como la semilla sembrada al borde del camino, entre pedruscos o en medio de zarzales. Y sin embargo ahí tenemos nuestra sabiduría y nuestra inteligencia. ‘Así viviréis… nos decía el Deuteronomio, ponedlos por obra porque son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia’, que causarán admiración a todos los pueblos.

Pero la ley del Señor, la Palabra del Señor ha de ser algo que hemos de llevar en el corazón. Lo tenemos que expresar con toda nuestra vida y se reflejará en las obras externas que hagamos, en nuestros comportamientos y en nuestras actitudes, pero tiene que nacer desde lo más hondo de nosotros mismos. 
Escuchamos en el evangelio cómo vienen algunos a Jesús muy preocupados porque los discípulos de Jesús no realizan algunos actos rituales a los que los fariseos les daban una gran importancia. ‘Se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén… y le preguntaron a Jesús: ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?’ 

El evangelista que está escribiendo el evangelio para cristianos que no provenían del judaísmo explica con detalle las tradiciones de los judíos que los fariseos cumplían con tanta rigidez sobre las purificaciones rituales que habían de hacer antes de las comidas y en otros momentos. Ya lo hemos escuchado en la proclamación del evangelio y en distintos momentos lo hemos comentado. Claro que tendremos que preguntarnos si no nos queda algo de eso a nosotros aún.

Esto dará pie a Jesús por una parte para denunciar la hipocresía de los fariseos pero para hacernos reflexionar a todos sobre donde hemos de buscar la auténtica santidad: en la rectitud y pureza del corazón para no quedarnos en ritualidades vacías y en superficialidad, sólo en palabras o cosas externas. 

Cuando hay vacío interior todo se vuelve falsedad e hipocresía, buscamos la apariencia  lo que nos pueda halagar, no importándonos el daño que podamos hacer a los demás. Recuerda lo dicho por el profeta: ‘este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mi; el culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos’. 

Todo tiene que arrancar de un corazón puro y sin malicia, un corazón libre de malas intenciones y un corazón con la profundidad del amor, que será entonces un corazón verdaderamente santo. ‘Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro, lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre’. Podemos llevar las manos muy limpias pero nuestro corazón estar lleno de maldad; podemos contentarnos con cumplir exteriormente con toda fidelidad pero allá en nuestro corazón estar pensando cómo podemos fastidiar a éste o al otro porque quizá no me cae bien o porque no ha sido todo lo bueno conmigo. 

Muchas situaciones semejantes podemos recordar donde quizá queremos aparecer como buenos y cumplidores pero el corazón estar vacío. Tenemos también la tentación de quedarnos en bonitas palabras pero que luego no se reflejan realmente en las actitudes de nuestra vida. Cuántas veces nos sucede.

Podemos hablar mucho de justicia, de paz, de solidaridad, de que queremos que nuestro mundo sea mejor, que tenemos que ser hermanos pero luego eso no se refleja en nuestros comportamientos porque en el día a día nos tratamos mal, nos somos capaces de aceptarnos y perdonarnos, siguen habiendo brotes de violencia o de egoísmo insolidario pensando primero en mi mismo que en los demás. Incongruencias y vacíos que aparecen muchas veces en la vida. Qué fácil es hablar tantas veces diciendo cosas hermosas y qué poco es lo que hacemos.

Es en el corazón donde están las malas intenciones, la malicia y la envidia, el orgullo y la ambición, la malquerencia y la mentira, los deseos de venganza que algunas veces queremos disfrazar de justicia y lo que puede hacer daño al hombre, a nosotros mismos y a los demás. Y eso sí que nos llena de pecado; eso sí que hace daño a los demás, eso sí que nos lleva a actuar mal y a ser injustos con los otros. Nos cubrimos con la máscara de la apariencia mientras el corazón está lleno de podredumbre y pecado.

Purifiquemos nuestro corazón de toda esa maldad y llenémoslo de lo que verdaderamente puede conducirnos a la mayor plenitud; pongamos buenos deseos y pongamos el amor que nos conduce a plenitud; despertemos en nosotros deseos y aspiraciones a cosas nobles y grandes pero alejemos de nosotros todo tipo de orgullo y de soberbia; démosle profundidad espiritual centrando de verdad nuestro corazón en Dios; empapémoslo de los valores del evangelio y busquemos primero que nada el Reino de Dios y su justicia y entonces caminaremos por los mejores caminos de dicha y de felicidad al estilo de las bienaventuranzas que nos proclamó Jesús. Comprenderemos entonces donde está nuestra verdadera sabiduría e inteligencia, como nos decía el Deuteronomio.

No será entonces un corazón vacío y superficial el que haga sentir sus latidos dentro de nosotros, sino que será en verdad el motor que anime y dé profundidad a todo aquello que vamos realizando; llenos así de Dios sentiremos la fuerza de su gracia para hacer siempre el bien, para buscar siempre lo bueno y lo justo, para caminar en la verdad y en la autenticidad, para ir construyendo día a día el Reino de Dios, y para hacer que entonces siempre busquemos por encima de todo la gloria del Señor.

Purificación y autenticidad de vida que hemos de reflejar cada uno de nosotros los que nos decimos seguidores de Jesús a nivel individual y personal y también en nuestros grupos e instituciones cristianas y apostólicas, también como Iglesia de Jesús. Reconozcamos que no siempre damos el ejemplo necesario y conveniente en este sentido, porque somos débiles y pecadores, y la Iglesia está formada y compuesta por miembros que somos pecadores. 

Autenticidad y verdad que hará más creíble el evangelio a los ojos del mundo que nos rodea, porque el mundo, nuestra sociedad necesita testigos y testigos auténticos. Vamos a anunciar la Palabra de Dios, pero hemos de proclamarla desde la autenticidad de nuestra vida.