Agradezcamos
el nacimiento de Juan que nos recuerda con su palabra y su testimonio que Dios
nos es propicio y sigue hoy preparando
en nosotros los caminos del Señor
Malaquías 3, 1-4. 23-24; Sal 24; Lucas 1,
57-66
Aunque por nuestro orgullo nos cuesta
reconocerlo, a la larga agradecemos que haya habido alguien que nos haya dicho
la verdad, que nos haya llamado la atención sobre cosas que hacíamos que no
tenían mucho sentido, y a posteriori nos han hecho pensar. Nos sentimos heridos
quizás en aquel momento, nos parecieron fuertes las palabras que nos dijeron,
nos creíamos que no merecíamos esa corrección porque nosotros con buena
voluntad estábamos haciendo lo que nos corregían. Nuestro amor propio en
aquellos momentos se sintió mal y quizá no reaccionamos como deberíamos
hacerlo. Muchas veces solemos pensar tarde lo que tendría que ser nuestro
camino.
Eso sucedió con Juan el Bautista, cuyo
nacimiento nos ofrece hoy el evangelio. Su palabra y su testimonio era fuerte,
pero esa era su misión. ‘Como fuego de fundidor, como lejía de lavandero…’
había anunciado el profeta que sería aquel que venía con el poder y el espíritu
de Elías ‘para convertir el corazón de los padres hacia los hijos, y el
corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir a castigar y
destruir la tierra’.
El fuego quema, la lejía abrasa,
aparentemente duele y destruye, pero purifica y transforma. Era la voz fuerte
que iba a sonar en el desierto para preparar los caminos del Señor, para que
encontrara un pueblo bien dispuesto. ‘Para que no tenga que venir a castigar
y destruir la tierra’, como nos dice hoy el profeta Malaquías. Una corrección a tiempo nos salva de
tropiezos posteriores. Es lo que hacen los padres con los hijos, aunque a los
hijos no les guste que los corrijan; cómo nos rebelamos en nuestro interior,
pero es necesario pasar por ese fuego, ser abrasados por esa lejía para
enderezar muchas cosas que andan torcidas en la vida. Aunque hoy nos estamos
haciendo una generación de enclenques y consentidos, y ya nadie nos puede decir
nada. Pero ya sabemos que quien nos corrige nos ama.
Esa era la misión de Juan. Como
decíamos, hoy nos ofrece el evangelio el momento de su nacimiento con la
alegría que suscitó en su entorno – ‘Se enteraron sus vecinos y parientes de
que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella’
– y el relato del momento de la circuncisión que llevaba consigo la imposición
del nombre.
Hoy los padres escogen para los hijos
aquellos nombres que les gustan, que les llaman la atención, o que son de
tradición familiar; en la antigüedad poner el nombre significaba algo más, era
como destacar algo especial que había sucedido con su nacimiento o también
venía a señalar lo que había de ser luego su vida. La gente quiere que el recién
nacido se llame como Zacarías, su padre, no en vano era de raza sacerdotal y en
su misión futura era como suceder a su padre en el sacerdocio del templo. Pero
Isabel señala que su nombre ha de ser Juan, con la oposición de todos, hasta
que preguntan por señas a Zacarías – aun estaba mudo desde la vuelta del templo
y la aparición del ángel – que escribirá en una tablilla que ‘Juan es su
nombre’.
¿Qué significaba el nombre de Juan?
¿Por qué era el empeño en que llevara ese nombre? Juan viene a significa ‘Dios
es propicio’, ‘Dios se ha apiadado’, ‘Dios es misericordia’.
¿Qué había significado el nacimiento de Juan de aquellos padres ya mayores que
tanto lo habían deseado? Ya las mismas gentes lo habían manifestado en su
alegría por el nacimiento de aquel niño, cuya noticia había corrido por las
montañas de Judea, ‘el Señor le había hecho una gran misericordia’.
¿No era esa también la misión de quien
iba a ser el Precursor del Mesías? Invitar a la conversión como Juan iba a
hacer era invitar a reconocer la misericordia del Señor; su palabra venía a
señalarnos nuestros errados caminos, pero para que purificáramos nuestra vida
en el fuego de la misericordia del Señor. ¿No sería eso también lo que a
continuación Zacarías iba a cantar alabando y bendiciendo al Señor por el nacimiento
de Juan? ‘El Señor ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una
fuerza de salvación… por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos
visitará el sol que nace de lo alto… para guiar nuestros pasos por el camino de
la paz’. Y señalará la misión de
Juan, ‘a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del
Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de
sus pecados’.
¿No es el significado del nombre de
Juan, ‘Dios es propicio… y se ha apiadado con su misericordia’?
Agradezcamos el nacimiento del Bautista y cómo sigue hoy preparando en nosotros
los caminos del Señor.