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sábado, 22 de agosto de 2009

Salve, Reina de los cielos y Señora de los ángeles


Is. 9, 1-6
Sal.117
Lc. 1, 26-38



‘Salve, Reina de los cielos y Señora de los Ángeles… Reina del cielo, alégrate…’, la aclama la Iglesia en los himnos de su liturgia. Y nosotros le rezamos y la aclamamos: ‘Dios te salve, Reina y Madre de misericordia…’ Reina de los ángeles, reina de los patriarcas, reina de los apóstoles, reina de los mártires, reina de las vírgenes… reina de la paz, reina de la familia, reina de todos los hombres… reina de la gracia, reina de la vida… le aclamamos y le suplicamos en letanía diciéndole una y otra vez ‘ruega por nosotros’.
‘Aleluya, aleluya, el Señor es nuestro Rey…’ reza un canto de la liturgia. Nuestro único Rey es el Señor, nuestro Dios. Cuando el ángel le anuncia a María el nacimiento de un hijo le dice: ‘y darás a luz un hijo… y se llamará el Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin’. Lo había anunciado el profeta: ‘Lleva a hombros el Principado, y es su nombre Maravilla de Consejero… Príncipe de la Paz… para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de David y su Reino’.
Jesús viene a anunciar el Reino de Dios, donde reconoceremos la Señorío y la Soberanía de Dios sobre toda la creación. Un Reino de Dios donde todos participamos, por el que trabajamos los que creemos y seguimos a Jesús. Cristo nos llama a participar en su Reino y nos hace reyes; unidos a Cristo desde nuestro Bautismo con El somos sacerdotes, profetas y reyes. Y participamos de su Reino, perteneceremos a ese Reino en la medida en que aprendamos a ser grandes pero desde el servicio y la humildad, sólo haciéndonos los últimos y los servidores de todos.
Hoy proclamamos a María Reino y Señora nuestra. Cuándo mejor que al celebrar la octava de su glorificación al cielo en su Asunción a los cielos. Cuando meditamos el misterio de Cristo y unido a Cristo el misterio de María en el rezo del rosario, después de haber meditado en uno de sus misterios en la Asunción de María al cielo, a continuación la contemplamos como Reina y Señora de toda la creación.
Es lo que hoy en esta fiesta queremos proclamar. María Reina, partícipe del Reinado de Cristo, su Hijo, pero porque ella es la primera que reconoce ese Señorío de Dios sobre su vida. Alaba y ensalza al Señor que es grande. ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador’, es el comienzo de su cántico de alabanza y reconocimiento de lo que son las obras de Dios en su vida. Pero María es la que es toda para Dios. Dijo ‘Sí’ a Dios porque por encima de todo está siempre la voluntad de Dios. Y María es la que se hace la última y la servidora de todos y del Señor, porque ella no se ve a sí misma, sino como la humilde esclava del Señor. ‘Hágase (fiat) en mí según tu Palabra. Aquí está la esclava del Señor’.
Maria se una a Cristo más que ninguna otra criatura. Por eso participa como nadie en el Reinado de su Hijo y nosotros que la amamos – Jesús, su Hijo, nos la dejó como Madre al pie de la Cruz – no podemos menos que llamarla Reina y Señora nuestra.
María, nuestra Reina, está de pie, a la derecha de Cristo, al pie de la cruz, enjoyada de oro, vestida de perlas y brocado’, como la proclaman las antífonas de la liturgia.

viernes, 21 de agosto de 2009

Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas

Rut. 1,1.3-6.14-16.22
Sal. 145
Mt. 22, 34-40


‘Señor, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad’. Hermosa súplica y hermosa actitud. Con humildad venimos hasta el Señor. Que El sea quien nos enseñe sus caminos. Pero que nosotros lealmente nos dejemos enseñar, conducir. Y con lealtad sigamos sus enseñanzas.
Hoy en el evangelio contemplamos una actitud distinta en los fariseos que se acercan a Jesús. ‘Al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos que era entendido en la Ley le preguntó para ponerlo a prueba…’ ¿Para qué era la pregunta? ¿Porque querían aprender del Maestro? ¿O era más bien un examen para ver si lo que Jesús decía concordaba con ellos?
‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal?’ Jesús les responde con lo que todos sabían, pues era algo aprendido de memoria desde niños y que repetían cual acto de fe y cual recordatorio del mandamiento del Señor. No hace muchos días hemos reflexionado recordando el texto del Deuteronomio donde Moisés les imponía el mandamiento del Señor.
‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero’. Pero Jesús añadió algo más que no le habían pedido, porque va expresando una característica fundamental del cristiano. ‘El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo’.
No necesita Jesús apoyarse en ninguna autoridad humana para decirnos cuál era el mandamiento del Señor. El es la Palabra viva de Dios. Sin embargo, como lo que le están preguntando es para ver si coincide con lo que es la ley judía, añade: ‘Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas’. Los dos pilares del pueblo judío; La Ley y los Profetas. Ahí basan su espiritualidad. Ahí se manifiesta para ellos lo que es la voluntad del Señor. Por eso, viene a decirles Jesús lo que os estoy diciendo es lo que sostiene ‘la Ley entera y los profetas'. Recordemos, por ejemplo, cómo en el Tabor, en la Transfiguración del Señor, aparecerán junto a Jesús Moisés y Elías, para expresar así la Ley y los Profetas.
‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón…’ Tienes que poner ahí toda la afectividad de tu corazón; lo que son tus sentimientos más profundos. Amar desde lo hondo, desde lo más profundo de ti mismo. ‘Con toda tu alma…’ Toda tu razón, tu inteligencia, tu voluntad para Dios. Te costará entenderlo en algún momento o no, pero ahí está la ofrenda de la obediencia de la fe que se hace amor. ‘Con todo tu ser’. Lo que eres y lo que vales; lo que importas o lo que no importas; todo lo que es tu vida, ningún resquicio se queda fuera, todo para Dios, todo para amarle y con el amor más profundo.
Pero Jesús nos dice que el segundo es semejante. Con la misma intensidad hemos de amar al prójimo. ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Todo lo bueno que quieres para ti, tienes que quererlo también para el prójimo que es tu hermano. Nada malo querrás para ti, nada malo puedes querer para el prójimo. Trata a los demás como quieres que ellos te traten. Y ya sabemos que más adelante Jesús en el evangelio elevará la sublimidad del amor al prójimo cuando nos diga que tenemos que amarle con un amor como el que El nos tiene. ‘Como os he amado yo…’ nos dirá en otra ocasión.
Con lealtad queremos seguir las sendas del Señor. Con lealtad queremos poner todo nuestro amor a Dios. Con la misma lealtad queremos también amar al prójimo como a nosotros mismos. Es hermoso lo que nos pide Jesús.

jueves, 20 de agosto de 2009

Todos invitados al banquete del Reino de los cielos

Jue. 11, 29-39
Sal. 39
Mt. 22, 1-14


Volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo’. Y le propone Jesús la parábola del banquete de bodas. ‘El Reino de los cielos se parece aun rey que celebraba la boda de su hijo…’ El reino de Dios… Un descripción de lo que estaba sucediendo. Aquel era el pueblo a quien primero se invitaba al Reino de Dios. ‘Tengo preparado el banquete… venid a la boda’.
Fue el primer anuncio que Jesús hizo al iniciar su predicación. ‘Está cerca el Reino de Dios…’ Pero habían endurecido su corazón. ‘No endurezcáis vuestro corazón…’ Los invitados tenían otras cosas en qué pensar o en qué ocuparse. Rechazaban la invitación o se buscaban excusas, pero no quisieron ir. La invitación era ahora a todos. ‘Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis convidadlos a la boda’. Pero también ahora era necesario algo más que venir. Era necesario el traje de fiesta.
El Reino de los cielos es para todos. Pero tiene sus exigencias. No se pueden dar largas ni poner disculpas. Cada día llega la Palabra de Dios a nuestra vida invitándonos, pero cuántas veces pensamos, es verdad, pero es que ahora, en estas circunstancias, ya lo haré en otro momento, y también ponemos disculpas, vamos dando largas a la respuesta que tendríamos que dar a esa invitación que nos hace el Señor. Pero ¿qué es lo primero y lo más importante? Tendríamos que recordar lo que nos dice Jesús en otro lugar del Evangelio_ ‘Buscad primero el Reino de Dios y su justicia que lo demás se os dará por añadidura…’ Pero queremos muchas primero lo demás al Reino de Dios.
El Reino de Dios tiene sus exigencias. Hay una nueva forma de vivir, una nueva manera de actuar, unas nuevas actitudes que tienen que envolver nuestra vida. No podemos seguir de la misma manera. Es cierto que Cristo derramó su Sangre por todos y a todos nos redimió. Pero tenemos que responder. El no nos obliga. Siempre está esperando nuestra respuesta. Podemos aceptar o podemos rechazar. Podemos dar largas o actuar prontamente en nuestra vida, Pero eso es decisión nuestra, si en verdad nosotros optamos por el Reino de Dios.
Es necesario ponernos el traje de fiesta para participar en ese banquete del Reino de los cielos. La salvación que Cristo nos ganó para todos nos llega por los sacramentos. Es el traje de fiesta que tenemos que vestirnos. Si no me bautizo, no soy cristiano, porque será en el Bautismo donde participo del misterio de la muerte y resurrección del Señor para poder ser hijo de Dios.
Si no me acerco al Sacramento de la Penitencia, confieso humildemente mis pecados y le pido perdón a Dios de todo corazón, no recibiré el perdón que Cristo nos da con su Sangre derramada. De muchas maneras le pido perdón al Señor, pero será en el Sacramento donde recibo su gracia y su perdón.
Así podríamos seguir pensando y analizando todos y cada uno de los sacramentos. No soy sacerdote, por ejemplo, solamente porque yo quiera serlo, si el Obispo no me impone las manos para recibir el don del Espíritu que me consagra como sacerdote.
Como no puedo llamarme en verdad cristiano solamente porque yo diga que creo en Dios si luego mi vida, mis actitudes, mi amor no es a la manera del amor de Cristo, si no amo con el amor de Cristo. Con un amor así es como testimoniaré en verdad que soy cristiano.
Igual no podemos acercarnos a la Eucaristía de cualquiera manera. Todos estamos invitados a participar de la Cena del Señor, pero sólo con un corazón limpio de pecado, en gracia de Dios, que habré obtenido en el Sacramento de la Penitencia, es como podré acercarme a la Mesa de la Eucaristía para comulgar a Cristo.
El Señor nos llama, nos reúne, nos invita a la mesa Reino de Dios, pero tenemos que responder. Tenemos que aceptar esa invitación y ponernos el traje de fiesta de las exigencias que significa vivir y pertenecer al Reino de Dios. Que con su fuerza y su gracia lo podamos alcanzar.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Palabra viva que es alimento, medicina y fuego en nuestro corazón

Jue. 9, 6-15
Sal.20
Mt. 20, 1-16


‘La palabra de Dios es viva y eficaz, sondea la mente y el corazón’.
Así nos invitaba a reflexionar la antífona del aleluya para disponer nuestro corazón a la escucha de la Palabra de Dios.
Es una Palabra vida, llena de vida, que nos da vida. Así tendríamos que acogerla en nuestro corazón. Cuando la escuchamos en la celebración así hemos de acogerla; no es simplemente un rito que realizamos, y ahora toca hacer una lectura y después pasamos página y vamos a otro momento de nuestro rito. Sería muy pobre esa actitud. No podemos olvidar nunca que es el Señor el que nos habla y así hemos de prestarle atención.
Como alimento que nos fortalece y nos da vida; como luz que penetra en lo más hondo de nosotros mismos para señalarnos caminos; como ungüento y medicina que nos cura, que nos sana de nuestras heridas, de tantas heridas como tenemos en nuestro corazón por los sufrimientos, por el daño que nos hayan hecho o nosotros hayamos hecho a los demás; pero también como fuego purificador, que nos ayuda a limpiarnos de tanta suciedad de pecado como vamos llenando nuestra vida. Qué importante que seamos tiene labrada y abonada para acoger esa semilla en nosotros y siempre dé fruto.
Es así como acogemos la palabra que hoy se nos ha proclamado sobre todo en la parábola del Evangelio. Una parábola que habremos meditado muchas veces, donde los viñadores son llamados a distintas horas del día a trabajar en la viña. En distintas horas, en distintos momentos de nuestra vida el Señor llega a nosotros y nos llama.
‘Vete a trabajar a mi viña’, nos ha dicho el Señor en algún momento de la vida. Quizá desde primeras horas de nuestra vida hayamos vivido nuestra fe; fue la educación que recibimos de nuestros padres y tantas otras influencias recibidas de la comunidad cristiana que nos han ayudado a vivir nuestra fe.
Pero quizá hayamos vivido con menos intensidad esa vida cristiana y en algún momento en nuestra juventud o ya en la edad adulto hayamos recibido esa visita del Señor que nos ha llamado y comenzamos entonces a vivir con más fuerza nuestra fe y nuestro compromiso cristiano.
‘Id también vosotros a trabajar a mi viña, les dice los que encuentra a la caída de la tarde’. Quizá ya en el atardecer de la vida, porque vivimos muy al margen de la iglesia, de la fe, de nuestro ser cristiano, es cuando hemos recibido una llamada, o este mismo comentario que estás leyendo pueda ser también para ti una llamada. Lo importante es responder y querer ir a participar en la vida de la viña del Señor, del pueblo de Dios.
A unos y otros el Señor va llamando e invitando a participar de su vida. A unos y otros aunque haya sido en distintos momentos el Señor sigue ofreciéndonos el denario de su gracia, de la fe, de la vida divina que quiere regalarnos. El refrán castellano dice que nunca es tarde si la dicha es buena, nunca es tarde para escuchar esa llamada del Señor y darle nuestra respuesta. En todo momento podemos vivir esa gracia del Señor o trabajar en su vida en tatas cosas que podemos hacer. No digamos, yo a estas horas de mi vida, ¿qué es lo que puedo hacer? Podemos hacer, podemos vivir, podemos amar, podemos ayudar, podemos poner esperanza, podemos tantas cosas…
Es la Palabra que nos ilumina y que nos alimenta. Pero decíamos también que la Palabra podía ser fuego purificador de nuestra vida. Por eso hemos de estar atentos para no caer en las redes negativas de la envidia, del orgullo, de los resentimientos y desconfianzas, de las que nos habla hoy al final de la parábola. ‘¿Es que tú vas a tener envidia por yo soy bueno?’ Se nos pueden meter esas actitudes negativas en nuestro corazón. Hemos de estar vigilantes.
Vayamos a trabajar a la viña del Señor, con sencillez, con humildad, con generosidad y disponibilidad, con fe y esperanza. Tenemos garantizado el denario de la vida de la gracia con que el Señor va a enriquecer nuestra vida para siempre.

martes, 18 de agosto de 2009

Yo estoy contigo, valiente, vete a librar a mi pueblo Israel

Jue. 6, 11-24
Sal. 84
Mt. 19, 23-30


Es del libro de los Jueces de donde está tomado el texto que hoy comentamos. Leemos en estos días diversos pasajes de este libro del Antiguo Testamento.
Momentos oscuros de la historia del pueblo de Israel. Se habían establecido en la tierra que el Señor les había prometido dar y pronto cayeron en aquello de lo que Moisés les había prevenido en el libro del Deuteronomio. Pronto olvidaron al Señor. ‘Los israelitas hicieron lo que el Señor reprueba, dieron culto a los ídolos, abandonaron al Señor Dios de sus padres que los había sacado de Egipto… desviándose muy pronto de la senda por donde habían caminado sus padres…’
Pero conocemos el amor de Dios por su pueblo. ‘El Señor hacía surgir jueces que los libraban de las bandas de salteadores… pero ni a los jueces hacían caso…’ Los jueces eran personajes que surgían en medio del pueblo, para proféticamente apartar a las gentes de sus malos caminos y hacerlos volver al Dios de la Alianza, al mismo tiempo que eran como líderes que los ayudaban a verse libre de la opresión de los pueblos en medio de los cuales vivían. De esto nos hablaba del texto propio del día de ayer.
Hoy se nos habla de lo que podríamos llamar la vocación de Gedeón. En los próximos días escucharemos otros textos escogidos de este libro de los Jueces. El ángel del Señor se le manifiesta. Cuando en estos textos se habla del ángel del Señor realmente de lo que se nos está hablando es de la presencia del Señor en medio de ellos. Por eso en ocasiones, como en este texto, tanto será el ángel del Señor el que le hable a Gedeón, como en otros momentos se nos dirá que le habló el Señor.
‘El ángel del Señor se le apareció y le dijo: El Señor está contigo, valiente’. La reacción de Gedeón es preguntar cómo es que el Señor está con ellos y sin embargo de tal forma se ven acosados. ‘¿Dónde han quedado aquellos prodigios que nos contaban nuestros padres. De Egipto nos sacó el Señor?’ Pero el ángel del Señor le insiste: ‘Vete, y con tus fuerzas salva a Israel de los madianitas. Yo estoy contigo’.
Gedeón se resiste porque como dice es el menos de los hijos de su padre y su familia es la menos importante de Manasés. ‘Yo estaré contigo…’, es la respuesta y el envío del Señor. La obra no será la obra de las manos humanas, sino que será la obra del Señor. Y el Señor se vale, estamos acostumbrados a verlo repetido en la Biblia, de los pequeños y de los que parecen débiles instrumentos.
‘Vete… yo estaré contigo…’ también nos dice a nosotros el Señor. ¿Momentos oscuros o difíciles los que vivimos? Siempre está nuestra lucha contra el mal. Siempre está el testimonio que nosotros hemos de dar. Siempre está esa superación que en nosotros tenemos que realizar. No nos podemos sentir débiles e indefensos por mucha que sea la tarea. El Señor está con nosotros.
Será, como decíamos, esa superación personal que hemos de realizar en nosotros mismos para no dejarnos arrastrar por la tentación y el pecado. O será también un mundo adverso, un mundo que no quiere entender de Dios, un mundo que se crea sus propios ídolos en el materialismo con que se vive la vida o en esos deseos de sensualidad y placer que muchos tienen como uno objetivo o norma de su existencia. Pero en ese mundo nosotros tenemos que ser luz; en ese mundo tenemos que ser profetas de bien, de ideales nobles, de vida espiritual, de amor, de comprensión, de perdón. Y aunque nos cueste proféticamente tenemos que dar nuestro testimonio. Porque somos testigos, para eso nos ha elegido y enviado Jesús a nuestro mundo que tenemos que evangelizar.
El prometió que estaría con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos. El nos prometió la fuerza de su Espíritu para que podamos ser testigos. Vayamos a la misión que el Señor nos confía. Es tan hermoso el evangelio que hemos de anunciar…

lunes, 17 de agosto de 2009

¿Qué me falta? No dejemos envejecer el corazón

Jue. 2, 11-19
Sal. 105
Mt. 19, 16-22


Tres preguntas o tres cuestiones le plantea este joven que se acerca a Jesús. ‘Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?’ Y a la respuesta de Jesús ‘Cumple los mandamientos’, le replica preguntándole, ‘¿Cuáles?’ Finalmente al señalárselos Jesús con detalle, le dice. ‘Todo eso lo he cumplido, ¿qué me falta?’
Aunque al final le costara dar una respuesta positiva, porque ante la exigencia de Jesús ‘si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres – así tendrás un tesoro en el cielo – y luego vente conmigo… el joven se fue triste al oír esto, porque era rico’, sin embargo hemos de confesar y reconocer que era alguien lleno de inquietud en su corazón y siempre estaba aspirando a más.
Es interesante este diálogo y no sé si será algo que a nosotros nos tenga que interrogar por dentro. ¿Nos preguntaremos nosotros seriamente, qué es lo que tengo que hacer para heredar la vida eterna? ¿Pensamos en eso habitualmente? ¿Nos preguntaremos igualmente qué nos falta, qué más puedo o tengo que hacer?
A esto se contrapone lo que hemos escuchado muchas veces o quizá hasta pensado en nuestro interior. Si soy bueno… si yo no tengo pecados… como dice la gente, yo no mato ni robo… Y nos contentamos quizá con seguir simplemente arrastrándonos por la vida, haciendo lo de siempre sin plantearnos cosas nuevas, sin hacernos una reflexión o un examen a fondo de lo que hacemos o podemos hacer, sin plantearnos quizá qué más podría yo hacer.
Porque todos podemos caer en esa rutina que nos lleva a una frialdad espiritual y hasta una indiferencia. Las pendientes de la rutina son resbaladizas y cuidado en lugar de crecer en la vida lo que hagamos sea volver a lo malo.
En el Apocalipsis cuando el Espíritu del Señor escribe a las siete Iglesias, en concreto al ángel de la Iglesia de Laodicea le dice: ‘Conozco tus palabras y que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Mas, porque eres tibio, y no eres ni caliente ni frío, estoy por vomitarte de mi boca’. Nos tendría que hacer pensar.
Cuando falta inquietud en el corazón y deseos de más, la frialdad y la rutina se apoderan de nuestra vida. Siempre tenemos que poner en nuestra vida unas metas altas, poner ideales sublimes en el corazón. Aspirar siempre a más y a mejor. Que no es la ambición por lo material. Que tiene que ser el buscar un crecimiento del espíritu.
¡Qué más puedo hacer de lo que estoy haciendo? Hemos de tener siempre un corazón joven e inquieto. Que eso no va con los años. Aunque tengamos muchos años, no debe faltar esa inquietud en nosotros. Eso nos da vida. Podremos equivocarnos o fallar en los intentos de lo mejor, pero siempre hemos de tener deseos de más en nuestro corazón, de estar en camino para más cosas buenas. ¡Y cuánto podemos hacer! No dejemos envejecer nuestro corazón con mezquindades en nuestros sueños e ideales. Esa inquietud por lo más y lo mejor dará vitalidad a nuestro corazón.
‘¿Qué me falta?’, se pregunta aquel joven. ‘¿Qué me falta?’, podemos preguntarnos nosotros para amar más a Dios. Hay tanto bueno que podemos hacer. Puede crecer tanto nuestro amor al Señor. ¡Cuánta gloria podemos darle cada día!

domingo, 16 de agosto de 2009

Eucaristía, banquete de nueva vida, alimento de vida eterna


Prov. 9, 1-6;

Sal. 33;

Ef. 5, 15-20;

Jn. 6, 51-59



‘La sabiduría ha construido su casa, plantando siete columnas, ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa… venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado, dejad la inexperiencia y viviréis…’ Así nos hablaba el libro de los Proverbios. Un banquete que está preparado y nosotros invitados. Varias parábolas del evangelio nos repiten la invitación para acercarnos a la mesa del Reino de los cielos. Hoy mismo Jesús con palabra clara nos dice que vayamos a El y le comamos, y así tendremos vida para siempre.
Creer en Jesús y seguirle. Creer en El y unirnos a El. Creer en El y vivirle. Creer en El y comerle para que tengamos vida eterna y seamos resucitados con El en el último día. Es el recorrido que hemos ido siguiendo en la medida en que hemos ido escuchado su evangelio. Fe para creer en el que nos llevará a vivir su misma vida.
Se hace comida. ‘Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo le daré es mi carne para la vida del mundo…’ No estamos hablando en simples imágenes sino en realidades. No es un simple signo que se queda fuera de lo significado, sino algo que es realidad viva, por eso cuando vamos a comer a Cristo en la Eucaristía no es un simple pan lo que comemos sino que es Cristo mismo.
Ante la Eucaristía nos postramos y adoramos porque estamos adorando a Dios. Es verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Jesús; es Cristo mismo que está real y verdaderamente presente. Es, pues, a Cristo a quien comemos. Cristo que se hace alimento, que se hace comida. Cristo que se nos da y no simbólicamente sino de forma real y verdadera.
Comemos para tener vida. La comida que ingerimos se asimila de tal manera por el organismo humano que se hace vida en nosotros, es lo que hace que podamos vivir, es nuestro alimento para vivir. No podemos luego diferenciar y separar aquello que hemos comido del resto del nuestro organismo, sino que el alimento que comemos es el que nos hace vivir.
Así es cuando comemos la Eucaristía, a Cristo en la Eucaristía. Su vida se hace vida nuestra. Y porque El es vida eterna, nosotros comenzamos a tener vida eterna. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, nos repite Jesús. Yo lo resucitaré en el último día… yo vivo por el Padre, continúa diciéndonos Jesús, del mismo modo el que me come vivir por mí… el que come de este pan vivirá para siempre’.
Podría parecer un juego de palabras, o una repetición innecesaria. Pero no es así. Es cierto que Jesús nos lo repite una y otra vez, para que lo comprendamos, para que lo deseemos, para avivar nuestra esperanza y nuestros deseos de Dios y de vida eterna, para que tengamos verdaderamente hambre de Dios.
No terminaban de entenderle los judíos. Veremos incluso que muchos van a abandonar el seguimiento de Jesús. ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’, se preguntaban los judíos, como antes habían dicho que cómo puede decir que ha bajado del cielo si nosotros le conocemos, que es el hijo del carpintero de Nazaret, que es el hijo de María y de José. Tenemos que reconocer que eran difíciles las palabras de Jesús.
Nosotros mismos por más que digamos que sí lo entendemos, no terminamos de comprender y vivir con toda plenitud el misterio de la Eucaristía. Pensemos en lo que muchos cristianos han convertido la Eucaristía, las motivaciones verdaderas por las que muchos vienen a Misa. Un rito mágico o casi mágico que celebra el sacerdote es para muchos la misa; algo a lo que nosotros nos contentamos con asistir o algo de lo que nos valemos simplemente para pedir por los nuestros o por otras necesidades que tengamos del tipo que sea.
Cristo se nos da en la Eucaristía y se hace comida nuestra para que tengamos vida, para vivir El en nosotros y nosotros en El. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre… que es verdadera comida y verdadera bebida… habita en mí y yo en El’. Si comemos a Dios, Dios habita en nosotros.
Es su Cuerpo entregado. Es su Sangre derramada. Es banquete porque es comida en que El mismo se nos da para que le comamos; pero también es la señal, el signo del gran sacrificio, de su entrega hasta el final por nosotros. Por eso la Eucaristía es la gran celebración de la Pascua de Cristo para el cristiano. Por eso en la Eucaristía tenemos que morir para vivir.
Con Cristo también nosotros nos inmolamos para dejar atrás nuestras muertes, para comenzar a vivir una vida nueva, distinta. La Eucaristía es señal de Pascua, es señal de resurrección. Nos lo ha dicho Jesús, que El nos resucitará para que tengamos su misma vida para siempre. Por eso de la Eucaristía tenemos que salir siempre transformados. Después de cada Eucaristía en que comamos a Cristo tenemos que salir renovados, nuevos, con nuevas actitudes, con nuevos compromisos, con nuevos deseos de bien, en una palabra, con vida nueva.
¡Qué misterio de amor más grande que Cristo se nos dé así en la Eucaristía! ¡Cómo tenemos que darle gracias por esa posibilidad que El nos da de vivir su misma vida!¡Con cuánta fe y con cuánto amor tenemos que venir siempre a la Eucaristía, pero nunca como meros asistentes ni espectadores, sino implicándonos siempre y dejándonos transformar por esa vida nueva que Cristo nos da!