Is. 9, 1-6
Sal.117
Lc. 1, 26-38
Sal.117
Lc. 1, 26-38
‘Salve, Reina de los cielos y Señora de los Ángeles… Reina del cielo, alégrate…’, la aclama la Iglesia en los himnos de su liturgia. Y nosotros le rezamos y la aclamamos: ‘Dios te salve, Reina y Madre de misericordia…’ Reina de los ángeles, reina de los patriarcas, reina de los apóstoles, reina de los mártires, reina de las vírgenes… reina de la paz, reina de la familia, reina de todos los hombres… reina de la gracia, reina de la vida… le aclamamos y le suplicamos en letanía diciéndole una y otra vez ‘ruega por nosotros’.
‘Aleluya, aleluya, el Señor es nuestro Rey…’ reza un canto de la liturgia. Nuestro único Rey es el Señor, nuestro Dios. Cuando el ángel le anuncia a María el nacimiento de un hijo le dice: ‘y darás a luz un hijo… y se llamará el Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin’. Lo había anunciado el profeta: ‘Lleva a hombros el Principado, y es su nombre Maravilla de Consejero… Príncipe de la Paz… para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de David y su Reino’.
Jesús viene a anunciar el Reino de Dios, donde reconoceremos la Señorío y la Soberanía de Dios sobre toda la creación. Un Reino de Dios donde todos participamos, por el que trabajamos los que creemos y seguimos a Jesús. Cristo nos llama a participar en su Reino y nos hace reyes; unidos a Cristo desde nuestro Bautismo con El somos sacerdotes, profetas y reyes. Y participamos de su Reino, perteneceremos a ese Reino en la medida en que aprendamos a ser grandes pero desde el servicio y la humildad, sólo haciéndonos los últimos y los servidores de todos.
Hoy proclamamos a María Reino y Señora nuestra. Cuándo mejor que al celebrar la octava de su glorificación al cielo en su Asunción a los cielos. Cuando meditamos el misterio de Cristo y unido a Cristo el misterio de María en el rezo del rosario, después de haber meditado en uno de sus misterios en la Asunción de María al cielo, a continuación la contemplamos como Reina y Señora de toda la creación.
Es lo que hoy en esta fiesta queremos proclamar. María Reina, partícipe del Reinado de Cristo, su Hijo, pero porque ella es la primera que reconoce ese Señorío de Dios sobre su vida. Alaba y ensalza al Señor que es grande. ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador’, es el comienzo de su cántico de alabanza y reconocimiento de lo que son las obras de Dios en su vida. Pero María es la que es toda para Dios. Dijo ‘Sí’ a Dios porque por encima de todo está siempre la voluntad de Dios. Y María es la que se hace la última y la servidora de todos y del Señor, porque ella no se ve a sí misma, sino como la humilde esclava del Señor. ‘Hágase (fiat) en mí según tu Palabra. Aquí está la esclava del Señor’.
Maria se una a Cristo más que ninguna otra criatura. Por eso participa como nadie en el Reinado de su Hijo y nosotros que la amamos – Jesús, su Hijo, nos la dejó como Madre al pie de la Cruz – no podemos menos que llamarla Reina y Señora nuestra.
‘María, nuestra Reina, está de pie, a la derecha de Cristo, al pie de la cruz, enjoyada de oro, vestida de perlas y brocado’, como la proclaman las antífonas de la liturgia.