Ecles. 24, 17-22
Sal.: Lc. 1, 46-55
Lc. 1, 26-38
Sal.: Lc. 1, 46-55
Lc. 1, 26-38
‘¡Alégrate, la llena de gracia! ¡Alégrate, no temas, María! El Señor está contigo… has encontrado gracia ante Dios…’
Bendito nombre el de María. Su nombre es bendición y es gracia. Decir María es decir Madre, la Madre de Dios… también nuestra madre. Decir María es caminar hacia la luz, es sentir que la luz viene sobre nosotros. Decir María es pensar en Jesús. Bendito el nombre de María… bendito el nombre de Jesús.
No hay otro nombre bajo el cielo ni sobre la tierra que sea para nosotros salvación como el nombre de Jesús. ‘Ante El toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra, en el abismo…’ porque al decir Jesús estamos llamando a Dios, al decir Jesús sobre nosotros se derrama la salvación. Jesús es el Dios que nos salva, el que nos trae el perdón, el que nos llena de vida.
Pero hoy estamos haciendo fiesta de María y aprendiendo a invocar su nombre; hacemos fiesta de María y le damos gracias a Dios porque nos ha dado una madre tan hermosa que es la Madre de Dios; bendecimos y alabamos al Señor porque cuando llamamos a María parece que todos los caminos se nos abren, los caminos que nos llevan y acercan al Salvador.
¡Qué hermoso es el nombre de María, el nombre de la Madre, de nuestra Madre, la Madre del Señor! Un nombre que nos huele a jardines florecidos, porque al decir María, al nombrar a María van brotando en su derredor todas las hermosas flores que son sus virtudes, sus gracias de las que toda ella está inundada. Además de María brota la más hermosa frescura, el más intenso aroma del amor, el perfume más exquisito de todas sus virtudes de las que ella es para nosotros el mejor ejemplo.
Glorioso es el nombre de María, como decíamos en la antífona de entrada tomando palabras del cántico a Judith, la heroína del Antiguo Testamento por la que se vio libre el pueblo antiguo de la vara del opresor. ‘El Señor te ha bendecido, Virgen María, más que a todas las mujeres de la tierra; ha glorificado tu nombre de tal modo que tu alabanza está siempre en boca de todos’. ‘Bendita tú entre todas las mujeres’, como le dijo Isabel y como le repetimos una y otra vez en el Avemaría.
Su nombre es santo porque con él llamamos e invocamos a ‘la llena de gracia’, la que encontró gracia ante Dios de manera que fecundada por obra del Espíritu Santo de ella había de nacer el que nos trajera la gracia y la salvación.
Es su nombre el que invocamos y está frecuentemente en nuestros labios porque así recurrimos a su protección maternal; así nos sentimos defendidos y protegidos contra las acechanzas del enemigo, contra todos los peligros que nos acechan. ‘Has querido, con amorosa providencia, que también el nombre de María estuviera con frecuencia en los labios de tus fieles; éstos la contemplan confiados, como estrella luminosa, la invocan como madre en los peligros y en las necesidades acuden seguros a ella’, diremos en el prefacio de esta fiesta de María.
Queremos que la protección de María, cuando invocamos su nombre, nos haga comprender lo que significa también llevar el nombre de cristiano; que nunca profanemos la dignidad a la que está elevada nuestra vida desde el bautismo; que siempre seamos capaces de comportarnos conforme a esa dignidad con una santidad de vida.
Que María nos proteja; que María nos ayude; que María nos alcance esa gracia de parte del Señor.