Cuando
nos encontramos con quien disfruta sintiéndose amado tendrá un brillo distinto
en sus ojos, es lo que los cristianos tenemos que reflejar, Jesús nos llama
amigos
Hechos de los apóstoles 1, 15-17. 20-26; Sal
112; Juan 15, 9-17
Queremos ser felices. ¿Quién me dice lo
contrario? Claro, que queremos ser felices. Pero, ¿seremos felices de verdad?
Ya sé, lo intentamos, lo buscamos, queremos manifestarnos con rostro de
felicidad, pero ¿seremos capaces de darnos cuenta de que muchas veces, incluso
en esas personas que se dicen felices, no tienen verdadera alegría? Todos
cantamos, nos reímos, gritamos, queremos dar muchas señales de felicidad, pero
muchas veces nos puede faltar la alegría. Y la alegría no es una cosa que pueda
ser impuesta, tiene que nacer de algo hondo que llevemos dentro; no la podemos
cubrir con sustitutivos. Aunque muchos sustitutivos nos vamos inventando para
ello.
No quiero pecar de pesimista ni tengo
que contagiar con mis preocupaciones o quizás también la falta de alegría que
pudiera estar padeciendo. Tenemos que buscar remedio para que nuestras risas
nazcan de lo más hondo; para que esos gritos de alegría que damos en muchas
ocasiones cuando nos llenamos de euforia por alguna cosa nazcan de una alegría
verdadera.
No sé, pero me atrevo a decir que esto
de la alegría de lo que estoy queriendo hablar es algo que está muy al lado de
lo de sentirse amado y lo de ofrecer un amor muy generoso y altruista. Sí, el
amor nos hará desprendernos de nuestras tristezas, el amor nos ayudará a
encontrar motivos de verdadera alegría. Cuando nos encontramos con alguien que
disfruta sintiéndose amado vamos a verle un brillo distinto en sus ojos, vamos
a encontrar una serenidad nueva y distinta en su vida, vamos a descubrir una
fortaleza interior que le hace afrontar de una forma distinta aquellas cosas
con las que vamos tropezando en la vida y podrían llenarnos de preocupaciones o
mermar nuestra alegría.
Quien se siente amado se siente seguro,
desaparecen sus miedos y temores, se le acaban las timideces y falsas
humildades. Quien se siente amado de verdad se sentirá con una libertad
interior en la que no habrá nada que le ate ante lo bueno que quiere trasmitir
a los demás. Quien se siente amado se sentirá fuertemente impulsado para ir al
encuentro de los demás derramando optimismo, llevando una visión de luz en sus
ojos, creyendo en los demás y haciendo que los que se contagian de su alegría
comiencen también a creer en si mismos.
Hoy nos viene a recordar Jesús que
somos amados y que tenemos todos los motivos para vivir la alegría más honda.
Es su revelación. Es su Buena Noticia. Es su Evangelio. Dios nos ama. Y porque
nos ama nos ha enviado a Jesús. Es la prueba y la señal del amor que Dios nos
tiene. ‘Tanto amó Dios al mundo, que nos envió a su Hijo único’, que
hemos recordado tantas veces. Y en Jesús contemplamos todo ese amor que Dios
nos tiene.
Y como nos dice hoy nos ha revelado todo esto para que nuestra alegría sea completa; para que no nos falten motivos de alegría. A pesar de las sombras que podamos encontrar en la vida y en el mundo; nos sentimos impulsados por ese fuego de amor divino. Y nos dice aún algo más que tiene que motivar mucho más nuestra alegría. ‘Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer’. Somos sus amigos, somos sus amados, El nos lo ha revelado todo.
Pero ahora
viene una pregunta interesante que nos tendríamos que hacer aquellos que
tenemos todas las razones para vivir alegres. ¿En verdad los cristianos damos
señales de esa alegría? Es serio que nos lo preguntemos. Es serio que nos lo
planteemos. Porque no es esa muchas veces la imagen que damos.
Quien cree
en la Palabra de Jesús no puede ir de amargado por la vida. Y algunas veces por
las expresiones de nuestros rostros ésa es la imagen que damos; y seguimos con
nuestros miedos y cobardías, y seguimos con nuestras dudas, y seguimos pensando
en nosotros mismos y no terminamos de darnos, no terminamos nosotros de amar de
verdad. Y nos queda un pozo de tristeza en el alma. Esos pozos negros tenemos
que desterrarlos de una vez para siempre de nuestra vida de cristianos.