Nos invita Jesús a ir a la otra orilla a pesar de las dificultades que encontremos porque mucho podemos recibir y mucho podemos aportar de bien a los demás
Hebreos
11,1-2.8-19; Sal.: Lc 1,69-70.71-72.73-75; Marcos 4,35-41
‘Vamos a la otra orilla’, les invita a Jesús. Puede significar
mucho para nosotros esa invitación, o esa actitud que podemos adoptar en
nuestra vida. En el relato del evangelio suceden muchas cosas que son bien
significativas.
Vamos a la otra orilla puede significar búsqueda, pueden significar
los caminos que vamos emprendiendo en la vida; puede significar la
incertidumbre que surge en nosotros cuando se nos presentan cosas nuevas y no
sabemos que hacer; puede estar significando esas luchas, esas tormentas que nos
van apareciendo en la vida porque no siempre las cosas son fáciles; puede
significar no querer quedarnos siempre en las mismas cosas porque queremos
salir de la monotonía y la rutina aunque implique riesgos.
Y todo eso y más en muchos momentos de la vida, en distintas
situaciones, en diferentes aspectos en la familia, en el trabajo, en nuestras
relaciones sociales, en lo que queremos emprender para mejorar nuestra
sociedad, en las actitudes profundas que tengamos ante la vida, en lo que es
nuestra religiosidad y nuestra vida cristiana. Vamos a la otra orilla, vamos a
buscar algo nuevo; vamos a la otra orilla porque queremos encontrarnos con los
demás; vamos a la otra orilla, allí donde hay gente que nos necesita, o gente
que nos puede aportar también muchas cosas.
La tarea no es fácil; como decíamos antes nos podemos llenar de dudas
y de incertidumbres; podemos tener miedo a lo que nos vamos a encontrar y no
sabemos si podemos afrontarlo; podremos sentirnos quizá confusos porque no
conocemos bien lo que nos encontramos; porque nos puede parecer que en eso
nuevo que nos encontramos estamos solos
y nos parece que no tenemos fuerzas para afrontar las dificultades. Pueden
surgir muchas cosas en nuestro interior.
El evangelio de hoy nos habla de que cuando emprendieron la travesía ‘Se levantó un fuerte huracán, y las olas
rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua’. Ellos avezados pescadores que tantas veces habían
atravesado aquellas aguas sin embargo se llenaron de miedo por la tormenta.
Además se sentían solos, porque aunque estaba Jesús con ellos les parecía que a
El poco le importaba porque seguía impertérrito dormido en un rincón de la
barca.
Cómo refleja muchas de las cosas
que nos pasan en la vida; y aquí podemos pensar en el camino de nuestra vida
espiritual, en el recorrido que como cristianos vamos haciendo por nuestro
mundo tantas veces adverso y tan lleno de dificultades. Pero no olvidemos que
ya Jesús nos había prevenido porque muchas veces nos habló de las persecuciones
incluso que íbamos a sufrir a causa de su nombre. Lo que ahora sucede en la
barca en un hecho pero que se convierte también como en parábola para nuestra
vida.
Pero allí está Jesús. Aquí está Jesús
también a nuestro lado aunque parezca que no lo sentimos. Nunca nos abandona.
Nos recrimina quizás como a aquellos discípulos. ‘¡Hombres de poca fe!’.
Creo que la lección la tenemos
clara. Vayamos a la otra orilla, para todo eso que nos está pidiendo Jesús que tendríamos
que hacer en nuestra vida y con nuestra vida; para eso en lo que nos sentiríamos
enriquecidos nosotros, pero también para todo lo bueno que nosotros podemos y
tenemos que aportar a los demás.