Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios
‘Este es el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo’,
dice Juan señalando a Jesús que venía hacia él. Ya Juan había sido testigo de
la teofanía de Dios que se había producido después del Bautismo de Jesús. ‘He contemplado al Espíritu que bajaba del
cielo como una paloma y se posó sobre él’.
Reconoce que no conocía a Jesús, para allá en su
interior había recibido la revelación divina. ‘Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:
Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu Santo y posarse sobre El, ese es el
que ha de bautizar con Espíritu Santo’. Aquí estamos contemplando un
corazón humilde abierto a Dios. No lo conocía, pero se dejó conducir por el
Espíritu de Dios.
Cuántas veces no sabemos, no conocemos, tenemos
nuestras ideas o nuestras maneras de pensar, pero no hay quien nos baje de ellas, nos encerramos
en nosotros mismos, en nuestros saberes o en nuestras maneras de ver las cosas
como si ya tuviéramos la verdad absoluta. Hay que estar abiertos a la verdad;
hay que reconocer humildemente nuestras carencias; tenemos que saber abrirnos a
otra posibilidad y seguro que el Señor nos va guiando para que le conozcamos de
verdad.
Juan pudo llegar a reconocer en Jesús al Mesías, al
verdadero cordero pascual que con su sangre nos purifica de nuestros pecados,
pero nos da aún más, porque nos hace entrar en una vida nueva de libertad y de
gracia cuando nos hace hijos de Dios. La sangre de los corderos sacrificados en
la primera pascua y con la que se marcaron las puertas de los judíos les
liberaron de la muerte y les abrieron las puertas a los caminos de la libertad.
Ahora es una sangre más preciosa, es la sangre derramada de Cristo en la cruz
la que nos da una nueva vida, porque nos lleva a hacernos hijos de Dios. Es la
sangre que nos ha redimido, la sangre con la que hemos sido comprados; es la
sangre de la nueva y eterna Alianza.
Juan bautista llegó a dar testimonio. ‘Y yo lo he visto y he dado testimonio de
que éste es el Hijo de Dios’. Como se nos dirá al final del evangelio, ‘todas estas cosas se han escrito para que creáis
que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; y para que creyendo tengáis en El vida
eterna’.
Que así al final nosotros demos testimonio también proclamando
nuestra fe, porque nos hemos lavado y purificado en la sangre del Cordero, como
se nos dice en el Apocalipsis, y para que confesando nuestra fe en el Hijo de Dios nos llenemos de
su vida que a nosotros también por la fuerza del Espíritu nos hace hijos. ‘¡Qué amor nos ha tenido el Padre!’ como
decía Juan en su carta. Nos llama, ¡somos hijos de Dios!