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sábado, 3 de enero de 2015

Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios

Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios


‘Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’, dice Juan señalando a Jesús que venía hacia él. Ya Juan había sido testigo de la teofanía de Dios que se había producido después del Bautismo de Jesús. ‘He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él’.
Reconoce que no conocía a Jesús, para allá en su interior había recibido la revelación divina. ‘Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu Santo y posarse sobre El, ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo’. Aquí estamos contemplando un corazón humilde abierto a Dios. No lo conocía, pero se dejó conducir por el Espíritu de Dios.
Cuántas veces no sabemos, no conocemos, tenemos nuestras ideas o nuestras maneras de pensar, pero no  hay quien nos baje de ellas, nos encerramos en nosotros mismos, en nuestros saberes o en nuestras maneras de ver las cosas como si ya tuviéramos la verdad absoluta. Hay que estar abiertos a la verdad; hay que reconocer humildemente nuestras carencias; tenemos que saber abrirnos a otra posibilidad y seguro que el Señor nos va guiando para que le conozcamos de verdad.
Juan pudo llegar a reconocer en Jesús al Mesías, al verdadero cordero pascual que con su sangre nos purifica de nuestros pecados, pero nos da aún más, porque nos hace entrar en una vida nueva de libertad y de gracia cuando nos hace hijos de Dios. La sangre de los corderos sacrificados en la primera pascua y con la que se marcaron las puertas de los judíos les liberaron de la muerte y les abrieron las puertas a los caminos de la libertad. Ahora es una sangre más preciosa, es la sangre derramada de Cristo en la cruz la que nos da una nueva vida, porque nos lleva a hacernos hijos de Dios. Es la sangre que nos ha redimido, la sangre con la que hemos sido comprados; es la sangre de la nueva y eterna Alianza.
Juan bautista llegó a dar testimonio. ‘Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios’. Como se nos dirá al final del evangelio, ‘todas estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; y para que creyendo tengáis en El vida eterna’.
Que así al final nosotros demos testimonio también proclamando nuestra fe, porque nos hemos lavado y purificado en la sangre del Cordero, como se nos dice en el Apocalipsis, y para que confesando  nuestra fe en el Hijo de Dios nos llenemos de su vida que a nosotros también por la fuerza del Espíritu nos hace hijos. ‘¡Qué amor nos ha tenido el Padre!’ como decía Juan en su carta. Nos llama, ¡somos hijos de Dios!

viernes, 2 de enero de 2015

Juan solo es la voz que anuncia la Palabra que tenemos que acoger y escuchar

Juan solo es la voz que anuncia la Palabra que tenemos que acoger y escuchar


‘Tú, ¿quién eres?’, le preguntan a Juan. Vienen de Jerusalén para averiguar qué es lo que está pasando más allá del Jordán con aquel predicador que por allí ha aparecido.  Respuesta hermosa la de Juan. Expresa su humildad y su grandeza.
Pudo haber respondido que era un profeta. Pero les dice que él no es profeta. Jesús dirá de él más tarde que era profeta y más que profeta. Podría haber respondido que en él se estaban cumpliendo los anuncios de la vuelta de Elías. El ángel a Zacarías en el templo le dice que ‘viene con el espíritu y el poder de Elías para reconciliar a los padres con sus hijos y para inculcar a los rebeldes la sabiduría de los justos’. Pero él les dice que no es Elías.
Cuando le preguntan si él es el Mesías esperado, dirá que solo es ‘la voz que grita en el desierto: allanad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías’. Pero les dirá también que ‘en medio de vosotros hay uno que no conocéis’, queriendo indicar así que ya entre ellos estaba el Mesías esperado, aunque tendría que ser otro el espíritu con que habían de buscarlo. Y se presenta con toda la humildad del mundo: ‘El que viene detrás de mi, existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia’. Si Juan se manifiesta así, qué no tendríamos que decir nosotros que somos pecadores.
Grande es la humildad de Juan aunque aquí se manifiesta bien lo que es la grandeza de su corazón. Por eso dirá de él Jesús que no hay nacido de mujer uno mayor que Juan. Juan no quiere presentarse a sí mismo, ni hablar de sí mismo. El solo es la voz que anuncia la Palabra y es la Palabra que la que tenemos que escuchar y que acoger.
Mucho nos puede enseñar. La humildad con que tenemos que ir buscando a Dios en la vida, porque es el camino por donde lo vamos a encontrar que se revela y se manifiesta a los pequeños y a los sencillos.
Pero es la humildad con que nosotros hemos de hablar de Jesús a los demás. La humildad, pero la claridad de nuestras palabras y de nuestra vida. No nos anunciamos a nosotros sino que anunciamos a Jesús; y anunciaremos a Jesús cuando manifestemos en nosotros que en verdad creemos en El porque nos empeñamos seriamente en vivir el espíritu del evangelio. No anunciamos  ni nuestras obras ni nuestras palabras; anunciamos a Jesús. Nuestras obras tienen que hablar de Jesús; nuestras palabras siempre tienen que hablar de Jesús; nuestra vida tiene que hablar de Jesús, tiene que manifestar la fe que nosotros tenemos en Jesús.
Con nuestra navidad que aun estamos viviendo y celebrando ¿es eso lo que hemos anunciado?

jueves, 1 de enero de 2015

Que María, la Madre de Dios y nuestra madre, nos lleve junto a su corazón y podamos sentir la paz de su amor

Que María, la Madre de Dios y nuestra madre, nos lleve junto a su corazón y podamos sentir la paz de su amor


‘Encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre’. Celebramos a Jesús, su Encarnación, su Nacimiento, porque sigue siendo Navidad, pero necesariamente nos tenemos que encontrar con María. Es la madre, la mujer que quiso escoger Dios para que fuera su madre, para encarnarse en sus entrañas y nacer Dios hecho hombre. Por eso, en esta octava de la Navidad, donde seguimos celebrando con el mismo fervor y solemnidad el nacimiento de Jesús, hoy queremos encontrarnos de manera especial con María; es la madre de Jesús, es la Madre de Dios, pero es también nuestra madre porque así quiso El regalárnosla.
Con María habíamos venido haciendo el camino de Adviento; de ella habíamos aprendido a prepararnos para acoger a Jesús de la misma manera que ella lo acogió en su corazón, plantó la Palabra en su corazón y en ella se encarnó. Hoy nos gozamos con María, celebramos a María, la contemplamos como la Madre de Dios y queremos seguirla teniendo a nuestro lado. Mejor aun, queremos que ella nos lleve en su corazón.
Nos dice el evangelio que María iba contemplando todo cuanto sucedía y todo aquello lo guardaba en su corazón. Hemos contemplado cómo llegan los pastores avisados por un ángel y ellos cuentan todo lo que le han dicho de aquel niño; el ángel les había dicho que en la ciudad de David les había nacido un Salvador, el Mesías, el Señor.
Y allí estaba María observando, escuchado, guardando en su corazón aquellas palabras, aquellos anuncios que cuentan los pastores, todo el cariño y el entusiasmo con que ellos han venido hasta el establo. ‘Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón’. Aquellos pastores estaban ya también en el corazón de la madre, en el corazón de María. Es lo que nosotros queremos, estar también en el corazón de María.
Cómo se siente el hijo cuando deja reposar su cabeza en el corazón de la madre, junto a ella su acurruca, de ella siente los latidos de su corazón, de su ternura se siente envuelto, qué paz y seguridad va sintiendo en su espíritu. Así queremos sentirnos acurrucados junto al corazón de María; a ella también nosotros queremos llevarla en el corazón, para sentirla siempre junto a nosotros y nos sintamos seguros, nos sintamos en esa paz que saben desprender las madres.
Hoy no queremos decir nada más. Sólo experimentar y sentir ese gozo del amor de María. Y que de su mano siempre vayamos hasta Jesús.
Y que esa paz que sentimos con María a nuestro lado, la consigamos también para nuestro mundo. Es la jornada de oración por la paz. En el año que comienza pidamos por la paz de nuestro mundo, pidamos por la paz de los corazones, pidamos para que nada perturbe la paz en ningún sitio, en ningún individuo. Pidamos para que desaparezcan los odios y los egoísmos, los resentimientos y las envidias que tanto daño hacen. Que todos sepamos perdonar para que perdonando comencemos a sentir paz en nuestro propio corazón. 

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Seguimos postrándonos ante el misterio de la Encarnación de Dios

Seguimos postrándonos ante el misterio de la Encarnación de Dios


‘Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’.
Seguimos contemplando el misterio de la Navidad; seguimos postrándonos ante el misterio de la Encarnación de Dios. Seguimos meditándolo, rumiándolo en nuestro interior, haciéndolo oración.
Es Dios que se hace carne, que se hace hombre como nosotros. Es la Palabra que es Dios. Es la Palabra que es la Luz de nuestra vida. Es la Palabra que es la única Vida a la que hemos de aspirar. Es la Palabra que es la única Verdad en la que vamos a encontrar la Salvación y ser verdaderamente libres.
Que las tinieblas no nos oscurezcan la vida. Que la maldad de la mentira no nos oculte la Verdad. Que sepamos encontrar el camino; que sepamos encontrar a Cristo. Es lo que tenemos que seguir contemplando sin cansarnos. Es a donde tenemos que encaminar nuestros pasos sabiendo que el camino es El.  ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida’, nos dirá más tarde. Es de lo que tenemos que dejarnos inundar, porque sabemos que teniéndole a El tenemos vida, porque tenemos gracia, porque tenemos perdón, porque tenemos paz, porque tendremos amor, porque tenemos la Salvación.
Hoy nos dice que las tinieblas no quisieron recibir la luz; que en el mundo estaba pero el mundo no le recibió. ‘La luz brilla en la tiniebla, pero la tiniebla no la recibió… vino   a los su casa y los suyos no la recibieron…’ Nosotros sí queremos esa luz; nosotros sí queremos recibirle. ‘Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre’. Queremos recibirle, queremos vivir como hijos de Dios, queremos sentir su paz y su vida en nuestro corazón.
Sabemos que muchas veces hemos preferido las tinieblas a la luz, pero ahora nos damos cuenta y queremos encender nuestra luz en su luz, y alimentarla de su gracia para que no se apague nunca más. Que no nos falte nunca el aceite de tu gracia para mantener encendida la lámpara de nuestra fe.
Señor, concédenos que siempre caminemos iluminados por tu luz. Concédenos tu perdón y tu gracia para que sintamos para siempre tu paz en nuestro corazón. Nos acogemos, Señor, a tu misericordia que es grande. Revélanos, Señor, tu amor; revélanos a Dios porque sabemos que solo en ti y por ti podremos conocerlo, porque ‘a Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre es quien nos lo ha dado a conocer’.

martes, 30 de diciembre de 2014

Hablaba del Niño a todos diciendo que era el Salvador que nos traía el perdón de los pecados

Hablaba del Niño a todos diciendo que era el Salvador que nos traía el perdón de los pecados


‘Os escribo a vosotros, hijos míos, porque se os han perdonado vuestros pecados por su nombre’. Así comienza el texto de la carta de san Juan que hoy escuchamos en la liturgia. ‘Se os han perdonado vuestros pecados…’ consoladoras palabras.
‘Si llevas cuenta de los delitos ¿quién podrá resistir?, decimos en el salmo que hemos rezado tantas veces. ‘Pero del Señor viene la misericordia, la redención copiosa’. Así es el amor del Señor. Es la salvación que el Señor nos ofrece. Para mostrarnos ese amor viene Jesús. Y ese amor se hace perdón y paz para nuestra vida. No podemos olvidar el más profundo sentido de la navidad.
El evangelio, que nos está narrando la presentación de Jesús en el templo, conforme a lo prescrito en la ley de Moisés, nos habla hoy de una anciana que está todo el día en el templo, ‘sirviendo a Dios con ayunos y oraciones’ con la esperanza cierta de la pronta llegada del Mesias Salvador.
Aparece en el momento en que el anciano Simeón que ha reconocido la presencia del Mesías en aquel niño que aquellos padres están presentando al Señor y se une ella al cántico de alabanza de Simeón. ‘Acercándose en aquel momento daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la futura liberación de Israel’. Ahí la vemos en la alabanza al Señor pero también en el anuncio del Salvador que llega. ‘Hablaba del Niño a todos’. Pero ¿qué anunciaba? ¿qué decía? Que aquel Niño era el que venía a traer la salvación. Como en anciano Simeón, ‘porque mis ojos han visto a tu Salvador…’
Por eso decíamos no podemos olvidar el sentido más profundo de la Navidad. No nos quedemos en la externo. Vayamos a lo más hondo. Es hermosa toda la alegría que vivimos en estos días y cómo todos nos deseamos parabienes los unos a los otros; es hermoso que nos reunamos las familias y los amigos y tengamos momentos felices de convivencia y de paz. Pero no olvidemos lo principal. Ese Jesús a quien en estos días contemplamos niño, nacido en Belén, es el Hijo de Dios y es nuestro Salvador. Es quien viene a traernos la salvación y el perdón de los pecados.
Sintamos ese gozo más hondo en el corazón. En el Señor encontramos la paz del corazón. Desde ese amor y ese perdón generoso que nos ofrece el Señor comencemos a vivir la nueva vida de la gracia. Tenemos que sentirnos pronfundamente renovados en nuestra vida para comenzar a vivir una vida santa. Que el amor de Dios esté de verdad en nuestro corazón porque siempre queramos en todo hacer la voluntad del Padre.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Que el Señor nos llene de su luz y de su amor para que nunca caminemos en tinieblas

Que el Señor nos llene de su luz y de su amor para que nunca caminemos en tinieblas


¿Estamos ciegos? ¿estamos en tinieblas? Algunas veces creemos que estamos en la luz y vemos, pero la realidad es que hemos dejado meter las tinieblas en nuestra vida y nos cegamos tanto que ya ni nos damos cuenta de nuestra ceguera. Vemos turbio, pero creemos que es la realidad de lo que nos circunda cuando realmente el velo oscuro lo tenemos en nuestros ojos.
Como el que va perdiendo la vista paulatinamente, por ejemplo, por unas cataratas; ve turbio pero cree ver, no quiere reconocer las tinieblas de sus ojos que se han ido velando poco a poco; cuando vuelve a recobrar la visión clara, entonces se da cuenta de lo que hermoso y lleno de color que está todo lo que le rodea, y que lo borroso o diluido de los colores estaba en sus ojos.
Así nos sucede cuando se nos va enfriando el amor en nuestra vida. Comenzamos a ver mal, y entonces nos parecerá malo todo lo que vemos en los demás, sin darnos cuenta de que el amor se nos ha enfriado; lo tremendo es cuando se nos muere el amor y lo transformamos en egoísmo, en insolidaridad, en rencor y resentimiento, en envidias. La negrura entenebrece nuestra vida.
Caminemos en la luz, caminemos en el amor; no dejemos nunca muque se nos meta el desamor en nuestra vida; es una pendiente muy terrible porque la piedra de nuestro desamor rodando y rodando pendiente abajo cada vez se hace más grande, cada vez se hace más dañina, cada vez más destruyendo mas vidas, no solo la nuestra sino de todos los que encuentra a su paso.
Recordemos lo que nos ha dicho hoy san Juan en su carta: ‘Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a donde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos’, han cegado su vida.
Que el Señor nos llene de su luz. Que el Señor nos llene de su amor.

domingo, 28 de diciembre de 2014

El niño Jesús crecía y se robustecía, se llenaba de sabiduría y de gracia en el caldo de cultivo del amor de la familia de Nazaret

El niño Jesús crecía y se robustecía, se llenaba de sabiduría y de gracia en el caldo de cultivo del amor de la familia de Nazaret


La familia es la más hermosa escuela del amor. Si no lo fuera así se destruiría a si misma. No se puede fundamentar la comunidad familiar desde otros intereses o ambiciones. Nace y se fundamenta en el mismo amor de los esposos, del hombre y la mujer que se aman y se dan y quieren compartir su vida. Es el más hermoso caldo de cultivo de un auténtico amor. Y de ahí, de ese amor brotará el más hermoso fruto de ese amor que son los hijos.
Y cuando lo hemos cimentado todo en el amor como el más eficaz fundamento los hijos harán crecer ese amor al tiempo que crecerán alimentados en ese mismo amor. Es un amor abierto a la vida que crece y se enriquece más y más cuanto más se da, cuanto más se ama. Será el hermoso taller donde construimos la vida en su más profunda felicidad. De ahí cuanto hemos de cuidar la familia, cuánto hemos de cuidar el amor para que nunca se vea empañado por ninguna perturbación ni ninguna tentación a encerrarse en si mismo porque lo haría egoísta y lo destruiría.
Pero somos humanos y erramos muchas veces y nuestro corazón se contagia de muchas cosas que pueden perturbar ese amor. Pero el creyente cristiano sabe bien donde ha de alimentar ese amor, donde encontrará la fuerza que no solo lo mantenga sino que lo haga crecer. Es el abono de la gracia divina que enriquece la vida matrimonial y familiar con el sacramento del matrimonio.
El creyente sabe que no camina solo. Junto a él está la gracia divina que alimenta su amor, lo fortalece y lo enriquece. Y es que Jesús no nos deja solos nunca en el camino de la vida. Sabe de nuestras debilidades y flaquezas, que nuestro espíritu muchas veces tiende a atrofiarse y a enfermarse con muchos males, porque nos sentimos tentados al egoísmo y al encerrarnos en nosotros mismos, aparecen las ambiciones y nos malean los orgullos y los recelos.
El nos garantiza la seguridad y fortaleza de su gracia. Como solemos decir cuando una pareja cristiana celebra con todo sentido el sacramento del matrimonio no solo hay un compromiso adquirido por los propios contrayentes a vivir a ese amor según el sentido y el estilo de Cristo, sino que Cristo mismo se compromete a acompañar ese camino de amor de aquel matrimonio y de aquella familia que nace. Por parte de Cristo no nos faltará nunca la asistencia de su gracia. Tendríamos nosotros que saber contar más con El.
En el marco de la Navidad, del misterio de Dios que se hace Emmanuel, que quiere ser Dios con nosotros y para eso se ha hecho hombre, encarnándose en el seno de María, además de redimir nuestra vida de tantos males con los que la destrozamos, hoy se nos quiere mostrar el misterio de la Sagrada Familia de Nazaret, de aquel hogar de José, María y Jesús. Cómo tenemos que aprender de aquel hogar, de aquella sagrada familia de Nazaret. Quiso Cristo al asumir nuestra naturaleza humana nacer y crecer en el seno de un hogar, de una familia, para así mostrarnos todo lo que es la riqueza de su gracia que nos acompaña.
Si comenzábamos diciendo que la familia es la más hermosa escuela de amor, qué podríamos decir de aquella Sagrada Familia de Nazaret. En el amor de aquel hogar nació y creció Jesús. ‘El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba’, nos dice el evangelista. El niño crecía y se robustecía, se llenaba de sabiduría y de gracia de Dios en el caldo de cultivo del amor de aquella familia de Nazaret.  ¡Qué hermoso pensamiento!