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sábado, 24 de septiembre de 2011

Al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres


Zacarías, 2, 1-5.10-11;

Sal.: Jer. 31, 10-13;

Lc. 9, 44-45

‘No entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no cogían el sentido…’ Difícil de entender era lo que Jesús les decía. En torno a Jesús iba surgiendo una admiración grande por sus enseñanzas, por los milagros que realizaba, por las esperanzas que iban naciendo en sus corazones.

Les anunciaba el Reino de Dios y, quizá porque ellos se hacían una interpretación muy triunfalista de lo que era el Mesías esperado, sentían cercanos los días de la victoria y del triunfo, a lo que les alentaba aquellos milagros que Jesús iba realizando como una victoria sobre el mal. Todo era para ellos signos de una victoria segura. El Mesías sería un rey victorioso.

Y ‘entre la admiración general por lo que hacía Jesús les dice a los discípulos’ lo que viene a ser para ellos una paradoja grande. ‘Al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres’. Y les insistía Jesús ‘metéos bien esto en la cabeza’. Era un anuncio más que hacía de su pasión.

Ya lo había dicho en otras ocasiones. Después de la confesión de Pedro allá en Cesarea de Filipo también se los había anunciado. Lo escuchamos ayer.’El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. Lo mismo les había dicho en el Tabor a los tres discípulos que habían subido con El. ‘Y les daba miedo preguntarle por el asunto’.

Todo estaba encaminado hacia la gran victoria, es cierto; pero esta gran victoria sobre el mal, el dolor, la ley y la muerte, iba a ser a los ojos de los no iluminados por la fe, la gran derrota. Sería motivo de escándalo para los mismos discípulos que cuando comienzan los malos momentos allá en Getsemaní lo abandonan y huyen; seguirán de lejos su pasión, aunque solo alguno se atreve a acercarse al patio del sumo pontífice, pero va a ser también su escándalo porque terminaría negando conocer a Jesús. Al pie de la cruz solo estará el discípulo amado.

Por eso, podríamos decir, con estos anuncios que Jesús va a haciendo lo que quiere es prepararlos. Para eso había llevado a los tres escogidos también a lo alto del Tabor. Pero era necesario tener una fe firme para soportar el embate duro y tentador que iba a significar la pasión. Jesús resucitado los iba a encontrar escondidos en el Cenáculo con las puertas cerradas por miedo a los judíos.

También en el camino de nuestra fe nosotros necesitamos estar bien fortalecidos. Queremos confesar nuestra fe en Jesús no sólo de palabra sino con toda nuestra vida. Muchas veces se nos puede hacer difícil porque la cruz también nos va apareciendo en nuestra vida. Necesaria es la firmeza de nuestra fe nacida de ese conocimiento cada día mayor que vamos teniendo de Jesús. Como hemos venido diciendo con fe es cómo podemos acercarnos a El.

En profundo espíritu de oración tenemos que ir dejándonos inundar por su gracia, por su presencia, por su vida. Es la mejor forma de realizar nuestro camino en fidelidad total. Es cómo podemos sentirnos fuertes frente a las tentaciones del enemigo que sutilmente también nos llena muchas veces de dudas el corazón o nos ofrece como señuelos otras ideas u otros pensamientos de rebajar la intensidad de nuestra fe, de nuestro compromiso, de la vivencia de nuestra vida cristiana. Debilitándonos con la tentación de la frialdad es la manera de hacernos caer y resbalar por la pendiente de la duda, del miedo, del abandono, del pecado y de la muerte en fin de cuentas.

Con Jesús nos sentiremos seguros y sin ningún tipo de miedo.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Vayamos con Jesús al silencio de la oración y confesaremos nuestra fe en El



Ageo, 2, 1-10;

Sal. 42;

Lc. 9, 18-22

‘Una vez que estaba Jesús orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo?... y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’

¿Quién es Jesús? Parece una encuesta como se hace hoy para saber la opinión de la gente, para saber de la popularidad de un personaje. ¿Qué opina la gente de su tiempo de Jesús? ¿Qué opinamos nosotros? ¿Qué significa para nosotros? No son preguntas para tomárnoslas a la ligera. Son algo serio porque además con su respuesta estamos manifestando cuál es nuestra fe, cuál es la hondura de nuestra fe.

En la referencia del texto, que muchas veces hemos reflexionado, aparecen las diferentes opiniones de la gente si un profeta como los antiguos, si Elías el que había de venir o Juan Bautista que ha vuelto a la vida; también tenemos la respuesta honda, profunda de fe de Pedro: ‘El Mesías de Dios’.

En las reflexiones que nos venimos haciendo aquí cada día, en el marco de la celebración, en nuestra reflexión sobre la Palabra que el Señor cada día quiere dirigirnos algo así, como lo que hoy se nos plantea, nos hemos venido preguntando. Hemos reflexionado últimamente de nuestros deseos de conocer a Jesús, de ver a Jesús. Y una cosa que estos días hemos reflexionado es cómo Jesús quiere manifestársenos si le amamos de verdad y cumplimos sus mandamientos, si plantamos hondamente su Palabra en nuestro corazón y nuestra vida.

Creo que la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado nos da una pauta hermosa para que respondamos a estas preguntas o para que busquemos con toda seguridad a Jesús. Ya hemos reflexionado en otra ocasión que sólo desde la fe podemos ir a Jesús y podremos conocer todo el misterio de su ser. Hoy se nos dice cómo desde la oración podremos ahondar plenamente en ese misterio. Cuando Jesús hace la pregunta a los discípulos nos decía el evangelista que ‘estaba Jesús orando, en presencia de sus discípulos…’

Como hemos reflexionado en más de una ocasión – lo hicimos ayer – no vamos hasta Jesús para conocer un personaje histórico sin más. Cuando vamos a Jesús vamos a conocer a Dios, vamos a adentrarnos en el misterio de Dios. Con ese espíritu de fe, con ese espíritu de oración, abriendo nuestro corazón y toda nuestra vida al misterio de Dios es cómo podremos conocerle de verdad, es cómo podremos entrar en todo su misterio.

Oración es sentirnos inundados de Dios, inundados de su amor. Oración es sentirnos envueltos en su presencia. Oración es vaciarnos nosotros en Dios, o vaciarnos de todas las cosas vanas que puedan llenar nuestro corazón para llenarnos de Dios. Hablamos de oración, no de la rutina de unas palabras que repetimos, sino de una apertura silenciosa a ese misterio de Dios para escucharle, para conocerle, para vivirle.

Nos cuesta hacerlo a veces, porque estamos muy llenos de rutinas, o porque son tantos los apegos que tenemos en nuestro corazón que nos cuesta vaciarnos de todas esas futilidades para llenarnos de lo verdaderamente importante, para llenarnos de Dios. Nos cuesta hacer ese silencio en nuestro interior porque son demasiadas las voces que dejamos meter por los oídos de nuestra vida que luego no sabremos discernir lo que es verdaderamente la Palabra que el Señor nos susurra o nos grita a veces allá en el corazón. Nos cuesta porque hemos puesto tan en el centro de todo nuestro yo, que no damos cabida al nosotros de Dios.

Vayamos con Jesús al silencio de la oración, como cuando se iba al descampado o se subía a la montaña del Tabor. El nos dice también que nos metamos allá en la soledad y silencio de nuestra habitación, de la habitación de nuestra alma, cerrando las puertas a todos los ruidos exteriores. Vayamos con Jesús así en la oración y le conoceremos, y le amaremos, y nos sentiremos amados por El, y El se nos manifestará, se nos dará a conocer, y podremos entonces confesarle no solo de palabra sino con la fe de toda nuestra vida. No temeremos entonces que nos diga también que el Hijo del Hombre tiene que padecer, porque también escucharemos que al tercer día ha de resucitar.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Venimos a Jesús porque queremos poner en El todo nuestro amor


Ageo, 1, 1-8;

Sal. 149;

Lc. 9, 7-9

‘¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?’, se pregunta Herodes. Se había enterado de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse. Los poderosos viven enfrascados en su corte de poder y no siempre se enteran bien de lo que sucede alrededor. Están en otra órbita.

Ahora le llegan noticias del profeta que ha aparecido por Galilea y los comentarios que hacen algunos que aún lo llenan más de confusión. Le hablan de muertos que resucitan. En concreto que si el Bautista ha vuelto a resucitar o algún antiguo profeta. Pero para quienes están endiosados en su poder esa trascendencia de la vida le es algo ajeno. Viven muy pendientes de sus cosas y de si se pudiera poner en peligro su poder. Además a Juan lo había mandado matar él.

Aunque mañana lo escucharemos con mayor detalle en las respuestas que le darán a las preguntas de Jesús sus discípulos, ya vislumbrados la cierta confusión que hay también entre las gentes. Ha habido ocasiones en que se admiraban de las palabras que salían de la boca de Jesús y las propias gentes habían hablado de que un gran profeta había aparecido entre ellos, que Dios les había visitado. Pero esos entusiasmos en ocasiones son bien pasajeros y pronto se olvidan. Por eso la confusión.

Herodes siente curiosidad por Jesús. También nos dice el evangelista que ‘tenía ganas de verlo’. Sobre eso hemos reflexionado recientemente. Pero quizá en este caso solo se queda en una curiosidad pero que no ha despertado la fe.

No podemos acercarnos a Jesús de cualquier manera y querer estudiarlo simplemente como si se tratara de un personaje histórico más. Muchos lo han hecho y lo siguen haciendo quedándose en una humanidad histórica y simplemente sentirán admiración por Jesús porque se le puede considerar como un personaje singular.

Pero quien acude así a Jesús se quedará siempre en poca cosa. Costará abrirse a la fe para descubrir no solo su humanidad sino toda la maravilla que se encierra en Jesús cuando descubrimos en El a Dios que se ha hecho hombre para ser nuestro salvador. Hay que abrir la mente y el corazón de otra manera. No nos podemos cerrar a la trascendencia.

A Herodes como a muchos judíos de su época – bien conocemos el caso de los saduceos – como también lo encontramos en otras corrientes filosóficas entre los gentiles, el tema de la resurrección, por ejemplo, será algo que costará entender. Sólo se queda Herodes en una curiosidad por Jesús ante las cosas extraordinarias o milagrosas que realiza. Un milagro le pedirá cuando se encuentre con El cara a cara al enviárselo Pilatos durante la pasión y como Jesús no le complace lo tratará de loco. Ya en los Hechos de los Apóstoles vemos cómo cuando Pablo habla en Atenas, por ejemplo, de Jesucristo resucitado, con sorna le dirán que de eso lo escucharán otro día y le dan la espalda.

Pues bien, si no pensamos en la resurrección pobre se nos quedará la fe en Jesús. Creemos en Jesucristo resucitado, primicia de todos los que han muerto y que abre nuestra vida también a la resurrección y a la vida eterna. Como nos dirá san Pablo, si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe.

Abramos nuestro corazón a la fe. No vayamos hasta Jesús por mera curiosidad. Tengamos deseos de ver a Jesús, de conocer a Jesús, pero busquémoslo desde lo más hondo de nosotros mismos. No venimos aquí, a la celebración, como a un entretenimiento más porque no tenemos otra cosa que hacer. Venimos aquí porque queremos llenarnos de Dios. Venimos aquí porque queremos gozarnos en la presencia de Dios. Venimos aquí porque queremos mostrarle nuestra alabanza y porque queremos poner en El todo nuestro amor.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Participar de la mesa de la amistad que a todos ofrece Jesús



San Mateo, evangelista
Ef. 4, 1-7.11-13;
Sal. 18;
Mt. 9, 9-13

En la oración final de la Eucaristía de esta fiesta del apóstol vamos a expresar que ‘hemos participado de la alegría saludable que experimentó san Mateo al tener de invitado en su casa al mismo Salvador…’

Efectivamente hemos escuchado en el relato evangélico que san Mateo después de escuchar la llamada del Señor a seguirle quiso sentar en la mesa de la amistad a Jesús con sus discípulos. Escucharemos un hecho semejante cuando Jesús invitó al publicano Zaqueo a bajar de la higuera porque aquel día quería hospedarse en su casa. Con gozo Zaqueo lo recibió ofreciéndole un banquete con todo lo que a continuación sucedió de la conversión de aquel publicano para volver totalmente su corazón al Señor. Ahora ha sido también un publicano, que estaba sentado tras su mostrador cobrando los impuestos, quien a la invitación de Jesús a seguirlo lo deja todo – ‘se levantó inmediatamente y lo siguió’, que relata el evangelio – pero ofrece a Jesús sentarse a la mesa con sus discípulos. Grande sería la alegría de quien se sintió llamado por el Señor para ser su discípulo sin importarle su condición de publicano, un hombre pecador como eran considerado por el conjunto de los judíos.

Si había sentado a la mesa a Jesús y sus discípulos justo era que también los amigos y compañeros del publicano participaran también de aquella mesa de la amistad. Allí donde está Jesús caben todos porque todos se sienten invitados porque Jesús no ha venido a excluir a nadie desde ninguna prevención o prejuicio sino que El quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Es la mesa del amor y de la amistad, porque es la mesa donde Jesús siempre nos está ofreciendo su salvación.

Pero ya sabemos, los hombres estamos tan llenos de prejuicios, tenemos tantas prevenciones contra los demás en nuestra cabeza y en nuestro corazón que enseguida comenzaremos a hacer distinciones o a creernos mejores que los demás. Sería un contrasentido en quienes estén sentados en la misma mesa de Jesús, en quienes comemos su mismo pan que es signo siempre de salvación. Y es una de las cosas a las que tenemos que estar atentos para no caer ni en juicios ni en sospechas en el interior del corazón, pero a lo que nos sentimos fácilmente tentados.

Es lo que sucedía a quienes contemplaban lo que sucedía en la casa de Mateo, como sucederá también cuando Jesús se sienta a la mesa en la casa de Zaqueo. Por allá andan los fariseos con sus juicios, sus sospechas y sus prevenciones. ‘¿Cómo es que vuestro Maestro come con publicanos y pecadores?’ Alli están los puros, los del sepulcro blanqueado por fuera con muchas apariencias, pero con el corazón lleno de podredumbre, como un día les diría Jesús. Es la queja, el comentario malicioso que le hacen a los discípulos de Jesús buscando siempre el desprestigio como quienes tienen lleno su corazón de maldad.

Pero ahí está por encima de todo el hermoso mensaje de Jesús. El es el médico que viene a buscar los corazones enfermos y que quieren dejarse sanar. ‘No tienen necesidad de médico los sanosm sino los enfermos’, les dirá. El es quien viene a buscar a los pecadores porque vendrá siempre a ofrecernos el perdón y la salvación. ‘No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores’, concluirá Jesús. El es quien nos muestra lo que es el rostro misericordioso de Dios, que lo que nos pide a nosotros es que actuemos también en consecuencia siempre con misericordia. Es Jesús quien viene a sentarnos, sí, en la mesa de la amistad, de la comunión, del amor, donde todos tenemos que sentirnos siempre hermanos.

Así es el corazón de Dios. Así nos lo revela Jesús. Así nos muestra el amor que Dios nos tiene que nos envía a su Hijo. Así nos enseña cómo nosotros hemos de vivir en ese amor. Cómo nos lo enseñará luego Mateo en su evangelio mostrándonos en Jesús todo lo que es ese amor de Dios que así se nos manifiesta y se nos revela cuando con corazón humilde acudimos hasta El.

Así le pediremos en nuestra oración que aprendamos a sentir la alegría como Mateo de poder sentarnos a su mesa, alimentarnos de su Cuerpo y de su Sangre para poder alcanzar y vivir para siempre su salvación.

martes, 20 de septiembre de 2011

Nosotros también queremos ver a Jesús


Esdras, 6, 7-8.12.14-20;

Sal. 121;

Lc. 8, 19-21

Seguro que queremos ver a Jesús. En más de una ocasión en nuestra fervor religioso seguramente habremos pensado si nosotros hubiéramos tenido la suerte de vivir en los tiempos de Jesús en Palestina para haberle conocido cara a cara. Un sentimiento que manifiesta de alguna manera nuestra fe y nuestro amor. Pero, ¿no podremos ver a Jesús?

En el evangelio vemos cómo la gente se agolpaba en sus deseos de ver a Jesús, de estar con El, de tocarle, de sentir el beneficio de su mirada y de la salud para sus cuerpos enfermos, el consuelo para sus penas o el perdón para las miserias de sus pecados.

En ocasión veremos cómo alguien incluso pide la colaboración de los discípulos más cercanos para conocer a Jesús, como aquellos griegos que habían llegado a la fiesta de Jerusalén. Zaqueo quería conocer a Jesús y como no tenia medio de hacerlo de otra manera dada la aglomeración de la gente, su baja estatura o la situación de su vida – quizá esto principalmente – se subió a la higuera para verlo pasar desde allí. Otros querían llegar hasta los pies de Jesús y no les importó separar las tejas de la terraza para descogar por allí al paralítico que pudiera así acercarse a la presencia de Jesús.

Este recorrido por algunas de esas situaciones me lo ha provocado lo que hoy hemos escuchado en el evangelio. En este caso es María, la madre de Jesús, y como dice el evangelio sus hermanos haciendo referencia a sus parientes quieren ver a Jesús que está también en esta ocasión rodeado de gente de manera que no podían llegar hasta El. ‘Entonces le avisaron: tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’.

Ya conocemos la respuesta de Jesús que por supuesto no es un rechazo de María sino una gran enseñanza para nosotros. ‘Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica’.

¿Queremos ver a Jesús? Escuchemos la Palabra de Dios con sinceridad de corazón. Plantemos la Palabra de Dios en nuestra vida poniéndola en práctica. Abramos nuestro corazón a la Palabra de Dios. Podremos conocer a Jesús, podremos estar con Jesús, seremos la familia de Jesús. María lo hizo como la que más, como la mejor. Y vaya si plantó la Palabra de Dios en su vida, que de ella nación Dios hecho hombre. El Espiritu Santo la cubrió con su sombra, como dice el Evangelio, y de ella nació el Hijo de Dios hecho hombre, en ella se encarnó Dios para ser Emmanuel, para ser Dios con nosotros.

Escuchemos, sí, la Palabra de Dios veremos a Jesús, conoceremos a Jesús, nos llenaremos de Dios. Y Jesús vendrá a nuestra vida para llenarnos de su vida. Y el Padre y el Hijo vendrán a nosotros y harán morada en nosotros. ‘El que acepta mis preceptos y los pone en práctica, ése me ama de verdad; y el que me ama será amado por mi Padre. También yo lo amaré y me manifestará a El’. Así nos hablaba Jesús en la última cena. Así se nos manifestará el Señor si le amamos y cumplimos sus mandamientos, si escuchamos su Palabra y la plantamos en el corazón y en la vida.

Decíamos al principio que todos tenemos deseos de ver a Jesús, de conocer a Jesús. Queremos ver a Jesús, decimos nosotros también, como cuando María y los hermanos fueron y querían ver a Jesús. Y Jesús se nos manifestará, se nos dará a conocer, le podremos ver desde lo más hondo de nuestro corazón si ponemos toda nuestra fe en El.

Aquí venimos a la Eucaristía y le recibimos, ¿podemos pensar en unión más íntima y más intensa que la que podemos vivir en la Eucaristía? Es un anticipo del cielo, es prenda de nuestra salvación futura.

lunes, 19 de septiembre de 2011

La luz se pone en el candelero para que todos tengan luz


Esdras, 1, 1-6;

Sal. 125;

Lc. 8, 16-18

La luz no la encendemos para ocultarla; para eso la dejaríamos apagada. No podría cumplir su función de iluminar. Y una luz inútil que no ilumina para nada la tenemos. Y eso sucede con una luz oculta. Hay poco que decir. Es claro lo que nos dice Jesús. ‘Nadie enciende el candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; por el contrario, lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz’.

Pero todos entendemos que no está hablando de la materialidad de la luz que podamos encender en un camino, poner en una habitación o que queremos que nos alumbre, por ejemplo una escalera. Jesús quiere decirnos algo más. Porque la imagen de la luz se repite muchas veces en el evangelio. Incluso materialmente estas palabras que hoy hemos escuchado nos las repiten literalmente el mismo san Lucas en otra ocasión y también san Mateo y san Marcos.

¿Quién es esa luz que se enciende en nuestra vida y nos ilumina? No preguntamos qué es esa luz, sino quien es esa luz. Esa luz es Jesús. Ya nos lo dice el evangelio de san Juan desde el principio, o el mismo Jesús nos dirá que El es la luz del mundo. ‘Yo soy la luz del mundo y el que me sigue no camina en tinieblas’, nos dice.

Y de esa luz tomamos nosotros para nuestra vida, con esa luz de Jesús nos dejamos iluminar. El encuentro con Jesús es el encuentro con la luz. Encontrarnos con Jesús es sentirnos transformados de tal manera que nuestra vida se ilumina y ya todo es distinto para nosotros. Encontramos un sentido, encontramos un valor, encontramos una razón de ser para nuestra existencia, encontramos una nueva forma de caminar y de vivir.

Y es que la luz del evangelio convierte a los hombres en luz; luz con la que nosotros también tenemos que iluminar; no nos la podemos quedar sólo para nosotros sino que iluminando nuestra vida seremos luz para los otros. Ya nos dice Jesús, por ejemplo, que ‘vean los hombres nuestras buenas obras para que den gloria al Padre del cielo’. A eso tiene que llevarnos la luz que se manifestará en nuestra manera de vivir, en las buenas obras de amor que realicemos.

Pero nos decía que la luz no se puede ocultar. Y eso nos tiene que hacer pensar también si acaso alguna vez nos avergüenza ser luz, tenemos miedo de reflejar esa luz que por la fe que tenemos en Jesús ya llevamos dentro. No podemos ocultar nuestra fe. Tenemos que dar la cara por esa fe y por esa luz que llevamos con nosotros. No nos podemos avergonzar de ser unos iluminados por Cristo, aunque los que estén a nuestro lado no lo entiendan, aunque se mofen de nosotros o incluso puedan llegar a perseguirnos. El testimonio que tenemos que dar ha de ser un testimonio valiente.

El mundo necesita testigos de la luz que los ilumine. Hay demasiadas tinieblas. Y, hemos de reconocer, que hay demasiada cobardía en nosotros los cristianos. También podemos encontrarnos con la falta de respeto y tolerancia de los demás a nuestra manera de ver las cosas. Todos pueden hablar de sus convicciones pero quizá a nosotros se nos quiera acallar para que no proclamemos nuestro testimonio, pero hemos de darlo valientemente.

Fortalezcamos esa luz en nuestro corazón queriendo conocer y amar cada vez más a Jesús. Fortalezcámonos para ese testimonio desde nuestra oración confiada al Señor para que nos dé ese espíritu de valentía. Fortalezcámonos siendo más firmes en nuestra fe porque también nos preocupemos de formarnos debidamente para dar esa razón de nuestra fe y nuestra esperanza que el mundo necesita. ‘Que todos tengan luz’.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Salió a contratar jornaleros para su viña

Is. 55, 6-9;

Sal. 144;

Filp. 1, 20.24-27;

Mt. 20, 1-16

‘Un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña… id también vosotros a mi viña…’ repetirá una y otra vez en las diferentes horas del día en que sale a la plaza a buscar jornaleros. ‘¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’, dirá a los últimos al final del día.

En una primera lectura y reflexión estamos viendo la responsabilidad que se nos confía en el trabajo que cada día hemos de realizar. Una viña a la que son llamados distintos jornaleros. Un mundo que Dios ha puesto en nuestras manos y en el que tenemos que realizar nuestro trabajo, desarrollar nuestras capacidades; sacar el fruto de esa tierra, de esa vida que se nos ha confiado cada uno según sus capacidades, cualidades y valores, en las distintas horas del día, en los distintos momentos de nuestra vida.

Es el camino y la historia de la humanidad con sus avances, con su ciencia desarrollada, con la huella buena que cada uno de los hombres a través de la historia va dejando en la vida, en el mundo, en la sociedad. Somos herederos del trabajo de los que nos han precedido y es la herencia buena que tenemos que dejar a las generaciones que nos siguen. Es la historia de la ciencia, del pensamiento, de tantos y tantos avances que el hombre con su inteligencia y con su esfuerzo ha ido realizando en aquella viña que el Señor puso en nuestras manos, en esa creación que Dios inició y nos ha confiado. Es la mirada creyente que hemos de tener sobre la historia.

Es un sin sentido no desarrollar esos valores, estar ociosos mano sobre mano, cuando tanto bueno podemos hacer en la vida. ‘¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’ No podemos encerrar nuestros valores, los talentos que Dios nos ha dado, como habremos reflexionado en más de una ocasión. Es la responsabilidad con que tenemos que tomarnos la vida, el trabajo, ese lugar que ocupamos también en la sociedad a la que hemos de contribuir a mejorar.

Y en los momentos difíciles y de crisis que vivimos actualmente en la sociedad creo que todos hemos de pensar en nuestra responsabilidad; no podemos pensar que todo está en las manos de otros ni esperar que otros nos solucionen los problemas, sino que cada uno ha de poner su granito de arena, aunque nos pudiera parecer insignificante, para mejorar la situación de la sociedad.

Claro que puede sonar dura y dolorosa la respuesta que muchos pueden dar como aquellos que estaban en la plaza a última hora ‘nadie nos ha contratado, nadie nos ha llamado a trabajar’, y puede ser un grito angustioso a aquellos que tienen en su mano - por su situación, por su poder, por el lugar de responsabilidad que ocupan en la sociedad - el hacer todo lo que sea posible para que haya trabajo para todos. Que el Señor mueva los corazones, tenemos que pedir.

Con mirada creyente también en esa viña a la que se nos invita a trabajar podemos ver el campo de la Iglesia con la responsabilidad que con ella tenemos todos sus miembros. O es ese campo del mundo en el que hemos de sembrar la semilla de la Buena Nueva, del Evangelio; algo de lo que tampoco podemos desentendernos. En esas llamadas a distintas horas podemos ver las llamadas que el Señor nos va haciendo a trabajar en su viña que es la Iglesia, podemos ver los diferentes carismas y vocaciones que el Señor despierta en nosotros para nuestra contribución a la extensión del Reino de Dios. Nos daría este tema también para hermosas reflexiones y preguntas que tendríamos que hacernos en nuestro interior.

Pero hay algo en la parábola que desconcierta a muchos, como a aquellos mismos jornaleros que habían sido llamados a trabajar en la viña. ‘Cuando oscureció el dueño de la viña dijo al capataz: llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los jornaleros y recibieron un denario cada uno’. Ya escuchamos el desconcierto y las protestas. A todos nos pagas por igual. No pretende la parábola hablarnos de justicia distributiva donde en nuestras medidas humanas unos merecerán más que otros. Aunque tenemos que reconocer que en justicia les ha pagado lo que habían quedado. ‘Amigo no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete’.

Algo más querrá decirnos el Señor. Desde nuestras miras y medidas humanas siempre ha costado comprender bien esta parte de la parábola. Y es que las miras y medidas de Dios nos exceden en generosidad a lo que nosotros podemos pensar o desear. El denario que nos ofrece Dios por la responsabilidad con que hayamos vivido nuestra vida va mucho más allá de esas ganancias materiales o de esas medidas económicas.

Y a lo que nosotros pongamos de bueno en la vida, por pequeño e insignificante que nos parezca, el premio del Señor va siempre muy lleno de generosidad. Disfrutar de ese denario de Dios es algo más hermoso que una ganancia material, porque será disfrutar en plenitud de Dios mismo, que es el verdadero premio a nuestra vida. En la trascendencia que nos da nuestra fe ¿no hablamos de vida eterna? Es lo que el Señor nos ofrece que tiene mucha mayor plenitud que todos los goces humanos y terrenos que aquí podamos vivir. Ya escuchábamos al profeta que de parte de Dios nos decía ‘mis planes no son vuestros planes… como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes’.

Por eso desde la generosidad que vemos en Dios hemos de aprender nosotros a hacer las cosas no por ganancias humanas sino con generosidad también en nuestro corazón. No podemos ser interesados en lo bueno que hacemos porque vayamos a ganar, o queramos ganar unos puntos, unos méritos. Sintamos la satisfacción de lo bueno que hacemos, aunque no seamos correspondidos, pero con gozo en nuestro espíritu al menos por todo eso bueno que dejamos en herencia para los que vienen detrás de nosotros.

En nuestras relaciones humanas a veces somos demasiados interesados y andamos como a la compraventa; si me das, te doy; si me ayudas, te ayudo… y podemos perder el sentido de la gratuidad, de la gratuidad con que nosotros hacemos lo bueno, porque el regalo que nos hace el Señor en nuestro corazón será siempre más hermoso; es gracia, decimos.

Hemos, por otra parte, de ser agradecidos por lo que recibimos, que no es simplemente por nuestro merecimiento sino por la generosidad de quien nos lo da, nos ayuda o nos hace algo bueno. Y así con el Señor también. ¡Cuánto recibimos de Dios cada día!

En muchas cosas nos hace reflexionar la parábola que nos ha propuesto Jesús. Dejemos que por fuerza del Espiritu se mueva nuestro corazón y así vayamos descubriendo los planes y los caminos del Señor.