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sábado, 30 de junio de 2018

Una fe que nos abre a la trascendencia del misterio de Dios que obra en nosotros maravillas envolviéndonos en su amor


Una fe que nos abre a la trascendencia del misterio de Dios que obra en nosotros maravillas envolviéndonos en su amor

Lamentaciones 2,2.10-14.18-19; Sal. 73; Mateo 8, 5-17

‘Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho’. Es la petición que le hace aquel hombre que se presenta ante Jesús. Pero aquel hombre no es cualquiera, aquel hombre es un centurión romano; un gentil, un pagano, jefe de aquellas tropas de ocupación que dominaban sobre Israel. 
¿Qué pide? ¿A quien acude? ¿Acude a un médico que con sus remedios podía devolverle la salud al criado enfermo? ¿Acude a un taumaturgo porque ha oído hablar de las cosas maravillosas que realiza Jesús que va curando enfermos y sanando endemoniados allá por donde camina? Va con una angustia en su corazón, porque para él era muy valioso aquel criado que ahora está gravemente enfermo, pero también va con una certeza.
El es un militar con mando y está acostumbrado que sus órdenes se obedezcan. Es la disciplina. Y si Jesús tiene esos poderes taumatúrgicos sus ordenes su cumplirán, su palabra se realizará. Por eso va con esa certeza. Solo expone su necesidad. Lo demás quedaría por cuenta de Jesús.
¿Cuál es la fe de aquel hombre? ¿Pensará que eso de curar a su criado es como utilizar una máquina que automáticamente realiza aquello para lo que está programado? ¿Querrá ver con sus propios ojos cómo Jesús realiza la curación para asegurarse que su criado es curado? ¿Necesitará contemplar cómo Jesús llega y con su mano lo levanta? Jesús dice ‘voy yo a curarlo’. Florece entonces en el corazón de aquel hombre la fe. Es lo que Jesús quiere siempre despertar en nosotros. No simplemente buscar hechos portentosos, que se realicen o sucedan cosas maravillosas, que veamos el poder de Dios solamente como algo taumatúrgico, sino que ahondemos más en el corazón.
Algunas veces te dicen que si crees verdaderamente que una cosa sucederá ya es suficiente porque esa cosa se realizará. Algunos hablan del poder de la mente, de energías positivas que hay en ti o en la naturaleza y tú las aprovechas, como si solo fuera una fuerza que ya hay en ti; que las cosas sucederán por si mismas y que entonces no necesitamos acudir a Dios. Vemos muchas confusiones en estas cosas, se nos crean algunas veces verdaderos conflictos en nuestro interior; pareciera que estamos luchando con unas fuerzas negativas que no sabemos de donde aparecen pero que se pueden apoderar de ti. Es algo más allá de lo natural, pero no termina de entrar en lo sobrenatural en relación con Dios.
Aquel hombre cree con toda la fuerza de su corazón, pero no es él quien va a realizar el milagro por las fuerzas positivas que pudiera haber en él. En el fondo de todo lo que sucede, de lo que pide y de lo que dice hay algo trascendente que le hace ir más allá del ahora y de lo natural; ante todo ese misterio que vislumbra él, poderoso en la tierra, se siente pequeño e indigno. ‘No soy digno de que entres en mi casa’. No es una indignidad que pueda sentir ante otra persona, sino ante el misterio sobrenatural que en su fe él está vislumbrando en Jesús.
Es cierto que Jesús le dirá que por su fe el criado se ha curado, pero en la fe que él ha puesto en el misterio de Dios que para él se manifiesta en Jesús. Es necesario tener fe para abrir el corazón a Dios, vislumbrar su misterio, hacer trascender su vida, y sentirse envuelto en esa inmensidad del amor de Dios que nos transforma.  No es fe para que las cosas se realicen, por así decirlo, de una forma automática, como quien toda un botón y hace brotar el café que está contenido en aquella máquina.
Es la fe que nos abre al misterio de Dios; es la fe que nos hace sentirnos envueltos por su presencia; es la fe que va transformando nuestro corazón por la fuerza de la gracia de Dios que nos inunda con su Espíritu; es la fe que nos va a dar un sentido y un valor nuevo a nuestra vida; es la fe que inspira confianza en Dios, pero que nos enseña a saber tener confianza en los demás, en su amor y su bondad, y en lo bueno que nos pueden transmitir. Muchos tenemos que reflexionar sobre este misterio de la fe para hacer crecer esa fe en nuestra vida.

viernes, 29 de junio de 2018

Confió Jesús en Pedro a pesar de debilidad y negación, confía en nosotros y en su Iglesia a pesar de nuestros tropiezos y caídas tendiéndonos siempre su mano


Confió Jesús en Pedro a pesar de debilidad y negación, confía en nosotros y en su Iglesia a pesar de nuestros tropiezos y caídas tendiéndonos siempre su mano

Hechos 12, 1-11; Sal 33; 2Timoteo 4, 6-8. 17-18; Jn. 21, 15-19

‘Tú, Simón, el hijo de Juan, en adelante te llamarás Cefas, Pedro’. Fue como el saludo y el recibimiento. Es que su hermano Andrés la tarde anterior se había ido con Jesús y ahora la mañana siguiente fue la búsqueda de Simón y le había dicho que habían encontrado al Mesías. Eso de las inquietudes parecía que era de familia, pues en sus búsquedas Andrés se había venido a la orilla del Jordán para escuchar al Bautista y a la indicación de este se había ido con Juan el Zebedeo detrás de Jesús.
Por eso aquella recepción y aquel saludo, pero también el gesto significativo del cambio de nombre. Ya se intuía lo que Jesús esperaba de aquel nuevo discípulo. ‘Te llamarás de ahora en adelante Pedro’. Un signo de confianza, pero de confianza en el futuro. Un signo de confianza como para de alguna manera estarle anunciando que tiene una misión reservada para él.
Más tarde, cuando después de llevar tiempo siguiendo a Jesús, porque un día les había invitado a dejar lo que estaban haciendo para seguirle y habían dejado barcas y redes en un hermoso gesto de disponibilidad, ante la confesión de Simón Pedro de quien era Jesús para El – ‘Tú eres el Ungido de Dios, el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios vivo’ – ya Jesús comenzará a dar significado a aquel cambio de nombre. ‘Serás piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’. El significado del nombre de Pedro es piedra, y ahora se entenderá por qué Jesús le llama Pedro, piedra, porque será la piedra sobre la que fundará la Iglesia, sobre la que se va a fundamentar aquella nueva comunidad del Reino de Dios que va a nacer y que ahora Jesús está preparando.
Con este entusiasta discípulo en el que crece cada más y más su amor por Jesús, éste tendrá unos apartes especiales. Será testigo de su transfiguración en el Tabor, entrará con Jesús en el aposento donde yace muerta la niña de Jairo aunque Jesús diga que solo está dormida para ser testigo de su vuelta a la vida, habrá momentos de conversación mas intima donde Pedro le manifestará a Jesús que no puede permitir que le pase nada de todo aquello que anuncia que sucederá en Jerusalén teniendo Jesús un exabrupto con Pedro apartándolo de su lado como si fuera un diablo tentador, finalmente podrá estar cerca de Jesús en la oración y la agonía de Getsemaní aunque se caigan de sueño y se les cierren los ojos.
Podríamos decir que Jesús lo va preparando. Tendrás que mantenerte firme, le dirá en una ocasión, porque cuando te recuperes de tus debilidades en las que incluso caerás tendrás que ser el sostén de la fe de los hermanos. Y vaya sí que es débil a pesar de sus porfías de amor, porque tres veces le negará antes de que aquella noche cante el gallo. Tarde se dará cuenta de que se ha metido en la boca del lobo, pero llorará con amargas lágrimas su traición que un día se verá compensada con una triple protesta de amor. ‘Señor, tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero’. Y Jesús le confiará ser pastor de su rebaño ‘apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas’, le dirá.
Así aparecerá pronto Pedro como nexo de unión de los discípulos, de los apóstoles. Incluso en los momentos oscuros de la pasión allá quedan escondidos en el cenáculo y pedro en medio de ellos. Será el primero que ante el anuncio de Magdalena correrá con Juan para llegar hasta el sepulcro y constatar que está vació. Juan, dice el evangelio, creyó al ver el sepulcro vacío, de Pedro no se dice nada, pero sabemos que de manera especial Jesús resucitado se le aparecerá a él.
Después de la Ascensión, en la espera del cumplimiento de la promesa del Padre y de Jesús, ya aparece el liderazgo de Pedro, como lo había anunciado Jesús, porque con el están todos reunidos y a su iniciativa se elegirá al que sustituya al traidor que se había suicidado. Luego tras la inundación de sus corazones con el Espíritu divino será el primero que se enfrente a la multitud para anunciarles que aquel a quien ellos habían crucificado Dios lo había resucitado de entre los muertos constituyéndolo Señor y Mesías.
Cuando hoy estamos celebrando esta fiesta de San Pedro – no podemos olvidar a san Pablo a quien hoy también celebramos – con estos breves retazos de lo que aparece de él en el evangelio nos podremos hacer unas consideraciones que nos ayuden también en nuestro camino de fe y en nuestro camino de seguimiento de Jesús.  Aparece siempre la disponibilidad generosa de Simón que se deja guiar que aunque en sus impulsos le haga tropezar y caer siempre estará ese amor total del corazón de Pedro para seguir a Jesús, para proclamar que su Palabra es y será siempre palabra de vida eterna y que está dispuesto a todo por seguir a Jesús.
No temamos tener una disponibilidad así de un corazón generoso y siempre dispuesto a dar, a seguir a Jesús, a hablar valiente y claramente de él. Podremos incluso equivocarnos, tropezar y caer – no tengamos miedo – que si hay suficiente amor generoso en nuestro corazón pronto nos levantaremos y seguiremos con los mismos impulsos.
Es algo que no hace falta a los cristianos de nuestro tiempo. Nos entran miedos y temores, queremos guardar la ropa, queremos guardarnos por si acaso vamos a tener dificultades o tropezar. Pero los valientes serán los que den testimonio y el señor mirará esa generosidad de nuestro corazón y estamos seguro que cuando nos parezca que nos hundimos como Pedro allá en las aguas del lago, la mano de Jesús está ahí y nos levanta.
No seamos cobardes, hombres de poca fe, sino que tengamos ese arrojo y esa valentía como le vemos a Pedro que siempre querrá estar cerca de Jesús y que con esa misma valentía lo anunciará incluso a aquellos que crucificaron a Jesús y a nosotros nos pueden llevar al martirio. El ángel del Señor estará con nosotros para arrancarnos de esas cárceles de nuestras cobardías.

jueves, 28 de junio de 2018

Pongamos un buen cimiento a nuestra vida, pongamos la firmeza de los valores del evangelio en lo hondo de nuestro corazón



Pongamos un buen cimiento a nuestra vida, pongamos la firmeza de los valores del evangelio en lo hondo de nuestro corazón

2Reyes 24,8-17; Sal 78; Mateo 7,21-29

No voy de arquitecto ni de ingeniero – ya mi amigo me diría que soy bastante malo y que de eso quizás no entiendo mucho – pero todos bien sabemos lo importante que es en toda edificación una buena cimentación. Si tenemos que hacer una buena construcción ya nos buscaremos no solo un buen constructor sino un buen arquitecto o un buen ingeniero que nos planifique todo muy bien, para no lamentar fallos posteriores.
Pero bien nos daremos cuenta que no hablo ahora de esas construcciones sino de la construcción de la propia vida en la que hemos de poner sólidos fundamentos, sólidos cimientos para que podamos lograr lo mejor de nosotros mismos en la vida. Ya nuestros padres y educadores se han preocupado de darnos buenos principios que nos hagan ir comprendiendo la vida en la medida en que hemos ido creciendo y madurando, pero nosotros mismos también hemos de sentir esa preocupación por ese cimiento de nuestra vida que nos haga alcanzar lo mejor.
Quizá nos fijamos demasiado en los demás, antes que fijarnos en nosotros mismos – aunque de eso ya hemos reflexionado más de una vez seguramente – pero nos damos cuenta de con cuanta superficialidad se corre por la vida. Hemos hecho de la vida una carrera y nos hemos apresurado tanto que no nos hemos preparado debidamente antes. Faltan principios, faltan valores, nos confundimos muchas veces y nos vamos tras lo que más relumbra en un determinado momento sin darnos cuenta que solo es un oropel, un oro falso que reluce. No le hemos sabido dar profundidad a la vida buscando los mejores cimientos, los mejores valores que nos fundamenten pero también nos hagan mirar bien alto para darle altos vuelos a nuestra existencia.
Necesaria esa profundidad en la vida en todos los aspectos; humanamente hemos de ir madurando y creciendo día a día en esos valores. Necesario profundizar en una espiritualidad honda, recia, para mantenernos firmes frente a tanto materialismo como nos invdade en la vida; buscamos solo satisfacciones prontas, del momento, nos apegamos a cosas materiales pensando que ahí tenemos la raíz de la felicidad, pero pronto nos damos cuenta de que estamos vacíos por dentro, de que nos falta esa profundidad para saber encontrar el mejor sentido de las cosas, de la vida, de lo que hacemos, pero sobre todo de lo que somos. Nos es muy necesario para sacar lo mejor de nosotros mismos.
Y esto atañe a lo que es nuestra vida cristiana. No la podemos llenar de ritualismos vacíos, de costumbres o tradiciones a las que no les demos el verdadero sentido y profundidad. Sí, muchas veces nos decimos cristianos, nos decimos que somos muy religiosos, pero nos falta hondura, nos falta verdaderos cimientos, y andamos de acá para allá buscando espiritualidades que nos vienen no sé de donde y sin embargo tenemos en nuestras manos el evangelio y no lo tocamos.
Qué desconocimiento tenemos muchos de lo que es el evangelio de Jesús; así no avanzamos de verdad en nuestra vida cristiana, y luego decimos que no nos dice nada la Iglesia, la religión, la vida cristiana. Pero no nos hemos preocupado de conocer el evangelio, de leerlo a fondo, de reflexionar profundamente en lo que Jesús nos enseña.
Hoy Jesús nos pone la imagen de la casa edificada sobre arena o de la casa edificada sobre roca; ya sabemos como puede terminar una u otra cuando vengan las dificultades, los temporales de la vida. Y nos quiere decir Jesús que busquemos el verdadero fundamento. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca… El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena...’
Pongamos un buen cimiento a nuestra vida, pongamos la firmeza de los valores del evangelio en lo hondo de nuestro corazón. Dejemos atrás de una vez por todas esas superficialidades que tanto daño nos hacen. En Jesús encontremos ese verdadero sentido para nuestra vivir.

miércoles, 27 de junio de 2018

Crezcamos en una verdadera espiritualidad unidos al Espíritu de Jesús que nos purifica y nos llena de nueva vida para dar frutos de santidad



Crezcamos en una verdadera espiritualidad unidos al Espíritu de Jesús que nos purifica y nos llena de nueva vida para dar frutos de santidad

1Reyes 22, 8-13; 23, 1-3; Sal 118; Mateo 7, 15-20

Me contaba hace unos días un amigo que se dedica a la poda de los árboles frutales que a él y su equipo los habían llamado de una finca de naranjos para realizar los trabajos de la poda; se encontraron una finca en la que hacia años no se realizaba ningún trabajo de poda y limpieza de los árboles y que todo era maleza con las plantas llenas de ramajes secos e inútiles que había hecho que mermara la producción de la fruta en aquel terreno con muy malas calidades y cantidades de lo que no se sacaba ningún beneficio. Me contaba del duro trabajo que tuvieron que hacer de limpieza de ramajes secos e infructuosos dejando todo preparado para una buena producción que al tiempo debidamente se dará.
¿Nos pasará algo así en la vida? cuando no llevamos un cuidado de nosotros mismos pronto comenzamos a rodar por las pendientes de las rutinas, de las malas costumbres, de los apegos, de tantas debilidades que se nos van apegando a la vida que no nos permitirá dar los frutos que se esperan de nosotros. Puede ser que tengamos buen corazón y buena voluntad, que queramos ser buenos y superarnos pero fácilmente nos contagiamos de actitudes y de posturas que palpamos en nuestro entorno y que si no hacemos el necesario discernimiento van a ser rémoras que nos impidan avanzar en la vida.
Miremos de quien nos rodeamos, analicemos bien las cosas que vemos hacer a los demás y que quizás a ellos les puedan parecer tan naturales, valoremos actitudes y posturas para que seamos capaces de ir en positivo por la vida. Quizá a nuestro lado a la gente le parezca lo más natural del mundo las revanchas y resentimientos por los que luchan los unos contra los otros, se rompen relaciones y amistades, y nos vamos destruyendo unos a otros. De tanto verlo a nosotros también nos puede parecer natural actuar así y terminamos contagiándonos. He puesto esto como ejemplo como podríamos pensar en tantas otras cosas.
Por eso hemos de tener unos principios muy claros, unos valores muy altos por los que luchar, unas metas y una orientación en la vida de la que no queremos salirnos; nos exige vigilancia, revisión continua de nuestros actos y actitudes, purificación de intenciones en nuestro corazón, verdaderos deseos de superación. Y entonces iremos podando todos esos malos ramajes que se nos puedan introducir en nuestra vida; es la revisión que hacemos de nosotros mismos, es lo que nos corregimos para no perder la verdadera orientación y el autentico camino, es esa purificación interior que nos vamos haciendo, porque hay debilidades en nuestro corazón que muchas veces nos hacen tropezar.
Hoy nos dice Jesús en el evangelio. ‘Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis’.
Ahí tenemos nuestra tarea. Una tarea que no hacemos solos sino apoyados en la gracia del Señor. Nos ofrece Jesús su vida en los sacramentos que sean nuestro alimento y nuestra purificación, nuestra fuerza y nuestra vida. Unidos a El podremos dar fruto, porque como nos dirá en otro momento sin El nada podemos hacer. Así hemos de cuidar nuestra vida, nuestro espíritu, nuestro ser cristiano. Así hemos de crecer en una verdadera espiritualidad unidos al Espíritu de Jesús que es nuestra fuerza.

martes, 26 de junio de 2018

Somos más humanos cuando nos tratamos con amor y al mismo tiempo nos hacemos divinos en nuestro amor al llenarnos de Dios y de su amor sobrenatural



Somos más humanos cuando nos tratamos con amor y al mismo tiempo nos hacemos divinos en nuestro amor al llenarnos de Dios y de su amor sobrenatural

2 Reyes 19, 9b-11. 14-21. 31-35a. 36; Sal 47; Mateo 7, 6. 12-14

Qué displicentes nos ponemos en ocasiones con los que están cercanos a nosotros; quizá por aquello de la confianza nos pasamos, como se dice ahora, y no solo no somos delicados en el trato con ellos sino que en ocasiones nos volvemos exigentes y hasta fácilmente nos brotan los malos modos. Y estoy pensando en esas personas cercanas a nosotros por lazos familias, por la amistad y confianza que nos tenemos, o por la cercanía que da la convivencia de cada día con los que viven a nuestro lado o por razones de trabajo.
No digamos nada con las personas que miramos a mayor distancia, las barreras que ponemos, la cerrazón con que vamos por la vida, las discriminaciones de una forma o de otra que vamos haciendo. Luego a la hora de hablar quizá nos quejamos de que no hay comunicación hoy entre la gente, que cada uno va por su lado, que ya no podemos confiar en la gente porque vemos todo turbio y todo son desconfianzas y recelos; marcamos limites y territorio de la misma manera que marcamos a las personas y por su apariencia o por nuestros prejuicios vamos catalogando cuanto nos rodea.
Claro que si notamos que alguien no tiene confianza con nosotros, que mantienen sus reservas frente a nosotros, o en un momento determinado no fuimos tratados como a nosotros nos hubiera gustado, no halagaron nuestras vanidades o nos hicieron bajar de nuestros pedestales, ahí surgen nuestros juicios, nuestros receles y resentimientos y hacemos la vida y la convivencia imposible. ¿Qué estamos poniendo de positivo por nuestra parte?, tendríamos que preguntarnos.
Hoy nos dice Jesús una cosa muy sencilla. ‘Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas’. Ahí está el secreto de la vida y de una buena convivencia. Qué menos podemos hacer. Nos gusta que nos traten bien, pues tratemos bien a los demás; nos agrada que nos valoren o nos tengan en cuenta, valoremos a los demás, contemos con ellos, ofrezcamos generosamente nuestra amistad; queríamos un mundo donde todos nos entendiéramos, pues pongamos nuestra parte en ese entendimiento, en esa armonía, en esa paz. Es algo tan sencillo y natural como hacer lo bueno a los demás que nos gustaría que hicieran con nosotros.
Acabo de recibir un mensaje, de esos que nos vienen por facebook a través de una imagen, que dice lo siguiente: ‘Enamórate de la vida, de lo que te rodea, de lo que haces, de quien eres. Tómate tiempo para hacer cosas que hagan que tu corazón… ¡Sonría!’ Sí, que sonría nuestro corazón porque vayamos siempre de positivos por la vida, porque amamos la vida y cuanto nos rodea, porque nos amamos a nosotros mismos, y con un amor semejante queremos también a los demás. Sonreirá nuestro corazón, pero haremos también que cuantos están a nuestro lado sonrían también.
Todo ese amor humano, cuando nos amamos y nos tratamos bien somos más humanos, se ve engrandecido cuando contemplamos el amor de Dios, el amor que el Señor nos tiene, que nos ama y nos perdona, que está a nuestro lado aunque nosotros nos olvidemos de el, que nos ofrece caminos de reconciliación y nos invita al encuentro con El pero que seamos al mismo tiempo capaces de encontrarnos con los demás. Un amor que se hace sobrenatural con el amor de Dios, a quien queremos amar con un amor igual.
Pongamos a Dios en el centro de nuestro amor y nuestro amor será siempre generoso con cuantos nos rodean.

lunes, 25 de junio de 2018

Qué distinta sería nuestra convivencia si nos tomáramos en serio el evangelio de Jesús y supiéramos transitar por las sendas del amor


Qué distinta sería nuestra convivencia si nos tomáramos en serio el evangelio de Jesús y supiéramos transitar por las sendas del amor

2Reyes 17, 5-8. 13-15a. 18; Sal 59; Mateo 7,1-5

Como solemos decir tenemos ojos en la cara y lo que está delante de los ojos lo podemos ver. Podemos apreciar lo bueno y lo bello que hay en nuestro entorno; podemos valorar la riqueza y la belleza del encuentro con las personas, como podemos también quizá darnos cuenta de las sombras que ofrece la vida. Nuestros ojos están vueltos por naturaleza hacia el exterior y al descubrir cuanto nos rodea podemos hacer nuestras valoraciones y hasta nuestros juicios.
Pero tendríamos que aprender también a saber darle la vuelta a nuestra mirada, para no quedarnos en lo exterior, para aprender a mirar la belleza interior que no siempre la apreciamos con los ojos de la cara, pero también para volver esa mirada hacia dentro de nosotros mismos y descubrir nuestra autentica realidad. Descubrir nuestra autentica realidad para en positivo saber resaltar valores y cualidades ocultas que haya dentro de nosotros, pero también para saber ver nuestras propias limitaciones, nuestros errores o nuestros defectos.
Quizá por esa misma tendencia de mirar siempre hacia fuera podemos estar tentados a ver los posibles lados oscuros o negativos que hay en los otros que los lados oscuros  negativos que hay en nosotros mismos. Y es ahí donde tiene que estar nuestra habilidad y nuestra madurez, para saber vernos a nosotros mismos en toda la cruda realidad, antes de entrar en juicios o valoraciones que nos tiente hacer de los demás. Juicios y valoraciones que nunca tendrían que llevarnos a la condena, sino que desde una forma positiva de ver la vida lo que tendríamos que servir por nuestra propia lucha interior de estimulo para la superación que han de realizar los otros también,
Aunque haya negatividades y lados oscuros en la vida, como consecuencia de nuestras imperfecciones y debilidades, deberíamos siempre caminar con sentido positivo para que todo sea siempre un estimulo que nos impulse hacia arriba, nos motive a superarnos, nos ayude a crecer. Nuestros propios esfuerzos de superación podrían servir de estimulo para los que están a nuestro lado en su propio crecimiento humano y espiritual. Es la tarea de ayuda mutua, de comunión que tendría que haber entre nosotros, donde somos conscientes que sabiendo caminar juntos, juntos mejor creceremos y llegaremos a una mejor maduración en la vida. Pero somos demasiado individualistas e insolidarios.
Hoy Jesús en el evangelio, en el sermón del monte que estamos escuchando y meditando, nos deja sentado unos cuantos principios en el sentido de lo que venimos reflexionando y con mayor profundidad de la que puedan tener mis palabras y consideraciones. Nos habla de la mota que vemos en el ojo ajeno sin darnos cuenta de la paja que hay en el nuestro. Nos enseña a no juzgar ni a condenar, porque no somos nadie para hacernos un juicio de los demás.
‘No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros’. Cómo tendríamos que saber escuchar  con corazón sincero estas palabras de Jesús. Qué fáciles somos para el juicio y la condena, y no soportamos ni lo más mínimo que puedan decir los demás de nosotros.
Qué distintos actuaríamos si en verdad nos decidiéramos caminar los caminos del amor. Necesitamos comprensión, aceptación del otro, respeto a la persona, amor de verdad para ayudar con sinceridad y humildad y para saber en todo momento disculpar los errores del otro, un cariño grande y una ternura exquisita en nuestro corazón para ser siempre estimulo para los otros que ayuden siempre a superarse y a crecer.
Qué distinta seria nuestra convivencia si nos tomáramos en serio el evangelio de Jesús.

domingo, 24 de junio de 2018

La celebración del nacimiento de Juan el Bautista nos invita y compromete a que seamos testigos de luz en medio de un mundo envuelto por tantas sombras de mal


La celebración del nacimiento de Juan el Bautista nos invita y compromete a que seamos testigos de luz en medio de un mundo envuelto por tantas sombras de mal

Isaías 49, 1-6; Sal 138,; Hechos 13, 22-26; Lucas 1, 57-66. 80

‘Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él. No era él la luz, sino testigo de la luz’. Así nos presenta y define el evangelio de Juan la figura del Bautista. Era un testigo que venia a dar testimonio de la luz. Hoy, en estos días luminosos del equinoccio de verano en nuestro hemisferio norte, cuando son los días más largos y más llenos de luz, celebramos el nacimiento de Juan. ‘Vino un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan’.
‘Juan es su nombre’, proclamará Zacarías ante las dudas y sorpresa de vecinos y parientes porque Isabel, en quien se habían manifestado las maravillas del Señor, les decía que había de llamarse Juan en el momento de la circuncisión e imposición del nombre. Era la manifestación del consuelo de Dios para su pueblo que les anunciaba tiempos de misericordia y de perdón. La noticia de su nacimiento corrió de boca en boca por todas las montañas de Judea.
Su nacimiento está rodeado de las maravillas de Dios. Es el anuncio del ángel al sacerdote Zacarías cuando presentaba la ofrenda en el templo, diciéndole que su oración había sido escuchada. Es un hombre de fe, pero es tal el asombro de la visión angélica que no termina de creerse las palabras del ángel. Era el hijo que venia con el espíritu y el poder de Elías, el que venia para ser inicio de reconciliación e invitación a la penitencia desde la austeridad de vida que va a vivir.
La mano del Señor estaba con él y en él se iba a manifestar el espíritu del profeta del Altísimo que anunciaba que se acercaban los tiempos de la misericordia y del perdón. Así lo cantaría su padre Zacarías después de su nacimiento cuando de nuevo se le suelta la lengua para cantar las maravillas que hace el Señor que visita a su pueblo y derrama su misericordia sobre todos los pueblos. Allí estaba el que venia a preparar los caminos del Señor, preparando un pueblo bien dispuesto para la llegada del Mesías Salvador esperado.
Hoy nosotros, con alegría, estamos celebrando su nacimiento. Esta fiesta está rodeada de muchas costumbres y tradiciones ancestrales, pero que manifiesta la alegría del pueblo de Dios en el nacimiento del Bautista a seis meses del nacimiento de Aquel para quien él venia a preparar sus caminos. Cuando el ángel le anuncia a María el nacimiento de Dios en sus entrañas nos recuerda el mismo ángel que Isabel estaba ya de seis meses. Es la concordancia de las fechas de nuestras fiestas cristianas.
No nos queremos quedar en costumbres o ritos ancestrales en una verdadera celebración del nacimiento de Juan como hoy queremos hacer, sino su nacimiento y su vida son anuncio profético que nos ayuden a encontrar nosotros esos caminos que en nuestra fe hemos de recorrer y que sean también un testimonio de luz en medio del mundo que hoy vivimos. No somos nosotros la luz, pero sí estamos llamados a ser testigos de la luz, a dar testimonio de la luz. Contemplamos la figura de Juan y hemos de dejarnos interpelar por la Palabra de Dios para llegar a descubrir como en este mundo tan lleno de sombras en que vivimos hemos de ser portadores de una luz, anuncio también de esperanza de salvación porque realmente otro mundo es posible. 
No podemos deprimirnos ni acobardarnos por las sombras que siguen envolviendo nuestro mundo. Son muchos los problemas de todo tipo que nos rodean; no terminar de encauzar los caminos de nuestro mundo por sendas de paz y de justicia; nos sentimos agobiados porque parece que cada día son mas fuertes las redes ambiciosas que nos rodean en tanta injusticia y en tanta corrupción, en tantas manipulaciones desde los distintos ámbitos de poder que llenan de soberbia y de prepotencia a quien tendrían la misión de dirigir nuestra sociedad , y en tanta falsedad, hipocresía y mentira con que tratan de engañarnos.
Enfrente indiferencia, carencia de ideales y de metas, desorientación, falta de verdaderos valores que sean como pilares sobre los que fundamentar nuestra sociedad; tantas cosas que nos llevan a una convivencia muchas veces imposible, a rencillas, resentimientos y envidias, a no poder vivir en paz y en armonía ni siquiera algunas veces con los que tenemos más cerca.
Y ahí, nosotros, los que nos decimos creyentes en Jesús tenemos que encender una luz de esperanza, hacer un anuncio de salvación, trabajar por construir un mundo que sea distinto y que sabemos que es posible realizarlo. Porque creemos en Jesús tenemos la certeza y la garantía de la fuerza de su espíritu para hacer ese mundo nuevo y mejor. Es nuestra tarea, es nuestra misión, ha de ser nuestro compromiso.
La celebración del nacimiento de Juan, el que venia a preparar los caminos del Señor a esto nos tiene que llevar. Recordemos lo que él les pedía a aquellos que venían a bautizarse en señal de penitencia y como signo de que querían preparar esos caminos del Señor. Invita a caminos de solidaridad, de justicia, de rectitud, de sinceridad en la vida, de obrar con verdadera responsabilidad. Es lo que hoy nosotros tenemos que escuchar y por donde tenemos que caminar. Y en eso tenemos que ser testigos, esa es la palabra que tenemos que decir y la sinceridad de vida que tenemos que proclamar para dar testimonio de esa luz nueva que nos viene en Jesús y nos trae la salvación.
Que florezca de nuevo la esperanza en nuestro corazón.