En silencio nos quedamos junto a María, madre de los Dolores y de las Angustias, madre de la Soledad pero también madre de la Esperanza
Junto a la cruz de Jesús estaba su madre… así sencilla y escuetamente nos dice el evangelista. ¿Había habido un encuentro en la calle de la amargura camino del Calvario? La devoción popular y la tradición nos hablan de ello, viéndolo con toda normalidad; hecho que además en la tradición daría nombre a aquella calle, pues tal imaginamos era la amargura de la madre en el encuentro con el hijo condenado que llevan a crucificar.
Nosotros también en el amor de los hijos queremos ponernos en estos momentos al lado de la madre. La madre del crucificado con todo lo que eso significa, pero que es la madre que hoy se nos ha regalado. Detalles de Jesús, con su madre, con nosotros. Allí estaba el discípulo amado y es a él a quien le dice ‘he ahí a tu madre’; pero es que también se ha dirigido a María la que en aquel momento estaba perdiendo un hijo que se lo arrebataba la muerte, ‘mujer, ahí tienes a tu hijo’. Y nos dice el evangelista - ¿fue el mismo el que recibió el encargo? – que ‘desde aquella hora la recibió en su casa’.
Sí, queremos estar al lado de María, al lado de la madre, al lado de nuestra madre, pero vamos a hacerlo en silencio porque no es de otra manera como se pueden acompañar estos momentos. Sobran las palabras, habla el silencio. Muchos nombres, como calificativos, le damos en este día a María, dadas las circunstancias que vive. El más común Madre dolorosa, Madre de los Dolores, Virgen de los Dolores. El dolor y el sufrimiento de una madre que ve morir a su hijo. Algo que no vamos a describir porque es indescriptible. Pero una realidad dura que parte el corazón.
Simeón le había anunciado que una espada le traspasaría el alma y hasta siete espadas en nuestro amor y devoción vemos que atraviesan el corazón de la madre. Así la representamos, no faltará nunca el signo de esa espada en cualquier imagen de la Virgen de los Dolores. Casi más no podemos decir, no es necesario decir, porque sobran explicaciones. ¿Pregúntenselo a una madre que ve sufrir a un hijo enfermo con una enfermedad incurable? ¿A una madre que pierde un hijo en un accidente, en una guerra? ¿Pregúntenselo a una madre que no tiene pan para darle a su hijo que le dice que tiene hambre?
La llamamos también Virgen de las Angustias, quizás porque en ella al pie de la cruz de su hijo o caminando junto al cuerpo difunto de su hijo llegan hasta su tumba. Es un dolor insuperable que nos hace perder el alma, es una oscuridad grande que nos lleva a perder el rumbo de la vida, es un sin sentido que nos enloquece y nos hace perder todo equilibrio. ¿Sería así la angustia de María? Dolor había en su alma y podrá preguntarnos con las lamentaciones del profeta si es que hay un dolor semejante a su dolor, pero María era la mujer confiada de Dios, en El había puesto toda su fe y toda su confianza, y aunque había tenido momentos de incertidumbre en su vida – ‘¿Cómo será eso que no conozco varón?’ se había preguntado ante el ángel – era la mujer que se fiaba y decía sí. ¿No había dicho ella que era la esclava del Señor dispuesta a todo, a que se cumpliera la Palabra del Señor que le llegaba por boca del ángel?
También la invocamos como la virgen de la Soledad. Justo que la veamos y la invoquemos así cuando ha perdido todo lo que humanamente podía ser su apoyo, había perdido a su hijo. En esa soledad queremos nosotros acompañarla en estos momentos posteriores a la muerte de Jesús. Pero ya nos dice el evangelio junto a María estaba también María Magdalena y aquellas otras mujeres que habían venido con El desde Galilea. Aunque los discípulos de su hijo se habían dispersado y habían huido allí quedaba el discípulo amado que iba a recibir aquel hermoso encargo. Desde aquella hora la había recibido en su casa, como ya hemos comentado.
Soledad la llamamos e invocamos porque queremos expresar así lo que se puede sentir, lo que puede pasar por el corazón de una madre en estas circunstancias. No queremos esa soledad de María, porque además queremos que sea ella la que nos acompañe en nuestras soledades, en nuestras angustias, en nuestros dolores. Necesitamos esa madre que sabe estar a nuestro lado y nosotros queremos saber estar también a su lado. Por algo la llamamos también la Virgen de la Esperanza. Por mucho que fuera el dolor no faltó en ella la esperanza, porque era la primera que había plantado la Palabra de su Hijo en su corazón y entendía que la vida y el amor no se acaban, porque con Jesús la tenemos para siempre, con Jesús nos sentiremos siempre desbordados por el amor.
Y con ella hemos caminado esos pasos de la tarde del Viernes Santo, como la queremos acompañar en este Sábado que parece oscuro y silencioso pero que es preámbulo de un amanecer luminoso con resplandores de resurrección. En silencio nos quedamos junto a María, quizás muchas palabras han circulado ya por nuestra mente cuando la contemplamos, pero nada más vamos a decir. Que ese silencio nos hable, que ese silencio nos haga sentir una presencia que llena el corazón. Con María superaremos dolores y angustias, soledades y desesperanzas, porque con María sabemos llenarnos de luz y de vida, renace la esperanza en nuestro corazón.