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sábado, 20 de diciembre de 2008

Ya llega el Señor... nos enseña a acogerlo María

Is. 7, 10-14

Sal. 23

Lc. 1, 26-38

‘Ya llega el Señor, El es el Rey de la gloria’. Ha sido la aclamación que hemos repetido en el salmo. Ya llega, ya está ahí. Se acerca la navidad. Viene el Señor. El es el Rey de la gloria.

Si hubiéramos seguido con el salmo en los versículos siguientes se pregunta: ‘¿Quién es ese Rey de la gloria?... ¡Portones, alzad los dinteles, que se abran las antiguas compuertas! Va a entrar el Rey de la gloria’. Lo recordamos porque más de una vez hemos rezado ese salmo.

Es el Señor, respondemos. Es el hijo de María, pero es el Señor, decimos hoy. Es Jesús, porque ese es el nombre que le puso el ángel desde la concepción. ‘Se llamará Hijo del Altísimo’, le dice el ángel a María. Es el que ‘reinará en la casa de Jacob para siempre, cuyo reino no tiene fin’. Es el Hijo de Dios que es nuestro Salvador. ‘El santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’.

Tenemos que abrir las compuertas de nuestro corazón. Tenemos que hacer que se agranden los dinteles de nuestras puertas. Es el Señor que viene y que quiere habitar en medio de nosotros. Es aquel que fue anunciado como el Emmanuel, el Dios con nosotros.

Hoy miramos una vez más a María, porque de ella tenemos que aprender a abrir nuestras puertas para Cristo que llega a nuestra vida. Hoy contemplamos aquel humilde hogar de Nazaret donde vivía María y recibió la visita del ángel. No era un grandioso templo de bóvedas altísimas ni grandes puertas. No era un rico palacio adornado con encarecidos cortinajes ni con espléndidas alfombras para recibir a Dios. Era un lugar sencillo y humilde. Era el hogar de los pobres y de los humildes, como lugar pobre y humilde iba a ser el lugar de su nacimiento.

Pero allí estaba María, con su apertura a Dios, con su fe, con la generosidad de su corazón y con la disponibilidad de su vida. Allí estaba María que siempre se sentiría pequeña como los esclavos y dispuesta a hacer en todo momento lo que su Señor le pidiera. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, le vamos a escuchar decir. Allí estaba María con sus ojos atentos, pero con los oídos de su alma abiertos para escuchar y para acoger. Sería llamada dichosa, y se nos propone como modelo, por su fe y por su acogida, su escucha de la Palabra de Dios y por saber plantarla en su corazón.

Cuántas cosas tendríamos que aprender y copiar de María en este nuestro camino de Adviento. La liturgia de la Iglesia no se cansa de presentárnosla una y otra vez teniendo que reconocer que este es el mes más mariano, el tiempo litúrgico con más sabor a María, porque ella es la mejor que puede enseñarnos a preparar para el Señor que viene el mejor dispuesto corazón. Este texto del Evangelio que hoy se nos ha proclamado hasta tres veces lo escuchamos en este tiempo de Adviento, porque lo escuchamos el día de la Inmaculada, lo hemos escuchado hoy y lo volveremos a escuchar mañana en el cuarto domingo de Adviento.

Es el Señor que viene. María nos lo trae y nos lo presenta, porque así lo quiso el Señor cuando la escogió por Madre. Ella lo acogió con inefable amor de Madre, como decimos en el prefacio, pero con ese mismo amor de Madre nos lo presenta y nos lo ofrece.

viernes, 19 de diciembre de 2008

La salvación es cosa de Dios

Josué, 13, 2-7.24-25

Sal. 70

Lc. 1, 5-25

‘Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria, todo el día’. Es lo que hemos orado una y otra vez en el salmo. ¡Cómo no alabar al Señor! ¡Cómo no cantar la gloria del Señor! En la esperanza vislumbramos lo que es la gloria del Señor y así nuestro corazón se llena de alegría. Experimentamos una y otra vez en nuestra vida lo grande que es la salvación que el Señor nos ofrece.

No es cosa de los hombres, no es cosa que podamos conseguir por nosotros mismos. La salvación es cosa de Dios. Es quien puede salvarnos. Y los caminos de salvación que El nos ofrece no son lo que nosotros podamos imaginar con nuestros razonamientos humanos. El nos la ofrece gratuitamente cuándo quiere y cómo quiere.

Hoy se nos ofrecen dos testimonios en este sentido en la palabra proclamada. La madre de Sansón ‘era estéril y no había tenido hijos’. Lo mismo sucede con Zacarías e Isabel en el evangelio. ‘No tenían hijos porque Isabel era estéril y los dos de edad avanzada’. Pero Dios quiere suscitarles un hijo en ambos casos. ‘Te llenarás de alegría y muchos se alegrarán en su nacimiento’, le dice el ángel a Zacarías. Donde parecía imposible la maternidad Dios hizo surgir la nueva vida, para que veamos y comprendamos que todo es obra del Señor y no obra nuestra.

Del viejo tronco surge un renuevo, un retoño. Es la vara de Jesé que brota del viejo tronco, al que hace mención la antífona del Aleluya. ‘Raiz de Jesé que te alzas como signo para los pueblos…. Ven a librarnos, no tardes más’.

Sansón será nazir, un consagrado del Señor. ‘El comenzará a salvar a Israel de mano de los filisteos’. Juan estará ‘lleno del Espíritu desde el seno de su madre y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios’. A través de ellos se manifestará la gloria del Señor. ‘Irá delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’. La elección de Dios no es en beneficio propio sino para que se manifieste la gloria del Señor. Prepara los caminos del Señor, será la misión del Bautista. Pero el que viene será el nos bautice con Espíritu Santo. El que viene es el Salvador.

¿Qué nos queda a nosotros en este camino de Adviento que estamos haciendo? Que no nos falte la fe para que no se apague la esperanza. Creemos y esperamos. Esperamos porque creemos. Una virtud y otra se funden en el amor que queremos poner en nuestra vida para que así preparemos mejor el camino del Señor. Zacarías dudó porque no terminaba de entender lo que el ángel del Señor le revelaba. Pero a pesar de su duda colaboró con el plan de Dios. Y esperó hasta que llegase la luz, al que venía dar testimonio que señalase el camino que llevaba a la luz.

Pongamos fe. Deseemos la luz. Abramos bien los ojos del corazón para descubrir cómo se nos manifiestan los misterios de Dios. Estemos atentos y prontos para acoger la salvación de Dios. Escuchemos la llamada que nos hace el profeta. Preparemos para el Señor un pueblo bien dispuesto.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Las dudas y la fe de José nos descubren la salvación de Dios

Jer. 23, 5-8

Sal. 71

Mt. 1, 18.24

Las dudas y la fe de José nos descubren la salvación de Dios. Así me atrevo a resumir el mensaje que nos ofrece hoy la Palabra de Dios proclamada.

No era para menos que José se sintiese turbado y lleno de dudas. ‘La madre de Jesús estaba desposada con José y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo’. Esto último nos lo expresa el evangelista pero no era algo que fuera conocido por José. De ahí sus dudas, su reflexión, el meditar en su corazón, sus buenos deseos de no hacer daño – ‘era bueno y no quería denunciarla’ -, su ponerse en las manos de Dios.

Porque esto último hay que destacar fuertemente en la actitud de José. Supo escuchar a Dios que le hablaba en su corazón. ¡Cómo tendríamos que aprender nosotros! Nos sentimos contrariados por acontecimientos inesperados, por problemas que nos surgen, por la enfermedad o el sufrimiento que aparece en nuestra vida, y ¿qué hacemos? Suplicamos a Dios, quizá para que nos ayude a salir del problema, pero ¿seremos capaces de dejarnos iluminar por Dios? ¿pedimos a Dios que nos haga ver y comprender el camino y la decisión más correcta? ¿seremos capaces de mirar con mirada de Dios, con mirada de fe aquello que nos acontece?

José escuchó a Dios y realizó lo que Dios le pedía. Termina diciéndonos hoy el evangelio que ‘cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer’.

Pero detengámonos un poquito en el desarrollo de la revelación del Señor. El ángel le hizo ver que lo que allí estaba sucediendo era obra de Dios. ‘No tengas reparo en llevarte a María tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de los pecados’.

Y el evangelista a continuación nos recuerda que ‘todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros’. Era lo anunciado por el profeta Isaías a Acaz, rey de Israel.

Hay un detalle en que quiero fijarme. Por tres veces en la palabra proclamada hoy, y al parecer con nombres distintos, aparece el que se le pondrá por nombre al que va a nacer. Jesús, le dice el ángel a José. El profeta había anunciado Emmanuel. Pero en la primera lectura de Jeremías hemos escuchado ‘y lo llamarán con este nombre: El Señor nuestra justicia’.

¿Son nombres distintos o el mismo nombre? Jesús, que significa Salvador – ‘porque el salvará a su pueblo de los pecados’ -, Emmanuel, que significa Dios con nosotros. ¿Y para qué está Dios con nosotros? ¿Para qué ha querido hacerse presente en nuestra historia y nuestra vida sino para ser nuestra salvación? Y Jeremías lo llamaba, ‘Dios nuestra justicia’, que tenemos que decir también Dios nuestra salvación. Justicia en el sentido bíblico no tiene solamente el sentido de justicia como rectitud y hacer lo justo, sino que en el fondo su sentido es salvación. Dios nos hace justicia, porque nos ofrece y regala su salvación, con lo que los tres nombres vienen a tener el mismo significado.

Que sintamos que Jesús es nuestra justicia, nuestra salvación, porque nos da la gracia y el perdón, nos libera de nuestros pecados y nos llena de la vida de Dios. Que con el ejemplo de san José a quien hoy nos presenta la Palabra de Dios, desde nuestras dudas pero con toda nuestra fe lleguemos a vislumbrar y alcanzar esa salvación que Dios nos ofrece.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Hijo de David, hijo de Abrahán

Gén. 49, 2.8-10;

Sal. 71;

Mt. 1, 1-17

Comienzan ocho días de intensa preparación para la navidad. Recordamos en nuestra tierra canarias las Misas de Luz que se celebraban muy tempranito y a las que las gentes acudían después de escuchar el anuncio de lo Divino por nuestras calles, como anuncio del próximo nacimiento del Señor. En otros lugares serán las posadas, las novenas al Niño Dios como en muchos lugares de América, los aguinaldos y otras muchas costumbres populares.

La liturgia tiene también sus cosas específicas porque hay un ciclo especial de lecturas de la Palabra de Dios, que comienza hoy con el inicio del evangelio de san Mateo y luego iremos leyendo los dos primeros capítulos del evangelio de Lucas. Pero también es lo propio de los textos eucológicos, o las oraciones, el prefacio propio de estos días o las antífonas del Magníficat en las Vísperas, las llamadas antífonas de la O, porque todas son una aclamación con distintos nombres al Salvador que llega.

Hoy como hemos dicho leemos los primeros versículos del capitulo primero de san Mateo con la genealogía de Jesús. Tiene su significado. Es decirnos que Jesucristo es el Hijo de Dios, verdaderamente hombre, y enraizado en la historia del pueblo de Israel, el pueblo de la promesa mesiánica.

‘Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán…’ Así comienza a partir de Abrahán el padre de la fe y el padre del pueblo de Dios; y luego ya nos pone la genealogía en todo detalle.

Hijo de Abrahán, heredero de la promesa. Recordamos la promesa de Dios a Abrahán de hacerle padre de un pueblo más numeroso que las estrellas del cielo y las arenas del mar. Pero nos señala también, hijo de David, con lo que nos viene a decir que es el Mesías prometido. Jesucristo, encarnado como hombre en una historia y en un pueblo concreto.

Por la referencia que hace a Jesús como hijo de David tenemos el texto de la primera lectura del libro del Génesis. Es la bendición de Jacob a su hijo Judá, al que convierte en su heredero y en cuya descendencia se cumplirían las promesas divinas de un Mesías Salvador. ‘No se apartará de Judá el cetro ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que le traigan tributos y le rindan homenaje los pueblos’.

No es el hijo mayor ni tampoco el mejor, pero es a quien bendice Jacob, para que en su descendencia se realicen las promesas mesiánicas. El propio pueblo judío y la Iglesia siempre ha visto en estas palabras un anuncio profético del Mesías que había de venir. Hijo de David, decía la genealogía de Mateo. David era de la tribu de Judá, y sería del linaje de David el Mesías prometido. ‘El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre…’ le anuncia el ángel a María.

Hay otro detalle que merecería más amplio comentario, pero que simplemente mencionamos. En la ascendencia de Jesús aparecen varias mujeres. Lo normal sería que solo se mencionaran a los hombres, dada la cultura propia de aquel tiempo. Pero este hecho viene a decirnos como los planes y designios de Dios no son a la manera de nuestros planes y los designios de Dios son otros y distintos a los que nos podamos hacer los hombres.

Descubrir y seguir los designios de Dios, lo que son los planes de Dios en su historia de salvación, y lo que son los planes de Dios para nuestra vida. Nos hacemos muchas veces proyectos, pero hemos de estar atentos más bien a lo que Dios quiere de nosotros, a lo que son sus designios de salvación para nosotros.

Ahora nos preparamos para acoger el Misterio de Cristo que se nos manifiesta y vamos a celebrar en la ya inminente Navidad. Pero sepamos leer nuestra historia y lo que a nuestro alrededor sucede para que en cada momento descubramos lo que es la voluntad de Dios, lo que Dios pide de nuestra vida.

Finalmente hagamos mención a la oración litúrgica de este día. Pedíamos que ‘así como dios ha querido que su Hijo se encarnase en el seno de María… en Cristo, hecho hombre, se digne, a imagen suya, transformarnos a nosotros en hijos suyos’. Que así sea la navidad que vamos a vivir.

martes, 16 de diciembre de 2008

Ven, Señor, no tardes, perdona los pecados de tu pueblo

Sof. 3, 1-2.9-13

Sal. 33

Mt, 21, 28-32

‘Ven, Señor, no tardes, perdona los pecados de tu pueblo’, ha sido la aclamación del aleluya antes del Evangelio. Y con confianza hemos repetido en el salmo: ‘si el afligido invoca al Señor, El lo escucha’. Es nuestra súplica confiada en ese camino de Adviento que estamos haciendo.

Hoy hemos escuchado una breve parábola que Jesús propone cuando le estaban escuchando los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. Dos hijos a los que les pide un padre que vayan a trabajar a su viña pero con distinta respuesta de uno y otro. Mientras uno dice que va, y al final no va, el que primero había dicho que no iba, recapacitando ‘se arrepintió y fue’.

Qué prontos somos para decir sí, que lo sabemos, que lo haremos, que estamos dispuestos, pero qué pronto lo olvidamos y no lo hacemos. No nos falta la buena voluntad de ofrecernos, pero nos falta la constancia para llegar a realizarlo. Nos entusiasma el fervor de un momento, pero el mantener el ritmo un día y otro en la misma tarea, en la respuesta comprometida es algo más cansino y olvidadizo. El creernos sabedores de todo y que no necesitamos de que nos digan lo que tenemos que hacer es el orgullo fácil que brota enseguida cuando nos dicen algo, pero no somos capaces de tener la humildad de reconocer que pronto olvidamos las cosas y hacemos dejación de responsabilidades.

Nos es fácil echarle en cara su postura al que se muestra reticente o incluso tiene la debilidad de la negación y de la caída. Pero en la parábola el que había dicho no, recapacitó y arrepentido de su primer pronto, será capaz de cambiar de actitud y volver por el camino bueno. Jesús les echa en cara su actitud a los sumos sacerdotes y ancianos que le escuchan. ‘Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aún después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis’.

Una buena llamada y toque de atención que nos hace el Señor desde su amor. Para que demos el paso hacia la conversión y la mejora de nuestra vida. Aunque nos cueste, aunque sea difícil. Pero es que además sabemos que en ese camino de conversión y transformación de nuestra vida no estamos solos. No es algo que nosotros vayamos a hacer sólo por nosotros mismos, sino que con nosotros está el Señor, está su gracia y su fuerza.

Nos lo decía el profeta. ‘Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes… dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor’.

Quizá podamos sentir sobre nosotros el peso del mal que hayamos hecho, el error que hagamos cometido o la ofensa que le hayamos hecho al Señor cuando hemos olvidado su ley y hemos pecado. Pero nos dice el Señor: ‘Aquel día no te avergonzarás de las obras con que ofendiste, porque arrancaré de tu interior tus soberbias bravatas…’ El Señor arrancará el orgullo de nuestro corazón y nos dará un corazón humilde y puro. Es El quien transforma nuestra vida con su gracia y nos dará la valentía y la fuerza para no volver a pecar. De nosotros se apartarán las maldades y las mentiras porque en todo queremos alabar y bendecir al Señor.

‘Ven, Señor, no tardes, perdona los pecados de tu pueblo’.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Sinceridad y lealtad para conocer a Dios y dejarnos conducir por El

Núm. 24, 2-7.15-17

Sal. 24

Mt. 21, 23-27

Sólo desde la sinceridad, la autenticidad de vida y de pensamiento, sin doblez en nuestro corazón es como podemos llegar a Dios y conocerle. Y por otra parte es necesario que con la misma sinceridad nos dejemos conducir por Dios que nos llevará siempre a lo mejor y lo más digno.

Es el mensaje que podemos encontrar hoy en la Palabra proclamada. Hemos visto que ‘mientras Jesús enseñaba en el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos para preguntarle: ¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?’ Vienen a pedirle razón por su predicación y por su actuar. Como en otra ocasión vienen a pedirle un signo, una señal para creer en El, cuando tantos signos y señales les estaba dando con sus milagros y con su actuar.

No era una solicitud muy sincera la que hacían. Jesús conoce las intenciones de su corazón y por eso asimismo les plantea una cuestión para él responder. ‘Os voy a hacer yo también una pregunta.. el bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?’

Aquí tenían que decantarse, pero es cuando se manifiesta su intención y la doblez de su corazón. No habían aceptado a Juan ni su mensaje, luego no podían decir del cielo; no podían decir que de los hombres, porque la gente que tenía a Juan por profeta se les echaría encima. De ahí su respuesta como en huída: ‘no sabemos’. No eran sinceros. No se atrevían a decir lo que realmente pensaban en su corazón. Su falta de sinceridad les impediría también conocer de verdad el misterio de Jesús. Al final también lo rechazarían.

Otra cosa es lo que se nos plantea en la primera lectura. Balaán era un adivino del pueblo de los moabitas. Balac, rey de Moab, temiendo el avance de los judíos que venían por el desierto camino de la tierra prometida, y sabiendo lo que les había pasado a otros reyes, envía a Balaán para que maldiga al pueblo de Israel y así frenar su avance.

Eso se dispone a hacer el adivino, pero tras diversos signos que le suceden, en lo que ahora no vamos a entrar, en lugar de maldecir al pueblo de Israel, como le mandaba su rey, se deja llevar por el Espíritu que actúa en su interior y todo son bendiciones para los israelitas y además hace un anuncio profético que siempre la Iglesia lo ha interpretado en clave de anuncio mesiánico. Varios son los oráculos que pronuncia y dos de ellos tenemos en la lectura proclamada.

‘Oráculo del hombre de ojos perfectos. Oráculo del que escucha palabras de Dios, que contempla visiones del todopoderoso en éxtasis…’ Y todas esas descripciones que hace en un lenguaje poético y profético son signo de esa bendición que Dios derramará sobre su pueblo. Finalmente anunciará no sólo el triunfo de israel en su avance por el desierto y la conquista de la tierra prometida, sino que su anuncio se convertirá en anuncio mesiánico. ‘Lo veo, pero no es ahora; lo contemplo, pero no será pronto; avanza la constelación de Jacob y sube el cetro de Israel…’

El Mesías anunciado y prometido sería Hijo de David, del linaje de Judá, de la constelación de Jacob. Es lo que escucharemos cuando el ángel anuncia a María que el hijo que le va a nacer ‘heredará el trono de David, su padre’. Y toda la ascendencia de Jesús, el Mesías, entroncará con Judá y con Jacob para cumplimiento de las promesas de Dios.

Balaán se deja conducir por el Espíritu del Señor. Actúa con sinceridad y lealtad a Dios en su vida, no dejándose engañar por lo que pueda pedirle su rey, porque por encima está Dios. ‘Señor, enséñame tus caminos, hemos pedido en el salmo, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame que tu eres mi Dios y Salvador’.

Que esa sea nuestra petición y nuestro camino. Que llenemos de sinceridad y verdad nuestra vida en la búsqueda de Dios, porque sólo así el Señor se nos va a revelar y sólo así podremos llegar a conocerle.

domingo, 14 de diciembre de 2008

No apaguéis el Espíritu del Señor en vuestro corazón

Is. 61, 1-2.10-11; Sal. Lc. 1, 46-54; 1Tes. 5, 16-24; Jn. 1, 6-8,19-28

Ya en el ambiente se va notando que se acerca la navidad. Comenzamos a ver los adornos navideños por todas partes, todo el mundo habla de la navidad, todos quieren hacer preparativos para ello. Sin embargo hemos de reconocer que pareciera que este año la alegría de las fiestas de navidad se pudiera ver ensombrecida por las circunstancias socio-económicas que se viven. Cosa que creo que tendría que hacernos pensar. Quienes queremos celebrar en un sentido cristiano profundo la navidad, todo eso hay que vivirlo desde una profunda esperanza.

Claro que tendríamos que preguntarnos por qué se ve ensombrecida la fiesta de la navidad por la situación de nuestro mundo. ¿Será acaso porque ponemos nuestras esperanzas y también nuestra forma de vivir la felicidad fundamentalmente en las cosas materiales? ¿No podremos vivir la alegría y felicidad aunque haya problemas económicos o aunque haya dolor y sufrimiento? La venida del Señor que esperamos y que vamos a celebrar ¿qué tipo de alegría y esperanza puede producir, tiene que producir en nosotros?

Son serias estas preguntas, porque es cierto que tenemos que plantearnos que es lo que esperamos de Jesús, que es lo que puede aportar nuestra fe la vida, cuál es en verdad la salvación que Jesús nos ofrece. Una salvación y esperanza que tenemos que vivir en toda situación que vivamos.

Vamos a tratar de dejarnos iluminar por la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado. Se habían creado unas expectativas muy grandes en torno a Juan el Bautista y el mensaje que él estaba proclamando allá en el desierto a orillas del Jordán. Respondían a unas esperanzas que tenían los judíos en la inminente llegada de un Mesías Salvador. Incluso algunos podían pensar que Juan era ese Mesías esperado, el gran profeta que estaba anunciado en las escrituras o el mismo Elías que todos esperaban que pudiera de nuevo venir antes de la llegada del Mesías.

De ahí la embajada que llega hasta Juan. ‘Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: ¿Tú quién eres?’ Pero Juan les dice que él no era quien ellos esperaban, porque no era ni el Mesías, ni el profeta, ni Elías. ‘No era él la luz, sino testigo de la luz’. Y tampoco Juan les señalaba un Mesías como ellos podían esperarlo. Algunas veces nos hacemos unas ideas que no se corresponden con la realidad y era eso lo que a ellos les pasaba. Se habían hecho una idea del Mesías y Juan lo estaba señalando de otra manera. ¿Nos pasará así a nosotros con la navidad?

‘Yo soy la voz que grita en el desierto: allanad el camino del Señor, como decía el profeta Isaías’. Y ante la insistencia de sus preguntas por la razón del bautismo que administraba, Juan les dice: ‘Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia’. Les está hablando de un sentido nuevo del Mesías, les está hablando de la trascendencia del Mesías, mucho más allá de lo que ellos podían imaginar o soñar en la situación en la que vivían y al que hay que buscar y conocer de verdad.

Se complementa este texto con otros del evangelio en que Juan les señala que el que viene no bautiza con agua, sino que bautizará con Espíritu Santo. Juan bautiza con agua porque es un signo del arrepentimiento, de la conversión para la acogida del Mesías, un signo de esos caminos que hay que preparar de una manera nueva para acoger la salvación que llega. Viene el que va a bautizar con Espíritu Santo.

¿Cómo es ese bautismo en el Espíritu? Sí, ya no es sólo el bautismo con agua. El Bautismo en el Espíritu es el que nos transforma por dentro para hacernos un hombre nuevo y darnos nueva vida; es el bautismo que nos sana y nos salva; el bautismo que nos llena de alegría y de esperanza; el bautismo que da un nuevo sentido; el bautismo que endereza caminos y renueva la vida totalmente, el bautismo que nos da una nueva libertad porque nos libera de las peores esclavitudes y nos inunda de gracia.

Lo había anunciado el profeta que hoy hemos escuchado. Es el texto que Jesús proclama en la Sinagoga de Nazaret cuando hace su presentación al inicio de su vida pública. ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor’.

Jesús es el que está bautizado en el Espíritu, lleno del Espíritu de Dios. Ya lo veremos claramente cuando celebremos la fiesta del Bautismo del Señor. Pero aquí en el anuncio del profeta, que será el anuncio también de Juan, nos está señalando lo que significa estar lleno del Espíritu, estar bautizado en el Espíritu. Cristo que viene a darnos su gracia, a sanarnos y salvarnos, a liberarnos, pero también a ponernos en camino de amor. Vendar corazones desgarrados, proclamar amnistía y perdón.

Es lo que tenemos que hacer ahora nosotros para celebrar de forma auténtica la navidad y que nuestra alegría sea plena. Que al nacer Jesús en nosotros nos sintamos nosotros llenos del Espíritu para sentirnos inundados de la alegría del Señor. Algo hoy repetido en la palabra proclamada. ‘Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido un traje de triunfo’, decía el profeta. San Pablo nos invitaba también a estar siempre alegres en el Señor y con María cantábamos en el salmo proclamando ‘la grandeza del Señor’, porque ‘se alegra mi espíritu en Dios mi salvador’.

Que nos sintamos llenos del Espíritu para hacer llegar el amor y la misericordia del Señor a todos. Vayamos también nosotros anunciando la buena noticia de la salvación, vayamos vendando corazones desgarrados, vayamos mostrando nuestro amor y compasión con la cercanía y el consuelo a todos los que sufren, vayamos compartiendo lo que somos y lo que tenemos desde la solidaridad del amor con aquellos que nos rodean y nada tienen. ¡Cuánto podemos hacer llenos del Espíritu del Señor!

Si decíamos al principio que había sombras que podían nublar la alegría de la navidad en la situación que está viviendo hoy nuestro mundo, eso puede ser una llamada para que hagamos una navidad de mayor solidaridad y más profundo amor. Y si así lo hacemos, no sólo vamos a dar esperanza a tantos que nos rodean, sino que nosotros mismos vamos a sentir dentro de nosotros mismos lo que es la verdadera alegría, la alegría de amar y de darnos por los demás.

Le daremos así un sentido nuevo y más profundo a nuestra navidad. No nos dejemos arrastrar por ideas preconcebidas ni simplemente por lo que todos hacen. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor. Como nos decía san Pablo ‘No apaguéis el Espíritu, no despreciéis el don de profecía…’