El camino de Jesús es un camino de sencillez y de humildad, del que han de estar alejados los orgullos, en el que no caben las envidias ni las zancadillas, donde florecerán los verdaderos valores
Filipenses 1,18b-26; Sal 41;
Lucas 14,1.7-11
¿A quien le amarga un dulce? Suele decirse para expresar como nuestro
ego se siente contento por dentro sacando a flote lo mejor de nuestros orgullos
cuando alguien nos alaba algo que hayamos hecho, cuando nos tienen en cuenta o
en buena consideración. Cuando nos queremos manifestar humildes y no dar
importancia a lo que hacemos siempre nos aparecerá alguien que nos diga que
tenemos que aprender a valorarnos más, hacer florecer nuestra autoestima y
saber poner sobre la mesa lo que nosotros valemos y hasta lo importantes que
podamos ser.
Un poco con una cosa y otra algunas veces se nos crean algunos
conflictos interiores y no sabemos quizá por donde salir, por otra parte nos
halaga que nos consideren y podemos sentir la tentación de buscar esos halagos,
esos reconocimientos, y esas buenas consideraciones que los demás tengan de
nosotros. ¿Qué hacer? ¿cómo actuar? ¿qué nos podría iluminar el evangelio de Jesús
en estos aspectos?
A Jesús lo habían invitado a comer en casa de un hombre principal. Y
ya el evangelista nos dice que estaban al acecho, incluso con lo que ayer nos decía
el evangelio de que era sábado y por allí había un hombre enfermo de
hidropesía. Pero ahora es Jesús el que se fija en la actitud de los comensales,
porque comienzan poco menos que a darse codazos por ponerse en el lugar
principal de la mesa. Es cuando surge la palabra de Jesús.
‘Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto
principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá
el que os convidó a ti y al otro y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces,
avergonzado, irás a ocupar el último puesto…’ Y nos enseña Jesús que no
temamos ocupar los últimos puestos. Y terminará diciéndonos: ‘Porque
todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’.
Ya sabemos que en esto de los
banquetes y de las comidas tiene sus protocolos, y quien ha de ocupar uno u
otro lugar. Jesús no va por el camino de los protocolos que al final son reglas
encorsetadas que quizá pretendan no crear conflictos de orden, pero que en el
fondo algunos recelos o envidias pueden provocar.
El camino de Jesús va por otros
derroteros porque es un camino de sencillez y de humildad. Un camino del que
han de estar alejados los orgullos, en el que no caben las envidias ni las
zancadillas. Un camino ajeno a las vanidades de la vida y al vivir de las
apariencias. Un camino de verdad en el que nos manifestamos como somos, pero en
el que siempre hemos de saber ir con una actitud de servicio. Ese es el camino
que nos hace verdaderamente grandes con la verdadera grandeza que ha de buscar
toda persona; ese es el camino en el que van a resplandecer los verdaderos
valores que llevemos en el corazón.