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sábado, 1 de junio de 2024

Que la luz del Espíritu sea quien nos ilumine y con nosotros estará, como en Jesús, la autoridad del Espíritu de Dios

 


Que la luz del Espíritu sea quien nos ilumine y con nosotros estará, como en Jesús, la autoridad del Espíritu de Dios

Judas 17.20b-25; Salmo 62; Marcos 11, 27-33

¿Quién te crees que eres tú? Algunas veces hemos reaccionado algo así con alguien que de repente lo vemos que se va metiendo en todas las cosas, se va involucrando de tal manera en cosas que nos afectan a todos, porque quizás tiene un inquietud interior que le hace que no se pueda quedar quieto ante las cosas que suceden y siempre está buscando soluciones, siempre está quizás incluso queriendo involucrar a los demás o a nosotros mismos y quizás por no sé qué razones de lo que nos sucede en nuestro interior incluso nos sentimos molestos con las cosas que realiza y que no somos capaces de hacer nosotros.

Surgen desconfianzas, surgen incluso enfrentamientos por la distinta manera de ver las cosas, y terminamos teniendo reacciones que no terminamos de entender, porque quizás es que no nos entendemos ni a nosotros mismos. Una solución que nos parece fácil, quitarle autoridad diciéndole que quien le ha dado permiso para meterse en esas cosas que no le corresponden.

¿Se sentían así los judíos ante la actuación de Jesús? Al menos algunos sectores no veían con buenos ojos lo que Jesús hacía. Y terminó habiendo una abierta oposición, aunque no siempre se enfrentaban a las caras, porque sabían que el conjunto de la gente, por así decirlo, estaba con Jesús. Admiraban sus milagros, les gustaba la autoridad con que hablaba y enseñaba, las palabras que escuchaban a Jesús les llegaban al corazón y aunque surgieran muchos interrogantes en el interior sin embargo sentían admiración por Jesús. No así los sectores más influyentes de aquellos momentos en la sociedad judía, porque de alguna manera se sentían denunciados por las palabras que Jesús decía, pero sobre todo por la manera de actuar de Jesús.

Ahora vienen pidiéndole a Jesús cartas de autoridad. Jesús se había atrevido incluso a tratar de purificar el templo arrojando del lugar sagrado a vendedores y cambistas porque habían convertido en un mercado la casa de oración. Como sucede siempre detrás de todo ese movimiento social y económico que se movía en el entorno del templo había también sus intereses, y cuando nos tocan nuestros ‘intereses’ todos reaccionamos. Era la que estaba sucediendo con Jesús. Como sucede tantas veces en muchas actividades del tejido social, como sucede también, por qué no decirlo incluso en el entorno de nuestras iglesias y comunidades. Muchos enemigos se han ganado muchos sacerdotes en muchas comunidades por tratar de poner orden en estas cosas. No es un tema fácil.

Creo que todo esto que estamos viendo en el entorno de Jesús en aquel momento con aquellas reacciones tan diversas entre los que le escuchaban o le seguían tenemos que descubrirlo también en nuestros entornos. Siguen las desconfianzas, siguen incluso las zancadillas en ocasiones cuando encontramos a alguien con quien no terminamos de comulgar en sus planteamientos. Sigue ese señalar con el dedo a aquel que no me agrada queriendo dejar alguna mancha con la que quitarle autoridad en lo que está haciendo. Sigue la cerrazón de tantos corazones que no terminan de dejarse conducir por el Espíritu del Señor, y que se mueven quizás desde otros intereses. Siguen los dobles juegos, las apariencias y las vanidades que todo quieren hacerlo relucir con oropeles figurativos, pero que no llegamos a hacer brillas el corazón como tendríamos que hacerlo.

Es hora de hacer un Aarón; cono Jesús cuando expulso a aquellos vendedores del templo, aunque supiera que a todos no iba a gustar. Pero la autoridad de Jesús estaba por encima de todas esas cosas y no se quería dejar manipular. Que hay muchos que nos quieren manipular, que hay muchos que quieren arrimar el ascua a su sardina porque tienen sus intereses.

Dejemos que la luz del Espíritu sea la que nos ilumine y con nosotros estará, como en Jesús, la autoridad del Espíritu de Dios.

viernes, 31 de mayo de 2024

Podemos seguir cantando al Señor como María porque reconocemos que la misericordia del se derrama sobre nosotros también de generación en generación

 


Podemos seguir cantando al Señor como María porque reconocemos que la misericordia del se derrama sobre nosotros también de generación en generación

Romanos 12, 9-16b; Sal.: Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6; Lucas 1, 39-56

En medio de la tribulación parecería que nadie podría dar saltos de alegría, que cuando nos aventuramos a algo nuevo que nos resulte desconocido podamos ser capaces de alejar de nosotros los miedos ante la incertidumbre y mantener firme la esperanza, que cuando emprendemos un camino nuevo que nunca hayamos recorrido lo hagamos con total seguridad de manera que alejemos de nosotros todo tipo de desconfianzas. Pero sí es posible mantener la esperanza aunque es necesario tener un gran equilibrio en nuestra vida porque de verdad tengamos unos sólidos cimientos sobre los que fundamentemos todas esas esperanzas y nos abran caminos de luz en nuestros ojos.

Hoy contemplamos a María dando saltos de alegría en su camino hacia las montañas de Judea. Sobre su vida se han abierto otros horizontes en los que quizá nunca habría pensado para si y tenía que sentir que todo aquello que le estaba sucediendo podría complicar su vida. Había marchado de Nazaret sin que su prometido esposo aun supiera el misterio que en ella se estaba realizando y eso podría sembrar algunas inquietudes en su corazón ante la posible manera de reaccionar de José; su marcha por los caminos de Samaría y Judea hasta llegar a las montañas de Judá habiendo partido de Galilea no era un camino de rosa – no podemos hacer comparación alguna entre lo que era entonces y lo que puedan ser hoy esos caminos – y eso entrañaba peligros de todo tipo y son miedos difíciles de superar; su presencia en casa de Zacarías e Isabel que iba a ser inesperada no sabía realmente la respuesta que podría encontrar, porque habían vivido en la distancia agravada en aquellos tiempos por la dificultad del transito entre unos lugares y otros.

Pero María iba cantando en su corazón. Podríamos decir que iba ensayando aquel canto con que prorrumpiría a la llegada a la casa de su prima Isabel. La sorpresa del recibimiento había sido algo agradable, porque sentía además que el misterio de Dios se revelaba más y más, sobre todo escuchando las palabras de Isabel. ‘¿De donde a mi que venga a visitarme la madre de mi Señor?’ habría prorrumpido, pero además la había llamado dichosa porque había creído en el Señor.

Sí, estamos contemplando el camino de fe de María. Muchas veces resaltábamos en este episodio la generosidad y el amor de María que allá había ido para servir a su prima Isabel, pero como trasfondo siempre tenemos que ver su fe. Es lo que resalta Isabel; es lo que se desprende del cántico de María; era la mujer que confiaba en el Señor y en sus manos se había puesto para dejar que en ella el Señor hiciera cosas grandes, obrara maravillas.

Es lo que ella ahora quiere cantar al Señor en aquel cántico seguramente tantas veces ensayado en su corazón en el camino desde Nazaret hasta la montaña. Por eso desborda de gozo en el Señor. Reconoce ella la mano de Dios en su vida; sin esa mano y esa presencia de Dios no podía realizarse en ella todas aquellas maravillas. Allí se está manifestando la misericordia del Señor. Lo va a repetir de mil maneras. Todo es un derroche de gracia, un derroche de misericordia que transforma los corazones como se ha ido transformando su propio corazón. Ahí esta recordando María toda la historia de Israel que ha sido la historia de la misericordia de Dios para con su pueblo y que ahora en su Hijo Jesús se va a realizar de manera tan admirable.

¿Seremos capaces de cantar a Dios así, con un corazón tan agradecido, por tantas maravillas de amor que va realizando en nosotros? Que se despierte nuestra fe para que podamos creer como María, para que podamos ver esa mano de Dios obrando en nosotros. ¿Quién te ha traído ahora mismo, en estos momentos, a este encuentro con la Palabra de Dios que nos está haciendo cosquillas en nuestro corazón?

Podemos sentirnos también perturbados por muchas cosas, porque la vida no siempre es fácil, porque el camino se nos hace duro, porque reconocemos nuestras debilidades y también tantos fracasos, pero también podemos seguir cantando al Señor como María porque reconocemos que la misericordia del Señor se derrama sobre sus fieles, se derrama sobre nosotros también de generación en generación. Mira tu vida de forma concreta, con lo que eres y como eres y descubre esas señales de la misericordia de Dios.

jueves, 30 de mayo de 2024

Las cosas ya no pueden seguir siendo de la misma manera cuando nos hemos encontrado con la luz y también nosotros comencemos a ser luz para los demás

 


Las cosas ya no pueden seguir siendo de la misma manera cuando nos hemos encontrado con la luz y también nosotros comencemos a ser luz para los demás

1Pedro 2,2-5.9-12; Salmo 99; Marcos 10,46-52

¿Nos molesta lo que encontramos en el camino? Reconozcamos que a veces afrontamos el camino con ciertas reticencias; que si se nos hace largo y pesado, que si no está en las debidas condiciones para una buena circulación, que nos encontramos demasiadas curvas porque todo lo queríamos rectilíneo, pero cuando es así también nos quejamos porque se nos vuelve pesado y aburrido, que a veces nos podemos encontrar obstáculos que nos retardan nuestro viaje, que en ocasiones no nos agradan las personas con las que nos podemos encontrar… siempre tenemos algo que decir, algo de qué quejarnos, algo que nos vuelve impacientes y exigentes.

Son los caminos, las carreteras, las vías por las que transitamos, pero seguramente al ir mencionando esto fácilmente estemos pensando en otro sentido de los caminos que hacemos en la vida. Caminos que podrían llevarnos a una vida feliz según nos los tomemos, caminos en los que a veces podemos sentirnos arrumbados a la orilla del camino como si ese camino de la vida no fuera para nosotros, caminos en los que nos encontramos personas que se nos atraviesan y nos merman nuestra felicidad o nuestros deseos de caminar, pero caminos también donde sentimos el gozo y la satisfacción de alguien que nos tiende la mano y nos hace a hacer el recorrido y alcanzar metas que nos propongamos. De muchas maneras podemos afrontar esos caminos de la vida y tendrán para nosotros un valor u otro.

Hoy el evangelio nos habla de que Jesús va de camino. Es a su paso por la ciudad de Jericó; diversas circunstancias, algunas nos pueden parecer pequeños detalles, se entrecruzan en este camino a su paso por Jericó. Es su subida a Jerusalén para la Pascua, no podemos perder de vista esta perspectiva. Era el camino habitual para los Galileos bajar por el Jordán para subir desde Jericó a Jerusalén atravesando Betania y Betfagé para bajar por el monte de los Olivos hasta entrar en la ciudad santa. Recuerdo el recorrido porque muchas cosas se van a suceder luego en ese recorrido, en ese camino.

Ahora se encuentran con alguien que está al borde del camino. Puede significar muchas cosas. Un pobre ciego que pide limosna a los que pasan por el camino. Al escuchar las voces del grupo que viene con Jesús – son muchas personas y algo podrá alcanzar de sus limosnas – se pone a gritar; pero sus gritos molestan, quieren hacerlo callar. Nos tendría que hacer pensar. Los que nos molestan, los que nos resultan desagradables, los que pueden ser un pinchazo a nuestra conciencia, pero preferimos ignorarlos…

Pero Jesús quiere que le traigan a aquel hombre. Los deseos de Jesús pronto se trasmiten a aquel hombre y algunos incluso pretenderán ayudarlo para que llegue a los pies de Jesús. Siempre podemos encontrar buenos samaritanos, siempre podemos ser buenos samaritanos que tendamos la mano, que ayudemos a levantarse a alguien que está al borde de los caminos. Qué distinto escucharíamos las palabras de Jesús y cómo podríamos entenderlas mejor.

‘¿Qué quieres que haga por ti?’ Podría parecer innecesaria la pregunta de Jesús, pero la hace. Es ciego, es pobre, no tiene donde caerse muerto, ¿qué va a necesitar? ¿Seremos capaces de hacer nosotros la pregunta? ¿Mostraremos interés por esos que encontramos al borde del camino?

‘Tu fe te ha salvado’, le dice Jesús. Y el evangelista comenta ‘que le sigue por el camino’. Encontrarnos con Jesús nos pone en camino, pero un camino nuevo, un sentido nuevo, una nueva manera de ver y de mirar las cosas. Aquel hombre era ciego antes de encontrarse con Jesús y estaba al borde del camino, pero por sí mismo poco podía caminar. Alguien le ayuda a dar los primeros pasos pero cuando se encuentra con Jesús todo cambia.

¿Seremos nosotros también los que estamos al borde del camino? ¿Qué necesitamos para ponernos a caminar? ¿Nos dejaremos ayudar, seremos obstáculos, tendremos deseos de algo nuevo, de encontrarnos con la luz? Las cosas ya no pueden seguir siendo de la misma manera cuando nos hemos encontrado con la luz y también nosotros comencemos a ser luz para los demás.


miércoles, 29 de mayo de 2024

No nos podemos inventar nuestros caminos como tantas veces intentamos, no tenemos que hacer otra cosa que seguir las huellas de Jesús porque es el guía de nuestro camino

 


No nos podemos inventar nuestros caminos como tantas veces intentamos, no tenemos que hacer otra cosa que seguir las huellas de Jesús porque es el guía de nuestro camino

1Pedro 1, 18-25; Salmo 147; Marcos 10, 32-45

Cuando hacemos un nuevo camino necesitamos quien vaya delante de nosotros, quien nos guíe para no errar en el camino, para encontrar la verdadera senda; eso nos dará seguridad, eso a pesar de las dificultades del camino hará que no caminemos con miedo, que no nos falte la paz. No podemos hacer el camino por nuestra cuenta, adelantarnos a quien está haciendo de guía, pretender hacer por nosotros mismos nuestras propias sendas abandonando la ruta que nos ha trazado quien de verdad conoce el camino y sabe dónde está la meta o el fin de ese camino. Es cierto que algunos son atrevidos en los caminos de la vida y quieren hacerlo por sí mismos, pero hemos de estar seguros de cuáles son nuestras metas para no trazarnos ni metas ni sendas que no nos llevan a ninguna parte, sino que al contrario nos llenan de confusión.

Jesús va delante de nosotros, como nos dice hoy el evangelio. Nos está hablando de que subían a Jerusalén; era importante aquella subida por los anuncios que ya Jesús les iba haciendo, aunque a ellos les daba miedo y no terminaban de entender. Jesús no se detiene en el camino porque sabe bien a las claras cual es la meta de aquella subida, su Pascua. Por eso les anuncia cuanto va a suceder en Jerusalén, aunque ellos, repito, no terminan de entender.

Tanto es así que no entendían que si en otra ocasión fue Pedro el que trataba de quitarle la idea a Jesús de su cabeza, encontrándose incluso con el rechazo de Jesús, ahora serán los hermanos Zebedeos los que vengan con sus aspiraciones. Motivará el recelo de los demás discípulos, como si ellos fueran a quitarles los puestos, como tantas veces nos sucede en la vida. Andamos tantas veces a la zancadilla, que cuando vemos a alguien que nos parece que no va con buenas intenciones ya andamos con nuestros recelos y desconfianzas. Así andaba el resto de los discípulos hacia los hermanos Zebedeos.

Y es que ellos no pedían cualquier cosa. Estaban adelantándose a pedir primeros puestos. Alguien tendría el poder en sus manos cuando llegara el nuevo reino que anunciaba Jesús, según lo que ellos entendían, por eso era necesario irse garantizando algún lugar de influencia; no en vano ellos eran medio parientes de Jesús. Ya conocemos el episodio y no es necesario entrar en más detalles.

Pero, ¿cuál es el camino que les está ofreciendo Jesús, El que es el guía de aquel camino? Jesús volverá a insistir en el espíritu de servicio y desprendimiento, Jesús seguirá pidiendo la generosidad del corazón para alejarse de todo lo que fueran ambiciones malsanas, Jesús seguirá diciéndonos que es el amor la única vestidura que hemos de tener la preocupación de vestir. Aunque no lo entiendan. El va por delante y su camino es el del amor, su camino es hacia la entrega, la senda que va realizando es el ir a entregar la vida, porque nadie se la arrebata sino que El la entrega libremente.

Y ese tiene que ser nuestro camino. No nos podemos inventar nuestros caminos como tantas veces intentamos;  no podemos andar con componendas ni figuraciones; de nada nos vale la vanidad y la apariencia. Lo importante es lo que seamos capaces de dar de corazón. No tenemos que hacer otra cosa que seguir las huellas de Jesús.

Como hoy nos dice Jesús, ‘Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos’.

¿Seremos capaces al fin de decidirnos a dar el paso de vivir esas actitudes nuevas que Jesús nos está pidiendo? ‘El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos’. ¿En qué lo vamos a manifestar? ¿Qué seremos capaces de hacer por los demás para que encuentren también ese camino de vida nueva?


martes, 28 de mayo de 2024

No importa que podamos parecer los últimos, porque finalmente vamos a ser los primeros en el Reino de Dios, ahí tenemos nuestra ganancia

 


No importa que podamos parecer los últimos, porque finalmente vamos a ser los primeros en el Reino de Dios, ahí tenemos nuestra ganancia

1Pedro 1, 10-16; Salmo 97; Marcos 10, 28-31

¿Qué gano yo? Es una  pregunta que fácilmente nos hacemos. Siempre andamos al interés. Nos pasa cuando tenemos que hacer esfuerzos extraordinarios, sobre todo cuando lo que estamos haciendo no es tanto por nosotros mismos sino por los demás; nos hacemos la pregunta cuando se nos pide una dedicación especial en una obra o en una empresa que no es tanto personal sino algo comunitario; nos la hacemos cuando quizás se nos pide renunciar a algo que en si mismo es bueno pero que podría ser un camino para algo mejor pero que no vemos tan claro. De una forma o de otra nos hacemos la pregunta, nos preguntamos cual es la ganancia que vamos a tener.

Ronronean dentro de nosotros aspiraciones de grandeza, vanidad del corazón, amor propio que se convierte en orgullo y cuando se nos tocan esas llamemos realidades nos ponemos alerta. Queremos más y buscamos reconocimientos, nos queremos mostrar orgullosos ante los demás de lo que hemos conseguido y nuestro ego parece siempre que quiere crecerse, pero cuando tenemos que hacer las cosas y no tenemos tan palpables esos reconocimientos por parte de los demás, nos sentimos heridos y frustrados; cuando nos podemos mostrar ante los otros las cosas buenas que hacemos, nos preguntamos si merece la pena que eso se mantenga oculto.

¿Qué gano yo nos preguntamos? Tanto sacrificio, tantos momentos de lucha, tantos momentos amargos incluso que a veces podemos pasar, ¿para qué? ¿No tendríamos derecho a un agasajo, a un reconocimiento, a unas palabras de alabanza? Qué mal nos sentimos cuando llega ese momento en que esperábamos que se reconocieran todas las cosas que hemos hecho, a nosotros ni nombrarnos, y quizás los méritos se los dan a otros.

Ahora Jesús, a partir de aquel episodio del hombre rico, les recuerda que aquellos que andan buscando esas grandezas en la vida, al final se van a encontrar vacíos; les recuerda que si no hay desprendimiento en sus vidas todo carece de sentido; les ha venido enseñando que hay que hacerse los últimos, cuando ellos siempre andaban pensando en grandezas y en poder, y ahora les dice Jesús que los que viven apegados a sus riquezas no tienen cabida en el reino de Dios; todo eso de lo que se han inflado en la vida les impedirá entrar por la puerta estrecha.

Y ellos que lo habían dejado todo; ellos que un día dejaron las redes y la barca varada en la playa; ellos que habían abandonado sus negocios seguros, había dejado atrás familias y antiguos amigos por estar con Jesús, habían abandonado sus garitas y sus puestos de trabajo, ¿qué es lo que iban a recibir si las ganancias materiales parecían que eran tan poco importante en aquel reino de los cielos que Jesús anunciaba? Habían caminado de un lado para otro siguiendo los pasos de Jesús, habían pasado también por momentos de pobreza y de escasez porque realmente vivían de la limosna de unas buenas mujeres que los atendían, ¿merecía la pena tanto sacrificio? ¿Qué es lo que iban a ganar?

Es lo que le plantean directamente a Jesús. Y Jesús, sí, coge el toro por los cuernos, no rehuye la pregunta, pero no dejará de hablarles claro. Es cierto que la promesa de Jesús en este momento puede parecer un tanto extraña, pero algo hondo quiere decirles Jesús con ello. ‘En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna’. 

No niega Jesús que van a tener premio, que nada se quedará sin recompensa. Ya lo había dicho en otra ocasión, que un vaso de agua dado en su nombre no quedaría sin recompensa. Habla de recibir cien veces más. Han dejado padre, madre, hijos, hermanos… pero va a nacer para ellos una nueva familia mucho más grande. Serán grandes las satisfacciones que se van a sentir. Será hermoso el amor en el que se van a sentir esponjados. Será un nuevo sentido de vida y de relación con los demás. Será algo nuevo que va a llenar de alegría verdadera el corazón.

Pero no deja de decirles Jesús que también habrá persecuciones, habrá momentos de dificultad, de oscuridad y de sombras, de dudas interiores y de búsquedas que parecen no encontrar respuesta. Pero no importa, eso les llevará a alcanzar la vida eterna. ¿Y no es eso lo más importante? ‘Y en la edad futura, la vida eterna’. Ahí está la maravilla de sentirnos llenos de Dios, porque vida eterna es estar llenos de Dios para tener una vida sin fin, y eso sí que merece la pena, y eso sí que es verdadera ganancia.

Por eso terminará sentenciando Jesús. ‘Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros’. No importa que podamos parecer los últimos, porque finalmente vamos a ser los primeros en el Reino de Dios. Ahí tenemos nuestra ganancia.

lunes, 27 de mayo de 2024

Pensemos cuales serán todas esas cosas que cargamos sobre las chepas del camello que nos impedirán entrar por las puertas estrechas de la ciudad de la vida eterna

 


Pensemos cuales serán todas esas cosas que cargamos sobre las chepas del camello que nos impedirán entrar por las puertas estrechas de la ciudad de la vida eterna

1Pedro 1, 3-9; Salmo 110; Marcos 10, 17-27

Una página del evangelio llena de matices y de detalles, de gestos y de exigencias, porque los matices no son como suele suceder quizás en algunos cuadros para suavizar lo que se nos quiere mostrar, sino todo lo contrario para mostrarlos la radicalidad del mensaje.

Nos habla de carreras entusiastas, nos habla de miradas que se entrecruzan, nos habla de situaciones en cierto modo de frustración, nos habla de imágenes que parecen imposibles como el camello pasando por el ojo de una aguja; seguramente más de uno habrá recordado lo que le ha costado enhebrar una aguja cuando quería coser un roto y se ha visto a si mismo en ese intento de atravesar el ojo de la aguja.

Un joven que se acerca entusiasmado porque le parece que ha encontrado lo que ha sido el sueño de su vida; en su piedad y en su vida religiosa habrá escuchado algo referente a lo que es la salvación y ahora Jesús le da la oportunidad de poder saber cual es el camino para alcanzarla. Y aparece una primera mirada, en este caso de Jesús, de acogida y satisfacción por los deseos de aquel joven que quieren expresar que la semilla que ha ido sembrando puede haber encontrado buena tierra. Pero las metas de Jesús nunca son cortas; no se trata solo de los cumplimientos elementales de lo que son los mandamientos de Dios; el que quiere aspirar algo, como lo parece aquel joven, tiene que extender su mirada más allá, y eso ha de pasar por un desprendimiento radical. ‘Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme’. Los ánimos y entusiasmos del principio parecen que han encontrado una pared enfrente, porque todo se desinfla y cae como un globo que no tiene aire. Ahora es el joven el que ‘se marcha pesaroso porque, como dice el evangelista, era muy rico’.

Es cuando sentencia Jesús, para que sus discípulos comprendan. ‘¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!’Será algo que los discípulos no van a entender, como, reconozcámoslo, a nosotros también nos cuesta entender cuando todo lo pretendemos comprar con dinero. Muchos errores hemos tenido en la historia de la Iglesia en este sentido, cuando quizás pensábamos que por pagar unas limosnas ya estábamos exentos de la penitencia que habíamos de hacer por nuestros pecados; la intención de la Iglesia quizás era promover el compartir, pero la imagen que quedó era que comprando una bula podíamos comer carne los viernes.

Quizás eso puede sonar a anécdota de otros tiempos y quizás así tendríamos que tomárnoslo, pero sí seguimos pensando que porque regalemos cosas hermosas que adornen nuestros templos ya tenemos abiertas las puertas del cielo, mientras no somos capaces de compartir con el que está a nuestro lado con necesidad. Y de esto mucho tendríamos que contar.

Los apegos no nos dejan pasar por las puertas estrechas y ya nos dice el evangelio en otra ocasión que estrecha es la puerta que nos conduce a la vida eterna, ancha la que nos conduce a la perdición. Analicemos y pensemos como tantos apegos que podamos tener en nuestra vida crean un vacío a nuestro alrededor que nos impiden acercarnos de verdad a los hermanos que están a nuestro lado; cómo vamos llenando nuestra vida de cosas y de caprichos que no dejan entrar a nadie en nuestro corazón, esas cosas de los que somos esclavos casi sin darnos cuenta que lo somos, pero pensemos de cuantas cosas no seríamos capaces de desprendernos nunca.

Ahí tenemos toda esa serie de cachivaches electrónicos de los que vamos rodeando nuestra vida y sin los que nos parece que no podemos vivir. Creo que todos entendemos sin necesidad de mencionar más. Cosas es cierto que pueden tener buena utilidad pero que las llenamos de vicio cuando las convertimos en insustituibles de nuestra vida, y preferimos estar hablando con alguien que está a miles de kilómetros de distancia, pero no somos capaces de dejar el móvil a un lado para hablar con quien tenemos delante de nosotros.

¿No serán todas esas cosas que cargamos sobre las chepas del camello que le impedirán entrar por las puertas estrechas de la ciudad?


domingo, 26 de mayo de 2024

Dichosos nosotros elegidos del Señor, porque envueltos en el amor de Dios seremos capaces de envolver también en el amor al mundo para crear más humanidad

 


Dichosos nosotros elegidos del Señor, porque envueltos en el amor de Dios seremos capaces de envolver también en el amor al mundo para crear más humanidad

Deuteronomio 4, 32-34. 39-40; Sal. 32; Romanos 8, 14-17; Mateo 28, 16-20

‘Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad’. Creo que este responsorio que repetimos con el salmo en este domingo puede ser clave muy importante para nuestra fe, sobre todo en este domingo que hoy celebramos de la Santísima Trinidad. Es tradición en la liturgia de la Iglesia, que cuando hemos terminado todas nuestras celebraciones pascuales, concluidas el pasado domingo con la Fiesta de Pentecostés en la venida del Espíritu Santo, hoy retomamos el llamado tiempo ordinario precisamente contemplando todo el misterio de Dios.

Digo bien, contemplando, porque realmente es lo que tenemos que hacer. Es fácil que en un día como este nos empeñemos en dar mil explicaciones teológicas a la celebración que hoy vivimos. Yo quiero simplemente quedarme sintiendo la dicha de formar parte de ese pueblo escogido por el Señor. ‘Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad’, hemos dicho y repetido; sí, tenemos que repetírnoslo para que se nos meta en la cabeza y en la hondura del corazón. Por eso digo, contemplando.

Nos sentimos amados y elegidos del Señor. Y así comenzamos, si no a comprender del todo, al menos a vivir todo lo que significa esa comunión de amor que es Dios mismo. ‘Dios es amor’, nos dirá san Juan en sus cartas. Pero no es un amor que se encierre en si mismo, un amor que se ame a si mismo, porque el amor siempre es relación. Y es esa relación misteriosa y maravillosa que hay en Dios mismo cuando hablamos de la Trinidad de Dios. Todo es amor en Dios, y es esa interrelación de amor entre las tres divinas personas, como lo que queremos expresar en lenguaje teológico. Es relación y es donación, es amor y es comunión, que además no se queda en Dios mismo sino que trasciende hasta nosotros; nos hace entrar a nosotros en esa misma interrelación y comunión de amor.

Cuando hoy contemplamos y celebramos el misterio de la Trinidad de Dios no nos quedamos solo mirando al cielo. Elevamos, sí, nuestra mirada porque contemplar a Dios nos tiene que elevar, nos tiene que engrandecer, nos tiene que hacernos sentir en Dios, unidos en Dios, en comunión con Dios, pero al mismo tiempo nuestra mirada tiene que mirar en dirección horizontal porque nos hace mirar a todos cuantos están a nuestro alrededor, a cuantos están en nuestro mundo, con quienes tenemos que entrar también en esa relación de amor, de unidad y de comunión. Porque eso que contemplamos en Dios tenemos que comenzar a contemplarlo y vivirlo con los que están a nuestro lado. No lo podemos separar.

Tenemos que ser, sí, místicos y contemplativos, que nos hace verdaderamente humanos porque desde esa altura de Dios a la que nos elevamos no podemos bajar sino empapados y envueltos de amor, para empapar con ese amor, para envolver con ese mismo amor a los hombres nuestros hermanos.  No se puede ser un contemplativo del misterio de Dios sin convertirse necesariamente en un creador de humanidad allí donde estamos repartiendo ese mismo amor que en Dios contemplamos y de Dios recibimos.

Por eso cuando comenzamos a creer en Jesús y queremos vivir su vida somos bautizados en el agua y en el Espíritu precisamente en el nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. No son unas simples palabras de un rito que tenemos que repetir. Es una realidad que tenemos que vivir. Creer en Jesús no es solamente ni fundamentalmente una doctrina que tenemos que seguir, sino un sentido nuevo que tenemos que darle a la vida; un sentido que parte de esa comunión de amor de Dios para que entremos en esa comunión de amor con los hermanos que crea verdadera humanidad.

Es lo que hoy estamos celebrando. Pero no es una fiesta más que pasa una página del calendario. Es algo esencial a nuestra fe y a nuestra existencia, a nuestra condición de cristianos, en nuestro seguimiento de Jesús. Dichosos nosotros los elegidos del Señor, dichosos porque nos sentimos envueltos en su amor, dichoso porque seremos capaces de envolver también en el amor a ese mundo que nos rodea para hacer más humanidad.