Que
la luz del Espíritu sea quien nos ilumine y con nosotros estará, como en Jesús,
la autoridad del Espíritu de Dios
Judas 17.20b-25; Salmo 62; Marcos 11, 27-33
¿Quién te crees que eres tú? Algunas
veces hemos reaccionado algo así con alguien que de repente lo vemos que se va
metiendo en todas las cosas, se va involucrando de tal manera en cosas que nos
afectan a todos, porque quizás tiene un inquietud interior que le hace que no
se pueda quedar quieto ante las cosas que suceden y siempre está buscando
soluciones, siempre está quizás incluso queriendo involucrar a los demás o a
nosotros mismos y quizás por no sé qué razones de lo que nos sucede en nuestro
interior incluso nos sentimos molestos con las cosas que realiza y que no somos
capaces de hacer nosotros.
Surgen desconfianzas, surgen incluso
enfrentamientos por la distinta manera de ver las cosas, y terminamos teniendo
reacciones que no terminamos de entender, porque quizás es que no nos
entendemos ni a nosotros mismos. Una solución que nos parece fácil, quitarle
autoridad diciéndole que quien le ha dado permiso para meterse en esas cosas
que no le corresponden.
¿Se sentían así los judíos ante la actuación
de Jesús? Al menos algunos sectores no veían con buenos ojos lo que Jesús hacía.
Y terminó habiendo una abierta oposición, aunque no siempre se enfrentaban a
las caras, porque sabían que el conjunto de la gente, por así decirlo, estaba
con Jesús. Admiraban sus milagros, les gustaba la autoridad con que hablaba y
enseñaba, las palabras que escuchaban a Jesús les llegaban al corazón y aunque
surgieran muchos interrogantes en el interior sin embargo sentían admiración por
Jesús. No así los sectores más influyentes de aquellos momentos en la sociedad
judía, porque de alguna manera se sentían denunciados por las palabras que Jesús
decía, pero sobre todo por la manera de actuar de Jesús.
Ahora vienen pidiéndole a Jesús cartas
de autoridad. Jesús se había atrevido incluso a tratar de purificar el templo arrojando
del lugar sagrado a vendedores y cambistas porque habían convertido en un
mercado la casa de oración. Como sucede siempre detrás de todo ese movimiento social
y económico que se movía en el entorno del templo había también sus intereses,
y cuando nos tocan nuestros ‘intereses’ todos reaccionamos. Era la que estaba
sucediendo con Jesús. Como sucede tantas veces en muchas actividades del tejido
social, como sucede también, por qué no decirlo incluso en el entorno de
nuestras iglesias y comunidades. Muchos enemigos se han ganado muchos
sacerdotes en muchas comunidades por tratar de poner orden en estas cosas. No
es un tema fácil.
Creo que todo esto que estamos viendo
en el entorno de Jesús en aquel momento con aquellas reacciones tan diversas
entre los que le escuchaban o le seguían tenemos que descubrirlo también en
nuestros entornos. Siguen las desconfianzas, siguen incluso las zancadillas en
ocasiones cuando encontramos a alguien con quien no terminamos de comulgar en
sus planteamientos. Sigue ese señalar con el dedo a aquel que no me agrada
queriendo dejar alguna mancha con la que quitarle autoridad en lo que está
haciendo. Sigue la cerrazón de tantos corazones que no terminan de dejarse
conducir por el Espíritu del Señor, y que se mueven quizás desde otros
intereses. Siguen los dobles juegos, las apariencias y las vanidades que todo
quieren hacerlo relucir con oropeles figurativos, pero que no llegamos a hacer
brillas el corazón como tendríamos que hacerlo.
Es hora de hacer un Aarón; cono Jesús
cuando expulso a aquellos vendedores del templo, aunque supiera que a todos no
iba a gustar. Pero la autoridad de Jesús estaba por encima de todas esas cosas
y no se quería dejar manipular. Que hay muchos que nos quieren manipular, que
hay muchos que quieren arrimar el ascua a su sardina porque tienen sus
intereses.
Dejemos que la luz del Espíritu sea la
que nos ilumine y con nosotros estará, como en Jesús, la autoridad del Espíritu
de Dios.