‘Quedaos en la casa donde entréis y comed la comida que os pongan…’ convivencia y acogida para crear la armonía de la paz, señal del Reino de Dios
Isaías 66, 10-14c; Salmo 65; Gálatas 6, 14-18; Lucas 10, 1-12. 17-20
Aquello que llevamos en el corazón es lo que vamos a expresar con nuestras palabras, con nuestros gestos y con nuestras actitudes. ¿Cuáles son las conversaciones más espontáneas que nos salen cuando nos encontramos con los demás? Aquello, por ejemplo, que son nuestras preocupaciones. Decimos muchas veces que enseguida cogemos el socorrido tema del tiempo, pero ¿por qué lo hacemos? Porque queremos estar bien, nos molesta el calor o el viento, tenemos miedo de un temporal que se nos pueda venir encima o ansiamos las lluvias para nuestros campos, porque la necesitamos.
Son quizás nuestras preocupaciones más elementales y por eso comenzamos por eso más fácil; pero pronto nos damos cuenta que van a ir surgiendo otros temas de nuestras preocupaciones o de nuestros anhelos, de las cosas dichosas que llenan nuestra vida o de aquellas cosas que nos hacen sufrir. Es la vida, es lo que somos, es lo que llevamos dentro que va a brotar casi de forma espontánea por nuestra boca o por nuestras actitudes.
Cuando entramos en otro ámbito de la vida con mayor profundidad, cuando la fe significa no sólo algo sino una cosa muy importante para nuestra existencia, porque ella encontramos sentido y encontramos valor, hace trascender nuestra vida y lo que hacemos, y eleva nuestro espíritu, nos hace sentir la presencia de Dios y su amor de salvación para nosotros, cuando llevamos de verdad eso en el corazón también tiene que brotar de forma como espontánea en nuestras palabras y en nuestras actitudes y manera de actuar en la vida. Será algo que no podemos callar. Como le decían los apóstoles a los mandatarios de Jerusalén que les prohibían mencionar el nombre de Jesús, hablar de Jesús, no podían callar, tenían que obedecer a Dios antes que a los hombres.
Eso es lo que tendríamos que hacer en nuestra vida cristiana, eso es lo que tendría que definir de alguna manera nuestra vida cristiana, aquello que llevamos en lo más hondo de nuestra vida tenemos que transmitirlo, tenemos que darlo a conocer, tiene que ser motivo de nuestras conversaciones, de nuestras palabras, de nuestra comunicación con los demás. Pero ¿qué hacemos? ¿En verdad ha sido una experiencia importante para nuestra vida nuestra fe, nuestro encuentro con el Señor, el sentirnos amados de Dios, la vivencia de nuestras celebraciones? ¿Habrá algo que nos está fallando? Es algo que tenemos que plantearnos con toda seriedad.
El evangelio de hoy nos habla del envío por parte de Jesús de aquellos setenta y dos discípulos que habían de ir por aquellas aldeas y pueblos por donde habría de ir luego también Jesús, haciendo el anuncio del Reino de Dios. Es importante que nos fijemos bien en este evangelio.
No es el envío de los doce apóstoles, es el envío de aquel grupo grande de los que comenzaban a ser sus discípulos para que fueran a transmitir aquello que ellos ya estaban viviendo. No han de hacer grandes cosas; Jesús habla sencillamente de que se sientan acogidos por aquellas casas donde los reciban y con ellos hagan una vida por así decirlo familiar. ‘Quedáos en la casa donde entréis… comed lo que os pongan…’ y su saludo sería siempre un saludo de paz; con esa presencia y esa acogida simplemente tenían que decirles que allí estaba llegando el Reino de Dios. Sí, no era solo el anuncio que tenían que hacer, sino cómo habían de sentirse ellos en aquellos hogares, acogidos y partícipes de lo que aquella gente compartía con ellos, su hospitalidad y su acogida. ¿No son esos signos del Reino de Dios? ¿No estaban viviendo una nueva armonía en aquella acogida y en aquel compartir?
¿Le estará faltando a la Iglesia de hoy esa manera de hacer presente el reino de Dios en nuestro mundo? Pastores que dediquen su tiempo a estar con la gente, a convivir con el pueblo, a sentirse uno con las gentes que les rodean. ¿No tendría que ser eso lo que también resplandeciera en la pastoral de nuestras parroquias y comunidades?
A la vuelta contaron a Jesús cómo los habían recibido y acogido, y venían contentos de la misión que habían realizado. No había habido cosas extraordinarias, pero sin embargo Jesús les dirá que Él veía cómo los espíritus malignos eran arrojados de aquellos lugares. ‘Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo, les dice Jesús. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno’. Donde había aquella acogida y aquel compartir reinaba la paz, la armonía y la convivencia, el espíritu maligno allí no tenía nada que hacer.
¿Será eso lo que nosotros transmitimos a los que nos rodean? ¿Será eso lo que en verdad estamos construyendo en nuestros hogares y familias? ¿Seremos en verdad esos instrumentos de paz y de armonía, trabajando por la buena convivencia en nuestros hogares, entre nuestros vecinos y con aquellos con los que convivimos, o en nuestros lugares de trabajo? En nuestras familias cristianas ¿estará faltando algo de esto tan sencillo de lo que nos habla hoy el evangelio? ¿Se notará en verdad en esos lugares por esa buena sensación de armonía que allí se respira que está la presencia de un cristiano que con sus actitudes está así dando señales del reino de Dios?
No serán necesarias quizás grandes palabras, pero si son importantes nuestras actitudes, esas sensaciones buenas que provocamos con nuestra presencia. Mucho tenemos que hacer. De lo que llevamos en el corazón hablara nuestra vida y será lo que despertemos en los demás.