Portémonos como prójimos practicando
la misericordia con el prójimo que es siempre nuestro hermano
Deuteronomio 30, 10-14; Sal 68;
Colosenses 1, 15-20; Lucas 10, 25-37
‘Maestro, ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ Es
la pregunta con la que aquel letrado se presentó delante de Jesús. Pero tres
preguntas se suceden y ya de antemano podríamos decir que tienen la misma
respuesta. ‘¿Qué está escrito en la ley?... ¿Quién es mi prójimo?... ¿Quién te parece que se portó como prójimo…?’ Y la respuesta fundamental la tenemos al final. ‘¿Qué
tengo que hacer para heredar la vida eterna?’ nos preguntamos. Pórtate como
prójimo del que está a tu lado, practica la misericordia con él sea quien sea.
Yo me atrevería a decir que no se trata
ya solamente de saber quién es mi prójimo sino de aprender a portarse como
prójimo del otro. Saber quien es mi prójimo – aunque quizá a veces
interesadamente lo olvidamos o no queremos saber quien es – es muy fácil porque
la misma palabra lo expresa. Prójimo, el que está próximo, el otro sea quien
sea, y dándole hondura la proximidad no significa solo una proximidad física
sino que va más allá para abarcar en esa palabra al otro, como decíamos, sea
quien sea, esté cercano o esté lejos, pero es aquel que como persona tiene la misma
dignidad que yo porque es una persona, aunque no siempre la queramos reconocer.
Prójimo entonces no es solo mi pariente
o mi vecino, aunque también algunas veces los olvidamos y no es con esas
personas cercanas y a quien más conocemos con quienes nos comportamos como
prójimos, no es solo es que es de mi misma raza o condición o del mismo lugar o
nación donde yo esté, no es solo el que me cae bien o en algún momento quizá ha
sido bueno conmigo, no son solo los amigos de siempre sino también ese desconocido
con el que me encuentro en los caminos de la vida. Es el otro y no puede haber
ninguna exclusión.
Pero como decíamos no se trata
solamente de saber quien es mi prójimo sino cuál ha de ser mi actitud, cómo he
yo de comportarme con él. En el diálogo entre aquel letrado y Jesús – que hemos
de reconocer que no venía con demasiadas buenas intenciones a hacer la pregunta
a Jesús – la pregunta que le hace a Jesús de quien es su prójimo es, como diríamos
vulgarmente, una manera de escurrir el bulto.
La primera pregunta que le hace a Jesús
es realmente ociosa, pues era un letrado, un maestro de la ley, alguien formado
y encargado en medio de la comunidad para enseñar la ley. Por eso la respuesta
de Jesús es remitirlo a lo que estaba escrito en la ley. ‘¿Qué está escrito
en la Ley?, ¿qué lees en ella?’, le pregunta Jesús y será el letrado el que
exprese con sus palabras lo que todo buen judío había de saber incluso de
memoria. Y es cuando viene su pregunta que podría parecer la principal ‘¿Quién
es mi prójimo?’, pero tras escuchar la parábola que propone Jesús vendremos
a decir que la pregunta más incisiva será la que Jesús haga finalmente. ‘¿Cuál
de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los
bandidos?’
Para el sacerdote y el levita que
pasaron por el camino prójimo era, es cierto, el que estaba allí tirado por los
suelos malherido; es más, podríamos decir, que había una cierta cercanía porque
era judío probablemente de Judea como ellos, pero no supieron abrir los ojos ni
abrir su corazón a la misericordia y a la compasión. Quisieron cerrar los ojos,
‘dieron un rodeo y pasaron de largo’ que dice la parábola.
No tan próximo, sin embargo, era aquel
samaritano que hacia el mismo camino, y digo no tan próximo porque era de un
pueblo diferente con el que había una enemistad ya de siglos de manera que ni
siquiera se hablaban judíos y samaritanos. Sin embargo no solo lo vio como
prójimo sino que se comportó como prójimo, tuvo compasión y misericordia
conmoviendo su corazón para atenderle, para curarle, para llevarle a una posada
y correr con todos los gastos de su recuperación.
Por eso a la pregunta fundamental de Jesús
ya conocemos la respuesta. Se comportó como prójimo aquel que tuvo misericordia
del que estaba caído a la vera del camino. Y es cuando nos sentencia Jesús: ‘Pues,
anda, haz tú lo mismo’.
¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Practicar la misericordia con el prójimo que
siempre para mí será un hermano. Cuántas oportunidades tenemos cada día. Porque
no vamos a estar esperando a que nos encontremos a alguien a quien hayan dejado
malherido algunos malhechores. Cercanos o lejanos siempre encontraremos a
nuestro lado con quien practicar la misericordia.
Desde esa palabra de aliento que hemos de saber decir al que está decaído
a nuestro lado, hasta esos ojos bien abiertos para descubrir cuantos
sufrimientos padecen tantos a nuestro alrededor; desde esa mirada nueva y esa
sonrisa en mis labios y en mi semblante con el que voy a ir caminando por la
calle haciendo agradable el encuentro con los demás, hasta esa mirada nueva a
ese que tenemos el peligro de discriminar porque nos parece tan desagradable y
que nos está pidiendo a nuestra puerta o en las puertas de la iglesias, porque
tiene no sé qué vicios que siempre sabemos ver enseguida, porque no es de
nuestra tierra o ha venido de emigrante o refugiado desde lugares lejanos.
Es ese aceite y vino con que hemos de saber vendar tantas heridas y
tantos sufrimientos que si abrimos bien los ojos vamos a ir descubriendo a
nuestro alrededor. Cuidado con los rodeos que vamos dando en la vida, muchas
veces disimulados y muchas veces descaradamente porque se nota que no queremos
encontrarnos con ese dolor humano que marca tantas vidas. Es cierto que cuesta,
que no es fácil, que hay muchas rémoras en nuestro corazón que nos arrastran
hacia abajo, que nos llevan por caminos de egoísmo y de insolidaridad.
Pidámosle al Señor que nos transforme el corazón con su gracia, pero nosotros
dejémonos transformar.
Portémonos como prójimos porque en verdad practiquemos la misericordia
con el prójimo que es siempre nuestro hermano.