Un camino de sinceridad, de superación, de crecimiento espiritual para dar los frutos que el Señor espera de nuestra vida
Romanos
8, 1-11; Sal 23; Lucas 13, 1-9
Con la vida que vivía no es extraño que haya terminado
así, pensamos y decimos cuando vemos que a alguien le sucede algo que frustra
su vida, o en la que termina siendo un desastre por las cosas desagradables que
le suceden. Tenemos la tendencia a juzgar fácilmente a los demás y sacar
nuestras conclusiones a nuestra manera de las cosas que les suceden, pero quizá
no somos capaces - o al menos nos cuesta - en reflexionar sobre nosotros mismos
aprendiendo de lo que nos sucede para mejorar o para cambiar nuestra vida.
Ya lo hemos reflexionado en alguna ocasión hemos de ser
capaces de leer nuestra vida y los acontecimientos que nos suceden con un
sentido positivo que nos ayude a ver claro, que nos ayude a corregir derroteros
por los que andamos no siempre demasiado bien o con rectitud. Esa reflexión nos
haría madurar más en nuestra vida y nos ayudaría a nuestro crecimiento
interior.
Es de lo que nos habla hoy Jesús en el evangelio.
Vienen a contarle las cosas que han sucedido aquellos días con una actuación de
Pilatos el gobernador romano frente a unas revueltas de unos galileos; aquello
había sucedido en el templo, en lugar sagrado, lo que era más motivo de
escándalo para los judíos. Y ya sabemos la reacción primaria que se tiene en
muchas ocasiones en esos casos de desgracias o calamidades, eso es un castigo
de Dios, decimos.
‘¿Pensáis que esos galileos eran más
pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no
os convertís, todos pereceréis lo mismo’. Y les hace reflexionar también a partir de otro hecho
calamitoso donde con la caída de una torre en la piscina de Siloé habían muerto
también muchas personas. ‘Si no os convertís, todos
pereceréis de la misma manera’, les dice invitándoles a la
reflexión sobre su propia vida y a buscar una manera de cambiar y transformar
la vida en mejor.
Nos creemos buenos; aunque en la sinceridad del corazón quizá no nos
quede más remedio que reconocer que no siempre lo somos, nos ponemos la venda
en los ojos para creer que no somos tan malos, pero sobre todo para aparentar
ante los demás lo que realmente no somos. Es necesario que abramos los ojos con
sinceridad, que nos quitemos esas vendas de la vanidad y de falsedad e
hipocresía con que tantas veces queremos cubrir la realidad de nuestra vida, y
hemos de poner en ese camino de superación, de cambio de actitudes y
costumbres, de arrancarnos de rutinas y vaciedades, de comenzar a darle una
mayor plenitud a nuestra vida.
El evangelio ha terminado con una pequeña parábola. El hombre que viene
a buscar fruto en su higuera plantada en medio de su viña y no lo encuentra y
que en principio decide cortarla y arrancarla; pero allá está el viñador que le
aconseja que espere, que la abonará y la cultivará esmeradamente con la
esperanza de que al año llegue a dar fruto. Es la espera del Señor por los
frutos de nuestra vida. Es la tarea que hemos de realizar con la ayuda de la
gracia del Señor para cambiar, para mejorar, para ser un árbol bueno que dé
fruto bueno y abundante. ¿Seremos capaces?