El seguimiento de Jesús nos ha de prender en el fuego de su amor que purifique nuestros corazones y transforme nuestro mundo
Romanos
6, 19-23; Sal
1; Lucas
12, 49-53
Cuando sentimos en nuestro interior una inquietud
grande por lo que va a suceder y además estamos en el deseo de que suceda de
una vez aunque fueran múltiples las repercusiones que se deriven estamos como
en desasosiego que nos perturba y parece que nos pudiera incluso quitar la paz.
Lo deseamos aunque en cierto modo lo tratemos de repeler, estamos inquietos y
nos ponemos nerviosos por las consecuencias que pudieran tener para alguien o
para nosotros mismos.
Me atrevo a pensar en sentimientos interiores como
estos al escuchar las palabras de Jesús hoy en el evangelio. Habla de una
angustia interior y habla también de un bautismo que en labios de Jesús por
otros pasajes del evangelio sabemos bien a lo que se refiere; está adelantándonos
lo que será su cercana pasión y lo que va a ser su muerte; pero al mismo tiempo
está dejándonos entrever como va a ser un signo de contradicción como ya lo
anunciara proféticamente Simeón allá en la presentación de Jesús niño en el
templo.
Por eso nos hablará de la paz y de la guerra en un
lenguaje ciertamente o aparentemente contradictorio, porque si El es el anunciado
como Príncipe de la paz, cómo ahora nos dice que nos traerá guerra; si El ha
venido a enseñarnos que en el amor todos hemos de sentirnos unidos y en
comunión cómo ahora nos está hablando de división hasta en lo más sagrado como
sería el ámbito familiar.
Y es que en verdad Jesús es ese signo de contradicción
pero ante el que tenemos que decantarnos, hacer una opción que tiene que
convertirse en opción fundamental de nuestra vida. Y tras esa opción hemos de
atenernos a las consecuencias, porque no todos lo van a entender, porque en ese
círculo tan cercano a nosotros como puede ser la familia vamos a encontrar
oposición que podrá crear divisiones y enfrentamientos.
Cuando hemos hecho opción por Jesús y nos hemos
decidido a seguirle de verdad no podemos andar a medias tintas, sino que
nuestro seguimiento tiene que ser radical, total. El ejemplo lo tenemos en el
evangelio en los discípulos a los que Jesús llamó y lo dejaron todo para
seguirle. Le damos nuestro sí a Jesús y ya nuestra vida tiene que ser nueva y
distinta porque serán otros los valores, otro el sentido de la vida, ha de
haber en nosotros ya para siempre una capacidad grande de entrega y de amor
total, vamos a comenzar a ver la vida y ver a los que están en nuestro entorno
de una manera distinta.
Pero como sabemos el seguimiento de Jesús no son solo
bonitas palabras; van a ser unas actitudes nuevas, va a ser una nueva manera de
actuar, va a ver un nuevo sentido de la vida, vamos a vivir con una nueva
responsabilidad. Tiene que arder dentro de nosotros ese fuego de Jesús, ese
fuego de su amor y hemos de querer en verdad que arda nuestro mundo en ese
nuevo amor. Tendremos que ser capaces también de pasar por ese bautismo de
pasión, de entrega, de muerte, de amor para que pueda haber pascua en nosotros
y lleguemos a nueva vida.
Seguir a Jesús no es cualquier cosa; cuando seguimos a
Jesús no nos podemos andar con mezquindades y raquitismos; cuando le damos
nuestro sí a Jesús tiene que ser total para vivir un amor nuevo y en una vida
nueva. Hemos de dejar prendernos por el fuego de su amor que purifique nuestros
corazones y transforme nuestro mundo.
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