Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mi antes que a vosotros
Hechos, 16, 1-10; Sal. 99; Jn. 15, 18-21
‘Si el mundo os odia,
sabed que me ha odiado a mi antes que a vosotros’, les dice Jesús. Ha venido Jesús
hablándoles a sus discípulos de la sublimidad de su unión con El por el amor
que les hace vivir su misma vida. Podríamos decir que las palabras de Jesús
emocionan interiormente a los discípulos, aunque no terminen de comprender el
alcance de todo lo que les va anunciando;
será necesario que les envíe su Espíritu para que puedan recordar y
comprender en toda su profundidad el misterio divino que les va revelando. Es
el anuncio que les va haciendo también.
Pero no les oculta que también habrá momentos difíciles
donde serán incomprendidos e incluso perseguidos. ‘No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a
vosotros os perseguirán’. Ya en otros momentos del evangelio escuchamos
anuncios semejantes. En la misma cena, después de lavarles los pies les dice
que ‘no es el discípulo mayor que su
maestro’, para indicarles en aquel momento que han de hacer lo mismo que
Jesús ha hecho. Pero también podríamos
recordar que en una de las bienaventuranzas llama dichosos, felices,
bienaventurados cuando sean injuriados o perseguidos por su causa. Y recordemos
lo que nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, cómo salían
contentos y dichosos de la presencia del Sanedrín por haber sufrido por el
nombre de Jesús.
Esto es algo que hemos de meditar muy bien y tenerlo
muy en cuenta. Ha sucedido siempre a lo largo de los siglos y sigue sucediendo
hoy. Ya el sabio del Antiguo Testamento nos hablaba como el hombre justo
resultaba incómodo para el impío, porque su vida llena de rectitud y justicia
era una denuncia de la maldad del hombre impío y por eso trataban de quitarlo
de en medio.
No todos llegan a comprender el mensaje de Jesús y su
evangelio; pero además el mal se resiste frente al mensaje de bien y de
justicia que se pueda anunciar desde el nombre de Jesús. Y todos conocemos como
a lo largo de los tiempos ha habido persecuciones terribles contra los
cristianos donde miles y miles dieron su vida derramando su sangre por la causa
del Evangelio; son los mártires de todos los tiempos. Son los mártires que
siguen adornando con su sangre derramada hoy en nuestros tiempos a la Iglesia,
porque en muchos lugares del mundo el nombre de Jesús es odiado y son
perseguidos a muerte los cristianos. Cruenta fue una parte de la historia de
nuestra patria en el siglo pasado donde fueron muchos los que murieron
martirizados por el nombre de Jesús.
Sigue sucediendo en muchos lugares hoy mismo en
distintas partes del mundo en pleno siglo XXI; gentes acribilladas mientras
celebran la Eucaristía o a la salida de los templos; personas condenadas a
muerte y a ser lapidadas por haberse convertido al cristianismo, misioneros a
los que no se les permite predicar el evangelio en muchos países donde llevar
el signo de la cruz consigo ya se considera como un delito y es causa de
persecución.
Pero no solo hemos de pensar en esas persecuciones más
crueles, porque en la sociedad en la que vivimos hay también otras formas en
las que de alguna forma podemos pensar también en persecución. Una sociedad
como la nuestra que quiere negar la universalidad del hecho religioso, donde se
quiere reducir solamente al ámbito privado toda expresión religiosa, donde
cualquiera dice en una libertad de expresión todo lo que quiera en contra de
Dios y de la religión pero a los creyentes se les niega el derecho a manifestar
públicamente lo que es su fe, donde se ridiculiza o se trata de desprestigiar a
todo el que quiere manifestarse como creyente y como cristiano.
Son cosas que suceden en nuestro entorno, en el mundo y
en la sociedad en la que vivimos. Hace unos días en un acto público de una
institución se le permitía hacer apología del ateismo a un individuo, mientras
a los creyentes que querían manifestar y proclamar su fe se les negaba el poder
hablar de ello. Parece que hablar en contra de la Iglesia o de la religión es
algo que hace ganar puntos a muchos. Con qué facilidad nos fijamos en las
posibles sombras que pueda haber en la Iglesia, en los sacerdotes o en los
creyentes buscando el desprestigio y la condena fácil.
Los cristianos que seguimos a Jesús tenemos que estar
preparados para todas estas contingencias porque ya Jesús nos lo anunció y no
hemos de temer encontrarnos todo eso en contra, porque con nosotros está la
fuerza del Espíritu. No nos podemos acobardar sino dar valientemente nuestro
testimonio. Somos testigos de Jesús y Jesús con la fuerza de su Espíritu está
con nosotros.