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sábado, 7 de agosto de 2010

¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?

Hab. 1. 12-2, 4;
Sal. 9;
Lc. 17, 14-19


‘Señor, ten compasión de mi hijo… se lo he traído a tus discípulos y no han sido capaces de curarlo’. Acude aquel padre angustiado a Jesús, que baja del Tabor después de la Transfiguración. En la ausencia de Jesús había pedido a los discípulos que lo curara, pero no fueron capaces.
Hay una queja podríamos decir dolorosa de Jesús por la falta de fe. Se quejaría un día de la poca respuesta de Cafarnaún, lloraría sobre la ciudad de Jerusalén porque no le habían querido recibir ni aceptar, se queja cuando una y otra vez le piden signos y señales, se queja ahora dolorido por la falta de fe. ‘¡Gente sin fe y perversa! ¿hasta cuándo os tendré que soportar?’ Jesús, sin embargo, realiza el milagro.
Los discípulos se acercarán a preguntarle ‘¿Y por qué nosotros no pudimos echarlo?... por vuestra poca fe’, les responde Jesús. ‘Os aseguro que si vuestra fe fuera como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y os obedecería’. No es que necesitemos mover montañas, pero sí que necesitamos la fe y una fe firma y segura. No es que vayamos haciendo milagros por todas partes, pero sí necesitamos la fe como el alimento y el sentido profundo de nuestra vida.
En el día a día de nuestra vida que distintos seríamos con una fe firme e inquebrantable. Decimos, sí, que tenemos fe, que creemos, pero algunas veces en las actitudes y comportamientos pudiéramos aparentar que no tenemos fe, porque no son las actitudes y comportamientos de un creyente, de un cristiano, de un seguidor de Jesús.
Con nuestra fe ponemos toda nuestra confianza en Dios, pero esa fe nos hace actuar de una forma distinta en los diferentes momentos de nuestra vida. Esa fe nos recordará la presencia de Dios, que es recordarnos también lo que es la voluntad de Dios, que es tener presente en nuestra vida los mandamientos, los criterios morales por los que ha de regirse nuestra conducta.
Pero ya sabemos lo que sucede muchas veces la fe que decimos que tenemos va por un lado, pero nuestra vida va por otros derroteros. ¿Cómo se podría unir fe e injusticia? ¿Cómo se podría unir fe en Dios Amor y desamor, egoísmo y hasta odio hacia los demás? ¿Cómo se puede unir fe en el Dios de la vida y por otra parte no defender la vida del inocente permitiendo, por ejemplo, el aborto y todo tipo de violencias? ¿Cómo se puede unir fe en Dios y todo tipo de desórdenes morales y éticos? ¿Cómo podemos unir fe e insensibilidad ante el sufrimiento de los demás? Muchas preguntas tendríamos que hacernos en este sentido. ¿Se tendrá que quejar Jesús también de nuestra poca fe y de que la hemos alejado de nuestra vida?
La fe no será una atadura que coarte nuestra libertad y nuestra vida, pero sí nos dará la razón y el sentido de todo lo que hacemos, llevándonos a la más hermosa plenitud. La fe tiene que envolver toda nuestra vida igual que Dios con su inmensidad lo llena todo porque en El vivimos, somos y existimos. Estamos inmersos en Dios más que en el aire que respiramos, porque Dios en su inmensidad lo llena todo y, en consecuencia, la fe nos envuelve por dentro y por fuera toda nuestra vida.
Tenemos que cuidar nuestra fe. Tenemos que fortalecer nuestra fe. Tenemos que profundizar en nuestra fe para conocerla, para saber bien en lo que creemos, pero para saber también esa nueva vida a la que nos lleva nuestra fe.

viernes, 6 de agosto de 2010

Quiero subir contigo al Tabor esta tarde

Quiero subir contigo al Tabor esta tarde
oración

Quiero subir contigo, Señor, esta tarde
a la montaña del Tabor de la oración..
Te llevaste contigo
a Pedro, a Santiago y a Juan,
tus discípulos predilectos.
¿Me admitirás con ellos, Señor?
Tú querías que ellos tuvieran
la experiencia luminosa de tu gloria.

Pero sé que quieres seguir
manifestándote a nosotros, Señor.
No somos dignos
ni merecedores de tanta bondad
y muchas veces no somos capaces
de saborearlo debidamente
porque estamos tan llenos
de miseria y de pecado.

Pero el fuego de tu luz nos purifica
y sabemos, estamos seguros,
que quieres tenernos contigo
participando también de tu luz,
llenándonos de tu gloria.

La subida puede ser larga y penosa
Toda ascensión exige desprenderse,
muchas cosas se nos apegan,
muchos fantasmas nos distraen
pero merece la pena llegar a lo alto
para el encuentro contigo
y con tu gloria.

Pedro se atrevió a levantar la voz
para manifestar su dicha
quería quedarse allí para siempre.
Qué bien se está aquí,
hagamos tres tiendas,
pedía y soñaba en su entusiasmo.

Nos sentimos dichosos, sí,
de estar en tu presencia,
de gozar de tu presencia
en el Tabor de nuestra oración.

Que yo, Señor, aprenda a descubrirte;
que aprenda a conocerte
y a llenar mi corazón
de la dicha inefable
de tu amor permanente.

Ayúdame, Señor,
a hacer silencio en el corazón
para escucharte,
para escuchar la voz del Padre
que te señala como su Hijo,
amado y predilecto,
como la Palabra salida de su boca
que tenemos que escuchar.

Tantos son los ruidos que nos distraen,
que no nos permiten oír
claramente tu voz.
Nos distraemos con las apetencias
que se nos apegan a nuestro corazón
y hacen ruido en nuestra vida;
nos distraemos
con tantas voces engañosas
que nos vienen del mundo
para atraernos por sus caminos;
nos distraemos de escuchar tu voz
cuando solamente
nos escuchamos a nosotros mismos
y nos hacemos insensibles
a la verdad única que puede salvarnos.

Nos prometiste tu Espíritu
que será el que nos mueva el corazón
hacia lo verdadero
pero el que nos hará orar de verdad
porque sólo con El
podemos llamar a Dios Padre
y proclamar tu nombre
con toda autenticidad,
proclamar el santo nombre de Jesús,
proclamar que Jesús es el Señor.

Queremos quedarnos en silencio,
contemplándote
y escuchándote,
sintiéndote
en lo más hondo de nosotros mismos.
Aquí estás en la Eucaristía
con la misma gloria del Tabor.

Ilumínanos, Señor, con tu luz.
Llénanos de tu gloria.
Que me sienta inundado de tu presencia.
Que sienta el gozo del Señor en el corazón.

Aquí me quedo en silencio,
háblame en lo más hondo del corazón,
quiero escucharte, Señor.

Qué hermoso es estar aquí…


2Ped. 1, 16-19;
Sal. 96;
Lc. 9, 28-36

‘Maestro, qué hermoso es estar aquí…’ exclamó Pedro cuando aún no había terminado de manifestarse del todo la gloria del Señor.
Se habían dejado conducir por Jesús para subir a aquella montaña alta. ¿Les apetecía subir? A ellos como a nosotros a veces no nos apetece ese esfuerzo. Pero se habían dejado llevar. ‘Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar’.
A Pedro, a Santiago y a Juan en algunas ocasiones importantes también Jesús se los había llevado consigo. Quería que estuvieran con El en esos momentos. En la resurrección de la hija de Jairo fueron los tres que entraron con Jesús a la casa; más tarde sería en Getsemaní cuando se los llevaría hasta lo más hondo del huerto donde en la agonía de su oración iba a comenzar la pasión; ahora, en el Tabor ellos eran los elegidos para subir con Jesús para orar.
Quizá este momento preparaba los otros, para que comprendieran el significado de la resurrección de la hija de Jairo, o para que estuvieran preparados para Getsemaní y todo lo que seguiría. ‘Mientras oraba el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos…’ Jesús se transfiguraba delante de ellos; Moisés y Elías que aparecieron también hablaban con Jesús ‘de su muerte que se iba a consumar en Jerusalén’. Se manifestaba la gloria del Señor, que era como un anticipo de la gloria de la resurrección; una preparación ahora para pasar por Getsemaní y la cruz, sabiendo que todo culminará en la resurrección.
Habían entrado ellos en la oración con Jesús y por eso podían contemplar su gloria, aunque se caían de sueño. No sé por qué siempre nos da sueño cuando queremos entrar en oración. Pero Pedro está bien despierto ante tanta gloria que se manifiesta. ‘Qué bien se está aquí, qué hermoso es estar aquí’, y quería quedarse allí para siempre; ya iba a comenzar a construir tres tiendas. ¿Somos capaces nosotros de disfrutar así de nuestra oración, de nuestro encuentro vivo con el Señor que también quiere manifestársenos, hacernos partícipes de su gloria? Tenemos que aprender a orar. Tenemos que aprender a dejarnos conducir por el Señor a la oración y abrir los ojos de nuestro corazón para sentir su presencia, para sentirnos de verdad en su presencia, en la presencia de la gloria del Señor.
Pero aún no había terminado todo. ‘Todavía estaba Pedro hablando cuando una nube los cubrió’. La gloria del Señor los envolvió. Se escuchó la voz del Padre: ‘Este es mi Hijo, el escogido; escuchadle’. Vamos a la oración, nos gozamos en la presencia del Señor, pero hemos de saber hacer silencio para escucharle. No necesitamos decirle muchas palabras, sino escuchar la Palabra viva y verdadera que El quiere decirnos. Y la podemos sentir en el corazón. Y nos podemos sentir transformados por Ella. Y desde la Palabra sentiremos renovada nuestra vida con una nueva vida, la Vida que de la Palabra recibimos, la Vida que Dios nos dice, que Dios nos da. ‘La Palabra era vida, en la Palabra estaba la Vida y la Vida era la luz de los hombres’, que decía el principio del evangelio de Juan.
Vayamos a la oración a dejarnos envolver por Dios. Sólo así podremos escucharle. Y sólo así nos sentiremos transformados por esa vida. Sólo así seremos verdaderamente iluminados para proseguir el camino.
Había que bajar de la montaña, porque la vida sigue en la llanura de las cosas de cada día, aunque nos parezcan rutinarias. Pero si salimos llenos de Dios de nuestra oración no serán cosas rutinarias sino llenas de nueva vida. Las veremos con nuevos ojos. Las amaremos con nuevo amor. Las construiremos con una nueva fuerza y con un nuevo estilo que es el estilo del amor que sólo en la oración podremos aprender de verdad.
Vengamos a la oración. Vengamos al Tabor. El Señor nos espera, ahora en la Eucaristía que estamos celebrando; luego a través del día en tantos momentos que podemos venir a visitarlo al Sagrario donde siempre está El esperándonos.

jueves, 5 de agosto de 2010

Te saludamos María, Madre de Dios, Madre y Reina de las Nieves


Gál. 4, 4-7;
Sal. 112;
Lc. 2, 1-7

Aunque en la devoción popular hoy celebramos la fiesta de la Virgen de las Nieves, litúrgicamente lo que estamos celebrando es la Dedicación de la Basílica de Santa María, la Mayor, que es una de las cuatro Basílicas Mayores que hay en Roma. Su origen está por una parte en un hecho milagroso acaecido en el siglo cuarto y de ahí la advocación de nuestra Señora de las Nieves que celebramos en este día; una nevada caída en Roma en el monte Esquilino señaló el lugar donde había de edificarse el primer templo de Roma en honor de María, la Madre de Dios.
Por otra parte, posteriormente, a partir de mediados del siglo quinto. con la celebración del Concilio de Éfeso que vino a proclamar a María como Madre de Dios, el papa Gregorio III dedicó solemnemente este templo a la Maternidad divina de María, como había sido proclamado en el Concilio mencionado. Una bellísima Basílica dedicada a la Virgen en el mismo centro de Roma, y en cuyo interior se venera también por los romanos a María, como Salud del pueblo romano.
Es como decíamos el día de la Virgen de las Nieves como se celebra solemnemente en la Isla de La Palma como a su patrona, pero que se celebra igualmente en otros muchos rincones y pueblos de nuestras islas, por hacer mención al lugar donde estamos, pero también en todo el mundo. Santa María de la Blanca, la celebran en Vitoria en el país vasco, nuestra Señora de Africa o nuestra Señora de los Remedios en otros lugares también en este día, por citar algunas advocaciones.
Nosotros queremos celebrar esta fiesta de Maria desde lo más hondo de nosotros mismos con el gran amor que le tenemos a la Virgen. Como siempre con ella nos regocijamos y a Dios damos gracias porque nos ha dado a María, espejo de santidad en el que hemos de mirarnos siempre para así sentirnos estimulados continuamente en ese crecimiento de nuestra fe y nuestro amor, que es el crecimiento de esa santidad que tiene que florecer en nuestra vida.
Dios quiso tenerla junto a sí y la escogió como Madre para encarnarse y hacerse hombre, como nos decía el apóstol Pablo en la carta a los Gálatas ‘cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción’. Por María nos vino Cristo; por María nos vino la gracia y el don de que pudiéramos ser hijos en el Hijo. El Hijo de Dios se hizo hombre, nacido de Maria, para rescatarnos, para liberarnos de los lazos del mal y de la muerte, pero para elevarnos a ser hijos por la fuerza del Espíritu que nos concede. Cómo no darle gracias a Dios por María.
Y saludamos a María, queriendo ofrecerle todo nuestro amor, queriendo cantar los mejores cánticos y alabanzas en su honor, queriendo sentirla siempre a nuestro lado para que nos siga acompañando en nuestro caminar. Es la Madre que está junto a nosotros; es la madre que nos señala siempre el camino para que vayamos a Jesús; es la madre que nos protege y nos alcanza la gracia de Dios para que vivamos en todo momento santamente. Virgen de las Nieves, la invocamos en este día, que así blanca como la nieve resplandezca también nuestra alma, nuestro corazón, nuestro espíritu porque nunca dejemos meter la negrura del pecado en nuestra vida. Que María nos proteja, nos ayude, nos alcanza de Dios la gracia que necesitamos.
Cómo no saludarla y cantarla con las mejores palabras y muestras de nuestro amor. ‘Dichosa eres, santa Virgen María, y muy digna de alabanza: de ti ha salido el sol de justicia, Cristo, nuestro Señor’, le canta la liturgia hoy. Queremos hacerlo tambiérn tomando prestadas algunas palabras de las pronunciadas por San Cirilo de Alejandría en el Concilio de Efeso cuando se proclamó la Maternidad divina de María.


‘Te saludamos, María, Madre de Dios, tesoro digno de ser venerado por todo el orbe, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, lugar propio de aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, madre y virgen, por quien es llamado bendito el que viene en el nombre del Señor. Te saludamos a ti, que encerraste en tu seno virginal a aquel que es inmenso e inabarcable; a ti, por quien la Santísima Trinidad es adorada y glorificada; a ti por quien la cruz preciosa es celebrada y adorada en todo el orbe; por quien exulta el cielo; por quien se alegran los ángeles y arcángeles… por quien la criatura, caída en pecado, es elevada al cielo… por quien los creyentes obtienen la gracia del bautismo y el aceite de la alegría; por quien han sido fundamentadas las iglesias en todo el orbe de la tierra; por quien todos los hombres son llamados a la conversión…’


Te saludamos, María, la Madre de Dios, que también eres nuestra madre.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Súplica esperanzada, intercesión y confianza


Jer. 31, 1-7;
Sal. Jer. 31;
Mt. 15, 21-28

Una súplica esperanzada desde la necesidad más profunda, una intercesión a favor de los demás, una fe y una confianza absoluta de que Dios siempre escuchará nuestras oraciones humildes. Así casi podría resumir el mensaje del texto del evangelio hoy escuchado.
Jesús está fuera de los límites de la Palestina judía. Con quienes se va a encontrar será con creyentes no judíos, pero a quienes habrá llegado la noticia de Jesús. El ha venido a buscar a las ovejas descarriadas de Israel, porque su misión como la historia salvífica de Dios se ha ido realizando en un lugar y en un pueblo concreto, llamado el pueblo elegido. Será una señal de que la salvación es para todos los hombres la presencia de Jesús en los territorios de Tiro y Sidón y el acontecimiento que nos narra el evangelio. Nadie será excluido de la salvación que Jesús nos ofrece aunque en principio este texto nos pudiera dar otra impresión.
‘Una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo’. No es judía pero tiene conciencia de a quien se está dirigiendo. Lo llama Hijo de David. Es la angustia de una madre con una hija poseída por el mal. Es la súplica de una madre con el corazón roto por la enfermedad de su hija, pero que tiene mucha esperanza y tendrá también constancia en su oración. Insiste una y otra vez. Una súplica esperanzada.
Por medio estará la intercesión de los discípulos, en este caso por verse libres de la insistencia de aquella mujer. ‘Atiéndela, que viene detrás de nosotros’. Con entrañas de compasión y misericordia tenemos que mirar cuanto sufrimiento hay a nuestro alrededor y sentirnos comprometidos en aliviar tanto dolor. Con entrañas de compasión y misericordia el creyente también levanta su corazón a Dios para pedir por los demás. Nunca podemos ser egoístas en nuestra oración. Tienen que caber en nuestro corazón los sufrimientos de los hermanos, para que los pongamos en nuestra súplica en la presencia de Dios.
La Iglesia siempre será intercesora con los brazos levantados en alto como Moisés allá en la cima de la montaña para interceder por nuestro mundo, por nuestros hermanos, por los que sufren, por la conversión de los pecadores. ¿Os habéis fijado que siempre que la virgen se nos manifiesta y nos insiste en nuestra oración al Señor nos dice que hemos de pedir por la conversión de nuestro mundo?
Finalmente esta la confianza absoluta y la fe de aquella mujer de que sería atendida en su petición. El lenguaje duro que aparece era la forma usual de la época de los judíos referirse a los extranjeros y a los paganos. Pero la humildad de aquella mujer es grande; una humildad que le ayuda a seguir confiando. ‘También los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos’. Confía que también habrá salvación para ella. Merecerá la alabanza de Jesús. ‘Mujer, qué grande es tu fe; que se cumpla lo que deseas’. Nos recuerda la alabanza de Jesús a la fe del centurión romano. ‘En Israel no he encontrado en nadie tanta fe’. Ahora es también una mujer pagana la que merecerá la alabanza de Jesús por su fe.
¿Será así nuestra fe y nuestra esperanza? ¿Es así de confiada nuestra oración al Señor? ¿Seremos capaces de hacer que en nuestro corazón quepan los dolores y los sufrimientos de los demás para presentarlos también en nuestra oración al Señor? Mucho tenemos que aprender.

martes, 3 de agosto de 2010

Es de noche… que la presencia de Jesús nos despierte la fe


Jer. 30, 1-2.12-15.18-22;
Sal. 101;
Mt. 14, 22-36

Se hacía tarde. Así escuchamos a los discípulos apremiar a Jesús para que despidiera a la gente y fueran a comprar comida a los poblados cercanos porque atardecía. Ahora ya es de noche. Pero esta noche será bien significativa para despertar aún más la fe de los discípulos, para ayudarnos a nosotros a no dudar, a mantenernos firmes en nuestra fe por muchas que sean las oscuridades.
En la misma barca en la que habían llegado ‘Jesús apremió a sus discípulos para que subieran y se le adelantaran a la orilla mientras él despedía a la gente’. En la oscuridad de la noche vamos a contemplar por una parte a los discípulos bregando en la barca, lejos ya de la orilla, pero sacudida por las olas, porque el viento era contrario.
La oscuridad parece que nos hace las cosas más difíciles. En la oscuridad hasta nos parece ver fantasmas. Nos pasa tantas veces. Nos llenamos de dudas. No vemos clara la salida de los problemas. Nos sentimos solos. Cuánto nos cuesta avanzar en tantas ocasiones en la vida. Perdemos incluso la perspectiva de nuestro camino y erramos de un lado para otro.
Pero mientras los discípulos luchaban por cruzar el lago en medio de la noche con tantas cosas en contra, ‘Jesús, después de despedir a la gente, subió al monte a solos para orar. Llegada la noche, estaba allí solo’. También era de noche pero para Jesús no había oscuridades. Fue el momento de su oración al Padre. Lo vemos tantas veces en el evangelio retirarse a solas para orar. Creo que con una situación que vivimos muchas veces como la de los discípulos atravesando el mar o el lago de la vida con oscuridades y dificultades, tendríamos que pedirle también, ‘enséñanos a orar’.
Podrán ser muchas las noches, pero Jesús viene a nuestro encuentro. No lo sabemos descubrir muchas veces. Como los discípulos asustados que les parecía ver un fantasma. Nosotros a veces es que ni lo vislumbramos. Pero El está ahí, porque nunca nos abandona. ‘¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!’, les dijo Jesús y nos dice Jesús.
Algunas veces tímidamente, como Pedro que quería cerciorarse de que era Jesús y por eso le pidió que él también pudiera ir a su encuentro andando sobre el agua, le pedimos que nos ayude, gritamos pidiendo socorro, nos parece que nos hundimos. Su mano siempre está tendida hacia nosotros para que nos agarremos a El.
Pedro caminaba también sobre el agua en dirección a Jesús pero aun seguía dudando si era posible que cuando volviera de nuevo la ola fuerte podría mantenerse en pie. Como nosotros que le decimos al Señor que nos ayude pero dudamos; tememos que cuando vuelva de nuevo la dificultad o la tentación no sepamos tener fuerzas para superarla, para vencerla; nos falta la absoluta confianza de saber que El está ahí a nuestro lado por muchas que sean las oscuridades. Pedro se hundía tan pronto sintió de nuevo la fuerza del viento. Nos hundimos por nuestra falta de fe. ‘Señor, sálvame… en seguida extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?’
Pidamos al Señor que se afiance nuestra fe. Que nos sintamos seguros en su compañía porque El está siempre junto a nosotros. ‘Realmente eres Hijo de Dios’, decían todos los de la barca. Realmente eres mi Salvador, mi Señor, mi vida, mi compañía, mi luz, mi todo. No temamos las oscuridades. Jesús está con nosotros. vayamos al encuentro con Jesús. El nos está siempre esperando. ¿Sabremos venir hasta el sagrario para hablarle, para escucharle, para sentir su fuerza y su presencia?

lunes, 2 de agosto de 2010

Una multitud nos rodea a la que nos dice Jesús que le demos de comer

Jer. 28, 1-7;
Sal. 118;
Mt. 14, 13-21

No podemos dejar de reconocer lo que es un milagro en sí como un hecho maravilloso y extraordinario en el que se manifiesta el poder y la gloria del Señor y nos está hablando también del amor que Dios nos tiene que así saltando incluso las leyes naturales nos quiere manifestar su amor. Pero son también muy significativos estos hechos de todo lo que Jesús quiere ofrecernos.
Cuando contemplamos el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces que nos narra el evangelio de hoy es la primera lectura que hacemos. Una muchedumbre que sigue a Jesús por todas partes; que cuando incluso Jesús se va a lugares apartados con los discípulos más cercanos allí se los encuentra con deseos de escucharle, llevándole sus agobios y sufrimientos. ‘Al desembarcar y ver el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos…’
Se hace tarde; están en descampado y allí no tienen qué comer; serán los discípulos los que manifestarán la preocupación. ‘Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer’. Podríamos decir que aquí se nos está manifestando ya lo significativo del milagro. Son los discípulos los que ya se van empapando del espíritu de Jesús y sienten esa preocupación por los demás. El que estaban palpando en Jesús en todo lo que hacía, los estaba impregnando a ellos para actuar también con un amor semejante. Será el distintivo de sus seguidores, vivir un amor como el de Jesús, amar como Jesús nos ama.
‘No se hace falta que se vayan, dadle vosotros de comer’. Es que además Jesús quiere implicarles. ¿Qué hagan también ellos un milagro? Un día les dará poder de hacer milagros, pero ya sí pueden ir realizando el milagro del amor. Es el compartir. Allí comienzan por ofrecer lo que tienen. ‘No tenemos más que cinco panes y dos peces’. Pero allí están a la disposición de Jesús. Quiere contar Cristo con nuestra colaboración.
Seguimos viendo lo significativo del milagro, porque es multitud hambrienta, o esa multitud que busca y que tiene deseos de algo mejor, o esa multitud que sufre la seguimos teniendo a nuestro alrededor. Sigue habiendo hambrientos, como siguen existiendo personas con problemas, como los hay también con inquietudes hondas en su corazón pero que muchas veces se sienten desorientados sin saber que camino tomar.
Cristo quiere contar con nuestra colaboración. Son a los que nosotros hemos de ofrecer nuestros panes y nuestros peces. Son a los que Jesús nos dice a nosotros hoy también que les demos de comer, que respondamos a sus inquietudes, o que seamos bálsamo para sus sufrimientos. No tienen por qué irse a otra partes, nos dice Jesús, ‘dadle vosotros de comer’. Los que creemos en Jesús no podemos cruzarnos de brazos ante los sufrimientos de nuestros hermanos.
Tenemos una luz que ilumina nuestras vidas y desde esa luz hay respuestas que nosotros podemos dar. Si cada uno de nosotros pusiera sus pocos panes y peces de lo que es nuestra fe, de lo que es nuestro amor, de lo que llevamos por dentro, a favor de los demás podríamos hacer que nuestro mundo sea mejor; realizaríamos el mismo milagro de Jesús porque para eso El nos ha dado la fuerza de su Espíritu.
Así se seguirá manifestando la gloria y el poder del Señor; así irá llegando a través de nuestra vida el amor de Dios a todos los hombres.

domingo, 1 de agosto de 2010

¿Vanidad y vacío o responsabilidad y trascendencia?


Eclesiastés, 1, 2; 2, 21-23;
Sal. 89;
Col. 3, 1-5.9-11;
Lc. 12, 13-21

Si nos colocamos en un punto de mira alto podemos ver claramente la perspectiva de todo lo que nos rodea; subimos a una montaña alta y desde allí podemos contemplar el paisaje en su conjunto y nos daremos cuenta mejor de la situación en conjunto del lugar que contemplamos. Si estamos en un momento trascendental de la existencia y miramos la vida con suficiente perspectiva y serenidad, nos daremos cuenta de lo que realmente ha merecido la pena o no de lo que hemos hecho o vivido. Si queremos vivir la vida no desde la superficialidad del que simplemente se deja llevar por ella sino con sentido de responsabilidad hemos de ponernos en ese punto de mira alto con unos buenos criterios de perspectiva para saber darle a las cosas su justo valor.
En la parábola que Jesús nos propone hoy en el evangelio ese momento podría ser cuando ‘Dios le dice: Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?’ Se había afanado en sus trabajos para obtener grandes ganancias y ahora sólo quería disfrutar, pero quizá le había faltado la perspectiva verdadera para su vida, pero que ahora será demasiado tarde. Pero es una parábola que Jesús nos propone para que aprendamos la lección.
Hemos de detenernos en la vida, subirnos a ese punto de mira de buena perspectiva y no será demasiado tarde si descubrimos el mensaje que nos dé verdadero valor a la vida.
Vivimos en medio de las realidades temporales que van conformando nuestra vida en nuestros trabajos, en nuestras responsabilidades, en nuestros deseos de ser felices también; queremos disfrutar de la vida y de lo que tenemos, lo que en sí mismo no podemos decir que sea malo. Tenemos una familia de la que no nos podemos sentir ajenos de ninguna manera porque es parte importante de nuestra vida y en consecuencia de nuestras responsabilidades. Hay unas responsabilidades también en relación a esa sociedad en la que vivimos que entre todos hemos de construir mejor cada día. Y tenemos que usar de unos medios materiales y económicos también porque los necesitamos en nuestras mutuas relaciones y en la atención a nuestras necesidades.
Pero, ¿cuál es la perspectiva desde la que hemos de mirar toda esa realidad de nuestra vida y que nos hará que nos esforcemos por lo verdaderamente importante?
Creo que nos damos cuenta que no podemos quedarnos en la materialidad de las cosas y del momento presente. Tenemos que buscar lo que le dé verdadera profundidad, sentido y trascendencia a lo que vivimos y hacemos. De lo contrario todo podría convertírsenos en vanidad y vacío. Lo que nos decía el sabio del Eclesiastés. Agobios y más agobios en la vida y algunas veces podríamos pensar que no tienen salida ni fin. O no conseguimos todo a lo que aspiramos o nos vienen contratiempos y problemas que pueden destruir todo eso que hemos intentando construir.
Vanidad cuando todo lo hacemos pensando sólo en nosotros mismos, sólo por nuestro disfrute terreno, o con la vaciedad de cuando vivimos un puro materialismo. Tantos que contemplamos derrotados y destrozados, vacíos y desorientados cuando viven la vida en un sinsentido, en materialismo paralizante y en un pura sensualidad del momento presente que al final termina esclavizándonos de nuestros sentidos y nuestros deseos.
‘Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato…’ pedíamos en el salmo. ¿Qué es nuestra vida? ¿Cuántos son nuestros días o nuestros años? ‘Mil años en tu presencia son como un ayer que pasó… como hierba que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca…’ Nuestra vida no se consume con los días que aquí vivimos y todo es lo que ahora podamos sufrir o disfrutar. Hay algo que da una trascendencia a nuestra vida y que sólo en el Señor podemos encontrar. ‘Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos’, seguimos diciendo con el salmo.
Vivamos con responsabilidad la vida no encerrados en nosotros mismos o en el disfrute egoísta de nuestras cosas. No podemos, por otra parte, vivir ajenos a aislados de los demás. Tenemos una responsabilidad con la sociedad en la que vivimos, empezando por la familia de la que formamos parte, o aquel lugar concreto donde convivimos con los demás y hacemos nuestra vida.
¿Con que vamos a contribuir? No es sólo lo material lo que podemos ofrecer, hay algo más que podemos ofrecer de la riqueza que es nuestra propia vida. Todos hemos de contribuir a esa armonía, a esa paz, a esa buena convivencia, a ese sentido nuevo de fraternidad con aquellos que nos rodean, poniendo el granito de arena de nuestros valores y cualidades. No vamos a construir graneros para nosotros solos sino que hemos de abrirnos a los demás, pensar en los otros que formamos todos este mismo mundo como una gran familia.
Vivimos en medio del mundo y hacemos uso de las realidades de nuestro mundo, pero como cristianos nosotros tenemos otro sentido que darle a todo eso, tenemos otros valores que nacen de nuestra fe en Jesús y su evangelio al que hemos convertido nuestro corazón.
La Palabra nos invita a no engañarnos a nosotros mismos y a renovarnos de verdad cuando nos hemos decidido a seguir a Jesús. ‘Despojaos del hombre viejo con sus obras… dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros… y revestíos del hombre nuevo…’ nos dice san Pablo. Y nos habla de las idolatrías que pudiera haber en nuestra vida, impurezas y malas pasiones, codicias y avaricias. Lo que nos decía Jesús en el evangelio. ‘Guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes’.
Una perspectiva nueva que nos hace mirar las cosas en su justo valor y sentido, una perspectiva que nos hace sentir la trascendencia que tiene nuestra vida. La plenitud sólo podremos tenerla en el Señor y la plenitud que el nos ofrece es vida eterna, es felicidad eterna. ¿Para qué andar agobiados entonces por las cosas terrenas y materiales? Que no sea vacío y vanidad nuestra vida, sino que sepamos llenarla de lo verdaderamente importante.