Sal. 79
Mt. 17, 10-13
El centro de todas las celebraciones cristianas, de la misma manera que es el centro de la vida del cristiano, es el misterio Pascual de Cristo, su muerte y su resurrección. Así lo hacemos en la Eucaristía donde proclamamos ‘anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor, Jesús’. Pero lo es la celebración de todos y cada uno de los sacramentos y todo lo que vamos celebrando a través del año litúrgico en cada uno de los misterios de la vida de Cristo. Ya sea ahora este mismo tiempo del Adviento en que nos encontramos, como también cuando celebremos la cercana Navidad, ya sea cuando celebramos la fiesta de un Santo o de la Virgen. Todo centrado en el misterio Pascual.
¿Por qué comienzo mi reflexión con este pensamiento? Por algo que vamos a ver en la Palabra de Dios hoy proclamada y que nos viene bien recordar para no perder de vista el sentido profundo que tiene toda nuestra liturgia, que alimenta nuestra vida cristiana.
Nos dice el evangelio hoy que ‘al bajar del monte’, fue la ocasión propicia para la pregunta que a continuación le hicieron a Jesús. ¿Qué había sucedido? Es bueno siempre a la hora de meditar un texto evangélico ver el contexto del mismo, porque nos ayudaría a comprender mejor y descubrir su mensaje. Lo que había sucedido fue la Transfiguración de Jesús, en presencia de aquellos tres discípulos preferidos.
Recordamos el texto, ‘subió Jesús con Pedro, Santiago y Juan a una montaña alta para orar’. Y mientras estaban allí Jesús se transfiguró delante de ellos. No vamos a entrar en todos los detalles, pero sí recordar que aparecieron dos figuras del Antiguo Testamento al lado de Jesús, Moisés y Elías, que significaban la Ley y los Profetas. Moisés que les había dado la ley del Señor en el Sinaí, y Elías, el prototipo de todos los profetas.
De ahí la pregunta de los discípulos al bajar del monte. ‘¿Por qué dicen los letrados que primero tiene que venir Elías?’ No hace muchos días en los textos de la Eucaristía que ya comentamos apareció también este tema. Elías de quien hoy nos habla la primera lectura en ese hermoso cántico del libro del Eclesiástico ensalzando su figura. ‘Surgió Elías, un profeta como un fuego, cuyas palabras eran horno encendido…’
Y describe en breves retazos lo que fue la vida y la misión de Elías en momentos difíciles de idolatría y abandono de la Alianza. Habla de cómo fue llevado al cielo. ‘Un torbellino te arrebató a la altura, tropeles de fuego hacia el cielo…’ Pero habla también de su vuelta antes de la plenitud de los tiempos. ‘Está escrito que te reservan para el momento… para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel’. Palabras que nos evocan las pronunciadas por el ángel en el anuncio a Zacarías del nacimiento del Bautista.
De ahí la respuesta de Jesús. ‘Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo’. No fue recibido de igual manera por todos el Bautista, que terminaría decapitado en las mazmorras de Herodes, por instigación de Herodías. Pero es importante el anuncio que Jesús hace a continuación. ‘Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos’. Con lo que estaba anunciando su pasión y su muerte.
Mirando el contexto, vemos que lo que hablan Jesús, Moisés y Elías en lo alto del Tabor fue de lo que iba a suceder, de la próxima pasión de Jesús. Después de todo lo sucedido en lo alto del monte, Jesús les recomienda a los discípulos que no hablen de aquello hasta que haya resucitado de entre los muertos, aunque ellos no lo entienden. Pero si miramos anteriormente ya Jesús había anunciado que subía a Jerusalén donde sería entregado en manos de los gentiles y habría de morir, aunque resucitaría al tercer día.
Nos viene bien en este camino de Adviento tener presente esta dimensión de la Pascua de Jesús. No nos podemos quedar en un Dios niño, - no podemos infantilizar excesivamente nuestra fe y nuestras celebraciones - sino que tenemos que contemplar a ese Jesús que hace en Belén, como el Dios que se encarna y se hace hombre, para entregarse por nosotros para nuestra salvación. Es bueno y necesario tener presente esa dimensión que da unidad a todo el misterio de Cristo que celebramos y que realmente es el centro de nuestra vida.
Como hemos pedido en la oración de la liturgia de este día ‘que amanezca en nuestros corazones tu Unigénito, resplandor de tu gloria, para que su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz’. Es la muerte y la resurrección de Cristo la que viene a disipar y a destruir toda tiniebla y sombra de muerte. Que en verdad nos iluminemos por los resplandores de la luz de la resurrección que ya comenzaremos a vislumbrar en el nacimiento de Jesús.