No nos creamos justos incapacitándonos para la misericordia y el amor
1Sam. 9, 1-4.17-19; 10, 1; Sal. 20; Mc. 2, 13-17
Ante Jesús siempre tenemos que decantarnos, tomar una
decisión; no podemos andar a medias tintas, sino que nuestra opción hay que
tomarla con decisión y radicalidad. Pero además la presencia de Jesús provocará
que quienes estén a su lado hayan de tomar una decisión clara también, aunque
muchas veces veamos que haya muchos que se pongan en contra, o queriendo pasar
indiferentes ante El, al final tengan que aclarar cual es la postura que toman.
Bien constatamos que aquellos que se dicen indiferentes ante la persona y la
presencia de Jesús al final lo que hagan es una guerra sorda, por decirlo de
una forma suave, en la que quieran eliminar todo vestigio de su presencia o de
su mensaje.
¿Por qué tiene que molestarte, si dices que no eres
cristiano ni creyente y entonces para ti no signifique nada un signo religioso
como pueda ser la cruz, la presencia de la cruz o de otros signos religiosos en
lugares públicos? Hemos escuchado hace unos días la noticia de que en una
exposición que se hacía en un lugar público de la figura de la madre Teresa de
Calcuta, alguien pretendía y exigía que se quitase de allí todo lo que pudiera
tener una connotación religiosa. ¿Es que la madre Teresa de Calcuta sería lo
que realmente es si no fuera su fe en Jesús de la que arrancaba todo su
dinamismo, toda su obra y toda su vida?
En el evangelio de hoy por una parte vemos la vocación
de Mateo. ‘Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los
impuestos, y la dijo: Sígueme. Se levantó y lo siguió’, nos dice el Evangelio.
Ante la Palabra y la invitación de Jesús su decisión fue rápida. ‘Se levantó y
lo siguió’. Admirable su fe y su disponibilidad; se dejó conducir por el Señor
ante su llamada. Admirable testimonio que nos tendría que hacer pensar en la
forma cómo nosotros respondemos a la llamada del Señor. ¿Será así nuestra
disponibilidad?
Pero el episodio del evangelio tiene una segunda parte.
‘Estando a la mesa de Leví, de entre los
muchos que lo seguían un grupo de recaudadores (publicanos, como los llamaban)
y otra gente de mala fama se sentaron con Jesús y sus discípulos’. Aquí
surge la controversia, porque aquellos que se consideraban justos y puros no podían
ver con buenos ojos que Jesús se sentara a la mesa con toda aquella gente y
allí estaban trasladándoles sus murmuraciones a los discípulos. Ya conocemos al
final la sentencia de Jesús. ‘No
necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los
justos sino a los pecadores’.
Los que se consideraban justos no serán capaces nunca
de reconocer que necesitan salvación.
Pero es que además los que se consideran justos nunca serán capaces de
poner misericordia en su corazón, casi podríamos decir que están incapacitados
para amar de verdad. Lo que saben hacer siempre es juzgar y condenar. No podrán entender
entonces el mensaje del evangelio porque parece que están incapacitados para la
ternura.
Por eso no entienden la postura de Jesús, su amor y su
misericordia. Parece que les molesta que Jesús sea misericordioso, nos muestre
el rostro misericordioso de Dios que es clemente y misericordioso, como tantas
veces repetimos en nuestros salmos. Jesús viene para traernos la salvación y
esa salvación es para todos porque todos estamos marcados por el pecado. No nos
podemos considerar justos y puros, para que en consecuencia seamos capaces
también de tener amor, compasión y misericordia con los demás.
Cuando nos sentimos amados y perdonados, como hemos
reflexionado recientemente, nos sentimos impulsados a mostrar ese amor y esa
misericordia también con los demás. Por eso con humildad nos ponemos ante Jesús
- así lo hacemos por ejemplo siempre en el comienzo de nuestras celebraciones -
sintiendo que somos enfermos, que somos pecadores, que estamos necesitados de
la misericordia del Señor. Todo esto tendría que hacernos pensar mucho para
analizar nuestras actitudes, nuestras posturas, nuestros juicios y condenas que
tan pronto y fácilmente nos salen cuando vemos algo que no nos gusta en los
demás. Llenemos nuestro corazón de amor y de misericordia y así podremos
repartir amor y misericordia con todos los que están a nuestro lado.