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sábado, 28 de noviembre de 2020

Se nos echa encima el día del Señor y no estamos preparados, bien porque vivimos embotados en todo lo que nos esclaviza o no le hemos dado una profunda espiritualidad a la vida

 


Se nos echa encima el día del Señor y no estamos preparados, bien porque vivimos embotados en todo lo que nos esclaviza o no le hemos dado una profunda espiritualidad a la vida

 Apocalipsis 22,1-7; Sal 94; Lucas 21,34-36

Algunas veces pasamos noches de insomnio; no podemos dormir, parece que el sueño se fue de paseo y nos dejó abandonados. Pero la imaginación no nos abandona, mientras no dormimos, pensamos, imaginamos… cuántas cosas pasan por nuestra cabeza. Nos vienen los recuerdos pero también se reavivan parece las responsabilidades de lo que tenemos que hacer, y parece que pasan en fila todas por delante de nosotros en nuestra mente. Muchas pueden ser las causas del insomnio y dejo a los expertos y a los sicólogos que nos digan que nos pasa por dentro, el por qué de esos insomnios, las causas que pueden tener o lo que nos pueden quizás anunciar de futuro, pero todos tenemos experiencias concretas. Cuántas cosas hemos revisado una y otra vez en nuestras noches de insomnio, o cuántas cosas habremos programado en esos sueños medio despiertos de nuestro duermevela.

Pero mira por donde hoy Jesús nos dice en el evangelio que no nos durmamos, que estemos despiertos y atentos a lo que nos puede suceder. No son esos resortes sicológicos de una noche de insomnio como veníamos diciendo, pero si nos quiere hablar de una vigilancia que hemos de mantener en la vida. Vigilancia porque hemos de vivirla con todo sentido y también vivirla en la mayor plenitud que podamos. Claro que todo tenemos que entenderlo.

Porque también hemos de disfrutar de la vida, de sus cosas buenas, de eso bello y armonioso que nosotros hacemos, de esos momentos placenteros y de felicidad que vamos alcanzando en el disfrute de muchas cosas buenas. Cuando Dios fue creando las cosas nos dice la Biblia que iba viendo que cuando creaba era bueno y Dios disfrutaba con su creación, como disfrutó al crear al hombre como rey de toda aquella creación. No tenemos que mirar la vida con tintes oscuros como si todo fuera malo o pecaminoso. Ni mucho menos, Dios quiere que disfrutemos de la vida cuando vamos dándole la mayor plenitud a todo aquello que vamos haciendo.

Y disfrutamos de aquello que sale de nuestras manos creativas, como disfrutamos de la belleza de nuestro entorno; disfrutamos de la amistad y del amor de la familia, como tenemos que aprender a disfrutar del encuentro con los demás, porque la convivencia es un gozo, porque la armonía entre todos son caminos de felicidad. Y para eso nos ha creado Dios cuando nos ha regalado tantas docilidades.

Pero bien sabemos también que muchas veces podemos hacernos esclavos de las cosas y que dejándonos poseer por esas cosas – porque a la larga no somos nosotros los que las poseemos – al final terminamos siendo esclavos y siendo infelices. Cuando nos es nuestra voluntad la que está por encima de la posesión de esas cosas y parece que la hemos perdido para decirnos no en un momento determinado, aunque digamos que es entonces cuando somos felices, realmente no lo somos y quedará un pozo amargo dentro de nosotros en esa perdida de dominio que entonces padecemos.

Hoy Jesús nos señala algunas cosas. ‘Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra’. Tened cuidado, nos alerta, y nos señala que ‘no se nos emboten los corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida’. El que vive embotado realmente no es libre ni puede ser feliz porque mucho que ría o que cante.

No es una carcajada estentórea lo que nos hace felices, porque esa carcajada se nos queda por fuera, no es alegría nacida del corazón; y nos habla de juergas, borracheras e inquietudes. Cuántas veces buscamos sustitutos de la verdadera alegría y de la verdadera responsabilidad de la vida. Bien sabemos cuanto nos esclavizan esas cosas; qué lástima sentimos en el corazón cuando vemos ese desfile demasiado grande cada vez más de los que van por la vida buscando esos sustitutivos, y miras sus rostros y no ves ni alegría ni paz, aunque digan disfrutar de la vida con esas cosas, llámense drogas o como queremos llamarlas porque sus muchas cosas las que en ese sentido buscamos.

Se nos echa encima del día del Señor y no estamos preparados. Y aquí tenemos que pensar en esa profundidad que tendríamos que darle a la vida, esa espiritualidad que nos enriquezca por dentro, esos ideales y esas metas que nos levanten la mente y el corazón, esos valores que tendrían que resplandecer en nosotros. Mucho no daría para hablar y reflexionar.

viernes, 27 de noviembre de 2020

Sepamos valorar esa flor que florece aún en medio de los espinos, sepamos apreciar cuanto de bueno descubrimos en los demás, acicate y estímulo para hacer florecer con más fuerza el Reino de Dios

 


Sepamos valorar esa flor que florece aún en medio de los espinos, sepamos apreciar cuanto de bueno descubrimos en los demás, acicate y estímulo para hacer florecer con más fuerza el Reino de Dios

Apocalipsis 20, 1-4. 11—21, 2; Sal 83; Lucas 21,29-33

Ya huele a primavera, decimos cuando el invierno va vencido, van remitiendo aquellos fríos invernales, pero sobre todo vemos cómo la naturaleza comienza a rebrotar. Nosotros en Canarias no tenemos grandes diferencias porque incluso presumimos de primavera todo el año por la suavidad de las temperaturas y el clima, por las flores que brotan por todas partes en cualquier época del año y porque no notamos como en otros lugares los árboles que parecen secos y muertos en el invierno y reverdecen con fuerza en la primavera; recuerdo en varias primaveras que tuve que estar fuera de mi tierra por tierras peninsulares sobre todo en la zona de Castilla como de pronto se veían brotar todos los árboles y todas las plantas cuando se acercaba la primavera y pronto todo era verdor y el surgir de las flores que todo lo embellecían; para mí aquello era como un brotar a nueva vida sobre todo para quien como yo no estaba acostumbrado a esa diferencia entre las diversas estaciones.

Es la imagen que nos quiere poner hoy Jesús en el evangelio porque es como una nueva primavera que surge en la vida cuando comienzan a notarse los brotes del Reino de Dios en quienes han recibido la semilla de la Palabra. Comienzan a surgir los brotes de la higuera y decimos que ya se va acercando el verano donde recogeremos sus sabrosos frutos. En eso ha querido fijarse hoy el Señor y ponérnoslo como imagen para que aprendamos a distinguir cuando va brotando el Reino de Dios en los corazones.

Así tendría que notarse en los corazones de quienes escuchamos la Palabra de Dios, cómo nos vamos transformando, como nos vamos llenando de nueva vida, como surgirán las bellas flores de la primavera de los nuevos valores que comenzamos a vivir y como al final podremos recoger sus frutos. Ese tendría que ser el recorrido de nuestra vida; esa es la tarea de la Iglesia para hacer que brote esa nueva primavera llena de color y de vida en nuestro mundo porque en verdad lleguemos todos a saborear lo que son los frutos del Reino de Dios en esa vida nueva que transforma nuestro mundo, como ha transformado nuestros corazones.

Es aquí donde quiero fijarme en algo más que muchas veces sin embargo nos puede pasar desapercibido porque solo buscamos señales de cosas grandes. Podemos pasar al lado de nuestras plantas y porque no están en un jardín bien cuidado y ornamentado no nos damos cuenta de pequeñas flores que algunas veces surgen de los lugares más insospechados y da la impresión que hasta las piedras o las rocas comienzan a florecer. ¿No hemos visto surgir de un pedregal una planta llena de vida que nos ofrece una hermosa flor que alegra nuestra visión aun en medio de aquellos pedregales?

A nuestro lado, en ese mundo que miramos tantas veces hasta con desprecio porque consideramos demasiado lleno de maldad, sin embargo puede suceder, de hecho sucede con más frecuencia de lo que queremos pensar, hermosas flores del Reino de Dios. Pequeñas semillas que han prendido en los corazones de muchos a nuestro lado y que florecen con frutos prometedores aunque no estén en nuestro propio jardín.

Hay muchas cosas buenas en el corazón de los demás, que muchas veces no sabemos apreciar, no sabemos valorar sino que nos llenamos de prejuicios hacia los demás. No son una plenitud del Reino de Dios porque quizá a algunos les falte ese reconocimiento de que Dios es el Señor pero podemos sin embargo contemplar corazones humildes y corazones llenos de amor, corazones solidarios y gente en verdad comprometida por hacer nuestro mundo mejor, personas que luchan por la paz y la justicia y personas que saben estar al lado de los otros muchas veces mucho mejor de lo que nosotros lo hacemos.

Son semillas del Reino que están floreciendo en esos corazones y que tenemos que saber cuidar y fomentar. Es el camino que a esas personas les lleva a Dios y hasta pudiera suceder que están más cerca de Dios que nosotros mismos que nos queremos dar de tan cristianos, pero que tantas veces no llegamos a dar todo lo que debíamos.


Sepamos valorar esa flor que puede florecer aun en medio de los espinos, sepamos valorar ese vaso de agua dado con generosidad, sepamos apreciar cuanto de bueno descubrimos en los demás que además tendría que ser un acicate y un estímulo para nosotros hacer florecer con más fuerza los valores del Reino de Dios.

jueves, 26 de noviembre de 2020

No vayamos con la mirada rastrera a tierra, sino levantemos la cabeza, alcemos los ojos, veamos las señales del cielo, sintamos la alarma de Dios, siempre son llamadas de amor

 


No vayamos con la mirada rastrera a tierra, sino levantemos la cabeza, alcemos los ojos, veamos las señales del cielo, sintamos la alarma de Dios, siempre son llamadas de amor

Apocalipsis 18,1-2.21-23; 19, 1-3.9a; Sal 99; Lucas 21,20-28

Ponemos la alarma para que nos avise en un determinado momento, en una hora concreta, ya sea para despertarnos del sueño y levantarnos en la mañana, ya sea para distintas actividades que tenemos que hacer a lo largo del día y que necesitan ser realizadas en un momento determinado. Es lo clásico del reloj, pero hoy tenemos multitud de sistemas electrónicos y de todo tipo que nos realizan esa función. Pero podemos no prestarle atención, no hacerle caso cuando nos suena y nos llama, prescindir de ese aviso y decimos para que lo hayamos preparado si no le vamos a hacer caso.

En la vida vamos detectando también multitud de señales, de avisos, de signos que nos alertan si queremos escuchar hasta en lo más profundo de nuestro ser. La repetición de acontecimientos, los sucesos imprevistos, lo que vemos que le sucede a los demás, situaciones duras por las que en momentos tenemos que pasar y así muchas cosas podemos decir que son avisos que recibimos de la vida misma para despertar, para buscar un sentido, para encontrarnos con los verdaderos valores, para corregir el rumbo de la vida; lo malo es que no sabemos leer esos signos o en muchas ocasiones es que no les queremos hacer caso.

Estamos diciendo es la vida que nos avisa, son los acontecimientos que suceden con un por qué, pero como creyentes podíamos ir mucho más allá para saber descubrir las señales de Dios que nos llama y que espera de nosotros distintas y mejores respuestas que las que habitualmente estamos dando. Claro que para esto hay que saber una visión distinta, para esto es necesario tener una mirada de fe, una mirada creyente, para poder descubrir esa llamada de Dios o esa acción de Dios en nuestra vida.

No lejano de la apreciación de las cosas está aquello que escuchábamos cuando nos sucedía algo malo, de que Dios castiga sin piedra ni palo; permanece aún en muchos el sentimiento de que en las cosas que no son buenas que nos suceden allí está el castigo de Dios, y así terminamos por ver, por ejemplo, una enfermedad como un castigo de Dios, y quien dice una enfermedad esas situaciones difíciles por las que tantas veces pasamos, y ahora mismo hay profetas de calamidades que en cuanto nos está sucediendo quieren ver un castigo del cielo.

No puedo imaginarme a un Dios que está detrás de la esquina o detrás de la puerta esperándonos con un palo en sus manos para castigarnos por lo mal que lo estamos haciendo. Creo que esa imagen hay que purificarla porque la bondad y del amor de Dios van por otro camino. Lo que sí podríamos decir que ahí hay signos y señales de la llamada de Dios que nos espera, que nos pone en camino, que está poniendo en nuestras manos muchas cosas para que hagamos que las cosas sean distintas.

El Dios en quien creo y del que nos habló Jesús es un Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad y en clemencia, como tantas veces habremos rezado en los salmos. Los utilizamos para nuestra oración, pero luego no sabemos utilizarlos para leer la vida, para descubrir y escuchar esa llamada de Dios. Y la prueba y la manifestación la tenemos en Jesucristo que por nosotros se entregó para que nosotros tuviéramos vida.

Escuchemos esas alarmas de Dios, esos signos de su presencia junto a nosotros, en lo que es nuestra vida, en los acontecimientos que vivimos, en lo que nos sucede sea malo o sea bueno; ahí están los signos de la llamada de Dios, ahí están las señales del amor de Dios. Hoy nos ha dicho ‘cuando sucedan estas cosas, estad alerta, levantad vuestras cabezas, se acerca vuestra liberación’. No vayamos por la vida con la vista demasiado mirando solo para abajo, sino levantemos la cabeza, alcemos la mirada, veamos las señales del cielo, escuchemos en el corazón las llamadas de Dios.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

La esperanza nos anima, la confianza en el Señor pone fortaleza en nuestros pasos, la asistencia del Espíritu pone incluso en la adversidad alegría en el corazón

 

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La esperanza nos anima, la confianza en el Señor pone fortaleza en nuestros pasos, la asistencia del Espíritu pone incluso en la adversidad alegría en el corazón

Apocalipsis 15,1-4; Sal 97; Lucas 21,12-19

Dar la cara a veces nos resulta costoso y difícil; y no digamos poner el otro lado de la cara como nos sugerirá Jesús en otro momento del evangelio. Pero a lo que me quiero referir es a dar la cara; nos vemos como acosados, rodeados de gente que tienen otras opiniones, otros planteamientos de la vida, y parece que nos encontramos solos, y nos cuesta enfrentarnos y responder, situaciones así las vivimos entre una discusión de amigos cuando hablamos acaloradamente de un tema que a todos nos interesa pero en el que hay divergencias, pero nos encontramos con otros aspectos en que nos pueden afectar a nuestra vida, nuestra relación con los demás, porque sentimos que esas divergencias que tendrían que llevarnos a un diálogo constructivo, pueden sin embargo terminar en enfrentamientos o en situaciones en que se ponga en peligro nuestra amistad.

Estamos hablando de cosas genéricas, pero al hilo del evangelio llegamos a los planteamientos que nos hace nuestra fe y la contrariedad de cuantos nos vamos a encontrar en contra (valga la redundancia). Es cuando en ocasiones parece que nos sentimos desnudos enfrente del mundo porque hablar de la religión y en contra de la Iglesia parece que es una moda o es algo en lo que se pueda ganar puntos en esta sociedad tan diversa y tan adversa para tantas cosas.

Sabemos que no es fácil dar la cara por nuestra fe, sabemos como tratarán de desprestigiarnos y quitarnos autoridad sacando todos los trapos sucios que sean con tal de achatarnos, sabemos como muchas veces nos encontramos con una fobia a todo lo que suene a religión, dios, fe, iglesia, ser cristiano y algunas veces hasta de personas cercanas a nosotros o de personas que algunos momentos de su vida participaron incluso intensamente en las actividades de la Iglesia o han recibido en su vida mucho de manos de la Iglesia.

Hoy Jesús en el evangelio frente a todas estas situaciones nos habla de perseverancia en nuestro testimonio, de la respuesta llena de paz y llena del Espíritu que tenemos que dar. Porque somos humanos y también nos sentimos heridos en lo más hondo de nosotros cuando se meten con nuestros principios o nuestra manera de vivir, y tenemos el peligro de una respuesta violenta. En el mundo escuchamos decir que la mejor defensa es un ataque, pero ese no puede ser de ninguna manera nuestro estilo. Nos recomemos por dentro y querríamos sacar también trapos sucios para nuestra defensa pero esa no es la manera de responder de un cristiano. Por eso Jesús nos dice que no nos preocupemos de nuestra defensa porque será el Espíritu Santo el que pondrá fuerza en nuestro corazón y palabras en nuestros labios para responder a todo esto.


Hoy precisamente estamos celebrando a una santa que resplandeció con esa sabiduría de sus palabras asistida por el Espíritu del Señor, porque eso incluso la proclamamos patrona de los filósofos. Santa Catalina de Alejandría que cuando estaba en medio de la fuerte persecución que sufría a causa de su fe, llegó a callar a los más sabios de su época con la sabiduría de sus palabras. El Espíritu del Señor estaba actuando en ella como nos había anunciado Jesús.

Por eso nuestra respuesta como decíamos pasa por el testimonio de fidelidad que manifestamos en nuestra vida frente a todas las persecuciones, la fortaleza del Espíritu que nunca nos faltara, pero finalmente Jesús nos habla también de perseverancia. Cuesta perseverar sobre todo en los momentos de dificultad y adversidad, cuesta mantenernos en ese camino de fidelidad que vemos que colateralmente nos trae momentos de sacrificio e incluso de sufrimiento. Pero Jesús termina diciendo ‘con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’. La esperanza nos anima, la confianza en el Señor pone fortaleza en nuestros pasos, la asistencia del Espíritu pone incluso en la adversidad alegría en el corazón.

martes, 24 de noviembre de 2020

Nos da mucha esperanza y nos anima saber que, a pesar de los momentos tormentosos, hay muchas personas en nuestro entorno que están haciendo mucho bueno por los demás

 


Nos da mucha esperanza y nos anima saber que, a pesar de los momentos tormentosos, hay muchas personas en nuestro entorno que están haciendo mucho bueno por los demás

Apocalipsis 14,14-19; Sal 95; Lucas 21,5-11

Por supuesto que necesitamos soñar; en nuestros sueños la imaginación se vuelve creativa y desde ahí pueden ir surgiendo las ideas y el pensamiento con el que deseamos un mundo mejor y más lleno de felicidad. Nuestros sueños pueden ir forjando ese mundo mejor cuando pasamos del sueño a la realidad y aunque la realidad muchas veces es más cruda que los sueños sin embargo nos pueden dar la pauta de por donde mejor podemos caminar. Pero bien sabemos que no nos podemos quedar en fuegos fatuos, en sueños en los que no veamos la posibilidad de hacer realidad todo eso que soñamos y que anhelamos. Y ahí está el peligro. Porque también habrá quien alimente esos sueños vanos y sin fundamento y nos hagan creer que todo lo podemos conseguir a la mayor perfección y prontitud.

Y hay en la vida quienes nos alimentan esos sueños vacíos y sin fundamento haciéndonos creer que simplemente desde el poder o el dinero podamos alcanzar ya ese paraíso en la tierra; cuántos nos hablan de una sociedad del bienestar, y no es que no la deseemos y luchemos por un mayor bienestar en la vida, pero si tenemos que discernir muy bien cual es el mejor bienestar para la persona y lo que tendríamos que construir para nuestra sociedad. Cuantas promesas fatuos escuchamos en este sentido que nos encandilan y nos encantan de tal manera que nos parece que ya lo tenemos todo conseguido. Pero quizás no nos hemos preocupado de darle una hondura a la vida, de buscar los verdaderos valores que nos pueden hacer más felices sabiendo también que para luchar por esos valores algunas veces tendremos que hacer caminos difíciles de compromiso y sacrificio.

De esto no nos quieren hablar cuando nos hacen tantas promesas. Luego vendrán los desencantos, las frustraciones, cuando las cosas cambian y parece que el mundo se nos viene abajo. Cuántas angustias y cuánta desesperación cuando vemos que todo aquello con lo que habíamos soñado como una cosa muy fácil ahora a la menor dificultad se nos ha venido abajo como un castillo de naipes. No habíamos puesto quizá aquellos valores que amasasen bien la vida para darle fortaleza y estabilidad. Lo que nos está sucediendo con los momentos que ahora nos ha tocado vivir.

Creo que las palabras que hoy escuchamos a Jesús en el evangelio y más dichas en los momentos y circunstancias que Jesús les anunciaba nos pueden venir bien también a nosotros hoy. Está en el templo rodeado de sus discípulos y de mucha gente. Era un gozo y placer para todo judío encontrarse en el templo de Jerusalén y fácilmente se quedaban también extasiados ante tanta belleza y esplendor con que el templo resplandecía. Estaba, por otra parte, lo que en el orden religioso significaba para ellos el templo de Jerusalén que venía a ser como el centro de toda su vida pues allí se sentían en la morada de Dios.


Y es entonces cuando les dice que todo aquel esplendor que ahora están contemplando un día va a ser destruido. Está anunciándoles proféticamente lo que sucedería años treinta o cuarenta años más tarde con la destrucción de Jerusalén y de su templo. Aquello para el alma de un judío era un mazazo muy fuerte y algo que no se podían creer que les sucediera. Pero Jesús les dice que no pierdan la calma. Y les habla de catástrofes y de guerras, de destrucción y de exterminio… un poco se mezclan en las palabras de Jesús la destrucción del templo pero también los últimos tiempos que era algo que también estaba muy metido en el alma del pueblo judío sobre todo después de los grandes últimos profetas.

Ellos preguntan cuando va a suceder todo esto, pero Jesús sobre ello no da señales, pero si les habla de la serenidad del espíritu que han de mantener en esos tiempos difíciles. ‘No os dejéis engañar’, les dice, porque esos tiempos difíciles son los propicios para anuncios de apariciones y de cosas milagrosas. Bien lo sabemos por la historia y como cada cierto tiempo aparecen esas manifestaciones que llamamos milagrosas. ‘No tengáis pánico’ cuando todas esas cosas vayan sucediendo.

¿No será lo que también necesitamos escuchar hoy? Ante los problemas que se acumulan, la situación no solo sanitaria sino social que estamos viviendo es fácil que nos entren las angustias y los agobios, que perdamos la serenidad. Bien sabemos por otra parte que son momentos muy aprovechados desde diversos intereses que siempre los hay en la sociedad y hay gente que además siembra esa inquietud. Solo con serenidad y paz podemos afrontar la situación, por eso hemos de mantener la esperanza en el corazón, sentir la fuerza del Señor que nunca nos abandonará por muy oscura que nos parezca la noche, y hemos de saber rescatar todos esos valores que nos ayuden a crecer como personas y que dan verdadera fortaleza a nuestro espíritu.

Es el momento de la solidaridad, pero también de la cercanía que hemos de mantener con las personas aunque ahora por la situación parezca que lo que tenemos que hacer es alejarnos, pero hay muchas maneras de poder acercarnos hoy a los demás para que no se sienta tanto la soledad; es el momento del buen ánimo que también dé ilusión y alegría a los que están cerca de nosotros, porque siempre hay cosas hermosas de las que podemos disfrutar, siempre pueden haber buenos gestos que llenan de un perfume nuevo la vida. Miremos que hay muchas personas buenas en nuestro entorno que están queriendo hacer mucho por los demás, y esto nos tiene que dar esperanza y animarnos.

 

lunes, 23 de noviembre de 2020

Necesitamos los ojos de Jesús para apreciar a esas personas que nos parecen pequeñas pero que en su servicio son una grande riqueza espiritual para el pueblo de Dios

 


Necesitamos los ojos de Jesús para apreciar a esas personas que nos parecen pequeñas pero que en su servicio son una grande riqueza espiritual para el pueblo de Dios

Apocalipsis 14,1-3.4b-5; Sal 23;  Lucas 21,1-4

No tengo ahora nada suelto en el bolsillo, decimos y nos tentamos los bolsillos como prueba – así nos lo creemos – de que no llevamos nada suelto, y eso significa rebuscar entre los pliegues del bolsillo a ver si aún queda alguna pequeña moneda con la que contentar a aquel que nos pide. Lo habremos visto hacer, ¿lo habremos hecho quizás?, pero así de tacaños vamos por la vida cuando no queremos compartir. Y si la pobre viuda echó una moneda en el cepillo porque era todo lo que tenía como nos resaltará Jesús tendríamos que fijarnos en la cesta de recogida de las colectas para ver cuántas monedas de las más pequeñas vamos a encontrar.

¿Será esto lo que nos quiere resaltar hoy Jesús? Allí está situado en aquellos pórticos del templo, cercano al cepillo de las ofrendas por donde ha ido entrando la gente que se consideraba principal y entre grandes aspavientos han ido depositando sus limosnas, que no dice Jesús no fueran generosas; pero se ha fijado Jesús en aquella pobre mujer que casi sin que nadie lo note pasa también por el cepillo y echa aquellos cuartos que en su pobreza era lo que tenía para comer. Y es lo que Jesús quiere resaltarnos, aquella mujer echó mucho más que los otros que quizá habían echado cantidades grandes, pero ellos habían echado de lo que no necesitaban, pero aquella mujer lo dio todo.

A muchas consideraciones nos puede llevar este pasaje si miramos también a nuestras comunidades y parroquias, a lo que es la vida de la iglesia. Podíamos decir que la escena se repite y ya no se trata solamente de la generosidad o no con que demos nuestros dineros. Es el servicio realizado en medio de la comunidad y a favor de los demás.

Encontraremos, es cierto, de todo. También nos encontraremos con gente generosa y dispuesta, que ofrece su tiempo, sus posibilidades, sus valores y cualidades y los vemos comprometidos en muchas acciones de nuestras parroquias. Tenemos que aprender a valorar a esas personas; tenemos que poner también de nuestra parte porque, ya sabemos, nos escudamos en tantas cosas para rehuir un compromiso, que si no tenemos tiempo, que si yo no valgo nada y ya habrá otros que sepan mejor y podrán participar, y la lista de disculpas seguramente será larga.

Pero creo que tendríamos que destacar y valorar a muchas personas que pasan desapercibidas, que se nos pueden parecer a la pobre viuda del evangelio, que nos parece que no valen para gran cosa, pero que calladamente sin embargo están haciendo una gran labor.

Y hay muchas personas así en nuestras comunidades, que quizá no se sienten preparadas para ser catequistas, por ejemplo, pero que visitan al anciano y lo acompañan, avisan al sacerdote discretamente donde ellas ven una necesidad o hay un enfermo que atender, que cuidan de la limpieza o de la ornamentación del templo y sin que nadie se lo valore o lo tenga en cuenta, siempre tendrán una flor fresca que poner junto al sagrario, que colocan una silla en su sitio o son capaces de recoger un papel que alguien descuidadamente dejó caer en el suelo, y así cuántos y cuántos servicios humildes, sencillos, desapercibidos pero que nos están señalando a personas que aunque parecen pequeñas son de un corazón muy grande.

Son las pequeñas y pobres viudas, vamos a llamarlas así, que ante cualquier llamada del sacerdote allí están ofreciendo su servicio y su presencia o sencillamente desde su rincón ofreciendo su sacrificio y oración al Señor por la comunidad. Reconozco que he conocido muchas personas así en las diferentes comunidades por donde he pasado, aunque no siempre hayamos sabido valorarlas en su justa dimensión. Necesitamos los ojos de Jesús para apreciarlas y para valorar a esas personas porque grande es la riqueza espiritual que manifiestan que a su vez enriquece al pueblo de Dios.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Proclamamos que Jesús es nuestro Rey y Señor cuando reconocemos en el que camina a nuestro lado a un hermano y comenzamos a vivir la primacía del amor



Proclamamos que Jesús es nuestro Rey y Señor cuando reconocemos en el que camina a nuestro lado a un hermano y comenzamos a vivir la primacía del amor

Ezequiel 34, 11-12. 15-17; Sal 22; 1Corintios 15, 20-26. 28; Mateo 25, 31-46

Llegamos en este domingo al final del ciclo litúrgico. Ya sabemos que el ritmo de la liturgia de la Iglesia no se rige por el año natural o el año civil, sino que todas nuestras celebraciones como toda la vida del cristiano se centra en la Pascua. Es el momento de la celebración de la Pascua de Resurrección el momento central y culminante del ritmo litúrgico como lo es el centro de la vida del cristiano. Todo es vivir la pascua del Señor.

En torno a ello giran todas las otras celebraciones del misterio de Cristo que así se van distribuyendo a través del año con su preparación previa, como fue la Cuaresma para la celebración de la Pascua y como será al comienzo del ciclo litúrgico el Adviento como preparación del misterio de la Navidad; ambos momentos culminantes tienen su prolongación tanto en todo lo que es el tiempo de Navidad y Epifanía después del Nacimiento de Jesús, como todo el tiempo pascual hasta Pentecostés después de la resurrección del Señor.

Por eso culminamos ahora nuestras celebraciones del ciclo que hemos venido viviendo puesto que ya el próximo domingo iniciamos el Adviento como preparación para la Navidad. Y concluimos el año con una celebración muy especial en que proclamamos a Jesucristo como rey del Universo. Esta es una fiesta que podríamos decir reciente en la liturgia de la Iglesia porque en el primer tercio del siglo XX se instituyó aunque se celebraba el último domingo de octubre, pero tras la reforma litúrgica del Vaticano II pasó a celebrarse en el último domingo del año litúrgico.

Según el año litúrgico y el evangelista correspondiente a ese año serán diversos los textos de la liturgia de este día. Hemos venido escuchando en este ciclo al evangelista san Mateo y de él tomamos el evangelio del llamado juicio final que hoy hemos proclamado y escuchado.

Tres imágenes nos describen la figura de Jesús en los textos de la liturgia de este día: pastor, juez y rey. Todo queriendo ser una resonancia de esa proclamación de Jesús como Rey y Señor del hombre y del universo. Todo como una consecuencia de ese anuncio continúo de Jesús que ha sido constitutivo de su evangelio. La Buena Nueva es el Reino de Dios, en el hemos de creer y a él hemos de convertirnos. Pero no es creer, como podríamos decir, en una entidad, sino que es creer en Jesús y convertirnos a El. En Jesús se encarna el Reino de Dios; es Jesús la Buena Noticia de salvación porque El es nuestro único salvador.

Pero es Jesús el que ha venido como buen pastor, como ese pastor que nos anunciaba el profeta en la primera lectura, que busca, que llama, que acompaña, que alimenta, que da la vida por las ovejas, que nos conduce por caminos de vida y de salvación, que El mismo se hace alimento de vida de sus ovejas para que de El nos alimentemos; nos ofrece su palabra y nos ofrece el camino pero El mismo se hace camino y se hace vida para que caminemos por El y para que de El nos alimentemos. ¿Podemos esperar algo mejor de un pastor?

Y nos dirá el evangelio que se sentará en su trono porque desde allí separará a unos y otros como el pastor separa las ovejas de las cabras, como el juez que nos juzga según nuestras obras y nuestra vida. ‘Venid, benditos de mi Padre…’ dirá a unos. ‘Apartaos de mi, malditos…’ dirá a los otros. Porque tuve hambre, estaba sediento, era peregrino, estaba enfermo… y lo que hicisteis con uno de esos pequeños a mí me lo hicisteis. Es el juicio del amor. No es el juicio terrible en el que parece que todos ya estamos condenados de antemano, sino que donde hay un pequeño resquicio del amor allí aparecerá radiante la misericordia del Señor para llenarnos de bendición.

Será el reconocimiento definitivo del Reinado y Señorío de Dios, porque será el momento en reconoceremos de verdad quien es Jesús; ese Jesús que es nuestra salvación, ese Jesús que ha sido el camino y la verdad y la vida para nosotros; ese Jesús a quien hemos querido escuchar a pesar de tantas distracciones como ha habido en nuestra vida, pero que finalmente hemos vuelto nuestra vida hacia El; ese Jesús que vamos a encontrar cercano a nosotros porque lo vamos a encontrar en el hermano, porque lo vamos a ver en el pequeño y en el humilde, porque le vamos a amar en todo aquel que se cruce en nuestro camino porque siempre lo vamos a ver ya como un hermano.

Le contemplamos como Rey y Señor del hombre y del universo pero no necesitamos sentarlo en un trono de gloria elevado en las alturas y separado de nosotros porque le vamos a reconocer en todo hombre que es nuestro hermano y lo vamos a ver siempre a nuestro lado. Cuanto hagamos a ese hombre o mujer que camina a nuestro lado será ya para siempre un reconocimiento de que Jesús es nuestro Señor. Le contemplamos y celebramos como Rey y Señor del hombre y del universo porque vamos a comenzar a descubrir y vivir la primacía del amor que ya va a ser el sentido de nuestra vida y de nuestro caminar para siempre.