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sábado, 27 de agosto de 2016

El desarrollo de ese pequeño valor que nosotros podamos tener será un buen caldo de cultivo en el que podrán comenzar a florecer otros valores y otras capacidades

El desarrollo de ese pequeño valor que nosotros podamos tener será un buen caldo de cultivo en el que podrán comenzar a florecer otros valores y otras capacidades

1 Corintios 1,26-31; Sal 32; Mateo 25,14-30
¿Qué puedo hacer yo que soy tan poca cosa y lo poco que yo tengo o que yo valgo? Es una reacción que podemos tener cuando consideramos qué poca cosa somos o qué pocos son los medios que tenemos mientras los problemas son tan grandes que con lo que yo pueda aportar parece que poco se puede hacer. Anda por medio en pensamientos así la baja autoestima que tenemos de nosotros y tendríamos que comenzar por aprender a valorarnos más descubriendo lo que en verdad somos y valemos.
Bien sabemos que no todo está en los medios materiales que podamos poseer aunque a veces nos parecen tan imprescindibles que pensamos que ya nada podemos hacer sin ellos. Siempre en la persona hay unos valores que en muchas ocasiones no somos capaces de descubrir; en nombre quizá de una falsa humildad nos apagamos, queremos desaparecer y al final terminamos sin aportar algo a la vida; y ya no se trata de nuestra riqueza personal – no hablando solamente de lo material – sino de la riqueza que podemos aportar a los demás desde nuestros propios valores y nuestra aportación.
Pensemos además que el desarrollo de ese pequeño valor que nosotros podamos tener, si es que fueran así nuestras pobres capacidades, será un buen caldo de cultivo en el que podrán comenzar a florecer en nuestra vida otros valores y otras capacidades que teníamos ocultas y con falta de hacerlas salir a la luz. El desarrollo de los valores y cualidades que tengamos se harán multiplicadores de otros valores, de otras cualidades, de otras capacidades que están también en nosotros. En la labor educadora que tengamos que desempeñar en la vida – por ejemplo como padre o madre de familia – será algo que tenemos que cuidar en los demás, pero es que en nuestro propio crecimiento personal es algo que hemos de saber desarrollar.
Hoy el evangelio de Jesús nos propone la parábola que llamamos de los talentos de todos conocida. Aquel hombre que al marcharse de viaje confía a sus administradores diversas cantidades de talentos de plata para que los desarrollen y multipliquen mientras él está de viaje. Mientras el primero y el segundo los negocian y multiplican, el tercero se contenta con guardarlo muy bien bajo tierra para no perderlo y poderlo entregar de nuevo a quien se lo confió. No lo perdió, pero es recriminado porque no lo desarrolló para hacerlo fructificar. Es lo que ha motivado la reflexión que me he venido haciendo.
No podemos enterrar nuestros talentos porque consideremos que son muy pobres. Cada uno según su capacidad tiene una misión que desarrollar en la vida. Y es lo que tenemos que hacer. Ni lo podemos enterrar ni nos podemos ocultar, porque además hemos de pensar no solo en nuestro crecimiento personal – algo que por si ya es muy importante – sino en el bien que podemos y tenemos que hacer a los demás, la riqueza que puede significar nuestro pequeño grano de arena para la construcción de un mundo mejor. Cuantas conclusiones tendríamos que sacar de aquí para nuestra vida.

viernes, 26 de agosto de 2016

No dejemos para después el cultivo de nuestra vida interior para que podamos estar preparados para el encuentro con Dios y con los demás que llegan a nuestra vida


No dejemos para después el cultivo de nuestra vida interior para que podamos estar preparados para el encuentro con Dios y con los demás que llegan a nuestra vida

1Corintios 1,17-25; Sal 32; Mateo 25,1-13

Cuántas veces nos ha sucedido. Tenemos una serie de cosas que hacer, pero nos decimos, bueno, mas tarde lo hago, aun tenemos tiempo, eso lo hago yo luego en un momento, pero llegó el momento de tenerlo realizado y no lo habíamos hecho, o nos vimos en apuros para terminarlo corriendo porque el tiempo apremia o porque nos surgieron problemas que no preveíamos y luego no encontrábamos solución para poder tenerlo todo a punto. Nos creíamos capaces de resolver todas las dificultades, porque aquello nos parecía fácil, pero luego no fue tan fácil o nos complicamos con tantas cosas que no lo pudimos tener a tiempo.
Experiencias así habremos tenido quizá muchas y luego nos lamentábamos, y nos prometíamos que eso no nos volvería a suceder, pero tropezamos una y otra vez en la misma piedra y no terminamos de tener la sensatez de hacer las cosas bien y en su tiempo, sin dejarlo para más tarde.
Esto que estoy comentando de las cosas ordinarias de la vida que nos suceden cada día nos puede suceder en los ámbitos de la vida interior, de la vida espiritual y de la vida cristiana. Sabemos que tenemos que superarnos en esto o en aquella otra cosa que tantas veces me hace tropezar, pero nos creemos fuertes y que sabemos como hacerlo y que ya en otro momento lo vamos a hacer. Y no nos cuidamos por dentro, y no cultivamos nuestra vida interior, y hay una serie de valores a los que quizá damos poca importancia, pero que luego su falta va hacer que nos demos cuenta de la debilidad de nuestra vida interior.
Sabemos las cosas, sabemos lo que tenemos que hacer y hasta quizá nos atrevemos a querer enseñárselo a los demás en nuestra tarea educadora como padres o en otra cualquier función que desempeñemos en nuestra sociedad y en la que podríamos influir pero luego para el crecimiento de nuestra vida interior no hacemos nada o al menos todo lo que tendríamos que hacer.
De eso y de muchas cosas más nos está hablando Jesús hoy con la parábola que nos propone en el evangelio. Las jóvenes amigas de la novia que tenían que salir al encuentro del novio que venía para la boda y que tenían que esperar con lámparas encendidas, tanto para iluminar el camino como luego también la sala del banquete. Pero la mitad de ellas no fueron previsoras, no llevaron aceite de reserva porque pensaban que con el que tenían en la lámpara sería suficiente, pero las cosas se complicaron con la tardanza de la llegada del novio. Se les apagaron las lámparas, no les valía el aceite de sus compañeras sino que tenían que afanarse el propio y cuando llegaron la puerta estaba cerrada. Se quedaron fuera, como tantas veces nos sucede a nosotros en tantas cosas.
Que no se nos apaguen las lámparas; que tengamos la suficiente previsión; que cultivemos en verdad nuestra vida interior para que tengamos esa fuerza que necesitamos en la camino de cada día; que haya esa verdadera sensatez en nuestra vida.

jueves, 25 de agosto de 2016

Vigilantes esperamos al Señor en el dia a dia de nuestra vida no olvidando nuestras responsabilidades y viviendo la fidelidad del amor hasta el extremo

Vigilantes esperamos al Señor en el día a día de nuestra vida no olvidando nuestras responsabilidades y viviendo la fidelidad del amor hasta el extremo

Corintios 1,1-9; Sal 144; Mateo 24,42-51

‘Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor’. Una afirmación rotunda como promesa del Señor, pero al mismo tiempo una recomendación a la vigilancia, a estar preparados. ‘Vendrá vuestro Señor’. Es la promesa de su venida. Nos lo repite muchas veces en el evangelio y nosotros lo expresamos también en la oración de nuestra fe. ‘Mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo…’ que decimos con la liturgia.
Nos habla el Señor a lo largo del evangelio de su venida con gran poder y gloria y por ejemplo nos propone la alegoría del juicio final. ‘Veréis al Hijo del Hombre venir con gran poder y gloria entre las nubes del cielo’, que responde al sumo sacerdote ante el Sanedrín. Y en muchas ocasiones nos habla de estar preparados, de estar vigilantes, como el dueño de la casa que no quiere que entre el ladrón a robar, como nos dice hoy, o como el administrador que no puede descuidar sus deberes y responsabilidades y al tiempo que atiende a todos los asuntos de la administración ha de tratar con justicia y magnanimidad a todos los que están a su cuidado. En otra ocasión hablará del novio que viene a la boda y al que se le espera, pero se ha de estar con las lámparas encendidas con suficiente aceite para que no se apague su luz.
‘Estad en vela…’ nos dice. La espera ha de ser vigilante; no nos podemos quedar adormilados, porque igual que el ladrón puede llegar a la hora y en el momento menos pensado, así llega el Señor. Es una referencia al ultimo día de nuestra vida que no sabemos cuando será y que nos ha de encontrar preparados para poder presentarnos ante el juicio de Dios. Pero es una referencia también al día a día de nuestra vida en la que el Señor llega a nosotros con su gracia, con las llamadas que va haciendo a nuestro corazón, con los caminos que va abriendo delante de nosotros donde hemos de realizarnos, donde tanto tenemos que hacer también por los demás y por nuestro mundo.
No nos podemos cruzar de brazos, nuestra espera no puede ser nunca una espera pasiva. Por eso en la oración a la que antes hacíamos mención mientras esperamos la llegada del Señor pedimos su gracia y su fuerza, para superar peligros y tentaciones, para no quedarnos adormilados, para vernos libres de toda perturbación, para vivir con responsabilidad cada uno de nuestros actos, para vivir siempre en la fidelidad del amor,  para saborear continuamente su paz en nuestro corazón.
Recordemos las palabras de Jesús. ‘Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor’. Ya sabemos todo lo que significa ese estar en vela y a cuanto nos responsabiliza en nuestra vida.


miércoles, 24 de agosto de 2016

Los valores humanos de un hombre cabal que vemos en san Bartolomé nos estimulan en la maduración de nuestra fe y vida cristiana

Los valores humanos de un hombre cabal que vemos en san Bartolomé nos estimulan en la maduración de nuestra fe y vida cristiana

Apocalipsis 21,9b-14; Sal 144; Juan 1,45-51

‘Aquí tienes un hombre cabal’, eso fue lo que vino a decir Jesús de Natanael. ‘Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño’, nos dice textualmente el evangelio.
Cuánto nos gustaría encontrarnos con personas así en la vida. Y no es que andemos con desconfianzas que no es bueno, ni pensemos cuando vemos tanta corrupción como contemplamos en la vida social y política, que todos los hombres, todas las personas son iguales. Pero cuando en la vida nos vamos encontrando con personas íntegras, sinceras, justas en sus planteamientos y en sus juicios, humanas en la relación con los demás parece que sentimos un gozo en el alma, nos hace seguir teniendo esperanza en nuestra humanidad y nos dan ganas a nosotros también de ser buenos.
Creo que esa puede ser una primera lección que saquemos de esta figura de Natanael, el apóstol san Bartolomé como siempre se ha identificado. Y digo que es una primera lección porque necesitamos rescatar los valores humanos, verdadera base de la personalidad de toda persona y fundamental cimiento para lo que ha de ser todo el sentido de nuestra fe y nuestra vida cristiana.
Si nos falta honradez y responsabilidad, si no somos sinceros en la vida, si no hay verdadera humanidad en nosotros para vivir nuestra propia dignidad pero para respetar también la dignidad de las otras personas sea quien sea, poco fundamento tenemos para edificar nuestra vida cristiana. Necesitamos en la vida esas personas honradas y sinceras que nos atraigan y sean modelo y estimulo para todos. Es el espejo en que tenemos que vernos para nuestro crecimiento personal, nuestra maduración como personas. Ser una persona cabal, como decíamos al principio.
Natanael había tenido sus reticencias para ir a conocer a Jesús como le estaba pidiendo su amigo Felipe. La rivalidad normal entre pueblos vecinos marcaba en cierto modo esa reticencia, pero aun así se dejó convencer por el amigo. Cuánto puede hacer un amigo con su palabra, con su estímulo, con su presencia en los caminos de nuestra vida. Qué hermosa es la amistad y cuantas cosas hermosas se pueden conseguir. Por eso aquí tendríamos que alabar también la postura y la generosidad de Felipe que quería compartir con su amigo Natanael lo que él había encontrado.
Ahora se presentan ante Jesús y ya vemos la alabanza a la que sigue la duda y el interrogante que se plantea en el corazón de Natanael. Si no me conoces, si no sabes nada de mi, ¿como puede hacer esas afirmaciones?, estaría pensando en su interior. Y ante algo que le descubrió Jesús en sus enigmáticas palabras se abre la mente y el corazón de Natanael para descubrir algo grande, para ya hacer una elemental pero importante confesión de fe en Jesús. ‘Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’.
Creo que no es necesario decir muchas más cosas en nuestra reflexión. Estamos contemplando todo un proceso humano y espiritual que siguió Natanael y que le llevo a convertirse en discípulo de Jesús, y luego en el apóstol elegido y enviado. Procesos humanos y espirituales que hemos de ir recorriendo también nosotros en la vida que nos lleven a ese crecimiento y a esa maduración de nuestra fe, a esa profundización en nuestra vida cristiana. Luego, si seguimos con fidelidad ese proceso, seremos capaces de cosas grandes.
Cuando celebramos hoy a san Bartolomé le estamos viendo en su entrega, en su apostolado que le llevarían por largos caminos en el ancho mundo para hacer ese anuncio del evangelio, que harían que fuera capaz de dar su vida por Jesús, primero desollado, luego decapitado. Es la fe de un hombre cabal; es la fidelidad de quien descubrió a Jesús como el verdadero Hijo de Dios y fue capaz de seguirlo hasta el final. Muchos valores que tenemos que cultivar en nuestra vida.

martes, 23 de agosto de 2016

Hagamos florecer la comprensión y la misericordia manifestando con sinceridad la rectitud que hay en nuestro corazón

Hagamos florecer la comprensión y la misericordia manifestando con sinceridad la rectitud que hay en nuestro corazón

2Tes.  2,1-3a.14-17; Sal 95; Mateo 23,23-26

‘Hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno…’  Hablaba duramente Jesús a los escribas y fariseos. Se creían buenos y cumplidores. Hasta de la menta y el comino pagaban impuestos y ya se creían justificados. Estrictos en lo externo, en las apariencias, en lo que los demás podían ver que hacían, pero allá en su interior todo eran malicias, malos deseos, falsedad, vanidad, hipocresía. Era la palabra apropiada porque actuaban con una doble cara, una era la apariencia externa y otra cosa lo que había en su interior.
Nos puede pasar, sigue pasando hoy como en todos los tiempos. Gentes que se preocupan por aparentar, justificaciones que nos hacemos porque en algunas cosas somos cumplidores, pero nos falta misericordia y compasión en el interior. Nos puede pasar, digo, porque nos podemos creer buenos, pero dentro están las malicias que nadie ve, pero que corroen el corazón y algún día también se han de manifestar; nos puede pasar porque nos insensibilizamos por dentro, nos falta ternura, comprensión, y aparecen nuestros juicios y condenas, aparecen los rechazos que hacemos de las personas porque nos parece que no son como nosotros.
Qué importante que arranquemos de raíz esas malas hierbas que nos aparecen en nuestro interior con nuestros juicios, con nuestras reticencias hacia los demás, con nuestras desconfianzas, con la envidia que amarillea nuestros sentimientos, con ese orgullo y amor propio que no somos capaces de controlar, con esos resabios de egoísmo e insolidaridad que tantas veces aparecen en nuestras desconfianzas de los demás, con esa soberbia que nos quiere levantar sobre pedestales para creernos mejores, superiores, ponernos por encima de los demás.
‘Descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad…’ Actuar con justicia porque respetamos a los demás, valoramos a la persona, mantenemos siempre la dignidad de todo ser humano, pero al mismo tiempo nuestro corazón está lleno de compasión, de ternura, de misericordia, de amor. No están reñidos unos valores con los otros, sino más bien se complementan y nos hacen vivirlos en mayor plenitud. Nunca en nombre de la justicia podemos hacernos insensibles en nuestro corazón, sino que siempre ha de aparecer la ternura y la compasión.
Cuánto necesario hoy es que hagamos florecer la comprensión y la misericordia con todos, porque al final nos damos cuenta que todos necesitamos de esa misericordia. Y junto a todo ello la sinceridad de nuestra vida; no vale la doblez, la vanidad ni la apariencia; en esa sinceridad nos manifestamos como somos, también con nuestras debilidades y nuestras flaquezas, pero haciendo siempre florecer el amor.  

lunes, 22 de agosto de 2016

Proclamamos la realeza de María amándola en los pobres y homenajeándola en el servicio que hagamos a los que pasan necesidad

Proclamamos la realeza de María amándola en los pobres y homenajeándola en el servicio que hagamos a los que pasan necesidad


‘De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir’. Era el responsorio que repetíamos con el salmo el pasado día de la Asunción, hace ocho días. Entonces celebrábamos la glorificación de María en su Asunción en cuerpo y alma a los cielos. Hoy en su octava prolongamos de alguna manera aquella fiesta grande de María y al verla glorificada en los cielos junto a Dios no podemos menos que llamarla nuestra Reino y nuestra Señora. La madre siempre es reina para sus hijos, porque así la aman siempre y ven en ella la más hermosa de las criaturas. ¿Qué podemos decir de María, la Madre del Señor que es también nuestra madre?
Como decía el concilio Vaticano II en la constitución sobre la Iglesia y en el capítulo dedicado a considerar a María en el puesto que ocupa en la Iglesia y que ocupa en la obra de nuestra salvación se nos dice: ‘La Virgen Inmaculada... asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial fue ensalzada por el Señor como Reina universal, con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte (59)’.
Pero ya sabemos cómo hemos de entender ese reinado y esa grandeza de María. Es cierto que en nuestro amor y devoción por María, nuestra madre, queremos engrandecerla y queremos verla como la bella y hermosa de todas las criaturas. En una devoción que surge espontánea de nuestro corazón lleno de amor por María, la rodeamos de joyas y coronas, de hermosos mantos y ricas vestiduras. Nos pasamos, quizá, en esa riqueza con la que queremos rodear las imágenes de María.
Ella es Reina, porque es la Madre del Rey, la madre de nuestro Señor. Pero ella entendió bien el mensaje del evangelio cuando Jesús nos hablaba de dónde habríamos de encontrar la verdadera grandeza, el camino de la humildad, de hacerse los últimos y los servidores de todos. Por eso ella se llama a si misma la humilde esclava del Señor, y la veremos servidora y atenta a las necesidades de los demás. ‘Se aprisa a la montaña a casa de su prima Isabel… y pasó allí tres meses’, que nos cuenta san Lucas en el evangelio. Y será la mujer atenta para darse cuenta de que no tienen vino en las bodas de Caná de Galilea buscando la solución.
Contemplamos hoy glorificada a María y la queremos proclamar nuestra Madre, nuestra Reina y nuestra Señora. Pero aprendamos de María. La mejor proclamación que de todo ello podemos hacer no está en los adornos costosos de sus altares o las ricas vestiduras o alhajas que podamos poner a sus imágenes. María quiere ser vestida en los pobres, amada en los que padecen necesidad, homenajeada en el servicio que seamos capaces de hacer por los demás haciéndonos los pequeños y los últimos para mejor atender sus necesidades. Así proclamaremos la realeza de María.

domingo, 21 de agosto de 2016

No es solo buscar mi particular salvación, sino hacer el anuncio de la Buena Nueva de Jesús para que todos puedan ser iluminados por su luz

No es solo buscar mi particular salvación, sino hacer el anuncio de la Buena Nueva de Jesús para que todos puedan ser iluminados por su luz

Isaías 66, 18-21; Sal 116; Hebreos 12, 5-7. 11-13; Lucas 13, 22-30
‘Señor, ¿serán pocos los que se salven?’ Jesús iba camino de Jerusalén y mientras recorría aquellas ciudades y pueblos iba enseñando a la gente. Era lo que hacia habitualmente; en ocasiones salía directamente para ir a enseñar por los pueblos, en esta ocasión aprovecha el viaje, junto a El irán más discípulos, atraviesan pueblos y la gente saldrá al encuentro porque su fama se extendía por todas partes. Es la ocasión para que uno se acerque a Jesús con la pregunta ‘¿serán muchos los que se salven?’
Podríamos pensar en una preocupación misionera de que el mensaje del Reino llegue a todas partes y todos puedan participar de él; pero podría ser también otra la preocupación, sin son pocos los que se salven ¿podré yo estar entre esos pocos que se salven? Un pensamiento quizá que pudiera surgir de un deseo de salvar el pellejo, de que al menos él alcance esa salvación si quizá van a ser pocos, porque ya el número esté preestablecido; un sentimiento y una actitud en cierto modo egoísta porque solo piensa en si mismo, en su propia salvación. Como me salve yo…
Pero Jesús no da respuesta a esa pregunta; es más Jesús hablará de esfuerzo, de lucha, de sacrificio; nos habla de puerta estrecha y no es el sentido de poner dificultad sino en cuanta la respuesta que tenemos que dar a esa gracia salvadora que Jesús nos ofrece exige por nuestra parte un esfuerzo, un deseo de superación. No es contentarnos con que en algún momento hemos hecho cosas buenas, en un momento determinado ya hicimos unos esfuerzos para tener unas ganancias aseguradas y ahora ya puedo vivir tranquilo.
Recuerdo alguien que me comentaba en una ocasión, yo ya no me preocupo mucho por cumplir ahora, porque cuando chico hice muchas veces los primeros viernes, y ya con eso tengo asegurada la salvación. ‘Llamaréis a la puerta’, nos dice Jesús, y se nos responderá de dentro ‘no sé quienes sois’… mientras nosotros quizás insistimos ‘hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas’, yo antes iba a misa siempre y me portaba bien, yo no falto a ninguna procesión de la Virgen o del santo de mi pueblo, yo rezaba antes siempre el rosario y llevo flores a la Iglesia… y sería terrible que siguiéramos escuchando ‘no sé quienes sois’.
¿En qué ponemos nuestra religiosidad? ¿Qué es lo que consideramos esencial para decir que vivimos una buena vida cristiana? Son preguntas que nos tenemos que hacer seriamente. Es la búsqueda sincera que con toda profundidad hemos de hacer para descubrir en verdad lo que es ser seguidor de Jesús. No es contentarnos con hacer algunas cosas en un momento determinado. Yo me casé por la Iglesia, yo he bautizado a mis hijos, se dicen algunos, ¿qué más tengo que hacer?
Es lo que quizá se pregunten por dentro, aunque luego eviten encontrar la respuesta, unos padres cuando se les habla del compromiso de una educación cristiana para los hijos para los que piden el bautismo. Quizá piensan que no han de hacer mucho más que lo que ya están haciendo y que un día hagan la primera comunión, pero pensar en educación cristiana implica mucho más, es un crecer en la fe, una maduración de nuestra vida en la vivencia de unos valores que nos ofrece el evangelio, son unas actitudes y unas posturas que se han de tomar ante la vida y los problemas que van surgiendo, es una manera de actuar en la vida de la familia, en su vida personal, en la relación con los demás, en el compromiso social con la sociedad en la que vivimos desde unos valores, desde unos principios. Pero eso quizá lo pasamos por alto.
Ser cristiano para vivir la salvación que Jesús nos ofrece implica toda la vida, y se comienza por descubrir cuál ha de ser nuestra verdadera relación con Dios que se ha de reflejar en una manera de orar, de vivir la Eucaristía y todos y cada uno de los sacramentos. Unas actitudes religiosas no de forma rutinaria y fría por cumplir, sino buscando esa relación personal y profunda con Dios, a quien siento en verdad como mi Padre.
Ser cristiano no es simplemente hacer unas cosas para obtener yo la salvación sino que es mucho más, porque me hace entrar en una nueva relación con los demás. Ser cristiano implicará esa preocupación que he de sentir para que todos lleguen a descubrir esa fe, esa manera de vivir como cristianos en esas actitudes nuevas que nos trasmite el evangelio.
‘¿Serán muchos los que se salven?’ era la pregunta que alguien la planteaba a Jesús y que en el fondo puede ser también una pregunta que nos hagamos en nuestro interior preguntándonos por nuestra propia salvación. Pero Jesús termina diciéndonos hoy que ‘vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se sentarán en la mesa en el reino de Dios’. Es la imagen que nos ofrecía el profeta Isaías, en lo que hemos escuchado en la primera lectura para hablarnos de ese pueblo nuevo, de ese Reino nuevo de Dios que con Cristo se va a instaurar.
Sintamos esa universalidad de la salvación porque de todos los pueblos están llamados para vivir en el Reino de Dios; sintamos la catolicidad, la universalidad de nuestra fe cuando contemplamos a tantos de toda lengua y nación que también quieren glorificar al Señor. Pidamos la fuerza del Espíritu del Señor para que haya quienes lleguen a todos los rincones para hacer ese anuncio del Evangelio, ese anuncio de la Buena Nueva de la salvación que es Jesús para todos los hombres. Sintamos en lo más profundo de nosotros ese compromiso y esa responsabilidad de que esa Buena Nueva llegue a todos, y comencemos por anunciarlo con el testimonio de nuestra vida a tantos que a nuestro lado siguen sin ser iluminados por la luz del evangelio.
Cuánto podemos y cuánto tenemos que hacer en ese sentido; es necesario ese nuestro testimonio claro y explicito ahí donde estamos para que todos puedan descubrir la alegría de la fe, la alegría del evangelio.