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sábado, 6 de julio de 2019

Dejemos atrás las costumbres del hombre viejo dejándonos renovar por la novedad del Evangelio para revestirnos de su luz y en verdad podamos ser luz de nuestro mundo



Dejemos atrás las costumbres del hombre viejo dejándonos renovar por la novedad del Evangelio para revestirnos de su luz y en verdad podamos ser luz de nuestro mundo

 Amós 9,11-15; Sal 84; Mateo 9,14-17
En ocasiones en los caminos de la vida nos encontramos personas que nos llaman la atención sobremanera por la serenidad y paz que nos trasmiten; quizá los vemos envueltos en muchos años y como consecuencia con muchas limitaciones que realmente no les harían la vida fácil, porque en muchas cosas están dependiendo de lo que les puedan ayudar los demás; o quizá por otro lado nos enteramos de sus muchos problemas y de las dificultades por las que ha atravesado en la vida, con pérdidas incluso de seres queridos que las han podido dejar en la soledad u orfandad.
Sin embargo en esa paz que nos trasmiten notamos que hay como una alegría interior por lo que no se les borra nunca de su rostro una sonrisa agradable. Nos sentimos a gusto con esas personas, al mismo tiempo podríamos decir que maravillados por la alegría con que viven a pesar de todo lo que sabemos que la vida les ha hecho sufrir. Personas profundamente religiosas, pero no con una religiosa superficial sino con una fe profunda que se nos trasmite por esos gestos de su vida y por la confianza que vemos que tienen puesta totalmente en Dios.
¿Qué ha hecho, podríamos decir, madurar a esas personas para que a pesar de todo no pierdan la alegría de su vida? Hablábamos ya de su fe profunda, de esa confianza total que han sabido poner en Dios, y es que han sentido que en verdad Jesús es el auténtico esposo de su alma, y que estando con Jesús nos sentimos seguros, tenemos la certeza de la verdad de la vida, y con El inundando nuestro corazón no hay tristeza que nos pueda vencer.
En la medida en que a través del camino de su vida se han ido encontrando con Jesús, han sentido que con El la vida se transforma totalmente para hacernos unos hombres y mujeres nuevos en que de verdad nos sentimos revestidos y más aun inundados por Cristo. Cuando el evangelio fue llegando a sus vidas – porque realmente tenemos que decir que la fe y la vida cristiana es un camino que tenemos que recorrer – no simplemente se contentaron con ir poniendo como remiendos en su vida, sino que realmente se dejaron renovar por la fuerza del Espíritu para vivir una vida nueva. Son otros los valores, son otros los principios, son otros los fundamentos que en el Evangelio de Jesús le hemos dado a nuestra vida y entonces nuestro vivir tiene que ser distinto.
No es simplemente someternos a unos ritos – como aquellos ritos de los ayunos a los que se sometían los fariseos para simplemente ser cumplidores -, seguir unas costumbres heredadas sin haber asumido hondamente en la vida el sentido de la fe, creer simplemente porque todos creen sin habernos dejado impactar por el encuentro vivo con Jesús, sino en verdad dejar empapar nuestra vida por ese sentido nuevo, por ese estilo nuevo, por ese nuevo vivir. Por eso hoy el evangelio nos habla de que no podemos remendar con un paño nuevo un vestido viejo, ni podemos poner el vino nuevo en odres viejos, porque se perderían ambos paños o se perderían los odres pero también el vino nuevo.
Pero hemos de reconocer que esto que nos dice hoy el evangelio no es precisamente la manera de actuar y de vivir la fe de la mayoría de nosotros. Vamos poniendo demasiados remiendos en la vida sin buscar ese vestido nuevo del que tenemos que revestirnos para ser ese hombre nuevo del evangelio. Queremos seguir con los odres viejos de las viejas costumbres, que a veces parece que los cristianos no hemos traspasado el umbral del antiguo testamento para entrar en la novedad de la vida nueva que en Jesús encontramos. Nos cargamos de ritos, de viejas rutinas, vivimos con frialdad nuestra fe por lo que no llegamos a convencer a nadie del valor del evangelio y así se va descristianizando, perdiendo el sentido del evangelio, nuestra sociedad.
Dejemos atrás las costumbres del hombre viejo, dejémonos renovar por la novedad del Evangelio, revistámonos de su luz para que en verdad podamos ser luz de nuestro mundo. Demasiado vivimos en oscuridades porque no nos dejamos iluminar por la luz de Jesús. Así podremos dar signos de aquella paz y serenidad de la que hablábamos al principio y expresar con toda nuestra vida la alegría del Evangelio.

viernes, 5 de julio de 2019

Jesús nos sale al encuentro, no importa que seamos pecadores o hayamos llenado el corazón de maldad, porque es el médico que nos sana y que nos llena de vida


Jesús nos sale al encuentro, no importa que seamos pecadores o hayamos llenado el corazón de maldad, porque es el médico que nos sana y que nos llena de vida

Génesis 23,1-4.19; 24, 1-8.62-67; Sal 105; Mateo 9,9-13
‘Vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme’. La gente se sintió sorprendida. ¿Era consciente Jesús de a quien estaba llamando para ser uno de los que le iban a seguir de cerca? Aquello se salía de lo comúnmente establecido. Los que tenían ese oficio no eran bien mirados, se les llamaba incluso publicanos, o sea, pecadores. ¿Cómo se mezclaba Jesús con toda clase de gentes? ¿Cómo lo agrega al número de sus amigos? Ya veremos luego la reacción de algunos porque Jesús se sentó a la mesa del publicano en la que estaban sentados también otros muchos publicanos.
Cuando leemos hoy este evangelio nos escandalizamos quizá, no de que Jesús haya escogido a un publicano para formar parte del grupo de los que más íntimamente le seguían, sino quizá de que aquella gente tuviera esas actitudes, actuara de esa forma discriminatoria con los que ejercían una profesión. Pero ¿de qué tenemos que escandalizarnos? Seguro que en el mundo, en la sociedad en la que vivimos ¿no andamos con discriminaciones semejantes?
Pensémoslo bien antes de entrar en juicios que se pueden volver contra nosotros. Diversas son las reacciones que muchos tenemos ante ciertas personas cuando nos cruzamos con ellas por la calle, o porque quizá conviven en nuestro mismo barrio o en nuestra misma calle. Nos llenamos de prejuicios ante su aspecto exterior, su manera de vestir o las cosas que les vemos hacer y ya nos sentimos como prevenidos ante su presencia; quizá el color de su piel o su apariencia externa ya nos predispone, su raza o el lugar de su procedencia los tenemos demasiado en cuenta consciente o inconscientemente.
Ahí está la frialdad con que los recibimos, la manera casi con indiferencia y distancia con que abrimos la puerta si nos llaman para vendernos algo o pedirnos una ayuda. ¿No seremos de alguna manera racistas? Muchos prejuicios llevamos en nuestro interior que no manifestamos claramente, pero ahí están.  Creo que tendría que hacernos pensar.
Hoy Jesús nos está dando una gran lección. No tiene en cuenta los prejuicios en que se movía la sociedad de entonces, de manera especial con los llamados publicanos, para llamar a alguien que va a seguirle de cerca y a quien un día hará formar parte del número de los Doce.
Como ya antes mencionábamos, por allá andan los fariseos y los escribas con su ojo escrutador viendo lo que Jesús hace y hasta manifiestan externamente con sus comentarios los prejuicios con que Vivian su vida. ‘¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?’, les comentan a los discípulos de Jesús. Ya conocemos la reacción de Jesús. ‘Jesús lo oyó y dijo: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificios: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores’.
Es el sentido nuevo que Jesús quiere dar a nuestra vida y a nuestras mutuas relaciones. ¿Quién soy yo para hacer discriminaciones y distinciones entre las personas? El espíritu del amor que tiene que anidar en nuestro corazón nos tiene que llevar a la acogida, a la relación de amistad, a saber compartir la misma vida para caminar junto, a tender nuestras manos como puentes, no poniendo muros que nos distancien o nos alejen, a tener una nueva mirada hacia los demás haciéndolo pasar todo por el filtro del amor, a limpiar nuestros ojos con el colirio del amor y de la ternura.
Jesús nos sale al encuentro, no importa que seamos pecadores o hayamos llenado el corazón de maldad, porque es el médico que nos sana y que nos llena de vida, que perdona nuestra obstinación y nos pone un nuevo corazón.

jueves, 4 de julio de 2019

Con mirada sincera hemos de saber mirarnos para ver nuestras limitaciones, también las que nos hemos creado y nos impiden ser libres de verdad dejando que Jesús nos libere


Con mirada sincera hemos de saber mirarnos para ver nuestras limitaciones, también las que nos hemos creado y nos impiden ser libres de verdad dejando que Jesús nos libere

Génesis 22, 1-9; Sal 114; Mateo 9,1-8
‘Le presentaron un paralítico acostado en su camilla’ cuando en aquella ocasión llegó de nuevo Jesús a Cafarnaún. Mateo nos da menos detalles de la escena que los otros evangelistas. Ya se nos relata que fue traído entre varios y en una camilla. No podía andar, necesitaba ayuda de los demás y aquel pobre hombre se dejó conducir.
Son aspectos que pudieran ser bien significativos. Su enfermedad le tenía paralizado. Luego veremos que Jesús le cura, pero no será solo de su parálisis física, sino que Jesús quiere llegar mucho más hondo. Porque hay tantas cosas que nos tienen paralizados que no son solo las enfermedades físicas. La enfermedad física paraliza nuestro cuerpo, pero muchas veces puede influir también en nuestro espíritu, porque nos sentimos derrotados, en nuestra imposibilidad nos sentimos inútiles quizá y hasta podemos pensar que somos una carga para los demás; puede surgir también en nuestro interior unos sentimientos que nos pueden hacernos sentir culpables y surgen los interrogantes, ¿por qué a mi? ¿Qué he hecho para merecer esto? Y nos hundimos no solo por la enfermedad sino por todos esos sentimientos negativos que pueden aparecer en nuestro interior y que oscurecen nuestra vida.
Pero no siempre nos sentimos paralizados a causa de una enfermedad física, o una limitación corporal. Nos creamos muchas veces nuestras propias limitaciones con nuestros complejos o con nuestros miedos, con la negatividad con que vivimos la vida, o la ceguera de los ojos del alma para no saber descubrir cuantos gestos bonitos tienen para con nosotros los que están a nuestro lado. Nos encerramos en nosotros mismos y no nos dejamos ayudar, nos encerramos y no vemos esa mano tendida en la que apoyarnos para caminar juntos que incluso en muchas ocasiones la rehusamos. Nos encerramos en nosotros mismos pensando solo en mi mismo y no queriendo mirar a los demás. Nos encerramos en nosotros mismos en nuestro egoísmo sin ser capaces de ser solidarios con los demás y hasta nos volvemos violentos.
Cuantas cosas que nos paralizan en la vida. Con una mirada sincera hemos de saber mirarnos para ver nuestras limitaciones, pero también las limitaciones que nos hemos creado y que a la larga nos encadenan y nos impiden ser libres de verdad.
Aquel hombre del evangelio se dejó conducir. Supo agradecer la mano amiga de quienes se preocuparon por él para poder llegar hasta Jesús. Habría quizá muchas cosas que le pesaban en el alma, como a todos nos sucede, pero se dejó conducir a quien iba a liberarle de verdad desde lo mas hondo de si mismo.
Por supuesto que hoy con el evangelio queremos mirar a Jesús que se deja encontrar por nosotros y nos ofrece la verdadera libertad cuando arranca el pecado de nuestro corazón. Pero estamos atentos también a aquel hombre que se dejó conducir hasta Jesús. Miramos su parálisis y la comparamos con nuestras parálisis, que no son solo las enfermedades del cuerpo sino las que hemos impuesto a nuestro espíritu. Hasta Jesús nosotros queremos llegar también para que tienda su mano y nos levante, nos ponga en camino, nos haga dejar atrás esas camillas en las que nos postramos, porque en Jesús vamos a encontrar vida, vamos a encontrar la salvación.
Sí, quiero, Señor, levantarme de mi postración, quiero mirarme con sinceridad y también con humildad para reconocerlo; quiero agarrarme a tu mano que me levanta, quiero escuchar tu voz que me llena de paz, quiero sentir esa salvación que me ofreces, quiero sentirme liberado de mis pecados. Quiero vivir esa vida nueva de libertad y de amor que Tú me ofreces.

miércoles, 3 de julio de 2019

Como Tomás nosotros también damos muchas vueltas en nuestra cabeza a las cosas de la fe, pero que seamos capaces también de hacer una confesión de fe como la suya


Como Tomás nosotros también damos muchas vueltas en nuestra cabeza a las cosas de la fe, pero que seamos capaces también de hacer una confesión de fe como la suya

 Efesios 2,19-22; Sal. 116; Juan 20, 24-29
¿Se había ido Tomás a dar un paseo? Todos estaban encerrados en el Cenáculo menos él. ‘Me voy a dar una vuelta’, decimos nosotros también a veces cuando quizá nos sentimos aburridos en casa y sin saber que hacer, o cuando nos sentimos abrumados por problemas o situaciones que nos lo hacen pasar mal que salimos muchas veces sin rumbo y comenzamos a matar el tiempo dando vueltas y vueltas, porque realmente a lo que estamos dando muchas vueltas en nuestra cabeza son esas cosas que nos agobian o preocupan.
¿Le sucedería a Tomás igual? Los demás se encerraron por miedo a los judíos, quizá Tomás se sentía más liberado o mas fuerte para enfrentase a los demás, pero no era capaz de enfrentarse a lo que pasaba en su interior. Se había ido a dar una vuelta. Había muchas cosas en su cabeza que daban vueltas. Ya en ocasiones le costaba entender todo lo que decía Jesús y él preguntaba y preguntaba; Jesús les hablaba de caminos y ellos no terminaban de entender. Había sido ahora un mazazo muy fuerte el que habían recibido los discípulos que habían seguido a Jesús por todas partes y hasta Jerusalén; pero su prendimiento y luego su muerte en cruz los había dejado destrozados, desorientados, sin esperanza y hasta sin fe. Como se suele decir, estaban por tierra.
Cuando llegan todos le dicen que allí ha estado Jesús, que era verdad que había resucitado, pero Tomás no se lo cree; igual que las mujeres habían venido en la mañana con sus visiones y sus sueños diciendo que el sepulcro estaba vació, que Jesús se les había aparecido, y tampoco las habían creído. Visiones de mujeres, decían. Ahora Tomás quiere pruebas, ver las señales de los clavos y poder tocar las cicatricen con sus dedos, ver la señal de la lanza en el costado y poder poner su mano allí. No lo cree.
Y ahora Jesús estaba allí porque esta ocasión Tomás no se había marchado a dar una vuelta. Y Jesús se dirige directamente a él. Trae tus dedos, trae tu mano, aquí están las señales… no seas incrédulo sino creyente, confía, dichosos los que crean sin haber visto, le dirá Jesús. Y Tomás no sabe que decir, como se dice, no sabia donde meterse, porque se venían abajo todas sus dudas y reticencias. ‘¡Señor mío y Dios mío!’ es lo único que sale de sus labios.
Hoy estamos celebrando al apóstol santo Tomás. Ahí están sus dudas y su fe, ahí están sus preguntas y su querer ver y palpar, ahí están sus caminos sin rumbo, pero ahí está el camino que nos señala Jesús que es El mismo. Contemplamos la escena, contemplamos a Tomás con lo que es su vida y su fe. Contemplamos al Apóstol que la tradición lo lleva hasta la India para predicar el evangelio de Jesús. Y nos vemos a nosotros también con nuestras dudas, nuestras preguntas, nuestras oscuridades, nuestra desorientación tantas veces, con nuestro caminar en ocasiones dando vueltas y vueltas no solo a los caminos sino a las cosas dentro de nuestra cabeza.
Pero a nuestro encuentro viene Jesús resucitado. ¿Será por nosotros por los que Jesús pronuncia la bienaventuranza de lo que creen sin haber visto? Ojalá nos hiciéramos merecedores de esa bienaventuranza, porque seamos capaces de a pesar de todo lo que pueda rondar por nuestra cabeza en tantas ocasiones, seamos capaces de poner toda nuestra fe. Que en verdad nos sintamos fuertes y seguros en esa fe que anida en nuestro corazón, esa fe que hemos recibido porque otros nos la han trasmitido, y que nosotros seamos capaces también de trasmitir a los demás.
Si Tomás después de toda la experiencia que vivió fue capaz de llegar hasta la India para predicar el Evangelio ¿hasta donde seremos capaces nosotros de llegar?

martes, 2 de julio de 2019

Duras pueden parecernos las tormentas de la vida o las tormentas que vemos también en nuestra Iglesia, pero tenemos la certeza de que el Señor está ahí y no nos falla


Duras pueden parecernos las tormentas de la vida o las tormentas que vemos también en nuestra Iglesia, pero tenemos la certeza de que el Señor está ahí y no nos falla

Génesis 19,15-29; Sal 25; Mateo 8,23-27
‘¿Quién es éste?’ se preguntan ahora tras los momentos de peligro que han pasado en la barca cuando se ha restablecido de nuevo la calma. Una pregunta repetida muchas veces en el evangelio. Se lo preguntan cuando lo escuchan hablar y enseñar y terminan reconociendo que nadie ha hablado como El; se lo preguntan cuando cura a los enfermos, arroja los demonios de los poseídos por espíritus inmundos o ha llegado a resucitar a algún muerto como el hijo de aquella pobre viuda allá por Naim.
Pero también se lo preguntan llenos de dudas porque ¿será un profeta? ¿Será el anunciado que había de venir? ¿Será que de nuevo ha aparecido entre ellos el bautista que había estado predicando allá por el desierto? Quieren ver señales de Dios en aquel profeta de Nazaret, pero su corazón al mismo tiempo está lleno de dudas. Como ahora cuando la tempestad que dormía en un rincón de la barca como si le importara poco que la barca se hundiera y con ella los que en ella iban.
Pero es la pregunta de los que no quieren aceptarle, los que le rechazan, los que incluso llegan a decir que expulsa los demonios con el poder del príncipe de los demonios. Es la pregunta que se hacen y le piden explicaciones sobre su autoridad cuando expulsó a los vendedores del templo, o también los que en su interior se la hacen aunque no quieren manifestarlo mientras luchan contra El y hasta expulsan de la sinagoga a quien se atreva a confesar algún tipo de fe sobre Jesús. El rechazo es expresión muchas veces de lo que duele en el interior y no se quiere aceptar; destruimos aquello que quizá se nos muestre palpable y así no tenemos que dar nuestro brazo a torcer.
Se hacen ahora la pregunta los discípulos que van en la barca, pero están reconociendo su autoridad y poder porque como dicen hasta el viento y mar le obedecen. Pero ¿nos haremos nosotros de alguna manera también esa pregunta? ¿Se la hará la gente del mundo que nos rodea que da la apariencia de tan incrédulo o tan indiferente?
Nosotros queremos decir que lo tenemos claro, que sabemos bien quién es Jesús, pero hay ocasión en que nos entra la zozobra, nos vienen también las dudas, nos sentimos como angustiados porque hay cosas que no entendemos, y no es ya que no entendamos el vértigo del mundo en el que vivimos, sino que no entendemos cosas que nos suceden a nosotros o cosas que vemos en la Iglesia y que quizá nos desagradan. Quizá haya momentos en que nos llenamos de confusión porque parece que cambian las cosas o hasta que nos quieren cambiar la Iglesia o nos quieren cambiar la fe que hemos tenido desde siempre.
Momentos revueltos, porque escuchamos a unos y escuchamos a otros, los que hablan bien, pero también los que están buscándole los tres pies al gato en los asuntos de la Iglesia y nos vemos confundidos, y hasta parece en ocasiones que en el mismo seno de la Iglesia hay gente descontenta y critica todo lo que se haga, y todo nos parece mal. Y estamos dentro de la misma Iglesia y no todo lo entendemos por las cosas enfrentadas que tantas veces escuchamos.
¿Será la tormenta que se levantó en el mar de Galilea, de la que nos habla hoy el evangelio? Cuantos miedos pasaron aquellos discípulos que por otra parta eran avezados pescadores, pero que ahora en la tormenta sentían miedo y estaban confusos porque parecía que Jesús se desentendía de todo y seguía allá durmiendo. ¿No nos preguntaremos nosotros algunas veces también donde está la asistencia del Espíritu prometido por Jesús cuando hay tantas confusiones o tantas divisiones que hasta parece que todo se rompe?
Tenemos que sacar a flote toda la fortaleza de nuestra fe. Tenemos que confesar desde lo más hondo de nosotros mismos que en El tenemos puesta toda nuestra fe y toda nuestra esperanza. Tenemos que dejar que el Espíritu del Señor nos inunde, nos transforme, nos ilumine por dentro, nos haga comprender los caminos del Señor en el ahora y en el hoy de mi vida y de la historia, porque la Palabra de Jesús nunca falla y con El tenemos que sentirnos siempre seguros. Reavivemos nuestra fe y nuestra esperanza. Sabemos que El está ahí, a nuestro lado y con El nos sentimos seguros.

lunes, 1 de julio de 2019

En torno a Jesús vemos que hay inquietud y surgirán muchas personas deseosas de querer imitar el maestro, de irse con El aunque seguirle tiene sus exigencias


En torno a Jesús vemos que hay inquietud y surgirán muchas personas deseosas de querer imitar el maestro, de irse con El aunque seguirle tiene sus exigencias

Génesis 18,16-33; Sal 102; Mateo 8,18-22
Signos de vitalidad se dan en una comunidad cuando vemos que la gente anda inquieta, no está siempre satisfecha con lo que tiene o con lo que hace, siempre está en movimiento buscando como hacer mejor las cosas y así surgen iniciativas que se ponen en común y se ofertan para ver qué más o mejor podemos hacer, y así vemos personas que se sienten llamadas de lo más hondo de si mismas y ofrecen sus cosas o se ofrecen ellas mismas, para ver en que se puede participar, como pueden hacer crecer más y mas la comunidad.
Mientras podemos contemplar pueblos amorfos, donde nadie se mueve para tener una iniciativa, todos están como a la expectativa a ver que hacen los otros, pero no surgen esas personas con valores que cuiden de dar vida a esa comunidad; pueblos amorfos, que pareciera que están dormidos o que ya no tuvieran vida porque lo que hacen es como dejarse arrastrar por la monotonía y la rutina. No hay vida, parece que todo está muerto, todos viven en esa dejadez.
Ejemplo palpable de esto lo podemos ver en tantas comunidades, en que nadie se compromete, donde no surgen esos nuevos lideres que conduzcan por nuevos derroteros a la comunidad, donde no vemos florecer esas personas con inquietud que sean capaces de movilizar a los demás. Comunidades muertas, en su desgana, en su rutina, en su conservadurismo, que languidecen poco a poco.
En torno a Jesús vemos que hay inquietud y surgirán muchas personas deseosas de querer imitar el maestro, de irse con El. En el evangelio de hoy tenemos dos ejemplos claros. Uno se ofrece estando dispuesto a todo y el otro escucha la invitación del Maestro. Pero este tiene sus cosas pendientes; le queda mucho de muerte en su alma; hay apegos en su corazón. Lo que se nos dice en el evangelio de que tenia que ir a enterrar a su padre es algo muy sintomático. Apegos del corazón, ataduras de las que no sabemos desandarnos, signos de muerte que muchas veces permanecen entre los pliegues de nuestro corazón, aunque tengamos buena voluntad y buenos deseos. Es como una rémora que nos frena, que nos impide ir más allá, no vemos otros horizontes sino que seguimos siempre en lo mismo. Cuantas cosas nos retrata ese pequeño detalle de tener que ir a enterrar a sus muertos.
El primero en su generosidad explosiva se ofrece para todo. ¿Hasta donde estará dispuesto a llegar? Si yo tuviera tiempo, decimos tantas veces, y hacemos hasta una lista de todas las cosas que haríamos, pero al final nos quedamos en nada, porque en nosotros sigue pesando que no tenemos tiempo.
Digo esto como ejemplo, de otros sueños, otras aspiraciones que podamos tener pero que sea algo fácil, que sea algo que yo pueda hacer, que no me quite mi tiempo de lo que ya son mis ocupaciones, que sea aquí cerca, y no tenga que ir por otros sitios desconocidos, y así pensamos en tantas cosas cuando queremos aparecer como muy generosos y siempre dispuestos, pero que cuando vemos la dificultad ya no nos ofrecemos tan alegremente. ‘Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nido…’ bueno que yo tenga unas mínimas cosas para poder realizar mi tarea y quizá lo que estamos es buscando facilidades para que no se nos complique mucho la vida.
‘El Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza’. ¿No recordamos que allá en Belén no había ni sitio en la posada para tener una cuna para su nacimiento? Cuando nos ponemos a seguir a Jesús no podemos estar pensando en esas cosas técnicas, o en esas cosas que nos faciliten nuestra tarea, para entonces verlo fácil eso de seguir a Jesús.  Muchas veces o miramos para atrás cuando ponemos la mano en el arado o estamos pidiendo que se nos pongan a disposición unos medios para yo poder comprometerme en esa tarea de la evangelización.
Y no es ese el estilo de Jesús. Pensemos en cuantos medios queremos tener a nuestra disposición, porque de lo contrario no sabríamos qué hacer en las tareas pastorales. No digo que no los utilicemos, sino que no los convirtamos poco menos en cosas absolutamente necesarias, absolutos, para poder realizar la tarea de la evangelización.

domingo, 30 de junio de 2019

Un camino perseverante, un camino de fidelidad, un camino vivido en alegría y libertad, un camino que será siempre un camino de amor como ha de ser siempre el seguir a Jesús



Un camino perseverante, un camino de fidelidad, un camino vivido en alegría y libertad, un camino que será siempre un camino de amor como ha de ser siempre el seguir a Jesús

1Reyes 19, 16b. 19-21; Sal 15; Gálatas 4, 31b - 5, 1. 13-18; Lucas 9, 51-62
‘Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén’. Se puso en camino y sus discípulos con El. Es una constante del evangelio de san Lucas, ponerse en camino y la subida a Jerusalén. Mucho nos quiere decir para quienes queremos ser sus discípulos, que también hemos de ponernos en camino.
Discípulo es el que sigue los pasos del maestro. El discípulo no sigue sus pasos particulares y a su antojo, sino que ha de seguir los pasos del maestro, en este caso, los pasos de Jesús. No vamos a nuestro aire para escoger lo que nos pueda parecer más fácil o más cómodo, sino que tenemos que acogernos a las directrices del maestro, porque a la larga es un estilo de vida. Y Jesús va delante; como veremos en algún momento va delante y va deprisa porque no quiere tardar en llegar.
Aunque pudiera parecer una referencia al camino físico no es solo eso, quiere expresarnos algo más, del sentido de camino de nuestra vida y cómo tenemos que realizarlo, de nuestra vocación que es un camino especial al que nos invita Jesús, de las exigencias del camino que nunca serán caminos de violencia que queramos imponer, nos habla también de la libertad también con que hemos de emprenderlo al tiempo que también lo ofrecemos a los demás.
No es fácil muchas veces encontrar nuestro camino y seguirlo hasta el final. Nos entran dudas, aparecen los cansancios, en ocasiones incluso nos desviamos pero si queremos hacerlo necesitamos un plus de fidelidad y de perseverancia para alcanzar la meta que habíamos soñado. Nos cuesta también seguir el camino con Jesús, porque no son nuestros ritmos cansinos y a veces egoístas sino ir tras las huellas de Jesús; es El quien nos traza las metas y nos señala el camino porque va delante de nosotros. Y aquí con más razón tenemos que evitar lo que nos retarde ese seguimiento, nos distraiga o nos haga volver atrás.
Creo que de todos estos aspectos quiere hablarnos Jesús en el texto del evangelio de hoy. Envía por delante de él a unos discípulos, podíamos decir, para preparar el camino, y se van a encontrar el rechazo y el desprecio; ante la imposibilidad de cumplir su misión surgen resabios vengativos en el corazón de los enviados, pero no es esa la manera de actuar de Jesús. Regaña Jesús a aquellos impetuosos discípulos – por algo los llamaran los hijos del trueno, ‘los boanerges’ – que quieren incluso hacer bajar fuego del cielo para que se cumplan los deseos de Jesús. Pero Jesús es quien viene a anunciar la paz, a construirnos el Reino de Dios que es Reino de paz.
Por otra parte será alguno que muy voluntario él quiere seguir a Jesús a donde quiera que vaya. Jesús le replicará que no vaya buscando en el seguimiento de Jesús facilidades para su vida, comodidades o soluciones fáciles para los problemas de la vida. Las fieras salvajes tienen madrigueras y los pájaros del cielo se construyen sus nidos, pero el Hijo del Hombre vive en el desprendimiento total y en la pobreza suma, porque no tiene donde reclinar su cabeza.
Serán otros a los que llama Jesús en este camino, pero que de alguna manera quieren priorizar primero sus asuntos particulares o las cosas de los suyos. Pero el que se pone en camino tras Jesús lo que ha de priorizar es el seguimiento de Jesús, la radicalidad de su seguimiento, la búsqueda primero que nada, como nos dirá Jesús en otro momento, del Reino de Dios y su justicia, que lo demás se dará por añadidura; Dios nunca abandona y habrá quien se dedique a esos otros asuntos.
Y es que el que sigue un camino ha de mirar siempre adelante para seguir el camino; en nada podemos distraernos de lo que es lo principal, nuestra mirada no se puede quedar en las superficialidades que aparezcan en nuestro entorno ni en las cosas que dejamos atrás. Quien conduce un vehículo por una senda, no se puede mirar para detrás a ver el camino que ha quedado detrás, porque pronto además se va a salir entonces del camino. No es fácil en ocasiones porque atrás pueden quedar esos apegos que hemos arrancado del corazón o podemos seguir pensando en lo bueno que en otros momentos hayamos podido vivir. Nos cuesta aceptar la novedad del camino del Evangelio que se va abriendo en todo momento delante de nosotros por la fuerza del Espíritu.
Cosas que nos suceden en el camino de la Iglesia que siempre tiene que ir navegando hacia delante en los nuevos rumbos que el Espíritu nos va sugiriendo, nos va inspirando en aquellos que como profetas están en la Iglesia para señalar sendas y caminos.
Pero nos surge tantas veces la añoranza, el pensar que otros tiempos fueron mejores, el queremos volver a cosas que pudieron haber sido muy buenas en el pasado pero que ya no responden a los retos que tiene hoy la Iglesia en el tiempo que vivimos; añoramos ritos antiguos, añoramos ambientes de cristiandad vividos en otros momentos de la historia, tenemos miedo del presente que nos parece el momento más difícil de todos los tiempos, olvidando que siempre ha habido tiempos difíciles y siempre ha estado el Espíritu del Señor guiando a la Iglesia como lo hace también en nuestros tiempos.
Un camino que se abre delante de nosotros, un camino con unos pasos concretos siguiendo las huellas de Jesús, un camino que haremos siempre asistidos por la fuerza del Espíritu que Jesús nos prometió y nos dio. Un camino perseverante, un camino de fidelidad, un camino vivido en alegría y libertad, un camino que será siempre un camino de amor.