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miércoles, 31 de diciembre de 2014

Seguimos postrándonos ante el misterio de la Encarnación de Dios

Seguimos postrándonos ante el misterio de la Encarnación de Dios


‘Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’.
Seguimos contemplando el misterio de la Navidad; seguimos postrándonos ante el misterio de la Encarnación de Dios. Seguimos meditándolo, rumiándolo en nuestro interior, haciéndolo oración.
Es Dios que se hace carne, que se hace hombre como nosotros. Es la Palabra que es Dios. Es la Palabra que es la Luz de nuestra vida. Es la Palabra que es la única Vida a la que hemos de aspirar. Es la Palabra que es la única Verdad en la que vamos a encontrar la Salvación y ser verdaderamente libres.
Que las tinieblas no nos oscurezcan la vida. Que la maldad de la mentira no nos oculte la Verdad. Que sepamos encontrar el camino; que sepamos encontrar a Cristo. Es lo que tenemos que seguir contemplando sin cansarnos. Es a donde tenemos que encaminar nuestros pasos sabiendo que el camino es El.  ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida’, nos dirá más tarde. Es de lo que tenemos que dejarnos inundar, porque sabemos que teniéndole a El tenemos vida, porque tenemos gracia, porque tenemos perdón, porque tenemos paz, porque tendremos amor, porque tenemos la Salvación.
Hoy nos dice que las tinieblas no quisieron recibir la luz; que en el mundo estaba pero el mundo no le recibió. ‘La luz brilla en la tiniebla, pero la tiniebla no la recibió… vino   a los su casa y los suyos no la recibieron…’ Nosotros sí queremos esa luz; nosotros sí queremos recibirle. ‘Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre’. Queremos recibirle, queremos vivir como hijos de Dios, queremos sentir su paz y su vida en nuestro corazón.
Sabemos que muchas veces hemos preferido las tinieblas a la luz, pero ahora nos damos cuenta y queremos encender nuestra luz en su luz, y alimentarla de su gracia para que no se apague nunca más. Que no nos falte nunca el aceite de tu gracia para mantener encendida la lámpara de nuestra fe.
Señor, concédenos que siempre caminemos iluminados por tu luz. Concédenos tu perdón y tu gracia para que sintamos para siempre tu paz en nuestro corazón. Nos acogemos, Señor, a tu misericordia que es grande. Revélanos, Señor, tu amor; revélanos a Dios porque sabemos que solo en ti y por ti podremos conocerlo, porque ‘a Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre es quien nos lo ha dado a conocer’.

martes, 30 de diciembre de 2014

Hablaba del Niño a todos diciendo que era el Salvador que nos traía el perdón de los pecados

Hablaba del Niño a todos diciendo que era el Salvador que nos traía el perdón de los pecados


‘Os escribo a vosotros, hijos míos, porque se os han perdonado vuestros pecados por su nombre’. Así comienza el texto de la carta de san Juan que hoy escuchamos en la liturgia. ‘Se os han perdonado vuestros pecados…’ consoladoras palabras.
‘Si llevas cuenta de los delitos ¿quién podrá resistir?, decimos en el salmo que hemos rezado tantas veces. ‘Pero del Señor viene la misericordia, la redención copiosa’. Así es el amor del Señor. Es la salvación que el Señor nos ofrece. Para mostrarnos ese amor viene Jesús. Y ese amor se hace perdón y paz para nuestra vida. No podemos olvidar el más profundo sentido de la navidad.
El evangelio, que nos está narrando la presentación de Jesús en el templo, conforme a lo prescrito en la ley de Moisés, nos habla hoy de una anciana que está todo el día en el templo, ‘sirviendo a Dios con ayunos y oraciones’ con la esperanza cierta de la pronta llegada del Mesias Salvador.
Aparece en el momento en que el anciano Simeón que ha reconocido la presencia del Mesías en aquel niño que aquellos padres están presentando al Señor y se une ella al cántico de alabanza de Simeón. ‘Acercándose en aquel momento daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la futura liberación de Israel’. Ahí la vemos en la alabanza al Señor pero también en el anuncio del Salvador que llega. ‘Hablaba del Niño a todos’. Pero ¿qué anunciaba? ¿qué decía? Que aquel Niño era el que venía a traer la salvación. Como en anciano Simeón, ‘porque mis ojos han visto a tu Salvador…’
Por eso decíamos no podemos olvidar el sentido más profundo de la Navidad. No nos quedemos en la externo. Vayamos a lo más hondo. Es hermosa toda la alegría que vivimos en estos días y cómo todos nos deseamos parabienes los unos a los otros; es hermoso que nos reunamos las familias y los amigos y tengamos momentos felices de convivencia y de paz. Pero no olvidemos lo principal. Ese Jesús a quien en estos días contemplamos niño, nacido en Belén, es el Hijo de Dios y es nuestro Salvador. Es quien viene a traernos la salvación y el perdón de los pecados.
Sintamos ese gozo más hondo en el corazón. En el Señor encontramos la paz del corazón. Desde ese amor y ese perdón generoso que nos ofrece el Señor comencemos a vivir la nueva vida de la gracia. Tenemos que sentirnos pronfundamente renovados en nuestra vida para comenzar a vivir una vida santa. Que el amor de Dios esté de verdad en nuestro corazón porque siempre queramos en todo hacer la voluntad del Padre.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Que el Señor nos llene de su luz y de su amor para que nunca caminemos en tinieblas

Que el Señor nos llene de su luz y de su amor para que nunca caminemos en tinieblas


¿Estamos ciegos? ¿estamos en tinieblas? Algunas veces creemos que estamos en la luz y vemos, pero la realidad es que hemos dejado meter las tinieblas en nuestra vida y nos cegamos tanto que ya ni nos damos cuenta de nuestra ceguera. Vemos turbio, pero creemos que es la realidad de lo que nos circunda cuando realmente el velo oscuro lo tenemos en nuestros ojos.
Como el que va perdiendo la vista paulatinamente, por ejemplo, por unas cataratas; ve turbio pero cree ver, no quiere reconocer las tinieblas de sus ojos que se han ido velando poco a poco; cuando vuelve a recobrar la visión clara, entonces se da cuenta de lo que hermoso y lleno de color que está todo lo que le rodea, y que lo borroso o diluido de los colores estaba en sus ojos.
Así nos sucede cuando se nos va enfriando el amor en nuestra vida. Comenzamos a ver mal, y entonces nos parecerá malo todo lo que vemos en los demás, sin darnos cuenta de que el amor se nos ha enfriado; lo tremendo es cuando se nos muere el amor y lo transformamos en egoísmo, en insolidaridad, en rencor y resentimiento, en envidias. La negrura entenebrece nuestra vida.
Caminemos en la luz, caminemos en el amor; no dejemos nunca muque se nos meta el desamor en nuestra vida; es una pendiente muy terrible porque la piedra de nuestro desamor rodando y rodando pendiente abajo cada vez se hace más grande, cada vez se hace más dañina, cada vez más destruyendo mas vidas, no solo la nuestra sino de todos los que encuentra a su paso.
Recordemos lo que nos ha dicho hoy san Juan en su carta: ‘Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a donde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos’, han cegado su vida.
Que el Señor nos llene de su luz. Que el Señor nos llene de su amor.

domingo, 28 de diciembre de 2014

El niño Jesús crecía y se robustecía, se llenaba de sabiduría y de gracia en el caldo de cultivo del amor de la familia de Nazaret

El niño Jesús crecía y se robustecía, se llenaba de sabiduría y de gracia en el caldo de cultivo del amor de la familia de Nazaret


La familia es la más hermosa escuela del amor. Si no lo fuera así se destruiría a si misma. No se puede fundamentar la comunidad familiar desde otros intereses o ambiciones. Nace y se fundamenta en el mismo amor de los esposos, del hombre y la mujer que se aman y se dan y quieren compartir su vida. Es el más hermoso caldo de cultivo de un auténtico amor. Y de ahí, de ese amor brotará el más hermoso fruto de ese amor que son los hijos.
Y cuando lo hemos cimentado todo en el amor como el más eficaz fundamento los hijos harán crecer ese amor al tiempo que crecerán alimentados en ese mismo amor. Es un amor abierto a la vida que crece y se enriquece más y más cuanto más se da, cuanto más se ama. Será el hermoso taller donde construimos la vida en su más profunda felicidad. De ahí cuanto hemos de cuidar la familia, cuánto hemos de cuidar el amor para que nunca se vea empañado por ninguna perturbación ni ninguna tentación a encerrarse en si mismo porque lo haría egoísta y lo destruiría.
Pero somos humanos y erramos muchas veces y nuestro corazón se contagia de muchas cosas que pueden perturbar ese amor. Pero el creyente cristiano sabe bien donde ha de alimentar ese amor, donde encontrará la fuerza que no solo lo mantenga sino que lo haga crecer. Es el abono de la gracia divina que enriquece la vida matrimonial y familiar con el sacramento del matrimonio.
El creyente sabe que no camina solo. Junto a él está la gracia divina que alimenta su amor, lo fortalece y lo enriquece. Y es que Jesús no nos deja solos nunca en el camino de la vida. Sabe de nuestras debilidades y flaquezas, que nuestro espíritu muchas veces tiende a atrofiarse y a enfermarse con muchos males, porque nos sentimos tentados al egoísmo y al encerrarnos en nosotros mismos, aparecen las ambiciones y nos malean los orgullos y los recelos.
El nos garantiza la seguridad y fortaleza de su gracia. Como solemos decir cuando una pareja cristiana celebra con todo sentido el sacramento del matrimonio no solo hay un compromiso adquirido por los propios contrayentes a vivir a ese amor según el sentido y el estilo de Cristo, sino que Cristo mismo se compromete a acompañar ese camino de amor de aquel matrimonio y de aquella familia que nace. Por parte de Cristo no nos faltará nunca la asistencia de su gracia. Tendríamos nosotros que saber contar más con El.
En el marco de la Navidad, del misterio de Dios que se hace Emmanuel, que quiere ser Dios con nosotros y para eso se ha hecho hombre, encarnándose en el seno de María, además de redimir nuestra vida de tantos males con los que la destrozamos, hoy se nos quiere mostrar el misterio de la Sagrada Familia de Nazaret, de aquel hogar de José, María y Jesús. Cómo tenemos que aprender de aquel hogar, de aquella sagrada familia de Nazaret. Quiso Cristo al asumir nuestra naturaleza humana nacer y crecer en el seno de un hogar, de una familia, para así mostrarnos todo lo que es la riqueza de su gracia que nos acompaña.
Si comenzábamos diciendo que la familia es la más hermosa escuela de amor, qué podríamos decir de aquella Sagrada Familia de Nazaret. En el amor de aquel hogar nació y creció Jesús. ‘El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba’, nos dice el evangelista. El niño crecía y se robustecía, se llenaba de sabiduría y de gracia de Dios en el caldo de cultivo del amor de aquella familia de Nazaret.  ¡Qué hermoso pensamiento!

sábado, 27 de diciembre de 2014

Juan el testigo que desde el amor nos hablará de lo que ha palpado en Jesús

Juan el testigo que desde el amor nos hablará de lo que ha palpado en Jesús


Juan el Bautista había sido la voz que anunciaba que llegaba la Palabra; Juan, el evangelista, es el testigo. Aunque al principio de su evangelio nos hable de que el Bautista había venido como testigo, para dar testimonio simplemente era un anuncio del que iba a venir; así lo señalaría como el que venía detrás de él con bautizando no ya con agua sino con el Espíritu.
Pero en verdad sí podemos decir que Juan, el evangelista, el hijo del Zebedeo, el hermano de Santiago es el testigo que nos va a hablar de lo que ha visto y ha oído, de lo que ha palpado incluso con sus manos. Era el discípulo amado de Jesús, así se presentará a sí mismo en su evangelio, y desde ese amor que sentía por Jesús y desde ese amor de Jesús que sentían tan hondamente en él podrá decirnos cosas grandes de Jesús.
Los otros evangelistas, a los que llamamos sinópticos, nos describen a Jesús por lo que hizo y también por lo que dijo. Son muy expresivos en detallarnos, describirnos la vida de Jesús. Juan, sin dejar de describirnos las acciones de Jesús y trasmitirnos sus palabras, en pocas palabras nos dará una alta definición teológica de Jesús. 
Es en Juan donde oiremos decir repetidamente a Jesús ‘yo soy…’ Cuando a la hora del prendimiento se adelanta hacia aquellos que vienen les pregunta ‘¿a quién buscáis?... a Jesús Nazareno’, le responden. ‘Yo soy’, exclama Jesús.
En el principio del evangelio en la descripción que nos adelanta de Jesús nos dice que es la luz que viene a iluminar nuestras tinieblas; pero más adelante en el evangelio nos dirá ‘Yo soy la luz del mundo’.
A la mujer samaritana le ofrece un agua que calmará para siempre su sed, más adelante nos dirá que El es el agua viva y que quien tenga sed que venga a El y beba.
Nos dice que ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia. Luego nos dirá ‘Yo soy la vida’. Por eso nos hablará de no morir para siempre si en verdad creemos en El como le explica a Marta cuando la resurrección de Lázaro: ‘El que cree en mi vivirá para siempre porque Yo soy la resurrección y la vida’.
Nos hablará de un pan bajado del cielo que quien lo coma tendrá vida para siempre; luego  nos dirá ‘Yo soy ese pan bajado del cielo, el que me coma tendrá la vida eterna… y yo lo resucitaré en el último día’.
Cuando les dice a los discípulos que ya conocen el camino para ir al Padre, ante las dudas de los discípulos que no terminan de entender terminará afirmando ‘Yo soy el Camino y la Verdad, y la Vida’.
Ha venido para dar testimonio de la verdad, le responde a Pilatos que le preguntará y cuál es la verdad, aunque no quiera oír la respuesta en su escepticismo, pero aquí se correspondería esa definición que de sí mismo ha dado cuando nos ha dicho como recordábamos ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida’.
Por eso terminamos esta reflexión con las palabras que le hemos escuchado a Juan en su carta: ‘Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo’.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Un testimonio de amor hasta el final de quien está lleno del Espíritu, el protomártir san Esteban

Un testimonio de amor hasta el final de quien está lleno del Espíritu, el protomártir san Esteban


Ayer celebrábamos con gozo el nacimiento del Señor. El Emmanuel, el Dios con nosotros que nos trae la vida y la salvación. Todo es alegría, pero no una alegría cualquiera, no la alegría superficial y efímera que nos puede dar el mundo. Es la alegría de la presencia del Señor, del Señor que se nos revela, del Señor que está con nosotros para que esa alegría sea completa.
Pero la liturgia hoy se viste de rojo para celebrar un mártir; no es un mártir cualquiera, es el protomártir, el  primero en derramar su sangre por el testimonio de Cristo, san Esteban, del que se  nos habla en los Hechos de los Apóstoles.
Fue uno de los siete diáconos elegidos para el servicio de los pobres en la primitiva comunidad de Jerusalén; estaba lleno del Espíritu y no solo anunciaba a Jesús con el testimonio de las obras del amor, sino también con su ardiente palabra. Pronto encontraría la oposición y el rechazo que le llevaría al martirio. El texto de la liturgia nos relata y recuerda su martirio.
Ya el evangelio nos recuerda que habrá persecuciones, tribunales, cárceles, pero Jesús nos dice que no temamos porque su Espíritu estará con nosotros. Lo vemos en Esteban. Ojalá supiéramos tener fe en la presencia del Espíritu de Dios en nosotros y nos dejáramos conducir por El. Cómo nos sentiríamos fortalecidos en el corazón.
Dos palabras que le escuchamos a Esteban en ese momento supremo del martirio nos convendría recordar. «Señor Jesús, recibe mi espíritu», dice en primer lugar poniéndose en las manos de Dios. Pero dirá también en relación a aquellos que le persiguen y ahora le martirizan: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Había aprendido bien el padrenuestro; había aprendido bien lo que Jesús había enseñado allá en el sermón del monte. No solo perdonar sino también orar por los que nos persiguen.
Estamos en navidad pero este mensaje no está lejos de la alegría de la Navidad. Nos hace descubrir al Señor en nuestra vida, en nuestras luchas, en nuestras dificultades y problemas, en el coraje que hemos de tener para el anuncio del nombre de Jesús, y también en nuestros sufrimientos.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Dios nos sorprende en la ternura de un niño recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre

Dios nos sorprende en la ternura de un niño recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre

 ‘Habitaban tierras de sombras… caminaban en tinieblas… una luz les brilló… el pueblo vio una luz grande…’ Es la noche de Belén; es la noche de la historia; es la noche de la humanidad; son las tinieblas de nuestros males y pecados, pero una luz comenzó a brillar con un especial resplandor en medio de esas sombras, de esas tinieblas, de esa noche. Pero es la noche de Belén que se llena de luz; es la noche de la humanidad que se ilumina como el día porque el Sol que viene de lo alto ha comenzado a brillar en medio de la humanidad. Es Navidad.
Se manifiesta la ternura de Dios; ‘ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres’; las esperanzas se ven cumplidas; la misericordia de Dios se derrama sobre toda la humanidad.
‘Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre…’ Las maravillas de Dios que sorprenden. ‘Os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor’, es el primer anuncio. ¿Cómo lo van a encontrar? Mucho era lo que habían soñado y esperando la venida del Mesías; con ansias y esperanzas grandes esperaban el que iba a ser el salvador. Pero no lo van a encontrar rodeado de ejércitos ni aposentado en un palacio. Un pesebre, un niño envuelto en pañales. Son las sorpresas de Dios.
Es lo que esta noche a nosotros también nos convoca. Queremos también llenarnos de esa luz, sentir esa salvación, vivir esa presencia nueva de Dios en medio de nosotros. ¿Cómo lo vamos a buscar? Dejémonos sorprender por Dios. Ahí estamos contemplando la ternura de un niño recién nacido; pero estamos contemplando también la pobreza de un establo.
Cuántas ternuras tenemos que descubrir para encontrarnos con Dios; cuánta ternura tenemos que poner también en nuestro corazón. Cuantos pobres y que no tienen ni donde guarecerse pasan a nuestro lado; descubramos el paso de Dios, pero abramos nuestras puertas; que no se cierren como las puertas de Belén. Que como los pastores con nuestra pobreza corramos al encuentro de esa ternura de Dios, de ese Emmanuel que se manifiesta pobre y recostado entre las pajas de un pesebre.
En la noche se siente el silencio. Hagamos silencio en el corazón. Que no haya ruidos que nos perturben. Pongamos a un lado incluso aquellas cosas que nos preocupan. Que nada nos distraiga de lo que el Señor quiere decirnos en esta noche.
Que sintamos la paz que nos trae Jesús en lo más hondo del corazón. Descubramos la presencia del Señor en las cosas más sencillas, la ternura de un niño recién nacido, la pobreza de un establo o las propias pobrezas de los pastores que corrieron hasta Belén. Que se nos abran los ojos para ver a Dios. Ya sabemos cómo podemos encontrarlo.
El quiere llegar a nuestra vida en esta navidad para disipar todas nuestras tinieblas y nuestras dudas, para darnos paz en el corazón y esperanza en nuestros agobios y luchas. Estemos atentos a su luz; no nos durmamos, que no nos encandilemos, ni nos confundamos con otras luces que tratan de distraernos.
Cuando corramos al encuentro de esa ternura que se nos manifiesta en el niño envuelto en pañales y recostado entre las pajas de un pesebre, aprendiendo a olvidar nuestros propios agobios, seguro que se nos va a manifestar con mayor claridad el misterio de la presencia de Dios en nuestra vida. Y nos llenaremos de esa nueva alegría y paz que sabe darnos el Señor.
Hagamos silencio para adorar el misterio de Dios que se nos manifiesta. No será necesario decir muchas cosas. Pongámonos en silencio ante Dios. Su Palabra eterna se hace carne, acampa, pone su tienda entre nosotros, nos habla al corazón. Siempre será palabra de Vida porque El es la Vida. Adoremos y demos gracias. La noche de las tinieblas se llenará de luz.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplaréis su gloria

Hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplaréis su gloria


‘Hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplaréis su gloria’. Es la primera antífona que se reza hoy 24 de diciembre en el Oficio Divino. Es el último anuncio de su venida, porque esta noche celebraremos la Navidad, celebraremos la venida del Señor y contemplaremos su gloria.
Pero seguimos esperando. Seguimos esperando porque todavía hoy estamos en Adviento. Seguimos esperando porque nuestra vida es un contínuo adviento. ¿No gritamos todos los días en la aclamación de la plegaria eucaristía ‘¡Ven, Señor Jesús!’? ¿No pedimos en la oración con la que prolongamos el padrenuestro cada día en la Eucaristía que ‘esperamos la venida de nuestro Salvador Jesucristo’?
Celebramos la venida del Señor y tenemos que hacer viva nuestra Navidad preparando todo nuestro corazón para que nazca Dios en nosotros y comencemos de verdad una nueva vida. Pero seguimos pidiendo que venga el Señor cada día a nuestra vida envuelta en problemas, tormentas, dificultades, luchas, tentaciones, pecados. Y queremos sentir cada día la presencia del Señor que nos fortalece, nos da vida, nos ayuda, nos hace sentir su gracia que nunca nos abandona.
Hoy en el evangelio hemos escuchado una vez más el cántico de Zacarías que tantas veces nos ha servido y nos sigue sirviendo de oración. Bendecimos a Dios que nos visita con su salvación, que cumple sus promesas y derrama su misericordia sobre nosotros. ‘Nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas… para guiar nuestros pasos por el camino de la paz’.
Necesitamos esa luz, pedimos esa luz. Escuchamos a Juan, el profeta el Altísimo, que viene delante del Señor preparando sus caminos. Queremos preparar los caminos de nuestra vida. Queremos abrir caminos de Dios en nuestra vida. Queremos que el Señor llegue a nosotros con su salvación, con su misericordia, con su perdón, con su paz.
¡Cuánto lo necesitamos! Preparemos el corazón para que seamos en verdad morada de Dios en medio de los hombres. Hemos de ser testigos de la presencia de Dios en medio de nosotros, en medio de nuestro mundo que tanto necesita la paz que nos trae Jesús. Es el anuncio que esta noche vamos a escuchar; pero es el anuncio que nosotros también tenemos que hacer.

martes, 23 de diciembre de 2014

Juan es su nombre porque nos manifiesta el consuelo de Dios sobre su pueblo

Juan es su nombre porque nos manifiesta el consuelo de Dios sobre su pueblo


‘Se va a llamar Juan’, replica Isabel a quienes quieren llamarlo Zacarías como su padre, según eran las costumbres. Pero es Zacarías el que interviene escribiendo su nombre en una tablilla - aún estaba sin poder hablar - ‘Juan es su nombre’.
Así lo había señalado el ángel allá en el templo junto al altar de los sacrificios. Pero era en verdad el nombre más apropiado. ‘El consuelo de su pueblo’, viene a significar el nombre de Juan. Consuelo para aquellos padres que habían pedido con tanta insistencia al Señor el don de un hijo. Como nos dice el evangelista hoy ‘cuando se enteraron sus vecinos y parientes, de que el Señor le había hecho una gran misericordia, la felicitaban’.
Pero era el consuelo del pueblo de Israel porque era ya el paso inmediato del que venía como Mesías y Redentor. Juan sería la voz que lo anunciara en el desierto preparando los caminos del Señor. Y su voz llenaba de esperanza los corazones por la venida inminente del Mesías y el pueblo sentía el consuelo de Dios en sus vidas. Eso era Juan para aquellas gentes, el signo y la señal de que llegaba la salvación; era un consuelo para todo el pueblo que veía así renacer sus esperanzas.
‘¿Qué va a ser este niño?’ se preguntaban las gentes ante todos los acontecimientos que se iban sucediendo en torno a su nacimiento. ¿Qué va a significar también para nosotros? nos preguntamos. Juan llega también a nuestra vida en la inminencia de la Navidad como la voz que nos trae el consuelo. También Dios tiene gran misericordia con nosotros. Lo cantó una y otra vez María en su cántico de alabanza al Señor y lo escucharemos cantar también a Zacarías.
‘La mano de Dios estaba con El’. ¿No puede ser esa la oración que nosotros hagamos también en este día? Que la mano del Señor esté con nosotros, en nosotros, en nuestra vida. Que el Señor vuelva su rostro sobre nosotros y nos llene de su misericordia y de su paz. Que sintiendo la mano poderosa y misericordiosa de Dios en nosotros nos dispongamos a vivir con ánimo alegre y confiado las fiestas de Navidad que se acercan. Muchos serán los nubarrones, muchas pueden ser las negruras que se abaten sobre nuestro mundo y también sobre nuestra vida, pero sentimos el consuelo de Dios. Juan nos anuncia que llega el Señor y con El la misericordia, el perdón, su compasión y su amor.
Que así podamos celebrar una navidad dichosa porque tenemos la mano de Dios sobre nosotros. Que así nos podamos nosotros felicitar en el Señor.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Se abren los cielos y se desborda sobre nosotros la misericordia del Señor

Se abren los cielos y se desborda sobre nosotros la misericordia del Señor


‘Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque se ha fijado en la humillación de su esclava’.
Es el inicio del cántico de María, del Magnificat, que tantas veces hemos escuchado, meditado, orado. No nos cansamos de cantar con María las maravillas que el Señor hace en ella. Se siente pequeña, la humilde esclava del Señor, pero reconoce las maravillas de Señor, ‘la grandeza del Señor’. Sigue sintiendo que es su Salvador.
María siente que es como si desbordaran todos los torrentes del cielo que van inundando todos los corazones con el amor y la misericordia del Señor.  Ella es la primera que siente ese amor de Dios en ella, pero siente que a partir de este momento se desborda la misericordia del Señor para inundar los corazones de todos los hombres. 
Lo de menos es que todos vayan a felicitarla, porque ella todo lo revierte en Dios. ‘Su nombre es santo’. Es como diríamos hoy como una jaculatoria, pero es una aclamación, una invocación del nombre de Dios. ¿No decimos en el padrenuestro ‘santificado sea tu nombre’? Es lo que María ahora está haciendo.
Me recuerda esas como letanías de jaculatorias, de alabanzas a su Dios que los musulmanes van repitiendo continuamente; los hemos visto con una especie de rosario en sus manos y les vemos moviendo los labios repitiendo esas alabanzas a Dios. 
Es lo que María está haciendo, cuando reconoce las obras grandes que Dios está haciendo en ellas no le queda otra cosa que decir ‘su Nombre es santo’, santificado sea siempre el nombre del Señor; como nos enseñaría a decir san Ignacio de Loyola ‘todo para la gloria de Dios’.
Y es que ‘la misericordia del Señor llega a sus fieles de generación en generación… auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a favor de Abrahán y si descendencia para siempre’.
Sintamos esa misericordia del Señor; invoquemos esa misericordia del Señor; recordamos la promesa del Señor y el Señor siempre cumple sus promesas. Con confianza, con humildad porque no puede ser de otra manera. Solo los que con corazón humilde se ponen ante Dios van a ser enaltecidos, como canta también María.
Así queremos ponernos ante Dios en estos pasos finales de nuestra preparación para la navidad. 

domingo, 21 de diciembre de 2014

Preparemos una morada para Dios a la manera del corazón humilde de María

Preparemos una morada para Dios a la manera del corazón humilde de María

En la noche de Belén nos encontraremos con María y con José que deambulan por las calles de Belén buscando una posada porque va a nacer Jesús pero para ellos no hay sitio en la posada.
Pero fijémonos que en la primera lectura de hoy el Rey David, que ya ha conquistado Jerusalén y puede vivir él ya en un palacio quiere sin embargo construir un templo para el Señor donde deposite el arca de la Alianza y sea signo y lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo.  Como hemos escuchado aunque el profeta en principio le da la aprobación, sin embargo el Señor no quiere ese templo construido por manos humanas y así se lo hace saber el profeta a David en el nombre del Señor. Serán otras las promesas que Dios le haga a David y que veremos cumplidas en Jesús.
Nosotros quisiéramos también buscar donde recibir a Dios y encontrarnos con el Señor, y a la manera del rey David queremos construir los mejores y más hermosos templos en su honor. Pero los caminos y designios de Dios son bien distintos, porque El ya ha encontrado donde encontrarse mejor con el hombre y se ha elegido el mejor templo o la mejor morada, como queramos decir, para ser ese Emmanuel, ese Dios con nosotros.
Ha elegido a una humilde doncella de Nazaret que está desposada con un artesano, con el carpintero del pueblo, aunque aun no se han celebrado los desposorios, lo cual indica como será en los pequeños y los humildes donde mejor podremos sentir su presencia. Aquella doncella de Nazaret, aunque su nombre sabe a gloria, porque se llama María, sin embargo a sí mismo se llama la humilde esclava del Señor.
Decíamos cómo nosotros también buscamos cómo mejor acoger al Señor, al rey de la gloria que viene a nosotros pero aquí tenemos la lección, el mensaje que el mismo Señor nos quiere dar. Cuando seamos capaces de tener un corazón humilde como el de María, que sea capaz de vaciarse de todo, que sea capaz de vaciarse de si mismo estaremos preparando la mejor morada que le podamos ofrecer a Dios que siga siendo Emmanuel, siga siendo Dios en medio de nosotros los hombres.
Solo el corazón vacío de sí mismo, el corazón humilde y que se siente pequeño es capaz de albergar a Dios. Así se sintió María, así tenemos que sentirnos nosotros, así tenemos que abrirle nuestro corazón a Dios. En esa pobreza y en esa humildad se hará presente Dios. Con esa pobreza sentirnos no solo pequeños sino muy necesitados de El porque somos pecadores y El es el que va a salvar al nombre de sus pecados, con esa humildad pero muy llena de amor es cómo podremos recibir a Dios.
Pensemos que buscará esa pobreza en Belén de manera que no habiendo sitio ni siquiera en la posada, que ha era un lugar donde guarecerse los pobres caminantes y peregrinos, tendrá finalmente que nacer en un establo recostándose en la paja de un pesebre y al calor del vahído de unos ganados.
¿Qué le vamos a ofrecer nosotros? ¿cómo vamos a preparar nuestro corazón? Miremos a María y aprendamos de ella. En ella contemplamos su fe y su humildad; de ella aprenderemos a vaciar nuestro corazón para que solo se llene de Dios; de ella que es madre amorosa aprenderemos los mimos del amor; con ella aprenderemos a mirar con mirada nueva las necesidades de los demás; como ella sabremos ponernos en el camino del servicio, de la acogida, de la hospitalidad, del amor para ir siempre de la mejor manera al encuentro con los demás, que es ir al encuentro de Dios.
No siempre es fácil porque pesan muchas rémoras en nuestra vida que nos retrasan en el camino y la tarea a realizar; no siempre es fácil porque aparecerá el sacrificio y el sufrimiento pero será también una forma de ofrecernos al amor del Señor.
Ese es el templo más hermoso que podemos construir en nuestra vida para acoger y recibir a Dios. Caminando con ese estilo de María los hombres podrán descubrir de verdad al Emmanuel, al Dios con nosotros, porque con nuestra vida y nuestro amor lo estaremos haciendo presente en nuestro mundo.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Concédenos, siguiendo el ejemplo de María, la gracia de aceptar con humildad de corazón tus designios

Concédenos, siguiendo el ejemplo de María, la gracia de aceptar con humildad de corazón tus designios


Una vez más escuchamos el anuncio de la Encarnación. Dios que quiere hacerse hombre, encarnarse en las entrañas purísimas de María. Para siempre va a ser para nosotros como lo había anunciado por boca del profeta: Emmanuel, Dios con nosotros. ‘Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel, que significa: Dios con nosotros’.
No nos cansamos de meditar en el misterio de la Encarnación de Dios y más en estos días en que ya nos acercamos a la celebración de su nacimiento. Importante y grandioso lo que vamos a celebrar, pero todo comienza en este momento. El ángel viene hasta María de parte de Dios para traerle la Buena Noticia del Misterio de Dios que en ella se va a realizar; y María dice: Sí.
‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’. Es la respuesta de María. Por tantas veces que lo hemos oído, lo hemos meditado, lo hemos querido hacer oración en nuestra vida, pudiera parecernos fácil. Claro que María estaba llena de Dios, era la llena de gracia, porque María en su fe estaba totalmente abierta a Dios a lo que fuera su voluntad.
¿Para nosotros es fácil? Cuidado no nos acostumbremos a las palabras y le hagamos perder su sentido. ‘Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo’, decimos cada día o cada vez que rezamos el padrenuestro. Es un ponernos totalmente en las manos de Dios sin reservarnos nada para nosotros. Y hemos de reconocer que no es fácil, porque siempre miramos por nosotros, podemos estar pensando y hasta donde nos llevará eso, y si seré capaz de hacerlo siempre así, buscar la voluntad de Dios cuando en nuestro egoísmo o en nuestros temores comenzamos pensando en nosotros mismos.
En la oración litúrgica de este día le hemos pedido al Señor que ‘siguiendo el ejemplo de María, nos conceda la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón’.
Que el Señor nos dé disponibilidad y valentía; que nos dé humildad y grandeza de corazón; que nos dé la fortaleza de su Espíritu; que como María sepamos abrirnos a Dios y dejarnos conducir por El; que nos enriquezca con su gracia y con su amor para amar de la misma manera.
Es la mejor manera de prepararnos para la Navidad ya tan cercana y recibir a Dios en nuestro corazón. Si aceptamos sus designios llegará a nosotros su Salvación.

viernes, 19 de diciembre de 2014

No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado…

No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado…

Las promesas de Dios siempre tienen su cumplimiento. Dios es fiel a sus promesas. Lo anunciado desde el principio comienza a realizarse. Dios siempre escucha las oraciones de los humildes.
‘No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado…’ son las palabras con las que le saluda el ángel del Señor cuando se le manifiesta allá en el templo junto al altar de incienso. ‘La muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso’, nos relata el evangelista. Pero intensa había sido la oración de aquel anciano sacerdote en su deseo de tener un hijo. Es a lo que ahora le responde el ángel de Dios.
Es humilde. No sabe qué decir. No se le ocurre decir sino preguntarse ‘¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo y mi mujer es de edad avanzada’. Preguntas lógicas quizá cuando no se ha terminado de creer que ‘para Dios nada hay imposible’, como luego el mismo ángel le dirá a María. Y el ángel le da pruebas, aunque le resulten dolorosas. Pero la palabra del Señor se cumplirá. ‘Días después concibió Isabel, su mujer’, terminará diciéndonos el evangelista.
Que se mantenga viva nuestra esperanza. Viene el Señor para que se manifieste su misericordia, como cantará más tarde Zacarías. Viene el Señor y nosotros mantenemos viva nuestra esperanza. Nos queda la oración, como la de aquel pueblo que ‘pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso’; como Zacarías que una y otra vez había implorado al Señor; cómo sería de intensa su oración en aquel momento en que se había acercado al altar del Señor para hacer la ofrenda del incienso.
Que así nos preparemos para la venida del Señor. Es el camino de adviento que vamos haciendo. Son los caminos de nuestra vida siempre llenos de esperanza y abiertos a lo que es la voluntad del Señor. Es el camino que siempre vamos haciendo buscando la salvación y la gracia del Señor.
Que lleguemos a sentir en lo hondo de nuestro corazón como dichas a nosotros las palabras que le dirigió el ángel al anciano Zacarías. Es nuestro consuelo y nuestra esperanza.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Avanza la constelación de Jacob y sube el cetro de Israel, viene el Señor con su salvación

Avanza la constelación de Jacob y sube el cetro de Israel, viene el Señor con su salvación

Núm. 24, 2-7.15-17; Sal. 24; Mt. 21, 23-27
Balaán es llamado por el rey de Moab para que maldiga al pueblo de Israel que avanza hacia la tierra prometida; pero Balaán, inspirado por el Espíritu divino no puede maldecir sino bendecir. Son bellas sus palabras que se convierten en anuncio del futuro Mesías que surgirá en el pueblo de Israel. ‘Lo veo, pero no es ahora; lo contemplo, pero no será pronto; avanza la constelación de Jacob y sube el cetro de Israel…’
Es el anuncio del Mesías, que no son solo las victorias momentáneas e inmediatas que pueda tener Israel. Un día brillará esa estrella que es Jesús, el Hijo de Dios y nuestro salvador. Entre resplandores de cielo será anunciado su nacimiento a los pastores y los Magos de Oriente verán brillar una estrella en el cielo que es Buena Noticia de Salvación para todos.
Caminamos guiados por la fe en medio de las asechanzas y dificultades que vamos encontrando en este mundo; cuántos peligros vamos teniendo en la vida, cuántas dificultades en el camino y cuántos querrán nuestra perdición; pero la fe nos hace mirar más allá del momento presente para distinguir esa luz que un día brillará sobre nosotros. Mantengamos la esperanza. Ahora lo vivimos intensamente en este camino de Adviento que nos prepara la Navidad. Que llegue esa navidad a nuestra vida porque sintamos en nosotros esa presencia del Señor que nos fortalece.
Busquemos a Jesús, queriendo encontrar en El la vida y salvación. Pongamos en El toda nuestra esperanza y nuestra confianza.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios… porque a pesar de las dificultades se nos anuncia una Buena Noticia

Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios… porque a pesar de las dificultades se nos anuncia una Buena Noticia

Is. 61, 1-2.10-11; Sal.:Lc. 1, 46-54; 1Tes. 5, 16-24; Jn. 1, 6-8. 19-28
‘Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios…’ Así escuchamos al profeta en este domingo que en medio del camino del adviento es el domingo de la alegría. Todos los textos de la liturgia nos invitan hoy a la alegría. ‘Estad siempre alegres’, nos dice san Pablo.
Sin embargo en las circunstancias en que vivimos, en que vive la sociedad con tanta pobreza, desigualdad, injusticia, en las circunstancias que cada uno vive personalmente, ¿es posible la alegría? ¿hay alguna esperanza que nos dé alegría, que haga surgir la alegría en nuestro corazón atormentado?
Hay una buena noticia que se nos anuncia y que es lo que vamos a celebrar ya en poquitos días cuando llegue la navidad. ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren’. Viene el Señor y con El a nuestro lado podremos tener paz en nuestros corazones, tenemos la esperanza de un mundo nuevo y mejor. Es la salvación que el Señor nos anuncia, nos trae, con la que podemos llenarnos de esperanza  y alegría. Así en el salmo podíamos cantar el canto de María diciendo: ‘Me alegro con mi Dios’.
Como le decía Juan a aquellos enviados que vinieron a preguntarle si él era el Mesías, negando que él fuera el Mesías, pues solo era la voz que clama en el desierto para preparar los caminos del Señor, ‘en medio de vosotros hay uno que no conocéis… al que no soy digno de desatarle la correa de su sandalia’.
En medio de nosotros está, y muchas veces no lo conocemos, no lo sabemos ver. Pero ahí está el Señor; es nuestra fortaleza, es la verdadera luz de nuestra vida, es nuestra vida, lo es todo para nosotros porque El nunca nos falla, es nuestra salvación.
Abramos los ojos; abramos el corazón; abramos nuestra vida a la presencia del Señor. Muchos pueden ser los tormentos o las necesidades que tengamos, pero este anuncio nos tiene que llenar de esperanza y de alegría. Alegría de la verdadera, de la que nos da el Señor. Tengamos fe. Afiancémonos en el Señor. Llenemos nuestro corazón de amor.
Sí tenemos que decir con lo que nos anunciaba el profeta: ‘Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios…’ Pase lo que pase, El está en mi corazón.
Preparémonos bien para que tengamos verdadera navidad. El camino que José y María tuvieron que hacer para subir desde Nazaret hasta Belén, y además en las circunstancias en que iba María, no fue un camino fácil. Pero llegó Belén y llegó el nacimiento de Dios hecho hombre. Y los Ángeles pudieron anunciar que había nacido el Salvador.
Es la esperanza con que caminamos.

sábado, 13 de diciembre de 2014

El profeta nos señala los caminos de reconciliación y comunión para que podamos sentir a Dios en medio de nosotros

El profeta nos señala los caminos de reconciliación y comunión para que podamos sentir a Dios en medio de nosotros

Ecles. 48, 1-4.9-11; Sal. 79; Mt. 17, 10-13
‘Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel’.
La primera lectura nos ha ofrecido un texto del eclesiástico que hace una alabanza del profeta Elías, por la referencia que luego se va a hacer de él en el evangelio ante las preguntas de los discípulos a Jesús. ‘¿Por qué dicen los letrados que primero tiene que venir Elías?’, le preguntan. Y Jesús les viene a explicar que si lo entendieran bien, ya hubieran visto la vuelta de Elías en la figura de Juan Bautista.
Precisamente cuando el ángel le anuncie a Zacarías el nacimiento de Juan en la descripción que hace del precursor del Mesías pone como misión eso mismo que en el Eclesiástico se ha dicho de Elías.
Creo que nos puede valer en nuestra reflexión en nuestro camino de Adviento como preparación para la Navidad. Ese preparar los caminos del Señor que nos ha anunciado el Bautista que tenemos que realizar creo que puede ir por ese camino, el camino de la reconciliación y de la paz, el camino de la unión y de la comunión.
Mucho tendríamos que reflexionar en este sentido en el mundo roto en que vivimos; seamos instrumentos de reconciliación y de paz, seamos instrumentos de unión y comunión allí donde estamos, allí con los que convivimos, en la familia, en nuestros lugares de trabajo y convivencia, en todo lo que es nuestra relación con los demás y nuestra convivencia social.
Unos corazones unidos expresan muy que Dios está con nosotros. Si queremos en verdad que Cristo nazca en nuestro corazón trabajemos por esa unión, por esa reconciliación y reencuentro entre todos. Será la señal de que escuchamos la llamada que el Señor nos hace por el profeta; será la señal que en verdad estamos preparando los caminos del Señor.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Atendamos bien a la Palabra del Señor que nos enseña y que nos guía para acoger a Dios que llega nuestra vida

Atendamos bien a la Palabra del Señor que nos enseña y que nos guía para acoger a Dios que llega nuestra vida

Is. 48, 17-19; Sal. 1; Mt. 11, 16-19
‘Yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues’, pero tú no has atendido a mis mandatos; así viene a decirle el profeta al pueblo de Israel de parte de Dios. Como hemos recitado más de una vez con los salmos ‘ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis el corazón’. Nos viene bien recordarlo.
Los profetas ayudaban al pueblo de Dios recordándoles la fidelidad a la Alianza que habían de vivir. Eran el pueblo de Dios y como tal habían de comportarse, lo que les exigía fidelidad, vigilancia para no dejarse confundir ni arrastrar por malos caminos, apertura de corazón a lo que es la voluntad de Dios escuchando con fe su palabra. Pero cuántas veces se dejaron confundir y se dejaron arrastrar por caminos que no eran los caminos de Dios.
Nosotros ahora en este camino de Adviento que vamos haciendo también escuchamos a los profetas que también nos ayudan a nosotros en esta preparación para la navidad que es el Adviento que queremos vivir. Eso mismo que le pedían los profetas al pueblo de Dios está llegando a nosotros también como Palabra de Dios que nos ayuda, que nos despierta de nuestras modorras y rutinas, que aviva en nosotros también esos deseos de Dios, de su salvación, de su vida, de su gracia.
Son esas actitudes importantes y fundamentales a las que nos invita también la Iglesia para mantenernos en la espera de la venida del Señor. Algo importante es la vigilancia tan necesaria al que espera algo. Esperamos pero lo grandioso de lo que vamos a recibir nos hace estar atentos, vigilantes para que no nos encuentre desprevenidos ni dormidos. Lo grande y maravilloso es la presencia del Señor que llega a nuestra vida. El Bautista con el mismo sentido de los profetas nos ha dicho que tenemos que preparar los caminos.
Atentos junto a ese camino por el que llega el Señor a nuestra vida no nos podemos distraer con otras cosas de manera que pueda pasar inadvertida esa presencia de Dios. Y en nuestro entorno hay muchas cosas que nos pueden distraer por la manera de concebir, por ejemplo, lo que es la navidad para gran parte de la gente que nos rodea. Y si les hacemos caso y ponemos toda nuestra atención en esas superficialidades puede pasar inadvertido para nosotros ese paso de Dios, esa llegada de Dios a nuestra vida. Pensemos en cuantas cosas superfluas ponen como centro de atención de su manera de entender la navidad muchos de los que nos rodean.
Que no sean solo unos días para pasarlo bien, para quedar con los amigos o incluso con la familia, pero de manera que nos olvidemos lo que tiene que estar en el verdadero origen de lo que son las fiestas de Navidad. Porque nos podemos olvidar de Jesús muy preocupados por nuestros regalos o nuestras comidas.  Atentos, vigilantes para recibir al Señor que llega a nosotros en el Sacramento; atentos y vigilantes para vivir con todo sentido y profundidad nuestras celebraciones religiosas, no simplemente porque hagamos celebraciones bonitas, sino porque hagamos celebraciones vivas en que haya verdadero encuentro sacramental con el Señor y su gracia.
Atentos y vigilantes también para descubrir la presencia del Señor en los demás, en cuantos pasan a nuestro lado a los que tenemos que regalar nuestro amor, sobre todo y de manera especial en los pobres y en los que sufren, en los que se sienten solos o en los que van desorientados por la vida, en los que nadie quiere o en los sufren tantas discriminaciones. Que la atención y apertura de nuestro corazón para descubrir al Señor que llega a nosotros en esta navidad nos enseñe a tener una mirada distinta hacia los que nos rodean, pero que aprendamos no a hacerlo solamente estos días porque quizá haya una especial sensibilidad porque es navidad, sino que esa mirada sepamos seguir teniéndola todos los días de nuestra vida. Entonces haremos que sea navidad de verdad cada día de nuestra vida.
Es la manera de preparar bien los caminos del Señor. Es la mejor manera de seguir al Señor para encontrar la luz de la vida, como hemos dicho en el salmo. Que atendamos bien a lo que son los mandatos del Señor, a la Palabra del Señor que nos enseña y que nos guía, como nos decía el profeta.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Adviento, tiempo de búsqueda, tiempo de despertar nuestra fe y esperanza en el encuentro con el Señor que transforma nuestra vida

Adviento, tiempo de búsqueda, tiempo de despertar nuestra fe y esperanza en el encuentro con el Señor que transforma nuestra vida

Is. 41, 13-20; Sal. 144; Mt. 11, 11-15
Hay ocasiones en que por la situación en la que vivimos, los conflictos con que nos podemos encontrar en nuestras relaciones con los demás, por los problemas que nos van apareciendo en nuestra vida, o porque nos sentimos débiles por los sufrimientos o las enfermedades que afectan a nuestro cuerpo o nuestro espíritu, parece que el pesimismo nos invade, nos sentimos pequeños y hasta quizá pensamos en lo poco que valemos. Momentos así nos van apareciendo muchas veces en la vida y es necesario saber encontrar fuerza para enfrentarnos a esas situaciones, saber salir adelante y ver cuáles son los verdaderos valores de nuestra vida. Quizá las crisis de este tipo por las que podemos pasar nos hacen salir mas fortalecidos porque hemos aprendido a buscar la fuerza en lo que verdaderamente tiene valor. Pueden ser un buen entrenamiento para la vida.
El camino de adviento que vamos haciendo es también un camino de búsqueda. Vivimos en la esperanza del Señor que viene a nuestra vida y quiere ser en verdad la luz que dé todo sentido a nuestro existir y a nuestro vivir. Porque no vamos a celebrar la navidad como un simple recuerdo sino que en verdad queremos hacer navidad en nosotros. Buscamos al Señor que viene a nuestra vida; y vamos buscándolo desde eso que es nuestra vida con sus problemas y con sus ilusiones, con sus momentos de decaimiento y los momentos en que se despierta nuestra esperanza. Y queremos dejarnos iluminar por la luz de la Palabra del Señor, la luz de nuestra fe que siempre hará referencia a Jesús como nuestro Señor, el único Señor de mi vida, y como nuestro Salvador.
La palabra del profeta que hemos escuchado en la primera lectura es lo que trata de despertar en el pueblo de Israel en aquella situación en la que se encontraban. Se sentía un pueblo oprimido y escachado, pequeño como un gusanito, con la expresión que emplea el profeta, y aunque en su historia habían tenido momentos de gloria ahora estaban pasando por momentos difíciles en que incluso les parecía sentirse abandonados de todos y de todo, abandonados incluso de Dios.
Pero es la fe y la esperanza que les quiere despertar el profeta. Dios no los abandona, Dios está con ellos. ‘Yo, el Señor, les responderé. Yo, el Dios de Israel, no les abandonaré’. Y el profeta que habla con imágenes hace una descripción preciosa de cómo van apareciendo manantiales y ríos por todas partes y surgirá una vegetación muy intensa, que son imagen de las bendiciones del Señor. ‘Para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado’. Unas expresiones que quieren indicar cómo el Señor viene a ellos con su salvación.
Así tenemos que ver la presencia del Señor con nosotros; así tenemos que prepararnos bien para que en esta navidad sintamos en nuestra vida esa presencia del Señor que nos llena con su gracia, que nos fortalece en nuestras luchas, que da sentido a nuestra vida y también a nuestros sufrimientos. La fortaleza y la gracia la tenemos en el Señor. Y el Señor nos ilumina para que nos enfrentemos a todas esas situaciones con que nos vamos encontrando en la vida dándole importancia a lo que son los verdaderos valores.
Y que tenemos que aprender entonces a hacer un mundo donde seamos más solidarios los unos con los otros; un mundo donde aprendamos a compartir, pero también a preocuparnos los unos de los otros para ayudarnos a caminar con verdadero sentido incluso en los momentos difíciles; un mundo donde no nos podemos cruzar de brazos, sino que ahí donde estamos tenemos que ir sembrando cada día semillas de bondad, de comprensión, de paz, de armonía y entendimiento, de aceptación mutua y de respeto a cada uno. Son los caminos del Señor que tenemos que ir preparando en nuestra vida.
Aunque ya el domingo pasado se nos presentó a Juan, el Bautista, como la voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor, ahora en estos días iremos escuchando en el evangelio la presentación que Jesús mismo nos hace del Bautista. En varios retazos en los que hace referencia a lo que había significado la presencia de Juan que había venido antes que El como precursor, nos irá definiendo la figura del Bautista. Hoy le escuchamos un hermoso elogio: ‘Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él’. Ya tendremos ocasión de ir reflexionando sobre estas palabras de Jesús. 
Pero además hoy nos dice que el Reino de los cielos padece violencia, pero que solo los esforzados podrán alcanzarlo. Con la gracia del Señor luchemos seriamente por plantar esos valores del Reino de Dios en nuestra vida.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Tengamos fe para reconocer las maravillas que hace el Señor con nosotros y cómo continuamente nos ofrece su paz y su perdón

Tengamos fe para reconocer las maravillas que hace el Señor con nosotros y cómo continuamente nos ofrece su paz y su perdón

Is. 40, 25-31; Sal. 102; Mt. 11, 28-30
‘¿Por qué andas diciendo, Israel: «Mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa»? ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído?’ Así le reprocha el profeta la falta de confianza en el Señor, en su amor y en su providencia. El Señor que creó todas las cosas y las mantiene con vida, el Dios creador de los confines de la tierra, que no se cansa ni se fatiga, tampoco se olvida de su pueblo ni de ninguna de sus criaturas.
No nos puede faltar nunca la confianza en el Señor. También nosotros tenemos la misma tentación cuando  nos parece que el Señor no nos escucha o no nos atiende en aquello que le pedimos que a nosotros nos parece tan urgente. Pero grande es la sabiduría del Señor y grande es la paciencia también que tiene con nosotros.
¿En quien mejor podemos poner nosotros toda nuestra confianza, vaciar todas las penas y amarguras que llevamos en el corazón, o confiarle lo que son todos nuestros deseos y aspiraciones? El nos da muchos motivos para que confiemos en El. El es nuestra fuerza, nuestra vida, nuestra paz en cada momento, sea cual sea la situación en la que nosotros estemos. No se olvida nunca de nosotros; más bien somos nosotros los que con mucha facilidad nos olvidamos de Dios y queremos llevar la vida a nuestro aire.
En este camino de Adviento que vamos haciendo es bueno que recordemos todas estas cosas y renovemos una vez más nuestra fe y nuestra confianza en el Señor. Y para ello comencemos por recordar cuánto recibimos del Señor. Como hemos dicho en el salmo ‘bendice, alma mía al Señor, y no olvides sus beneficios’. Serían tantas cosas las que tendríamos que recordar si abriéramos bien los ojos de la fe para ser conscientes de su presencia permanente junto a nosotros.
¿En quien mejor encontramos la paz para nuestro corazón? Sabemos que ‘El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; El rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura’. Es el Señor que nos perdona, ‘el Señor compasivo y misericordioso… el Señor que no nos trata como merecen nuestros pecados’. ¿Qué sería de nosotros si tuviéramos que pagar en todo por nuestros pecados? Pero grande es la misericordia del Señor.
Pensemos bien cuantas veces nos hemos visto hundidos en la vida, porque las cosas no nos salían bien, o porque habíamos metido la pata hasta el fondo, como suele decirse, y habíamos hecho lo que no teníamos que hacer, porque quizá nos vimos solos y nos parecía abandonados en nuestras luchas, en nuestros problemas, en esas situaciones difíciles por las que todos alguna vez en la vida hemos pasado; pero allí estaba la gracia del Señor que nos tendía su mano amiga a través quizá de una persona que llegaba a nuestro lado, o porque sentimos un impulso en nuestro corazón que nos daba fuerza para luchar; de muchas maneras se nos hace presente el Señor en nuestra vida; basta que tengamos ojos de fe para descubrir su presencia.
Y sentimos su amor,  su perdón, su paz; y nos sentimos con fuerza para seguir adelante en nuestra lucha, y no nos sentimos solos. ¿Pensamos que todo eso se debió solo a nuestra fuerza de voluntad? No seamos orgullosos, seamos humildes y reconozcamos la mano del Señor.
Hoy nos ha dicho Jesús en el Evangelio ‘venid a mi los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré… y encontraréis vuestro descanso’. Qué gozo y qué consuelo saber que así podemos acudir al Señor que nos va a manifestar su amor y su ternura de esa manera. Pongamos humildad en nuestro corazón, para tratar de parecernos a El y nos encontraremos de verdad con el Señor, con su descanso y con su paz. ‘Venid y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón’, nos dice. Qué gozo y qué paz nos da nuestra fe en el Señor.