Toda persona merece nuestro respeto y la valoración de su dignidad
Santiago
5,13-20; Sal 140; Marcos 10,13-16
Toda persona merece nuestro respeto y la valoración de su dignidad. Y
cuando decimos toda persona es toda persona, sea pequeño o mayor, sea de la
condición que sea porque de ninguna manera debemos encasillarla desde nuestros
prejuicios o valoraciones subjetivas.
Creo que es una primera enseñanza que nos ofrece el texto del
evangelio de hoy. Nos habla de unos niños que sus madres acercaban a Jesús para
que los bendijera. Pero por allá andan los discípulos cercanos a Jesús que aun
necesitaran aprender muchas cosas que no quiere que se moleste al maestro con
chiquillerías. Querían escucharlo y estar cerca de El y eso, pensaban quizá,
era cosa de mayores, no de niños.
Pero ya vemos la reacción de Jesús. ‘No se lo impidáis… dejad que
los niños se acerquen a mí…’ y añade algo más y bien hermoso ‘de los que
son como ellos es el Reino de los cielos’. Ya en otros momentos había
puesto un niño en medio de ellos y les había enseñado que quien acogía a un
niño como aquel, lo acogía a El. Y es
que en aquella sociedad los pequeños no eran valorados, no eran tenidos en
cuenta. Y es lo que viene a enseñarnos Jesús. También el niño ha de ser
valorado, tiene su dignidad que hemos de respetar pues también es una persona.
Quizá en nuestra sociedad actual no se haga esa valoración negativa
del pequeño, del niño, pero sí nos daría para pensar en qué valoración hacemos
nosotros de todas las personas; también hay algunos quizá a los que
consideramos pequeños en tantas discriminaciones que nos hacemos entre unos y
otros; desde aquellos en los que cargamos el sambenito de lo que hayan podido
hacer en su vida y ya no nos los vamos a valorar ni tener en cuenta, o ya sea
desde discriminaciones de raza o de origen a los que mermamos en sus derechos;
los consideramos pequeños, por decirlo con frase suave, y si no pensemos en lo
que hacemos o estamos haciendo con los emigrantes que llegan a nuestras tierras
buscando una vida mejor y más digna, huyendo de guerras y de miserias, a los
que negamos una acogida con toda dignidad.
Yo pienso de forma muy concreta en esos emigrantes que a las puertas
de la Iglesia o en las puertas del supermercado están pidiéndonos una ayuda
pero ante los que tantas veces pasamos sin ni siquiera mirarles a la cara para
desearles unos buenos días. Mucho tendríamos que pensar en todo esto cuando
decimos que nosotros queremos vivir el Reino de Dios.
Hoy al hablarnos de los niños que tendríamos que acoger nos decía
Jesús que de los que son como ellos es el Reino de los cielos. Hacernos niños,
sencillos, humildes, abiertos de corazón, con generosidad espontánea en nuestra
vida. De cuantas cosas tenemos que adornar nuestro corazón para que en verdad
acojamos el Reino de Dios en nuestra vida.