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sábado, 21 de mayo de 2016

Toda persona merece nuestro respeto y la valoración de su dignidad

Toda persona merece nuestro respeto y la valoración de su dignidad

 Santiago 5,13-20; Sal 140; Marcos 10,13-16

Toda persona merece nuestro respeto y la valoración de su dignidad. Y cuando decimos toda persona es toda persona, sea pequeño o mayor, sea de la condición que sea porque de ninguna manera debemos encasillarla desde nuestros prejuicios o valoraciones subjetivas.
Creo que es una primera enseñanza que nos ofrece el texto del evangelio de hoy. Nos habla de unos niños que sus madres acercaban a Jesús para que los bendijera. Pero por allá andan los discípulos cercanos a Jesús que aun necesitaran aprender muchas cosas que no quiere que se moleste al maestro con chiquillerías. Querían escucharlo y estar cerca de El y eso, pensaban quizá, era cosa de mayores, no de niños.
Pero ya vemos la reacción de Jesús. ‘No se lo impidáis… dejad que los niños se acerquen a mí…’ y añade algo más y bien hermoso ‘de los que son como ellos es el Reino de los cielos’. Ya en otros momentos había puesto un niño en medio de ellos y les había enseñado que quien acogía a un niño como aquel, lo acogía a El.  Y es que en aquella sociedad los pequeños no eran valorados, no eran tenidos en cuenta. Y es lo que viene a enseñarnos Jesús. También el niño ha de ser valorado, tiene su dignidad que hemos de respetar pues también es una persona.
Quizá en nuestra sociedad actual no se haga esa valoración negativa del pequeño, del niño, pero sí nos daría para pensar en qué valoración hacemos nosotros de todas las personas; también hay algunos quizá a los que consideramos pequeños en tantas discriminaciones que nos hacemos entre unos y otros; desde aquellos en los que cargamos el sambenito de lo que hayan podido hacer en su vida y ya no nos los vamos a valorar ni tener en cuenta, o ya sea desde discriminaciones de raza o de origen a los que mermamos en sus derechos; los consideramos pequeños, por decirlo con frase suave, y si no pensemos en lo que hacemos o estamos haciendo con los emigrantes que llegan a nuestras tierras buscando una vida mejor y más digna, huyendo de guerras y de miserias, a los que negamos una acogida con toda dignidad.
Yo pienso de forma muy concreta en esos emigrantes que a las puertas de la Iglesia o en las puertas del supermercado están pidiéndonos una ayuda pero ante los que tantas veces pasamos sin ni siquiera mirarles a la cara para desearles unos buenos días. Mucho tendríamos que pensar en todo esto cuando decimos que nosotros queremos vivir el Reino de Dios.
Hoy al hablarnos de los niños que tendríamos que acoger nos decía Jesús que de los que son como ellos es el Reino de los cielos. Hacernos niños, sencillos, humildes, abiertos de corazón, con generosidad espontánea en nuestra vida. De cuantas cosas tenemos que adornar nuestro corazón para que en verdad acojamos el Reino de Dios en nuestra vida.

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