Dejad
que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como
ellos es el reino de Dios
Santiago 5,13-20; Salmo 140; Marcos
10,13-16
‘Pareces un niño’, quizás nos
dijeron un día y no nos agradó mucho. ¿Me están diciendo que soy infantil?
Todos queremos parece mayores, a todos nos gustaría que nos trataran como
adultos; siendo jóvenes no nos agradaba que nos dijeran ‘niño’, porque eso nos
parecía que nos ofendía, porque nos gustaba que nos trataran ya como mayores.
¿Parezco niño porque mi manera de
actuar es infantil, llenos de caprichitos y de mimos? ¿Parezco niño porque
parece que actúo con ingenuidad y no tengo malicia para vislumbrar la malicia
que pueden estar ocultando los demás? Pero ¿qué tiene de malo la ingenuidad si
me la tomo como un quitar malicias del corazón, no andar con segundas
intenciones ocultas, mostrarme de una forma llana y sencilla?
Nos daría mucho que pensar eso de que
nos traten o nos consideren como niños. Porque en la inocencia del niño hay
algo que significa cercanía, humildad, sencillez; mientras no echemos a perder
esa inocencia hay algo muy bonito en ese trato de unos y otros siempre llenos
de alegría, siempre con la risa y la carcajada a flor de pies, podríamos decir,
porque fácilmente se superan los orgullos, tenemos abierto el corazón y todos
son mis amigos, como suelen decir los niños, aunque haga un momento que se
hagan conocido, han jugado juntos con alegría y ya son amigos para siempre.
Creo que en la vida nos hace falta
mucho de eso. Andamos demasiado envarados, demasiado metidos en nuestros
castillos o subidos a nuestros pedestales, con demasiado orgullo que va creando
rivalidades, resentimientos, envidias, desconfianzas. No terminamos de entender
que este mundo no es para buscar exclusividades y poner barreras, sino para
saber hacer camino juntos y tendiéndonos las manos los unos a los otros.
Es la lección que Jesús quiere darnos
hoy. Ese corazón lleno de ternura de Jesús hacía que todos quisieran acercarse
a El, estar a su lado, no perderse ninguna de sus palabras, sintiendo el gozo
de su presencia. Diríamos que tenía que surgir de forma espontánea, que las
madres llevaran a sus niños hasta Jesús para que los bendijera, para que
impusiera sus manos sobre ellos; y ya sabemos que cuando los niños se sienten
queridos se llenan de confianza, y entonces serían los propios niños los que
buscarían a Jesús.
Pero como siempre sucede hay algunos
que les molestan los gritos o las risas de los niños; allá estaban los discípulos
cercanos a Jesús poco menos que haciendo guardia en torno a Jesús para que
nadie se propasara; quizás lo querían solo para ellos; pero los juegos y los
gritos espontáneos de los chiquillos podían convertirse en una molestia. Y no
había que molestar al maestro. Por eso los veremos apartando a los niños para
que no molestaran a Jesús.
Pero Jesús sale al paso de este fervor
tan entusiasta de sus discípulos cercanos. ‘Dejad que los niños se acerquen
a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios’.
Jesús quiere que los niños estén con El. Pero es que Jesús les dice algo más. ‘De
los que son como ellos es el Reino de Dios’.
Tanto que Jesús había venido anunciando
el Reino de Dios y ahora nos da una característica muy importante, que por
supuesto no estaba olvidada en toda la predicación de Jesús. Pero ahora nos
pone a los niños como ejemplo de lo que han de ser esas actitudes del Reino de
Dios. Hay que ser como los niños. Y aquí aparece la inocencia y la ingenuidad
de la que veníamos hablando, aquí viene la alegría y la cercanía, aquí vienen
las confianzas que hacen pronto amistad porque todos tenemos que queremos como
hermanos, aquí está la humildad y la sencillez con que hemos de saber caminos
los unos junto a los otros, aquí está todo ese derribar barreras y pedestales
para saber encontrarnos y para saber amarnos siempre. Es lo que tenemos que
vivir en el Reino de Dios, que en los niños vemos reflejado, como nos dice Jesús
hoy.
Por eso nos hablará de acogida, acogida
al niño y al pequeño – y qué importante era eso en aquella sociedad donde los
pequeños y los pobres nada valían y nunca se contaba con ellos – como signo y
señal de esa acogida que tenemos que saber hacernos en todo momento los unos a
los otros. ‘En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un
niño, no entrará en él’. Que sintamos, entonces, sobre nosotros esa bendición
de Dios, como Jesús bendecía a los niños.