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sábado, 26 de septiembre de 2020

Los cristianos seguimos teniendo miedo por la superficialidad con que vivimos nuestra fe que nos hace cobardes y débiles a la hora de proclamar los valores del evangelio

 


Los cristianos seguimos teniendo miedo por la superficialidad con que vivimos nuestra fe que nos hace cobardes y débiles a la hora de proclamar los valores del evangelio

Eclesiastés 11, 9 – 12, 8; Sal 89; Lucas 9, 43b-45

‘Meteos bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres… Pero ellos no entendían este lenguaje… y les daba miedo preguntarle sobre el asunto’. Es prácticamente el breve texto que nos ofrece hoy el evangelio. No entendían y les daba miedo preguntarle.

El miedo muchas veces nos paraliza. Viene frente a nosotros corriendo un perro furioso y amenazante y nos quedamos paralizados por el terror sin saber qué hacer. Es ante cualquier accidente en el que nos vemos involucrados o ante una amenazante catástrofe natural que sentimos miedo. Pero no son solo esos los miedos que nos afectan en la vida. Sicológicamente nos vemos presionados en un momento determinado y en la duda o ante la presión sentimos miedo en nuestro interior ante lo que tenemos que hacer o cómo tenemos que reaccionar.

Hay momentos de angustia y desasosiego, problemas que se acumulan, responsabilidades que tenemos que asumir, situaciones críticas en la sociedad como lo que ahora mismo estamos viviendo y tememos ante el futuro, tememos porque no sabemos cómo encontrar una salida; nos embarcan en una tarea inesperada que nos dicen que podemos desarrollar, pero que en el fondo vemos nuestras debilidades y las carencias que podamos tener y nos acobardamos en nuestros temores, casi preferimos eludir lo que quieren confiarnos, estamos dispuestos a huir en estampida antes de tener que asumir esas funciones. El que se siente ignorante y pobre teme ante el que se manifiesta poderoso y autosuficiente poniéndose por encima de nosotros. Tantos miedos…

Muchas situaciones por las que podemos pasar; muchas situaciones en las que nos podemos sentir acobardados; muchas situaciones llenas de dudas y de incertidumbres; muchas situaciones en las que tenemos que enfrentarnos a momentos que sabemos que no son fáciles pero que sabemos que ahí tenemos algo que hacer o que decir; muchas situaciones en que en nuestros miedos nos sentimos desbordados y eso nos hace quizá encerrarnos más en nosotros mismos y escondernos o huir para no tener que enfrentarnos. Muchas situaciones muy humanas, porque muestran nuestra debilidad, pero también podrían hacernos ver la fortaleza que desde nuestro interior tenemos para afrontar la vida con valentía.

Nos hablaba el evangelio del miedo de los discípulos a preguntar ante los anuncios que Jesús hacía de momentos que iban a ser muy difíciles y que para todos iban a ser una gran prueba. Esto nos ha dado pie a pensar en nuestros miedos, pero esto tendría que hacernos dar más pasos en nuestra reflexión para ver también donde se manifiestan esos miedos en nuestro caminar como cristianos.

Quizá nos sea fácil entrar en juicio contra los apóstoles por sus miedos, pero no somos capaces de ver los nuestros. Empezando porque muchas veces de entrada nos hacemos algunas reservas en lo que tendría que ser nuestro seguimiento de Jesús, nuestra vida cristiana. ¿No habremos dicho alguna vez hasta aquí llego, pero que no me pidan más porque a tanto no voy a llegar? Cuando escuchamos la Palabra del Señor y tratamos de hacerlo con sinceridad llega un momento quizá en que nos llenamos de temores, porque vemos que cada vez se nos pide más, aparecen nuevas exigencias en nuestra vida cristiana y quizá a tanto no estamos dispuestos.

¿Y qué sucede con el testimonio que tenemos que dar ante los demás? Quizá, quizá negar nuestra fe no lo hacemos, pero tratar de disimularla, callarnos ante situaciones embarazosas donde nos veríamos comprometidos, son salidas concurrentes que nos damos. En esta sociedad que vivimos en que parece que nos sentimos apabullados por los que tienen otras ideas u otros principios, muchas veces quizá preferimos pasar desapercibidos, porque no nos sentimos fuertes y seguros para dar una razón de nuestra fe y de nuestra esperanza, y tratamos de diluirnos en medio de los demás.

A la hora de plantear ante la sociedad los principios en los que creemos y que animan nuestra fe y sobre los que construir nuestra sociedad lo menos que aparecen son los principios y valores cristianos porque falta entre los dirigentes de nuestra sociedad quienes estén de verdad imbuidos por esos principios y entonces vamos dejando y dejando que sean otros los que traten de imponer sus maneras y sus estilos; luego quizá en las esquinas o en las comidillas de bar hablamos y decimos muchas cosas, pero donde hay que defender esos valores nadie da la cara. Y eso que decíamos que venimos de una sociedad fundamentada en principios cristianos.

Son los miedos que los cristianos seguimos teniendo, porque no hemos aprendido a fortalecernos en el Espíritu del Señor que es el que anima nuestra vida. Vivimos con mucha superficialidad nuestra fe y eso nos hace débiles, cobardes y miedosos y no somos capaces de dar la cara por los valores del evangelio y del Reino de Dios.

viernes, 25 de septiembre de 2020

Una interpelación que se nos hace que está esperando una respuesta desde la vida de lo que significa Jesús para nosotros

 


Una interpelación que se nos hace que está esperando una respuesta desde la vida de lo que significa Jesús para nosotros

Eclesiastés 3, 1-11; Sal 143; Lucas 9, 18-22

En la vida, ya sea desde que somos jóvenes o ya en nuestra vida adulta siempre hay una persona que es como una referencia para nosotros, bien porque en ella hayamos puesto nuestra confianza y sabemos que siempre podemos contar con ella, o ya sea porque la rectitud de su vida, la entrega que vemos que es capaz de hacer por los demás nos sirve como estímulo para nuestro personal caminar.

Quizás desde niño nuestro padre o nuestra madre, un hermano mayor, un pariente cercano a nosotros con el que mantenemos buena relacion, ya sea porque ya mayor un día llegó a nuestra vida esa persona que siempre tuvo para nosotros una palabra certera, un buen consejo, un decirnos la verdad quizá de nosotros mismos, y ya para nosotros es como un apoyo, una referencia como decíamos, que nos estimula y nos hace levantar el vuelo en tantos momentos en que quizá estamos decaídos.

Siempre podemos encontrar ese amigo, ese confidente, ese hombro sobre el que descansar en nuestros momentos duros y que con él a nuestro lado parece que nos sentimos más fuertes para nuestras luchas. Ojalá no nos falte ese apoyo humano y espiritual en ese alguien con quien un día nos cruzamos en la vida y que se quedó con nosotros.

Desde esa experiencia humana que de una forma o de otra habremos vivido en nuestra vida, yo me pregunto ahora qué significaba Jesús en la vida de sus discípulos más cercanos, incluso de aquellos a los que ya llamaba apóstoles porque hacían ya su vida junto a Jesús. En distintos momentos y en distintas circunstancias cada uno de ellos se había ido encontrando con Jesús; habría surgido la inquietud en sus corazones cuando le escuchaban hablar allá junto al lado o los sábados en la sinagoga; algunos habían sido invitados expresamente por Jesús para formar parte del grupo, otros de una forma o de otra habían ido en su búsqueda y se habían quedado atrapados junto a El. Ya finalmente no sabían vivir sin El, a todas partes le seguían, y con El habían emprendido un camino que ellos mismos aun no sabían ni a donde les llevaba.

Y es a ellos, en uno de esos caminos en que incluso se habían alejado bastante del lago de Tiberíades porque andaban allá cercanos a las fuentes del Jordán, fue Jesús el que directamente les lanzó la pregunta, la doble pregunta en la que tendrían que decantarse para manifestar con sinceridad lo que El significaba para ellos.

La pregunta fue doble. ‘¿Quién dice la gente que soy yo?’ Era una forma de entrar en el tema. La opinión de la gente, lo que la gente decía cuando le escuchaba hablar, cuando veía sus signos y milagros. Y la gente comentaba la autoridad con que Jesús hablaba no como los escribas y maestros de la ley, y decían que Dios había visitado a su pueblo por el poder con que actuaba sobre los espíritus inmundos o como curaba a los enfermos solamente con su palabra o alguna vez incluso dejándose tocar la orla de su manto; y la gente lo consideraba un profeta porque nunca habían visto cosa igual, y ya lo comparaban con los grandes profetas de la antigüedad o recordaban al más reciente Juan el que bautizaba junto al Jordán.

Pero Jesús no quiere quedarse ahí, porque la interpelación era más directa para aquellos que estaban más cercanos a El, aquellos que le seguían a todas partes, aquellos que convivían incluso en la misma casa, aquellos que eran testigos más directos de los milagros de Jesús o que de El escuchaban explicaciones más concretas de lo que enseñaba a la gente. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ La respuesta esta pregunta era más comprometida y podemos imaginar el silencio que se haría en torno a Jesús, las miradas que unos a otros se dirigían a ver quien rompía a hablar, lo que con su mirada se interrogaban unos a otros, ¿qué vamos a responder?

Ahora ya no se trataba de reflejar lo que otros decían, ahora era expresar lo que ellos sentían; ahora no era cuestión de decir palabras aprendidas de memoria, sino sacar de lo hondo del corazón lo que ellos sentían por Jesús. Aquello que de alguna manera expresaban sin palabras cuando iban siguiendo su camino ahora había que expresarlo y eso muchas veces cuesta porque no encontramos las palabras. ¿Qué podemos decir de un amigo al que queremos mucho y al que tenemos como referencia de nuestra vida como antes veníamos reflexionando? Muchas veces no encontramos palabras.

Será Simón Pedro el que se adelante a confesar ‘para nosotros eres el Mesías’. Así simplemente lo sentían aunque quizá en altavoz no se habían atrevido a decirlo nunca, aunque en sus mentes estaban en aquellas confusiones que se tenían sobre sueños de poder y de grandeza. Pero ahora están hablando de una forma distinta; otro evangelista cuando nos narra este mismo hecho pondrá en labios de Jesús una alabanza para la respuesta de Pedro pero diciendo que si ha sido capaz de decirlo es porque lo inspirado el Padre del cielo en su corazón.

Pero la pregunta del evangelio no va dirigida solo a los apóstoles que aquel día con Jesús estaban. La pregunta, la interpelación va dirigida a ti y a mí, a nosotros que hoy estamos escuchando y meditando este evangelio. ¿Cuál es la respuesta vital que cada uno de nosotros hemos de dar? Yo ahora no añado nada, sino que nos toca detenernos para ver qué es lo que nosotros, cada uno, sentimos por Jesús, lo que para cada uno significa Jesús en su vida. Hay una respuesta que tenemos que dar.

jueves, 24 de septiembre de 2020

El evangelio de Jesús será vida para mi vida, luz en mi oscuridad, vademécum en mi camino, viático que me alimenta y me conforta en cualquier momento de mi vida

 


El evangelio de Jesús será vida para mi vida, luz en mi oscuridad, vademécum en mi camino, viático que me alimenta y me conforta en cualquier momento de mi vida

Eclesiastés 1, 2-11; Sal 89; Lucas 9, 7-9

‘El tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba sobre Jesús y no sabía a qué atenerse…’ Le llegaban noticias de Jesús. Aunque muy enfrascado estuviera con sus fiestas y banquetes, con su vida regalada y sensual, las noticias de Jesús traspasaban también las fronteras de palacio y le llegaban a Herodes. Lo que escuchaba la inquietaba, al final se nos dirá que tenía curiosidad por conocer a Jesús. Pero la inquietud podía venir también de una conciencia que no está tranquila.

Y es que cuando le hablaban de Jesús algunos se hacían eco de las cosas que en su imaginación se decía de Jesús. Recordamos que cuando Jesús pregunta a sus discípulos lo que la gente pensaba de El, le comparan con un profeta de los antiguos y le comparan también con Juan Bautista que había sido degollado por Herodes. Y ya sabemos que entre comparar una persona y otra y llegar a la confusión de que era como una resurrección – hoy la gente diría reencarnación – de Juan, era un paso muy fácil de traspasar. Y de ahí vendrían también los remordimientos de Herodes, porque reconocía lo que había hecho y sentía, es cierto, que había hecho mal por dejarse embaucar por aquella mujer con la que convivía, la mujer de su hermano.

Estamos viendo las inquietudes e interrogantes que la figura de Jesús provoca en las gentes. Su fama se extendía y llegaba a todas partes. Hoy estamos escuchando como en su inquietud Herodes también tenía deseos de conocer a Jesús. Podríamos preguntarnos, quizá, por qué era esa inquietud y esa curiosidad. ¿También escucharía con gusto a Jesús, como nos dice que en ocasiones escuchaba a Juan el Bautista?

Sí sabemos que cuando tiene ocasión de un cara a cara con Jesús, ya en los momentos de la pasión cuando Pilatos se lo envía para que lo juzgue ya que Jesús provenía de Galilea y eso era territorio de Herodes que en aquella ocasión con motivo de la fiesta de la pascua estaba en Jerusalén, quiere poco menos que convertirlo en una marioneta para que lo divirtiera a él y su corte, seguro que aburridos en Jerusalén. Pero Jesús no le dirigió ni una palabra.

Pero poco importa ahora los motivos que tuviera Herodes para sentir curiosidad por Jesús y querer conocerlo. Nos ayuda lo que podamos ver reflejado en los demás, pero lo importante es que nosotros lo estamos escuchando como Palabra de Dios que llega a nosotros, Palabra que Dios quiere dirigirnos a nosotros de una forma directa en este momento. Es así como un cristiano tiene siempre que escuchar la Palabra de Dios, acercarse a la Biblia para leerla y escucharla en su corazón. Por eso, en estos momentos, lo importante es la interpelación que desde la Palabra de Dios podamos estar recibiendo nosotros.

Cuando escuchamos el evangelio ¿nos sentimos de alguna manera interpelados por la Palabra de Dios? ¿Qué es lo que nos lleva a leer y escuchar el evangelio? Bien sabemos que muchos lo miran como un libro más, que algunos simplemente se acercan porque tienen curiosidad y quieren conocer cosas de Jesús, que algunos piensan en Jesús como un personaje de la historia interesante que merece la pena conocer pero sin dejar que esas palabras o esa vida de Jesús haga mella en sus vidas, que algunos incluso lo rechazan y lo miran como un libro de mitos y leyendas pero que son cosas que a los hombres de hoy ya no les dice nada. ¿Entraremos quizá en algunas de esas categorías?

Aquí es cuando con sinceridad tenemos que plantearnos qué buscamos, si sentimos en verdad que Dios nos habla a través del evangelio, de esos hechos y palabras de Jesús, hasta donde llega nuestra fe. Y es que al evangelio no nos podemos acercar de cualquier manera; no puede ser algo que leamos o escuchemos y ya lo demos por sabido, sino que tenemos que saber descubrir y escuchar lo que ahora en este momento me está diciendo a mi el evangelio.

Siempre tiene que ser una buena noticia, y si es noticia siempre tenemos que mirarlo como nuevo, como noticia que de parte de Dios llega ahora a mi vida. Así el evangelio será vida para mi vida, luz en mi oscuridad, vademécum en mi camino, viático que me alimenta y me conforta en cualquier momento de mi vida.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Anunciamos la Buena Nueva del Reino de Dios y tenemos en verdad que ir sanando nuestro mundo, sanándonos también desde dentro nosotros mismos

 


Anunciamos la Buena Nueva del Reino de Dios y tenemos en verdad que ir sanando nuestro mundo, sanándonos también desde dentro nosotros mismos

Proverbios 30, 5-9; Sal 118; Lucas 9, 1-6

‘Se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes’. Es lo que les había mandado Jesús; había escogido a los doce apóstoles, les había confiado su propia autoridad y ‘luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos’. Era lo que ahora realizaban.

Alguna vez hemos escuchado a algún comentarista, fundado no sé en qué, que había sido como un ensayo; Jesús preparaba a sus discípulos y a sus apóstoles y ahora los había enviado como una prueba de si estaban o no preparados. Me atrevo a decir que de ensayo nada, era la misión que les confiaba. Ahora aún estaba con ellos, pero sería lo que para siempre habían de realizar, tendríamos que realizar porque se trata de nuestra misión, la que nosotros también recibimos.

Era el anuncio del Reino al que tendrían que acompañar las señales de ese Reino de Dios; y nos habla de que iban curando por todas partes. Es cierto que se emplea la expresión de curar enfermos, pero era algo más que la sanación física de unas enfermedades o limitaciones físicas o corporales.

Curar, sanar es quitar el sufrimiento, es restablecer la vida, es arrancarnos de todo aquello que ponga limitaciones a nuestra vida; claro que pensamos primero que en nada en los sufrimientos corporales, una parálisis o una ceguera, unas fiebres o una lepra, las limitaciones que podamos tener para comunicarnos porque ni oímos ni podemos hablar pero bien sabemos que es mucho más. Son muchas las limitaciones que nos impiden caminar al paso de los otros o que merman nuestra comunicación, son muchos los sufrimientos que llevamos dentro de nosotros cuando nos encerramos tanto en nosotros y en nuestro orgullo que ya no podemos estar en contacto con los demás.

El otro día le escuchaba decir a una persona cuando ocasionalmente se le mencionó a un vecino que había fallecido, que esa persona estaba muerta para ella desde hacía mucho tiempo, y como cuando se pone a hervir un líquido comenzó a salir del corazón de aquella persona resabios antiguos, resentimientos y hasta en cierto modo odios guardados en el corazón que no hacían tanto daño al que había muerto y no se le perdonaba, sino era el daño y el dolor de aquella persona guardado en el corazón y del que nunca se había curado.

Por eso cuando Jesús nos envía, como hoy lo escuchamos, a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios y a curar la transformación profunda que se ha de realizar cuando se acepta el Reino de Dios es curarnos de todo ese sufrimiento que llevamos encerrado en el corazón y que tantas limitaciones y barreras vamos poniendo continuamente para que en verdad lleguemos a vivir en un mundo en que nos sintamos hermanos.

Tenemos que descubrir muy bien cuál es esa sanación, esa curación que Jesús quiere realizar en nosotros como signo de que hemos aceptado esa Buena Nueva del Reino de Dios; acudimos muy prontos al Señor pidiendo que nos cure de aquel dolor que tenemos en alguno de nuestros miembros o de aquella enfermedad que pueda poner en peligro nuestra vida o al menos pone muchas limitaciones en nosotros, pero nos olvidamos de pedir por ese dolor más hondo, de querer sanar de todas esas cosas que llevamos en el corazón y que nos impide de verdad ser hermanos.

Decir que vivimos en el Reino de Dios no es decir simplemente que hemos erradicado sufrimientos y enfermedades, o superado la pobreza en que pueden estar viviendo tantos. En eso se ha de manifestar también porque viviendo en el amor como hemos de vivir también serviremos de consuelo, ayudaremos en las necesidades o compartiremos lo que tenemos con los otros; pero vivir en el Reino de Dios es entrar en otra dinámica de la vida porque desterremos todos esos odios, toda esa falta de amor, todos esos orgullos y resentimientos que nos aíslan, nos dividen, nos separan a los unos de los otros.

Anunciamos la Buena Nueva del Reino de Dios y tenemos en verdad que ir sanando nuestro mundo, sanándonos también desde dentro nosotros mismos.

martes, 22 de septiembre de 2020

Tendremos momentos de duda y de oscuridad, tormentas y situaciones que nos parecen sin salida, pero sabemos dónde está la luz, vayamos en búsqueda de la Palabra de Dios


 

Tendremos momentos de duda y de oscuridad, tormentas y situaciones que nos parecen sin salida, pero sabemos dónde está la luz, vayamos en búsqueda de la Palabra de Dios

Proverbios 21, 1-6. 10-13; Sal 118; Lucas 8, 19-21

‘Vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él…’ así nos dice el evangelista. Tanto que la voz corre entre los que están más cercanos a Jesús que le dicen que ‘fuera están tu madre y tus hermanos’.

Ahora no vivimos tiempos de aglomeraciones por las circunstancias en las que estamos, pero todos habremos pasado por la circunstancia de que queremos acercarnos a alguien, queremos llegar a un punto determinado pero es tanta la gente que se nos vuelve inalcanzable. Quizá a codazos intentamos abrirnos paso. En concurrencias de mucha gente, en aglomeraciones por espectáculos, en una manifestación que convoca a mucha gente, en momentos de circunstancias especiales ya sean de fiesta ya sean también en situaciones difíciles, nos encontramos con esa dificultad.

Son muy diversas las situaciones de este tipo en un sentido físico en que podemos encontrarnos; pero también son otras búsquedas que podamos estar desarrollando en nuestro interior. Todos en la vida en un momento determinado se hacen eso que podríamos llamar preguntas fundamentales sobre el sentido de la vida, que lleva incluido quizá una pregunta por el más allá y la trascendencia que le podemos dar a la vida, o incluso sobre el mismo sentido de Dios.

Pueden ser esos interrogantes que en lo más hondo de nosotros surgen en momentos difíciles donde nos preguntamos por el sentido de las cosas; por pensar en cosas concretas, la misma situación en que vivimos en estos momentos nos llenan de preguntas a las que no encontramos respuestas. Son momentos de dolor ante una desgracia en una catástrofe, ante un accidente inesperado, ante una muerte repentina, ante una enfermedad que se alarga parece que sin piedad para quien la sufre.

Nos encontramos como paralizados, hay como barreras que se nos atraviesan en la mente, que se nos atraviesan dentro de nosotros mismos, que nos impiden llegar a encontrar un rayito de luz que nos dé esperanza. Queremos llegar y parece que no podemos, muchas barreras, muchas amarguras quizás se interponen en nuestro camino. ¿Habrá quien nos eche una mano? ¿Habrá alguien que nos pueda alcanzar algo de luz? ¿Habrá quien nos abra un camino que nos haga encontrar un valor y un sentido? Hemos de tener la humildad de dejarnos ayudar, aunque nos tengamos que tragar nuestros orgullos.

Hemos arrancado esta reflexión desde ese momento en que María quería llegar hasta Jesús, y serán algunas personas con buena voluntad las que le quieran abrir camino y por eso le señalan a Jesús que allí están su madre y sus hermanos. Y hemos venido hablando de esos caminos de búsquedas tantas veces llenos de dificultades y de oscuridades.

Unos caminos que sí, es cierto, tenemos que hacer personalmente, porque es encontrar esa luz y ese sentido para mi vida; pero un camino que no podemos olvidar que estamos haciendo también junto a tantos que viven esos mismos interrogantes, que también están buscando la luz. Es cierto también que muchas veces los que nos rodean, o el sentido de vivir de tantos a nuestro lado no nos ayuda, pueden ser un estorbo, un obstáculo porque nos lleven a la confusión.

Pero también tenemos una seguridad y es que encontrándonos con Jesús vamos a encontrar esa luz, esa verdad para nuestra vida, ese sentido para nuestro vivir, ese camino que nos conduzca a la plenitud de nuestra existencia. Ya nos lo dice El en otro momento que es el Camino, y la Verdad, y la Vida, y nadie podrá llegar a esa plenitud sino por El.

¿No será eso lo que de alguna manera nos está señalando hoy Jesús con sus palabras en el Evangelio? Cuando le dicen que allí están su madre y sus hermanos nos dice el evangelista que señalando a los que estaban a su alrededor les dice: ‘Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen’. Escuchando la Palabra de Dios y llevándola a la vida encontramos ese camino, esa respuesta, esa luz que necesitamos. Y estas palabras de Jesús no son un desprecio a su madre ni mucho menos, porque María fue la primera que escuchó y plantó en su corazón la Palabra de Dios. María escuchó a Dios en la voz del ángel de Nazaret y plantó esa Palabra en su corazón. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra’, respondió al ángel.

Buscamos, nos interrogamos, nos planteamos cosas, deseamos la luz y el sentido de nuestra vida, vayamos a la Palabra de Dios, vayamos al encuentro con Jesús. Escuchando su Palabra en nuestro corazón se abrirán caminos en nuestro corazón para llegar a Dios, pero también para llegar a los demás con un sentido nuevo, y para llegar a lo más hondo de nosotros mismos para encontrar esa plenitud que tanto ansiamos. Podrá haber momentos de duda y de oscuridad, podrá haber tormentas en la vida y situaciones embarazosas de las que no sabemos como salir, pero sabemos donde está la luz, vayamos en su búsqueda en la Palabra de Dios.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Mateo aprendió del resplandor de los ojos de Jesús y qué mirada tan bonita de Cristo nos ha dejado reflejada en su evangelio para que podamos conocer de verdad a Jesús

 


Mateo aprendió del resplandor de los ojos de Jesús y qué mirada tan bonita de Cristo nos ha dejado reflejada en su evangelio para que podamos conocer de verdad a Jesús

Efesios 4, 1-7. 11-13; Sal 18; Mateo 9, 9-13

La vida está llena de contrastes, de luces y de sombras, de miradas limpias y de corazones turbios. No es difícil encontrarnos esos contrastes llenos de sombras ante un mismo acontecimiento y con diversidad de personas alrededor. Cada uno tiene su mirada que no siempre es mutuamente enriquecedora, sino que depende del filtro que tengamos ante nuestros ojos, del filtro que tengamos en nuestra mente ante lo que estamos contemplando o lo que sucede en nuestra presencia. Así será la opinión o el juicio que le hagamos a las personas que contemplamos, así son las interpretaciones que haces de cuanto sucede. Esa diversidad desde un aspecto positivo podría ser enriquecedora, pero en la negatividad que llevamos muchas veces en nuestro corazón resultará más bien destructiva.

Es la diversidad de matices y de opiniones que contemplamos en el pasaje del evangelio que hoy se nos propone. No era la misma la mirada de Jesús a Leví, el recaudador de impuestos a quien Jesús llama a seguirle, que la opinión que tenían de él, incluso podríamos decir que por prejuicio, los escribas y fariseos que vemos en el entorno.

Es cierto que era un recaudador de impuestos y éstos tenían mala fama y eran mal considerados por los judíos, que los tenia como unos colaboracionistas con el poder extranjero, y como todos los que manejaban dineros – como sigue sucediendo hoy – ya por eso se les consideraba siempre como unos ladrones. Ya se llevaban el sobrenombre de publicanos o pecadores.

Pero Jesús quiere contar con él. Y es que Jesús mira con una mirada distinta al hombre, a la persona, no pone por medio ese filtro de maldad al que tan dados somos nosotros. Y lo invita a seguirle y va a formar parte no solo de los discípulos en general, sino que formará parte del grupo de los Doce, especialmente escogidos por Jesús. Mientras, los fariseos porque Jesús come con Mateo y sus amigos los publicanos en aquel banquete que le ofrece a Jesús, ya estaban con sus prejuicios y condenas, criticando que Jesús comiera con lo que ellos consideraban pecadores.

Pero Jesús tiene una respuesta para resaltar lo que es la misericordia de Dios que El refleja en sus posturas y actitudes y en toda su vida. El médico no es para los sanos, sino para los enfermos y El ha venido a curar y a salvar. ‘Aprended lo que significa Misericordia quiero y no sacrificio: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores’.

Claro que también tendríamos que resaltar otros momentos de luz que podemos contemplar en este pasaje. Es la prontitud con que Mateo responde, en contraste con esa actitud reticente de los que se creían justos, como sucedía con los fariseos. ‘Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme. Él se levantó y lo siguió’. Aparte de lo que hemos dicho de la mirada luminosa de Jesús hacia el corazón de aquel hombre al que llama, tenemos que destacar esta prontitud de respuesta; podría ser un pecador, era considerado como decíamos un publicano, pero allí estaba pronto para seguir a Jesús, - ‘se levantó’ inmediatamente - dejándolo todo.

Mucho nos dice para nuestra vida. Ya hacíamos referencia al principio de esos claroscuros que muchas veces encontramos también en nuestro corazón. No es solo el contraste que podemos contemplar en las opiniones, juicios y prejuicios de los que nos rodean, sino que es algo que muchas veces nos sucede en nuestro propio interior. Por la malicia que quizás tengamos dentro de nosotros mismos, por las influencias que podemos recibir del mundo que nos rodea, por la timidez o la cobardía con que algunas veces actuamos en que no somos capaces de enfrentarnos a lo negativo de los demás ofreciendo nuestra opinión, ese lado positivo de las cosas en el que tenemos que fijarnos.

Nos vemos envueltos en ese torbellino y demasiados cristales tamizados llevamos delante de nuestros ojos. Cuando el cristal está muy tamizado con colores predeterminados nos sucede como con esas gafas que cuanta más luz reciben más oscuras se nos vuelven y así vemos tantas veces la vida con tanta oscuridad y negatividad aunque hubiera mucha luz alrededor.

Mateo aprendió, podríamos decir, de esa mirada de Jesús y qué mirada tan bonita de Cristo nos ha dejado reflejada en su evangelio para que podamos conocer de verdad a Jesús. Hoy estamos, precisamente, celebrando la fiesta de san Mateo, apóstol y evangelista.

domingo, 20 de septiembre de 2020

La verdadera riqueza de las personas no está en lo material que acumulamos sino en la generosidad con que nos damos compartiéndonos a nosotros mismos

 


La verdadera riqueza de las personas no está en lo material que acumulamos sino en la generosidad con que nos damos compartiéndonos a nosotros mismos

Isaías 55, 6-9; Sal 144; Filipenses 1, 20c-24. 27ª; Mateo 20, 1-16

Todos trabajamos por algo. Cuando terminamos nuestra jornada queremos llevarnos a casa el fruto de nuestro trabajo con el que cubrir nuestras necesidades; jornal suele llamarse a esa ganancia que hemos tenido con nuestro esfuerzo y con nuestro trabajo de la jornada. Es cierto que los sistemas de pago suelen ser hoy de otra manera, pero todos queremos recibir el fruto del trabajo que realizamos. Pero ¿realmente todo lo hacemos por ese interés material o pecuniario o en la vida hacemos otras cosas no solo desde esos intereses económicos?

Hoy nos propone Jesús una parábola que creo que podría hacernos pensar en esos intereses, esas ganancias o esa riqueza de la vida que va más allá de lo material porque hay otros valores que engrandecen a la persona y son la verdadera riqueza de su vida. La parábola en si misma habla de algo tan normal como que un propietario que necesita jornaleros que trabajen en su vida, va a la plaza en la mañana, pero nos dice también en otras horas del día, incluso hasta el atardecer, a contratar quien vaya a trabajar en sus campos. Ha quedado con ellos en un denario y al final del día paga a sus trabajadores el denario convenido.

Pero es aquí donde está la paradoja de la parábola y donde tenemos que saber encontrar el mensaje que Jesús quiere transmitirnos. A todos ha pagado por igual, tanto los que comenzaron en la mañana, como los que llegaron a trabajar cuando casi caía la tarde, lo que va a motivar la protesta de los que trabajaron desde la mañana aunque con ellos había quedado en ese precio. No pretende la parábola darnos lecciones de justicia social o laboral, en eso realmente no entra. Lo que pretende es presentarnos la figura de aquel hombre que tiene otros valores, que no es el buscar más o menos el rendimiento en este caso de su dinero en el trabajo realizado por aquellos jornaleros sino mostrarnos la generosidad de su corazón.

Ya nos está manifestando unos valores humanos muy ricos en esa búsqueda de trabajadores en la plaza donde sabe que hay gente que está sin hacer nada y que necesita trabajar; no importa que sea a hora temprana, a media mañana o al caer la tarde. Allí hay gente con necesidad de trabajar que nadie ha contratado, como le responden cuando les pregunta que como es así que han estado todo el día mano sobre mano sin hacer nada. ‘Nadie nos ha contratado’, le responden y él los manda a su viña. ¿Le mueve solamente el sacar el trabajo adelante o hay un interés por la persona y por aquellos que están allí en su necesidad sin hacer nada?

Creo que esto tendría que hacernos pensar en el uso que nosotros hacemos de nuestros bienes, en cómo nosotros seríamos capaces de contribuir con lo nuestro y con nuestra generosidad a hacer algo bueno por los demás. Cuando medito en esta parábola siempre recuerdo la confidencia que me hacía en una ocasión un empresario que me decía que realmente él no tenía necesidad de volverse loco con nuevos proyectos o empresas, pero que lo hacía pensando en la gente a la que podía dar trabajo con eso nuevo que emprendía.

La parábola quiere ayudarnos a comprender la grandeza del corazón humano cuando lo llenamos de generosidad y somos capaces de pensar en los demás, cuando no nos encerramos en nosotros mismos y en nuestros propios intereses y ganancias y somos capaces de pensar que con lo que somos podemos contribuir mucho a hacer más felices a las personas que están a nuestro lado. Son esas personas generosas, altruistas, que dedican su tiempo, que desarrollan sus valores y cualidades, que son capaces de comprometerse para poner su granito de arena en hacer que ese mundo que les rodea sea cada día mejor.

Quizá esa salida de aquel propietario a la plaza en las distintas horas del día para buscar jornaleros para su viña sea una interpelación que se nos está haciendo preguntándonos qué es lo que hacemos con los brazos cruzados sin hacer nada. Ya sé que siempre nos escudamos en que no tenemos tiempo, que tenemos nuestras responsabilidades y cosas que hacer, que tenemos que atender a nuestras cosas o nuestras familias, que también tenemos nuestras aficiones, pero muchas veces son pantallas tras las que queremos ocultarnos para rehuir el compromiso.

Lo que necesitamos es querer, despertar de ese letargo en que nos adormilamos en nuestras rutinas, o levantarnos de esos miedos que nos paralizan. Serían tantas las cosas hermosas que podríamos realizar con lo que haríamos resplandecer nuestros valores, y con lo que lograríamos un mundo mejor y con gente más feliz. Que la verdadera riqueza de las personas no está en los bienes materiales que acumulemos sino en la generosidad con que nos damos por los demás compartiendo no solo nuestras cosas sino compartiéndonos a nosotros mismos.