Los
cristianos seguimos teniendo miedo por la superficialidad con que vivimos
nuestra fe que nos hace cobardes y débiles a la hora de proclamar los valores
del evangelio
Eclesiastés 11, 9 – 12, 8; Sal 89; Lucas 9,
43b-45
‘Meteos bien en los oídos estas palabras:
el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres… Pero ellos no
entendían este lenguaje… y les daba miedo preguntarle sobre el asunto’. Es prácticamente el breve texto que nos ofrece hoy el
evangelio. No entendían y les daba miedo preguntarle.
El miedo muchas veces nos paraliza.
Viene frente a nosotros corriendo un perro furioso y amenazante y nos quedamos
paralizados por el terror sin saber qué hacer. Es ante cualquier accidente en
el que nos vemos involucrados o ante una amenazante catástrofe natural que
sentimos miedo. Pero no son solo esos los miedos que nos afectan en la vida.
Sicológicamente nos vemos presionados en un momento determinado y en la duda o
ante la presión sentimos miedo en nuestro interior ante lo que tenemos que
hacer o cómo tenemos que reaccionar.
Hay momentos de angustia y desasosiego,
problemas que se acumulan, responsabilidades que tenemos que asumir,
situaciones críticas en la sociedad como lo que ahora mismo estamos viviendo y
tememos ante el futuro, tememos porque no sabemos cómo encontrar una salida;
nos embarcan en una tarea inesperada que nos dicen que podemos desarrollar,
pero que en el fondo vemos nuestras debilidades y las carencias que podamos
tener y nos acobardamos en nuestros temores, casi preferimos eludir lo que
quieren confiarnos, estamos dispuestos a huir en estampida antes de tener que
asumir esas funciones. El que se siente ignorante y pobre teme ante el que se
manifiesta poderoso y autosuficiente poniéndose por encima de nosotros. Tantos
miedos…
Muchas situaciones por las que podemos
pasar; muchas situaciones en las que nos podemos sentir acobardados; muchas
situaciones llenas de dudas y de incertidumbres; muchas situaciones en las que
tenemos que enfrentarnos a momentos que sabemos que no son fáciles pero que
sabemos que ahí tenemos algo que hacer o que decir; muchas situaciones en que
en nuestros miedos nos sentimos desbordados y eso nos hace quizá encerrarnos
más en nosotros mismos y escondernos o huir para no tener que enfrentarnos.
Muchas situaciones muy humanas, porque muestran nuestra debilidad, pero también
podrían hacernos ver la fortaleza que desde nuestro interior tenemos para
afrontar la vida con valentía.
Nos hablaba el evangelio del miedo de
los discípulos a preguntar ante los anuncios que Jesús hacía de momentos que
iban a ser muy difíciles y que para todos iban a ser una gran prueba. Esto nos
ha dado pie a pensar en nuestros miedos, pero esto tendría que hacernos dar más
pasos en nuestra reflexión para ver también donde se manifiestan esos miedos en
nuestro caminar como cristianos.
Quizá nos sea fácil entrar en juicio
contra los apóstoles por sus miedos, pero no somos capaces de ver los nuestros.
Empezando porque muchas veces de entrada nos hacemos algunas reservas en lo que
tendría que ser nuestro seguimiento de Jesús, nuestra vida cristiana. ¿No
habremos dicho alguna vez hasta aquí llego, pero que no me pidan más porque a
tanto no voy a llegar? Cuando escuchamos la Palabra del Señor y tratamos de
hacerlo con sinceridad llega un momento quizá en que nos llenamos de temores,
porque vemos que cada vez se nos pide más, aparecen nuevas exigencias en
nuestra vida cristiana y quizá a tanto no estamos dispuestos.
¿Y qué sucede con el testimonio que
tenemos que dar ante los demás? Quizá, quizá negar nuestra fe no lo hacemos,
pero tratar de disimularla, callarnos ante situaciones embarazosas donde nos
veríamos comprometidos, son salidas concurrentes que nos damos. En esta
sociedad que vivimos en que parece que nos sentimos apabullados por los que
tienen otras ideas u otros principios, muchas veces quizá preferimos pasar
desapercibidos, porque no nos sentimos fuertes y seguros para dar una razón de
nuestra fe y de nuestra esperanza, y tratamos de diluirnos en medio de los
demás.
A la hora de plantear ante la sociedad
los principios en los que creemos y que animan nuestra fe y sobre los que
construir nuestra sociedad lo menos que aparecen son los principios y valores
cristianos porque falta entre los dirigentes de nuestra sociedad quienes estén
de verdad imbuidos por esos principios y entonces vamos dejando y dejando que
sean otros los que traten de imponer sus maneras y sus estilos; luego quizá en
las esquinas o en las comidillas de bar hablamos y decimos muchas cosas, pero
donde hay que defender esos valores nadie da la cara. Y eso que decíamos que venimos
de una sociedad fundamentada en principios cristianos.
Son los miedos que los cristianos
seguimos teniendo, porque no hemos aprendido a fortalecernos en el Espíritu del
Señor que es el que anima nuestra vida. Vivimos con mucha superficialidad
nuestra fe y eso nos hace débiles, cobardes y miedosos y no somos capaces de
dar la cara por los valores del evangelio y del Reino de Dios.