Una
interpelación que se nos hace que está esperando una respuesta desde la vida de
lo que significa Jesús para nosotros
Eclesiastés 3, 1-11; Sal 143; Lucas 9, 18-22
En la vida, ya sea desde que somos jóvenes
o ya en nuestra vida adulta siempre hay una persona que es como una referencia
para nosotros, bien porque en ella hayamos puesto nuestra confianza y sabemos
que siempre podemos contar con ella, o ya sea porque la rectitud de su vida, la
entrega que vemos que es capaz de hacer por los demás nos sirve como estímulo
para nuestro personal caminar.
Quizás desde niño nuestro padre o
nuestra madre, un hermano mayor, un pariente cercano a nosotros con el que
mantenemos buena relacion, ya sea porque ya mayor un día llegó a nuestra vida
esa persona que siempre tuvo para nosotros una palabra certera, un buen
consejo, un decirnos la verdad quizá de nosotros mismos, y ya para nosotros es
como un apoyo, una referencia como decíamos, que nos estimula y nos hace
levantar el vuelo en tantos momentos en que quizá estamos decaídos.
Siempre podemos encontrar ese amigo,
ese confidente, ese hombro sobre el que descansar en nuestros momentos duros y
que con él a nuestro lado parece que nos sentimos más fuertes para nuestras
luchas. Ojalá no nos falte ese apoyo humano y espiritual en ese alguien con
quien un día nos cruzamos en la vida y que se quedó con nosotros.
Desde esa experiencia humana que de una
forma o de otra habremos vivido en nuestra vida, yo me pregunto ahora qué
significaba Jesús en la vida de sus discípulos más cercanos, incluso de
aquellos a los que ya llamaba apóstoles porque hacían ya su vida junto a Jesús.
En distintos momentos y en distintas circunstancias cada uno de ellos se había
ido encontrando con Jesús; habría surgido la inquietud en sus corazones cuando
le escuchaban hablar allá junto al lado o los sábados en la sinagoga; algunos habían
sido invitados expresamente por Jesús para formar parte del grupo, otros de una
forma o de otra habían ido en su búsqueda y se habían quedado atrapados junto a
El. Ya finalmente no sabían vivir sin El, a todas partes le seguían, y con El habían
emprendido un camino que ellos mismos aun no sabían ni a donde les llevaba.
Y es a ellos, en uno de esos caminos en
que incluso se habían alejado bastante del lago de Tiberíades porque andaban
allá cercanos a las fuentes del Jordán, fue Jesús el que directamente les lanzó
la pregunta, la doble pregunta en la que tendrían que decantarse para
manifestar con sinceridad lo que El significaba para ellos.
La pregunta fue doble. ‘¿Quién dice la gente que soy yo?’ Era una forma de entrar en el tema. La opinión de la gente, lo que la gente decía cuando le escuchaba hablar, cuando veía sus signos y milagros. Y la gente comentaba la autoridad con que Jesús hablaba no como los escribas y maestros de la ley, y decían que Dios había visitado a su pueblo por el poder con que actuaba sobre los espíritus inmundos o como curaba a los enfermos solamente con su palabra o alguna vez incluso dejándose tocar la orla de su manto; y la gente lo consideraba un profeta porque nunca habían visto cosa igual, y ya lo comparaban con los grandes profetas de la antigüedad o recordaban al más reciente Juan el que bautizaba junto al Jordán.
Pero Jesús no quiere quedarse ahí, porque la interpelación era más directa para aquellos que estaban más cercanos a El, aquellos que le seguían a todas partes, aquellos que convivían incluso en la misma casa, aquellos que eran testigos más directos de los milagros de Jesús o que de El escuchaban explicaciones más concretas de lo que enseñaba a la gente. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ La respuesta esta pregunta era más comprometida y podemos imaginar el silencio que se haría en torno a Jesús, las miradas que unos a otros se dirigían a ver quien rompía a hablar, lo que con su mirada se interrogaban unos a otros, ¿qué vamos a responder?
Ahora ya no se trataba de reflejar lo que otros decían, ahora era expresar lo que ellos sentían; ahora no era cuestión de decir palabras aprendidas de memoria, sino sacar de lo hondo del corazón lo que ellos sentían por Jesús. Aquello que de alguna manera expresaban sin palabras cuando iban siguiendo su camino ahora había que expresarlo y eso muchas veces cuesta porque no encontramos las palabras. ¿Qué podemos decir de un amigo al que queremos mucho y al que tenemos como referencia de nuestra vida como antes veníamos reflexionando? Muchas veces no encontramos palabras.
Será Simón Pedro el que se adelante a confesar ‘para nosotros eres el Mesías’. Así simplemente lo sentían aunque quizá en altavoz no se habían atrevido a decirlo nunca, aunque en sus mentes estaban en aquellas confusiones que se tenían sobre sueños de poder y de grandeza. Pero ahora están hablando de una forma distinta; otro evangelista cuando nos narra este mismo hecho pondrá en labios de Jesús una alabanza para la respuesta de Pedro pero diciendo que si ha sido capaz de decirlo es porque lo inspirado el Padre del cielo en su corazón.
Pero la pregunta del evangelio no va dirigida solo a los apóstoles que
aquel día con Jesús estaban. La pregunta, la interpelación va dirigida a ti y a
mí, a nosotros que hoy estamos escuchando y meditando este evangelio. ¿Cuál es
la respuesta vital que cada uno de nosotros hemos de dar? Yo ahora no añado
nada, sino que nos toca detenernos para ver qué es lo que nosotros, cada uno,
sentimos por Jesús, lo que para cada uno significa Jesús en su vida. Hay una
respuesta que tenemos que dar.
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