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sábado, 1 de julio de 2017

Del centurión aprendemos a ser humildes y nunca creernos merecedores de todo poniendo toda nuestra confianza y esperanza en la Palabra de Jesús

Del centurión aprendemos a ser humildes y nunca creernos merecedores de todo poniendo toda nuestra confianza y esperanza en la Palabra de Jesús

Génesis 18,1-15; Sal 1; Mateo 8,5-17
A veces solo necesitamos quien nos escuche, a quien podamos contarle con confianza nuestra situación, nuestros problemas; no es que busquemos quizás en ese momento soluciones inmediatas, pero el desahogo de lo que es nuestra preocupación, del dolor que llevamos dentro de nosotros, es para nosotros suficiente, es lo verdaderamente importante. Después pueden venir las soluciones o puede venir la fortaleza y la paz que sentimos en nuestro interior porque fuimos escuchados y parece que ya nos encontramos distintos; después puede aflorar una fe fuerte que nos hace confiar en que podemos salir de aquella situación o podemos ver una luz al final del túnel de la vida en que nos vemos metidos.
Pero importante es esa confianza que hemos encontrado al ser escuchados. Cuánto necesitamos todos de eso en la vida para no sentirnos solos, para no vernos hundidos, para descubrir que hay tablas de salvación a las que podemos agarrarnos para seguir luchando contra esos embates que nos da el mar de la vida.
Hoy vemos llegar hasta Jesús a un hombre que viene a contarle sus preocupaciones, el problema grande que tiene en su casa. El no es judío. En principio no parece que venga pidiendo nada. Solo cuenta lo que le pasa y encuentra una palabra de respuesta. Una respuesta que quizás no esperaba. Era un gentil, un romano en medio de los judíos donde se sabía que no eran queridos ni aceptados, pero aun así acude a Jesús porque ha encontrado la confianza de que va a ser escuchado.
La respuesta de Jesús le coge descolocado porque no era lo que esperaba. ‘Voy yo a curarlo’. Aflora ahora todo lo mejor que lleva dentro de sí. Aparece patente su fe y su humildad. No esperaba él que Jesús quisiera ir a su casa. Sabe su condición, no es judío, y el que Jesús quisiera ir a su casa lo considera algo grande y de lo que no es merecedor. No se considera digno. Como un día dijera Isabel ante la visita de María, ‘¿Quién son yo para que me visite la madre de mi Señor?’ Ahora dirá el centurión ¿Quién soy yo para que Dios mismo venga a mi casa? Ahí está su humildad, y ahí está la grandeza de aquel hombre.
Pero está también su fe. Confía en la Palabra de Jesús. Será de ahora en adelante un ejemplo de cómo hemos de confiar en la Palabra de Jesús, de manera que convertimos sus palabras en modelo de oración para nosotros. Sabe de la fuerza poderosa de la Palabra de Jesús. No necesita nada más, no son necesarios signos externos, basta solo su palabra con toda su autoridad. Su fe es fuerte, porque su fe es humilde. Su fe es grande porque nace de un corazón humilde, de quien se sabe pequeño e indigno, pero aun así sigue confiando porque cree sobre todo en el amor de Dios.
Cuántas cosas nos dice todo esto. Cuánto ejemplo para nosotros, para que aprendamos a ser humildes, para que no nos creamos nunca merecedores de todo que al final ni damos gracias, para que pongamos toda nuestra confianza en la Palabra del Señor, para que aprendamos a dejarnos conducir por la fuerza el Espíritu.
No son necesarios más comentarios. Escuchemos y contemplemos. Abramos los oídos de nuestro corazón y plantemos su Palabra en nosotros. Los que creen se convertirán en hijos de Dios. Y no olvidemos de tener un corazón abierto y acogedor para escuchar a tantos que pasan a nuestro lado con sus preocupaciones y problemas.

viernes, 30 de junio de 2017

Abre los ojos y mira más allá para ver a quien te está diciendo ‘si quieres…’, puedes ayudarme a disfrutar de las cosas buenas de la vida

Abre los ojos y mira más allá para ver a quien te está diciendo ‘si quieres…’, puedes ayudarme a disfrutar de las cosas buenas de la vida

Génesis 17,1.9-10.15-22; Sal 127; Mateo 8,1-4
Me acaba de llegar un mensaje por las redes sociales ahora tan de moda. ‘Oye… abre los ojos… mira hacia arriba… disfruta de las cosas buenas que tiene la vida…’ Así decía. Bello mensaje que nos invita a mirar alto, que nos invita a ver la bueno que hay en la vida, a ver lo bueno que hay alrededor. Agradezco el mensaje. Pero me lleva a más.
Abrir los ojos… vamos demasiado ensimismados en la vida, en nuestras cosas, en nuestras preocupaciones y tenemos el peligro, es cierto, de llenarnos de pesimismo algunas veces; las cosas no nos salen, bien tenemos problemas, nos agobiamos en nuestras preocupaciones, pero nos hace falta mirar más allá, mirar más alto, poner luz y color en los ojos para ver las cosas de otra manera.
Nos invita, es cierto, a que disfrutemos de todas esas cosas buenas que tenemos en la vida; disfrutemos del mismo hecho de vivir, de poder relacionarnos, de tener gente que nos quiere, de tener amigos que están a nuestro lado. Pero no nos lo quedemos para nosotros solos. Hay personas en nuestro entorno que quizá necesiten también un toque de atención como el que nos hacen a nosotros; hay personas que necesitan que les prestes atención, que les contagies esas ganas de vivir, que llenes de luz y color también sus vidas.
Y eso lo puedes hacer interesándote por ellos, mirándoles a la cara, dejando que lleguen a ti. Quizá necesitamos bajar; sí, bajar porque no subimos en un pedestal, nos ponemos en otra altura, nos sentimos nosotros felices y no nos damos cuenta de que alguien está tendiéndonos la mano para que compartamos con ellos un poco de esa nuestra felicidad. Podemos ayudarles a comprender que ellos también pueden, tienen derecho, a disfrutar de la vida. Y tenemos que hacerlo posible.
Hoy escuchamos en el evangelio que Jesús bajó del monte y hay mucha gente que le sigue. Jesús siempre rodeado de la gente, que deja que la gente se acerque a El, que va al encuentro de las personas. Pero el evangelio nos habla de un leproso que se acerca a Jesús. Ya sabemos; los leprosos no podían estar en medio de la gente, tenían que vivir aislados, lejos de las demás personas. Problema de impureza legal, problemas de contagios, diríamos hoy.
Pero aquel hombre se atreve a acercarse a Jesús y le lleva una petición. ‘Si quieres, puedes limpiarme’. Ya sabemos muy bien lo que hizo Jesús. Pero esto me da para pensar muchas cosas. ¿Habrá alguien que de alguna manera se esté acercando a nosotros para decirnos ‘si quieres, puedes ayudarme’? Claro que tendríamos que plantear si dejamos que los demás se acerquen a nosotros o si nosotros nos hacemos cercanos a la gente. Tendríamos quizá que preguntarnos si somos capaces de captar que alguien en ese camino que vamos haciendo nos pueda estar haciendo esa petición. Porque quizá somos tan insensibles que no nos damos cuenta.
Me quedo aquí, con esos interrogantes, con esas preguntas que tengo que hacerme a mí mismo. Y aquello que decíamos al principio con aquel mensaje, miremos a lo alto, aprendamos a mirar a nuestro alrededor, ayudemos también a los que están a nuestro lado a que disfruten de las cosas buenas y bellas de la vida. Y para eso prestemos atención a cuantos están ahí a nuestro lado. No les pongamos barreras como al leproso, miremos más allá de esas distancias que quizá haya por medio. Podremos ver a alguien que nos esté tendiendo la mano y diciéndonos ‘si quieres…’

jueves, 29 de junio de 2017

La fe nos congrega en torno a Pedro para estar fundamentados en Jesús, nuestro único Salvador, y expresar nuestro compromiso de amor por el Reino de Dios

La fe nos congrega en torno a Pedro para estar fundamentados en Jesús, nuestro único Salvador, y expresar nuestro compromiso de amor por el Reino de Dios

Hechos 12, 1-11; Sal 33; 2Timoteo 4, 6-8. 17-18; Mateo 16, 13-19
Aunque a veces nos creemos que llegamos a conocer las cosas o las personas siempre por nosotros mismos, bien sabemos que siempre hay algo, siempre hay alguien que de alguna manera es mediación para nosotros para que lleguemos a ese conocimiento; circunstancias especiales, personas que nos ayudan en el encuentro, cosas que vemos en las acciones de los demás que nos llevan a interrogantes que nos plantean cuestiones importantes para nosotros. Interactuamos entre unos y otros y siempre hay una relación que nos lleva a otra relación.
Fue como Pedro llego a conocer a Jesús. Su hermano Andrés que había llegado hasta Jesús por el testimonio del Bautista, después de tener un encuentro con Jesús – en este caso acompañado por Juan el Zebedeo – es el primero que le habla de Jesús. ‘Hemos encontrado al Mesías’, le dice, y lo llevo a Jesús. Y Jesús desde ese primer encuentro ya le señala que habrá una misión para él. ‘Tu eres Simón, el hijo de Juan, en adelante te llamarás Cefas (Pedro)’.
Más tarde como  nos narrarán los sinópticos en la orilla del lago estaban por un lado Andrés y Simón, y por otro lado los hermanos Zebedeos, y pasará Jesús y les invitará a ser pescadores de hombres. Habrían ya escuchado a Jesús en aquellos primeros anuncios que hacia del Reino de Dios que llegaba y para el que había que convertirse y creer en la Buena Nueva que Jesús significaba; en sus corazones habría ya esa inquietud por el Mesías que se esperaba y ahora sus esperanzas afloraban de nuevo con el profeta de Nazaret, será por eso por lo que lo dejarán todo por seguir a Jesús.
Se reconocerá indigno y pecador ante las maravillas que realiza Jesús cuando ha puesto toda su confianza en El. Por tu nombre, porque tu lo dices, por tu Palabra echaré las redes, había respondido Pedro a la invitación de Jesús aquel día en el lago cuando nada habían cogido la  noche anterior, y ante la maravilla de aquella pesca tan abundante se siente pecador y no se considera digno de estar al lado de Jesús, pero Jesús sigue confiando en él, ‘serás pescador de hombres’.
Su fe, su confianza, su entusiasmo va creciendo día a día después de las diversas experiencias que va teniendo con Jesús el Tabor, la resurrección de la hija de Jairo, y le llevará a decir un día que estará siempre con El, que no lo abandonará, aunque todos lo abandonen, porque El tiene Palabras de vida eterna. Aunque porfíe lo mismo en otros momentos trascendentales su debilidad le podrá y llegará incluso a decir un día, por temor, que no lo conoce, pero Jesús sigue confiando en él, sigue confiando en quien se siente cogido del amor de Jesús. ‘¿Me amas?... Tu lo sabes todo, tu sabes que te amo… apacienta mis ovejas…’
Es el Pedro que un día había llegado a hacer una hermosa confesión de fe cuando Jesús pregunta lo que la gente piensa de El, y lo que ellos mismos piensan de Jesús después de tanto que ha estado con ellos. ‘Tu eres el Cristo, el Mesías, el Hijo del Dios vivo’. Pero aquello Pedro no lo había conocido por si mismo; había habido una revelación del Padre allá en lo hondo del corazón, porque de lo contrario no podría afirmar tales cosas. Pedro se había dejado conducir por el Espíritu de Dios. Ese Espíritu de Jesús que le inundaría para poder llegar a ser el que en nombre de Jesús fuera piedra fundamental de la comunidad que nacía, piedra sobre la que se fundamentaría la Iglesia.
Pedro es la piedra por su fe, y en la fe de Pedro nos apoyamos nosotros sintiéndonos en plena comunión con su sucesor el Papa y con toda la fe de la Iglesia. Será así como hacemos Iglesia, como nos constituimos en Iglesia. No como una organización más, al estilo y a la manera de las organizaciones del mundo, sino como una comunidad de fe.
Es la fe lo que nos une, lo que nos hace Iglesia. Es lo que tendríamos que expresar de manera clara ante el mundo que nos rodea. Demasiado aparecemos ante los ojos del mundo como una organización llena de poder, pero nuestro único poder es la fe que nos une, que nos congrega en torno a Pedro para estar fundamentados de verdad en Jesús. Ese es el sentido que tiene ser iglesia, es así como hemos de manifestarnos, es así como tenemos que expresar nuestro compromiso de amor ante el mundo que nos rodea.
No olvidemos que a través nuestro otros muchos pueden llegar al conocimiento de Jesús. Nuestro testimonio tiene que ser esa mediación que conduzca a todos hasta Jesús para que en verdad entre todos constituyamos y construyamos el Reino de Dios.

miércoles, 28 de junio de 2017

Siempre hemos de fijarnos en la autenticidad y en la congruencia entre las palabras y la vida para que no nos engañen las vanidades ni los falsos oropeles de palabras bonitas

Siempre hemos de fijarnos en la autenticidad y en la congruencia entre las palabras y la vida para que no nos engañen las vanidades ni los falsos oropeles de palabras bonitas

Génesis 15,1-12.17-18; Sal 104; Mateo 7,15-20
En nuestra cultura popular hay muchos refranes que nos reflejan una sabiduría natural y muy llena de certezas que con pocas palabras nos ofrecen claras sentencias y mensajes. Han nacido quizá de esa reflexión de gente sencilla que en sus cortos expresiones nos reflejan maneras de pensar muy llenas de sabiduría.
Escuchando a lo que Jesús quiere prevenirnos con sus palabras en el evangelio de hoy me ha venido a la mente aquello de que ‘una cosa es predicar y otra cosa es dar trigo’. Somos muy dados a buenas y bonitas palabras, somos capaces de sentenciar sobre muchos asuntos y hasta querer establecer doctrina sobre comportamientos y sobre mil cosas, podemos decir maravillas, pero el realizarlo en la propia vida, ya es cosa de otro cantar, como se suele decir también.
Es una tendencia fácil que podemos tener muchos y quienes tienen quizás una responsabilidad ante la sociedad, en su formación o en la administración de sus asuntos, esto es una cosa que nos sale fácilmente a flote. Decimos muy bien cómo tienen que ser las cosas, pero en la práctica quizá hasta hacemos lo contrario buscándonos mil justificaciones.
Por eso bien sabemos todos que la mejor enseñanza que podemos dar es el testimonio de nuestra vida. Como nos dice Jesús hoy ‘por sus frutos los conoceréis’. El árbol se conoce por sus frutos, pero ese árbol y esos frutos que nos produce también hemos de cuidarlo debidamente. Muchas veces nos puede suceder que los frutos son apariencia. ¿Quién no se ha encontrado con un árbol que a la vista se nos presente precioso en el colorido y abundancia de sus frutos, pero que luego pronto nos encontraremos que todos esos frutos están dañados? Ya sabemos de la manzana muy bella externamente en su colorido, pero que al partirla nos encontramos que dentro está dañada y llena incluso de podredumbre.
Es la rectitud con que hemos de presentarnos en todos  los aspectos de la vida. Es la congruencia con que hemos de actuar poniendo en una verdadera sintonía nuestras palabras y nuestras obras. Es la autenticidad que tiene que brillar en nosotros para que lo que hacemos lo hagamos con verdad y responsabilidad y no nos quedemos en las apariencias de una vida virtuosa quizá externamente pero con el corazón muy maleado con perversas intenciones. Cuántas cosas podríamos decir en este sentido. Cómo tenemos que cuidar la autenticidad de nuestras palabras, reflejadas en la verdad de una vida.
Jesús nos previene hoy de los falsos profetas. Y es que en el seno de la comunidad cristiana también nos pueden suceder estas vanidades. Es el discernimiento que ha de hacer la comunidad de quienes se presentan como pastores con piel de oveja, pero que en el fondo son lobos rapaces que lo que quieren es destruir. Hay un ‘sensus fidei’, un sentido de la fe en el corazón del pueblo cristiano que es el que nos hace discernir para darnos cuenta donde pueden estar aquellos que nos lleven al error no solo ya en la materia de la fe y la doctrina sino en lo que ha de ser nuestra práctica de vida cristiana.
Siempre tenemos que fijarnos en la autenticidad de una vida, en esa unión y congruencia entre las palabras y la vida; que nunca las vanidades ni los falsos oropeles de palabras bonitas nos engañen.


martes, 27 de junio de 2017

Un camino de leal humanidad sin escalones ni pedestales, sin barreras ni distancias sino hecho de cercanía y tierna humanidad


Un camino de leal humanidad sin escalones ni pedestales, sin barreras ni distancias sino hecho de cercanía y tierna humanidad

Génesis 13, 2.5-18; Sal 14; Mateo 7,6.12-14
¿A ti te gustaría que te hicieran, que te trataran cómo tú haces, cómo tú tratas a los demás? Ya sabemos como nos sentimos heridos ante la más mínima palabra que nos digan que nos pueda parecer ofensiva; cualquier gesto displicente que tengan con nosotros algunas veces hasta sin mala intención nos hiere y nos molesta. Sin embargo nuestro lenguaje no siempre es lo más delicado, nuestros gestos no son siempre agradables con todos, porque quizás cuando alguien no nos cae muy bien o no es de nuestra cuerda nos mostramos distantes con ellos, haciendo marcar diferencias, manteniendo las distancias, y como decimos tantas veces poniéndonos en nuestro lugar.
Pero ¿eso es de verdad ponernos en nuestro lugar? ¿Nuestro lugar está en los pedestales, en las distancias que pongamos ante los demás, en la displicencia o incluso la violencia con que tratemos a los otros? Es un camino que no nos lleva a ninguna parte buena, aunque en nuestro orgullos nos creamos crecidos y nos consideremos importantes.
En un camino de leal humanidad esos no serían los modos. Formamos parte de una misma humanidad y no tenemos por qué ponernos a hacer distinciones o colocarnos en distintos escalones. Incluso el que mayor responsabilidad tuviera hacia los demás por la función que ocupara en la sociedad, tendría que ser y mostrarse como el mejor servidor de todos. Es la cercanía la que nos hace más humanos, porque nos hace querernos y aceptarnos, incluso con nuestras limitaciones o con las debilidades que nos pudieran hacer tropezar tantas veces en la vida.
No es el camino de la imposición y de las exigencias hacia los otros los que nos puede hacer grandes ni lo que nos va a hacer importantes en la vida. Siempre recordaremos y valoraremos más a una persona cercana, a una persona humilde y sencilla, a una persona que sabe tener gestos sencillos pero cargados de cariño hacia nosotros. Los que se muestran displicentes, exigentes, violentos para imponer sus criterios o formas de actuar ya por si mismos se están alejando de nosotros.
Nos lo recuerda Jesús hoy. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas’. Nos cuesta muchas veces, porque son tantos los sentimientos encontrados dentro de nosotros. Pero hemos de superarnos aunque eso nos cueste esfuerzo, saber negarnos a nosotros mismos, sacrificar nuestro amor propio y nuestro orgullo.
Por eso hoy Jesús nos habla de camino estrecho. No es que Jesús quiera que las cosas sean dificultosas para nosotros, pero caminar por un camino estrecho exige esfuerzo, constancia, atención para no salirnos de la vía que hemos de transitar. Es lo que nos pide Jesús. No nos podemos dejar simplemente llevar por lo que nos venga en gana, sino ver bien las metas, los ideales, lo que en verdad queremos de la vida para que todos seamos en conjunto más felices.
Escuchemos en lo hondo de nosotros mismos esa palabra de Jesús. Busquemos juntos ese camino de felicidad que nos lleve a una plenitud de vida para todos. No es bienestar por bienestar porque nos apoyemos en cosas o bienes materiales, sino porque busquemos los valores más hondos, más espirituales, más trascendentales que son los que nos llevaran a una mejor plenitud de vida.

lunes, 26 de junio de 2017

Que nunca se interpongan las cataratas del orgullo y el amor propio entre nosotros y la relación con los demás, porque solo caminaremos caminos de tinieblas y de oscuridad

Que nunca se interpongan las cataratas del orgullo y el amor propio entre nosotros y la relación con los demás, porque solo caminaremos caminos de tinieblas y de oscuridad

Génesis 12,1-9; Sal 32; Mateo 7,1-5
Quienes hemos tenido en la vida la experiencia de tener cataratas en los ojos, después de la cirugía que extirpó esa catarata seguramente recordamos el cambio que se operó en nuestra visión. Casi sin darnos cuenta en la medida en que crecía la catarata en nuestros ojos la visión se iba difuminando, los ojos perdían claridad y capacidad para apreciar los detalles y los colores; pero casi nos habíamos acostumbrado a aquella visión borrosa. Al recuperar la visión nos dimos cuenta de la belleza de los colores, la calidad de los detalles que podíamos apreciar, la visión nueva que teníamos a partir de ese momento de la cosas con una mayor claridad.
En la vida vamos con demasiadas cataratas en los ojos, y ya no es esa cortina que se ha formado en la lente de nuestra retina; es el velo que desde intenciones sesgadas quizá hemos ido interponiendo entre nosotros y los demás, y la visión no ya borrosa sino muchas veces maligna que nos hacemos de las cosas y de las personas. Excesivas cataratas y lentes con colores distorsionados nos ponemos en la vida con nuestros prejuicios y con nuestras sospechas, desde nuestros orgullos o desde la miopía de nuestros egoísmos, desde esos destellos de vanidad y de amor propio con que miramos a nuestro alrededor, y desde tantas malicias con que maleamos nuestro corazón y con eso la visión de los demás.
Hoy Jesús en el evangelio nos habla de la humildad con que hemos de caminar en la vida, reconociendo que muchas motas, que muchos errores, que muchas cosas no buenas se nos apegan demasiado fácilmente a nuestro corazón, para que así no aprendamos a juzgar ni a condenar a los demás porque quizás nos parezca que no hacen las cosas bien o que también pueden cometer errores.
Ese camino de humildad nos hace ser menos exigentes y más comprensivos; ese camino  nos hace acercarnos con sencillez junto al hermano para saber caminar juntos ayudándonos mutuamente en nuestras cojeras, en nuestras limitaciones; el ayudar al hermano a pesar de mis limitaciones estimula al otro, y a mi me hace fuerte en mi luchas por superar mis propios defectos y debilidades. El camino que en la vida hacemos acompañados es más estimulante y nos levanta los ojos del espíritu para ver metas más altas a las que podemos llegar.
El orgulloso que camina solo y ni acompaña ni se deja acompañar, solo se quedará en su caída porque no tendrá nadie a su lado porque a todos ha apartado con su orgullo. Aprendamos esos caminos de humildad, acompañemos abajándonos si es necesario hasta la altura del otro, y dejemos acompañar acomodándonos también al paso del que esta a nuestro lado y nos tiende la mano para seguir el camino.
Que nunca se interpongan esas cataratas del orgullo entre nosotros y la relación que hemos de tener con los demás, porque solo caminaremos caminos de tinieblas y de oscuridad.

domingo, 25 de junio de 2017

Nada nos puede paralizar en nuestro testimonio cristiano haciendo siempre anuncio de la Buena Nueva del Evangelio de Jesús en toda su radicalidad con la fuerza de su Espíritu

Nada nos puede paralizar en nuestro testimonio cristiano haciendo siempre anuncio de la Buena Nueva del Evangelio de Jesús en toda su radicalidad con la fuerza de su Espíritu

Jeremías 20, 10-13; Sal 68; Romanos 5,12-15; Romanos 5,12-15
Algunas veces los miedos nos paralizan; nos quedamos sin saber qué hacer, todo se nos vuelve oscuro. Una situación imprevista quizás, algo inesperado que nos sucede, las cosas se nos vuelven en contra y todo son dificultades, y surge el miedo al fracaso, a lo que nos pueda suceder, a tener que remontar situaciones incómodas y difíciles por las que quizás no habíamos pasado, y da la impresión de que comenzamos a recular, a no hacer aquello que quizás era nuestro compromiso, a no emprender aquello con lo que habíamos soñado, a quedarnos en retaguardia como a la defensiva.
Cosas así nos pueden pasar en muchos aspectos de la vida de cada día, en el ámbito familiar, en nuestro trabajo, en la relación con los que están cerca de nosotros, allá en lo más intimo de nosotros mismos en nuestra tarea de crecimiento y maduración personal y también en el ámbito de nuestra fe, nuestra vida religiosa y nuestro compromiso cristiano.
Un mal momento que pasamos en nuestras relaciones personales, un mal entendimiento con un amigo que quizás nos hace frente y se opone a algo en lo que antes parecía que siempre estábamos de acuerdo, todo ese mundo de nuestro trabajo, de nuestras responsabilidades que muchas veces se vuelve tan cambiante… son situaciones a las que nos tenemos que enfrentar en ocasiones y en donde nos sentimos débiles y sin saber qué hacer, y donde nos acobardamos ante las dificultades, contratiempos y demás mareas en contra.
No tendríamos que paralizarnos sino saber afrontar con madurez esas situaciones que se nos presentan y tratar de mantener ese ritmo de esfuerzo, de superación, de capacidad incluso de sacrificio para poder sacar adelante aquello que nos proponemos y que son metas de nuestra vida. Pienso en esos aspectos humanos de nuestra vida de cada día y pienso en todo lo que son nuestros compromisos como persona y como cristianos. Ha de aparecer ahí la madurez de nuestra vida, de nuestra persona, la madurez y la fortaleza de nuestra fe también.
La vida no es fácil; los compromisos que vamos asumiendo en ocasiones nos traen dificultades; la tarea que como cristiano he de realizar en medio de nuestro mundo como compromiso de una fe personal y madura vivida en el seno de la comunidad tiene también sus dificultades. Ya nos lo anuncia Jesús en el Evangelio y nos promete la fuerza de su Espíritu.
Hoy nos habla Jesús, y nos lo repite varias veces, de que no tengamos miedo. El anuncio y el testimonio que hemos de dar han de ser siempre valiente. El mensaje que hemos de trasmitir no se puede ocultar. Habrá quien no lo entienda; encontraremos oposición, pero nuestra tarea el clara y el compromiso que hemos de vivir no lo podemos rehuir.
La oposición la podemos encontrar en quienes no piensan como nosotros, o en aquellos para quienes nuestras palabras o el testimonio que nosotros ofrecemos se pueden convertir en una denuncia de las obras de las tinieblas en las que viven. No nos extrañe que nos ofrezcan resistencia, que traten de acallarnos de la manera que sea o que se busquen razones o no sé que fuerzas para oponerse a nuestro mensaje.
La oposición está en ese ambiente descristianizado, que parece que viene de vuelta, que en otros momentos quizás vivieron en nuestros valores, pero que no resistieron los embates del mal y se dejaron seducir. Es el nuevo laicismo que se nos presenta en nuestra sociedad, es el nuevo mundo sin dios al que le molesta todo lo que suene a trascendencia, a espiritualidad, a sentido cristiano de la vida.
Pero muchas veces esa oposición la encontramos en los que nos parecen que son de los nuestros, en quienes quizás siguen viviendo unos sentimientos religiosos, pero que lo hacen a su manera, sin compromiso, que no entienden por qué hay que entregarse tanto, que se contentan con las rutinas de cada día, que viven quizás una vida religiosa y cristiana en la tibieza. Tampoco van a entender la radicalidad del mensaje del evangelio, porque nos dicen que siempre han vivido así y no han necesitado de nada más.
Y Jesús nos dice que no temamos, que nos mostremos valientes, que no tengamos miedo incluso a los que nos puedan quitar la vida del cuerpo. Jesús nos está pidiendo que seamos capaces de dar la cara por El, que El está siempre a nuestro lado y se pondrá de nuestra parte ante nuestro Padre del cielo.
Ser cristiano no lo podemos vivir de cualquier manera. No nos pueden paralizar los miedos que nos puedan aparecer por aquí o por allá sino que hemos de saber mantenernos firmes en nuestra fe. Hemos de manifestar la verdadera madurez de nuestra vida humana y cristiana. Con nosotros está la fuerza del Espíritu que nos hace verdaderamente espirituales y nos da esa fortaleza y sabiduría que nos viene de Dios.