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sábado, 21 de mayo de 2011

El que cree en mí también él hará las obras que yo hago


Hechos, 13, 44-52;

Sal. 97;

Jn. 14, 7-14

‘Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago y aun mayores’. Necesitamos creer en Jesús. ¿Hemos pensado cuánto podemos hacer y ser desde nuestra fe en Jesús? ¿Hemos pensado seriamente cuánto nos da Jesús, cuánto recibimos de Dios por nuestra fe en Jesús?

No hay otro nombre que pueda salvarnos. El que cree que Jesús es el Hijo de Dios vivirá, se salvará, se llenará de vida eterna. Cuántas veces escuchamos a Jesús en el evangelio decir a los que se acercaban a El ‘basta que tengas fe’, o alaba a los creen aunque no hayan visto, o les dice que por su fe se han curado, han alcanzado la salvación.

Aunque podemos decir que tener fe es decir Si a Dios, decir Sí a Jesús, sabemos que esa palabra implica mucho más. Lo expresaremos con una palabra, lo confesaremos recitando las palabras del Credo como un resumen y compendio de nuestra fe, pero es algo más que palabras porque tiene que ser vida. La fe implica toda nuestra vida; envuelve y empapa toda nuestra vida. Nada se escapa del sentido de la fe en aquello que hacemos o que decimos¸ nada se escapa del sentido de la fe en lo que vivimos.

Por la fe que tenemos en Jesús nos unimos a El para hacer nuestra vida una sola cosa con El. Por la fe nuestras obras serán nuevas y distintas, porque ya serán para siempre las obras de Dios. Nos unimos a Jesús y esa unión la expresamos y la celebramos, la hacemos visible y palpable a través de los sacramentos. Nos unimos a Jesús y ya nuestro actuar será desde el estilo y el sentido de Jesús. Por eso, como nos dice hoy, si creemos en El haremos las obras que hace Jesús.

En otro lugar del evangelio nos dirá que el árbol se conoce por sus frutos; pues los frutos por los que tiene que reconocerse a nosotros son las obras de Jesús que son las obras de la justicia y del amor. ‘Por sus frutos los reconoceréis’; por nuestros frutos se reconocerá nuestra fe. Seamos árbol bueno que demos frutos buenos. Seamos árbol de fe que se manifiesta en los frutos del amor y de la justicia.

Y en el nombre de la fe cuánto podemos hacer. ¿No recordamos a Pedro que cuando por la fe que tenía en Jesús en su nombre echó la red recogió una redada de peces tan grande que se reventaba la red? Hoy nos dice además Jesús que ‘lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo’. Y termina afirmando rotundamente: ‘Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré’. Con fe, con confianza, con humildad, con amor acudamos a Jesús para que crezca nuestra fe.

Sin embargo en muchas ocasiones a los cristianos se nos ve baldíos, sin obras, sin frutos. Muchas veces nuestra vida aparece ramplona y sin vitalidad, pobre en obras y en compromisos seríos, fría y rutinaria, dejándonos arrastrar por la tendencia al pecado y la tentación. Se nos muere la fe si no la cuidamos debidamente. Es una planta muy delicada.

Despertemos nuestra fe. Reavivemos nuestra fe. Ahondemos en nuestra fe para hacerla profunda, firme, segura, comprometida, llena de vida. Tenemos que cuidar nuestra fe. Es la niña de nuestros ojos. Tenemos que alimentar nuestra fe. Si no alimentamos nuestra fe nuestra vida cristiana decae, muere. Y no tenemos otra fuente de agua viva que Jesús. A El tenemos que acudir. ‘Dame de esa agua para que no tenga ya más sed’, le pediremos como la mujer samaritana. ‘Danos de ese pan’, como los judíos de Cafarnaún también le pediremos a Jesús. Desde nuestra debilidad y pecado, reavivando los rescoldos de nuestra fe tenemos que acudir a El y decirle, como aquel hombre del evangelio, ‘yo creo, yo quiero creer, pero aumenta mi fe’.

viernes, 20 de mayo de 2011

A vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación


Hechos, 13, 26-33;

Sal. 2;

Jn. 14, 1-6

‘A vosotros, todos los que teméis a Dios, se os ha enviado este mensaje de salvación’. Es para nosotros también. Cada vez que escuchamos la Palabra del Señor estamos recibiendo este mensaje de salvación. No nos contentamos con recordar. El Señor a nosotros nos habla también hoy, en el hoy de nuestra vida. No es sólo un recuerdo de hechos pasados, aunque vayamos haciendo memoria de esa Palabra dicha, ese mensaje de salvación, pero que nos dice el Señor hoy también a nosotros.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles hemos ido contemplando el comienzo del primer viaje de Pablo y Bernabé, enviados por el Espíritu del Señor. Habían ido primero a Chipre y pronto saltaron al Asia Menor. Desde Perge de Panfilia por donde desembarcaron se dirigieron a Antioquía de Pisidia y allí en la Sinagoga el sábado fueron invitados a hablar después de que se hizo la lectura de la Palabra.

Ayer recordábamos el resumen de la historia de la salvación que les hacía Pablo hasta el momento de la predicación del Bautista proclamando un bautismo de conversión como preparación al que había de venir. Hoy ya el anuncio que escuchamos es más concreto refiriéndose a Jesús. ‘Los habitantes de Jerusalén no reconocieron a Jesús ni entendieron las profecías que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo… pero Dios lo resucitó de entre los muertos… nosotros os anunciamos que la promesa que hizo Dios a nuestros padres nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús’.

Es el anuncio claro, valiente, comprometido que hacen de Jesús, de su salvación. ‘A vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación’. La redención de Cristo abarca a todos los hombres, a todos ha de llegar su gracia y su perdón. Y es el anuncio, el Kerigma de salvación, que los apóstoles les vienen a traer. Es en Jesús en quien hay que creer porque El es en verdad nuestro único Salvador.

Decíamos al principio que para nosotros también es ese mensaje de salvación. Es lo que celebramos y vivimos. Tiene que ser en verdad nuestra vida. Es el anuncio y proclamación que nosotros hacemos en nuestra celebración. ‘Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección…’ aclamamos con fe cuando venimos a la Eucaristía. Es el misterio, el sacramento de nuestra fe que celebramos. Es una proclamación de nuestra fe lo que estamos haciendo.

‘Al celebrar ahora el memorial de la muerte y de la resurrección del Señor te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación, y te damos gracias…’ decimos en la plegaria eucarística. Memorial de la muerte y resurrección del Señor. Proclamación de nuestra salvación y nuestra redención que nos viene por la muerte y la resurrección del Señor. Lo decimos todos los días pero es necesario que muchas veces nos detengamos un poco a reflexionarlo, a rumiarlo en nuestro corazón, para que no sean unas palabras dichas sin más, sino que sea en verdad esa expresión de nuestra fe, esa proclamación de nuestra fe.

Queremos poner toda nuestra fe en Jesús y seguirle. Como nos dice en el evangelio hoy es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Ya tendremos oportunidad de reflexionarlo más porque este mismo texto lo vamos a proclamar en el quinto domingo de pascua. Poner nuestra fe en Jesús y seguirle es vivirle, hacerlo vida nuestra. Nuestra única vida que nos da plenitud. No es solamente hacer cosas para ser buenos, copiar o imitar, sino vivir. Es meter a Cristo en nuestra vida. Como hemos reflexionado más de una vez, cuando le comemos en la Eucaristía nos hacemos uno con El; es una unión tan profunda que El habita en nosotros y nosotros habitamos en El.

Que lleguemos a entenderlo y a vivirlo, vivir su salvación.

jueves, 19 de mayo de 2011

Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica


Hechos, 13, 13-25;

Sal. 88;

Jn. 13, 16-20

‘Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado más que el que lo envía’. Si sacáramos estas palabras de Jesús del contexto en el que fueron dichas nos podrían parecer de lo más normal en la relaciones humanas habituales en su tiempo. Pero lo sucedido inmediatamente antes de Jesús hacernos esta afirmación fue el lavatorio de los pies de los discípulos por parte de Jesús en el inicio de la cena pascual. Por eso nos dirá a continuación ‘puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica’.

No parecía lo normal que Jesús el Señor y el Maestro se pusiera a lavarles los pies. Era el oficio de los sirvientes o de los esclavos. Ya conocemos la reacción de Pedro que no quería dejarse lavar, como ya comentamos en el jueves santo. Pero también nos diría entonces ‘si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, así tenéis que lavaros los pies los unos a los otros’. En ese sentido está lo que ahora le hemos escuchado. ‘Dichosos vosotros si lo ponéis en práctica’.

Es el camino del amor y de la humildad por el que tiene que pasar nuestra vida cristiana, nuestro seguimiento auténtico de Jesús; espíritu de servicio como el de Jesús. Pero es también la fuerza de la humildad y del amor con que nosotros hemos de ir a los demás. Somos también sus enviados para llevar la Buena Noticia de Jesús a los demás. Nunca lo podemos hacer desde la prepotencia y la soberbia. Siempre tiene que ser una oferta de amor la que nosotros hacemos a los demás porque queremos que también los otros puedan participar, puedan disfrutar de la riqueza de gracia que Jesús nos ofrece. Qué daño haríamos incluso al mensaje si el orgullo fuera nuestra carta de presentación.

Cuánto nos estimula, por ejemplo, la humildad y mansedumbre de los santos; la humildad y mansedumbre con que se presentaba Francisco de Asís. Es la mansdumbre de Jesús que nos invita a ir hasta El que es manso y humilde de corazón. Cuánto tenemos que aprender.

Pero hoy terminará diciéndonos también en ese mismo sentido ‘os lo aseguro: el que recibe a mi enviado, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado’. Vamos en el nombre de Jesús al encuentro con los demás, y nuestra vida se ha de convertir en signo del amor del Señor que llega a los otros. Quienes nos reciben como a un enviado de Jesús están recibiendo al Padre que ha enviado a Jesús.

Así queremos recibir y acoger a los pastores que en el nombre de Jesús vienen a nosotros. Y es lo que comentábamos el domingo del Buen Pastor de cómo la comunidad cristiana ha de saber valorar a sus pastores que en el nombre de Jesús ejercen su ministerio y nos traen la gracia del Señor en la Palabra que nos proclaman y en los sacramentos que celebramos.

Pero quiero pensar en algo más. Pienso en cómo siempre tenemos que saber acoger a Cristo que viene a nosotros en los demás, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Aquí podemos recordar lo que Jesús nos dice de que todo lo que le hagamos al hambriento o al sediento, al enfermos o al peregrino, al que nos tiende una mano pidiéndonos una ayuda, a quien sufre a nuestro lado o lo vemos encerrado en su soledad, a El se lo estamos haciendo.

Cuánto nos cuesta en muchas ocasiones. Cuánto tendría que hacernos pensar esto para saber acoger al otro porque será siempre acoger a Cristo. Que no se cierre nunca nuestro corazón ante el hermano que llega a nuestra vida, porque se lo estaríamos cerrando a Jesús.

miércoles, 18 de mayo de 2011

El Espíritu guía y sostiene a la Iglesia y le concede el don de sus carismas


Hechos, 12, 24-13, 5;

Sal. 66;

Jn. 12, 44-50

De una cosa podemos estar seguros, que además nos llena de fortaleza y esperanza, y es que la Iglesia es conducida y sostenida por el Espíritu Santo. Frente a las tentaciones de desánimo que podamos tener cuando vemos nuestra propia debilidad, o frente a los criterios excesivamente terrenos que podamos contemplar en algunos al considerar la obra de la Iglesia, y frente a los malos momentos por los que algunas veces podamos pasar por situaciones que no nos sean agradables, hemos de tener la certeza de la asistencia del Espíritu que nos congrega en el amor, que guía y santifica a la Iglesia y hace surgir en ellas los carismas que tanta riqueza espiritual nos producen.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles lo vemos palpable. Será el Espíritu Santo el que marca el inicio de la vida de la Iglesia en Pentecostés con lo que casi se inicia el relato de este libro del Nuevo Testamento. Pero veremos la acción del Espíritu de manera muy intensa en momentos muy puntuales de la vida y de la expansión de la Iglesia.

Cuando la comunidad se abre a los gentiles, como hemos escuchado hace pocos días, en casa de Cornelio el Espíritu se hará sentir sobre aquellos gentiles que lo recibirán incluso antes del Bautismo. Ahora lo vemos palpable en la comunidad de Antioquía, por una parte porque vemos ese resurgir de los diferentes carismas que enriquecen a la comunidad y por otra con el inicio de la mision de Bernabé y Saulo que comenzarán lo que se llama el primer viaje apostólico de Pablo.

‘En la Iglesia de Antioquía había profetas y maestros…’ nos dice el texto sagrado dándonos una lista de los mismos. Será ese grupo de profetas y maestros que llenos del Espíritu ejercen ese servicio ministerial de la comunidad y que manifiestan la riqueza de su vida.

Luego veremos que estando en oración sienten la inspiración del Espíritu - ¿a través quizá de la voz de algunos de esos profetas que menciona el texto? – para separar a Bernabé y Saulo para una misión y una tarea que se les va a confiar. ‘Volvieron a ayunar y a orar, les impusieron las manos y los despidieron. Con esta misión del Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre’.

Es una comunidad, una iglesia que se siente llena del Espíritu Santo y se deja conducir por el Espíritu. Una comunidad con una riqueza espiritual grande. Ayunan, oran en común, escuchan la Palabra, sienten la voz de Dios en su corazón, se sienten misioneros para enviar a miembros de su propia comunidad por el mundo para que sigan anunciando el Evangelio. Podrían haber pensado que quizá los necesitaran allí para fortalecer la vida de la comunidad, sin embargo se desprenden de ellos para que cumplan la tarea que el Espíritu les encarga, para que cumplan el mandato de Jesús de anunciar el evangelio por todo el mundo.

Cómo tenemos nosotros que aprender a sentir esa presencia del Espíritu Santo en la Iglesia, en nuestras comunidades. Cómo tenemos que dejar actuar al Espíritu en nosotros y estar abiertos a que surjan esos carismas para el bien de la comunidad. Descubrir esos carismas, descubrir lo que cada uno de nosotros también podemos hacer por los demás y por la Iglesia.

Seguimos aún en esta semana que iniciamos con la Jornada de oración por las vocaciones el pasado domingo, y aquí tenemos un motivo más para orar, para pedir al Señor que cada uno descubra esos valores que Dios le ha dado, y puedan surgir asi personas que sintiendo ese impulso del Espíritu en su corazón vivan una entrega generosa a favor de la comunidad, de la Iglesia. Esas vocaciones, esos distintos carismas dentro de la comunidad que son una riqueza grande para la Iglesia.

martes, 17 de mayo de 2011

Nos seguimos preguntando por el sentido de Jesús


Hechos, 11, 19-26;

Sal. 86;

Jn. 10, 22-30

‘¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesias, dínoslo francamente’. Es la pregunta que se hacían los judíos cuando escuchaban a Jesús o contemplaban sus obras aunque no terminaban de reconocer cómo Dios se estaba manifestando en las obras que Jesús realizaba.

La respuesta de Jesús es clara aunque no siempre le quieren creer. ‘Os lo he dicho y no queréis creer; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí, pero vosotros no creéis porque no sois ovejas mías…’ Como bien comprendemos este texto es continuación del que desde el domingo venimos escuchando cuando Jesús se nos proclama como el Buen Pastor. ‘Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna…’

Nosotros sí queremos reconocerle como nuestro Buen Pastor, queremos escuchar su voz y seguirle, porque queremos en verdad llenarnos de su vida eterna. Queremos poner toda nuestra fe en Jesús reconociéndolo en verdad como nuestro Señor y nuestro Salvador, aunque a veces andemos confundidos y desorientados porque la tentación nos arrastre al pecado. Pero queremos volver a El porque sabemos bien que es el Buen Pastor que nos guía, nos conduce a la vida eterna; se nos da como alimento de vida en su entrega de amor por nosotros.

Quizá pueda ser la pregunta que muchos hoy a nuestro alrededor en el mundo convulso en el que vivimos se pueden seguir haciendo, porque todos aunque no siempre lo reconozcan están buscando una respuesta para sus vidas, ansiando una salvación. Las reacciones que se tienen ante el hecho religioso o ante la Iglesia pueden ser diversas, pero quizá haya muchos corazones inquietos buscando respuestas a los interrogantes profundos que puedan tener en su corazón.

Quizá suceda que todo lo queremos medir con medidas del mundo y cuando no se llega a entender el misterio de Dios que está detrás de todo, lo rechazamos como inservible o incomprensible. Se quiere mirar la Iglesia como una simple organización humana y hacemos comparaciones de su existir con otras organizaciones del mundo donde todo se rige por la ambición del poder y sus luchas. Qué lástima que a veces desde la propia Iglesia se pueda dar la sensación de esas luchas y ambiciones humanas.

Algunas veces no se quiere abrir los ojos de la fe y todo queremos palparlo con nuestras manos, nuestras pruebas o solo a partir de nuestros propios razonamientos. Es necesario también abrir el corazón al misterio de Dios que nos trasciende, pero que dará la más profundas respuestas a los interrogantes de nuestro corazón. Es necesario saber reconocer esas obras de Dios, ese actuar de Dios que se manifiesta en el actuar de los cristianos auténticos y de la Iglesia. No podemos cerrar los ojos.

No nos extrañe esa confusión que hoy a nuestro alrededor pueda haber ante lo religioso o ante la Iglesia misma, porque también sobre Jesús las gentes de su tiempo tenían sus confusiones, por llamarlas de alguna manera, cuando convertían el sentido del Mesías en una lucha de poder quizá, o de simple liberalización política de poderes humanos. Recordemos que en sus propios seguidores más cercanos había a veces luchas por primeros puestos o primeros lugares en su reino.

Creo que los que creemos en Jesús y nos llamamos cristianos y tenemos el gozo de nuestra pertenencia a la Iglesia es necesario que demos un buen testimonio de nuestra fe y del sentido de nuestra vida. Como Jesús decía que por las obras que hacia en nombre del Padre, ésas daban testimonio de él, así nuestras obras, nuestra manera de expresar nuestra fe, de vivir nuestro compromiso creyente en medio del mundo tenemos que ayudar a cuantos nos rodean a ese encuentro profundo con Dios que les haga encontrar respuestas a esos interrogantes que pueda haber en su corazón.

Que importante es el testimonio auténtico que hemos de dar los creyentes por nuestra vida. Que importante que busquemos desde lo más hondo del corazón a Jesús y lo sintamos en verdad como ese Buen Pastor de nuestra vida a quien queremos seguir y a quien queremos escuchar.

lunes, 16 de mayo de 2011

Ensanchemos nuestro corazón y se ensancharán también los caminos de la Iglesia


Hechos, 12, 24-13,5;

Sal. 66;

Jn. 12, 44-50

Los caminos de la Iglesia se siguen ensanchando. La Buena Nueva de Jesús se va propagando y llegando a todas partes. Ya escuchábamos hace unos días en la lectura de los Hechos de los Apóstoles que a causa de la persecución cuando lo de Esteban los discípulos se fueron dispersando y llevando la Buena Noticia por toda partes; primero los contemplábamos por Samaría y en los textos que iremos escuchando esta semana los veremos cómo llega a Antioquia y a Chipre y comenzarán luego los viajes de san Pablo llevando el evangelio a lugares mas lejanos.

Pero lo que hoy escuchamos en los Hechos de los Apóstoles no ya sólo que el evangelio se propagase entre los judíos sino que también los gentiles eran admitidos a la fe. Como nos dice el texto hoy escuchado ‘los apóstoles y hermanos de Judea se enteraron de que también los gentiles habían recibido la Palabra de Dios’. Por eso pretenden pedirle explicaciones a Pedro que había intervenido en tal hecho y es lo que nos ofrece el texto hoy escuchado.

Como se pregunta Pedro cuando trata de darles explicaciones ‘si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?’ Cuando Pedro había comenzado a hablar, bajó sobre ellos el Espíritu Santo igual que había bajado sobre ellos en Pentecostés.

Pedro había tenido una visión que en principio le había costado entender. Pero con los hechos que se van sucediendo entiende lo que el Espíritu del Señor le quiere dar a entender. ‘Lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tu profano’, había escuchado en la visión que le había mandado comer de toda clase de animales, puros e impuros. Luego se van sucediendo las cosas con aquella embajada que recibe y lo que había sucedido en Cesarea.

Con las explicaciones de Pedro ‘ellos se calmaron y alabaron a Dios diciendo: también a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida’.

¿No los había enviado Jesús por todo el mundo para predicar el evangelio y todo el que creyese fuera bautizado? ¿No había derramado su sangre en la Cruz por todos los hombres para el perdón de los pecados? ¿No quería Jesús que todos los hombres se salvaran y llegaran al conocimiento de la verdad? Sin embargo, fue algo que en aquella primera comunidad cristiana formado en principio por discípulos de Israel les costó aceptar.

Hoy mismo en el evangelio que nos ha hablado del Buen Pastor que da su vida por las ovejas, Jesús nos dice ‘tengo además otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer; y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor’. También Jesús les había propuesto parábolas donde nos decía que como aquellos primeros labradores no rindieron para su amo el fruto de su trabajo, la viña se les quitará a ellos y se les dará a otros que rindan sus frutos.

Por muchas partes aparece en el evangelio la voluntad de salvación universal de Jesús. Por todos los hombres; no se pertenece al nuevo pueblo de Dios solo por linaje o por raza, sino que será desde el orden de la fe, aceptando a Jesús, desde el que se entrará a formar parte del Reino de Dios que es para todos los hombres, al que todos los hombres estamos invitados.

La contemplación de estos hechos y la reflexión que sobre ellos vamos haciéndonos nos viene bien para que nosotros seamos capaces de ensanchar nuestro corazón, ensanchar las miras, podríamos decir así, tratando de darle un sentido más misionero y más universal a nuestra vida, a nuestro actuar y a nuestro apostolado. Tenemos el peligro, sí, de quedarnos sólo a la sombra de nuestro campanario. No podemos encerrar en un espacio limitado el anuncio y la vivencia del evangelio, sino que siempre tenemos que tener ese sentido universal y misionero. A otros muchos podemos y tenemos que llevar el anuncio del evangelio, el anuncio de la salvación que Jesús quiso para todos los hombres.

domingo, 15 de mayo de 2011

Puerta, pastor y guardián de nuestras vidas


Hechos, 2, 14.36-41;

Sal. 22;

1Pd. 2, 20-25;

Jn. 10, 1-10

Nos habla hoy la liturgia de puerta, de pastor y de guardián, de rebaño y de redil, de cordero y de ovejas. Ricas imágenes que nos ofrece la liturgia en la Palabra que se nos ha proclamado y en los textos eucológicos. Imágenes que nos están hablando de Cristo y de nosotros su pueblo. Imágenes que ponen una vez más ante nosotros todo lo que hemos venido celebrando en el triduo pascual y que prolongamos en todo este tiempo de pascua.

Llamamos a este domingo el domingo del Buen Pastor precisamente por esas imágenes que se nos ofrecen. En el salmo así lo hemos proclamado: ‘El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar…’ Y nos sentimos llenos de gozo porque El sea el Buen Pastor que nos cuida, nos protege, nos alimenta y hasta es capaz de dar la vida por sus ovejas. ‘En verdes praderas me hace recostar y me conduce a fuentes tranquilas, me guía por el sendero justo y aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo’.

Por eso al mismo tiempo que así lo reconocemos no podemos menos que recordar que también es el Cordero inmolado, verdadero y auténtico Cordero Pascual que, como nos ha recordado san Pedro, ‘cargado incluso con nuestros pecados, subió al leño para que muertos al pecado vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado’.

Como el cordero inocente que ‘maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador enmudecía y no abría la boca…’ como recordábamos el viernes santo con el Cántico del Siervo de Yavé cuando lo contemplábamos en la cruz. ‘Cuando lo insultaban no profería amenazas’, nos ha recordado hoy san Pedro.

En su carta que terminaba diciéndonos, ‘andábais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas’. Cómo nos recuerda cuando Jesús veía aquellas multitudes que lo seguían en el evangelio y sentía lástima por porque los veía como ovejas sin pastor y los enseñaba y prodigaba sus signos salvadores con ellos con los milgros que hacía como cuando multiplicó los panes en el desierto para alimentarlos a todos.

Hoy Jesús nos propone en el evangelio una imagen más, ‘la puerta’ por la que hay que entrar porque por ahí está el camino de nuestra vida y salvación. ‘Yo soy la puerta de las ovejas….’ Y nos volverá a repetir: ‘Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos’. Y es que Jesús ha venido padra darnos vida. ‘Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante’, nos dice. Y mira si es abundante la vida y la gracia que nos ofrece cuando nosotros no merecemos nada y por nosotros entrega su vida.

Seguimos a Jesús; queremos seguir a Jesús, y escucharle, y alimentarnos de El, y estar con El porque con El nos sentimos seguros. ‘Las ovejas atienden a su voz, y el va llamando por su nombre a las ovejas y las saca fuera… camina delante de ellas, y las ovejas le siguen porque conocen su voz…’

¡Qué hermoso! Nos llama y nos conoce; y nos llama a cada uno por nuestro nombre. Así somos queridos y amados por Dios que nos llama por nuestro nombre. ¡Cómo nosotros tenemos que aprender a conocer su voz para no irnos tras otros pastores y en búsqueda de otros pastos que nunca nos podrán saciar! Que no nos confundamos nunca porque con Cristo a nuestro lado tenemos la seguridad de la vida y de la salvación.

El nunca nos abandonará ni nos dejará solos. Como decíamos con el salmo ‘aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo… tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida y habitaré en la casa del Señor por años sin término’.

Abundancia de vida y de gracia que nos ofrece en la Iglesia y en los sacramentos. ‘Preparas una mesa ante mí… me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa’, que seguimos diciendo con el salmo. Banquete de gracia y salvación que nos ofrece en los sacramentos. Nos ha ungido para llenarnos de su vida; continuamente está ofreciéndonos su perdón; ante nosotros tenemos el Banquete de la Eucaristía en que El mismo se nos da como comida. ‘Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida, y el que me come vivirá por mí y yo lo resucitaré en el último día’, como hemos escuchado más de una vez.

Pero aún más, pone a nuestro lado pastores que en su nombre nos conduzcan y nos alimenten con la Palabra de Dios y los sacramentos. Quiere Cristo Jesús seguir haciéndose presente junto a nosotros y elige a quienes en su nombre conduzcan al pueblo de Dios hacia los pastos de la vida y de la gracia. Como eligió a los Apóstoles a quienes envió por el mundo para hacer el anuncio de la Buena Nueva del Evangelio y bautizar a quienes creyesen en él, sigue eligiendo dentro del pueblo de Dios quienes sigan ejerciendo esa función.

Hoy, domingo del Buen Pastor, es un día propicio para que la comunidad cristiana reconozca y valore a sus pastores, a los sacerdotes y a todos los ministros del Señor, y a cuántos ejercen una función pastoral en medio del pueblo de Dios en tantas funciones y servicios para bien de la comunidad y de la Iglesia. Sacerdotes – y englobo en esta palabra también al Papa y a los obispos en la plenitud de su sacerdocio -, religiosos y religiosas, personas consagradas en diversos carismas, laicos - hombres y mujeres - comprometidos apostólica y pastoralmente en medio de la Iglesia y a favor del mundo que ejercen esa función pastoral en nombre de Cristo a quienes tenemos que reconocer y con quienes tenemos que sentirnos en verdadera comunión de Iglesia, y por quienes hemos de orar.

Pero este domingo del Buen Pastor es también una Jornada Mundial de oración por las vocaciones. Tenemos que pedirle al dueño de la mies, como ya nos encarga Jesús, que envíe obreros a su mies, porque la mies es mucha y los obreros pocos. Tenemos que orar, sí, para que sean muchos los llamados en medio de nuestras comunidades, y muchos sean también los que generosamente con la gracia del Señor respondan a esa llamada.

Es que tenemos que considerar también que está en juego la vida, la vitalidad de nuestra Iglesia que necesita de esos pastores. Ya sabemos que el Señor no abandona a su Iglesia y no faltará esa llamada de parte del Señor y no faltarán nunca pastores a la Iglesia. Pero es que también desde la vitalidad de nuestra Iglesia, de nuestras comunidades, desde la valoración que hacemos de nuestros pastores, tenemos que crear ese clima y ambiente apropiado para que haya esa generosidad en los corazones y sean muchos los valientes que respondan a la llamada del Señor.

Es como un círculo, de unas comunidades vivas y entregadas podrán surgir almas generosas que escuchen al Señor y le sigan, y si tenemos abundantes vocaciones y en consencuencia pastores en medio de la Iglesia crecerá también nuestra vitalidad. Tenemos que ser caldo de cultivo, semillero de vocaciones. Y lo seremos con nuestro amor generoso. Y lo seremos con nuestra oración intensa por las vocaciones.

Pidámosle a María, ella que acogió con total apertura el plan divino de la salvación en su vida, que en el interior de nuestras comunidades nos abramos con disponibilidad a la llamada de Dios y sepamos decirle ‘sí’.