Con humildad desde nuestras limitaciones, desde nuestras dudas y confusiones tenemos que acudir a Jesús queriendo llenarnos de su vida y dejarnos inundar por su Espíritu
Jeremías
11, 18-20; Sal 7; Juan 7, 40-53
Jesús no deja indiferente a nadie. Ante Jesús, su figura, su vida, sus
obras todos nos decantamos de alguna manera. Ya lo había anunciado el anciano Simeón
allá en el templo con la presentación del Niño. Será bandera discutida, será
signo de contradicción, ‘este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se
levanten en Israel’.
Hoy lo escuchamos en el evangelio. Gente que dice que nadie ha hablado
como El, otros que decía que si no seria el Mesías o un profeta, mientras los
fariseos y los sumos sacerdotes están maquinando contra El; quieren apoyarse incluso
en las Escrituras y cada uno hace sus interpretaciones; habrá entre ellos
alguien que pide serenidad, reflexión, no tomarse las cosas a la ligera ni
dejarse llevar por impulsos, porque las acusaciones hay que probarlas, pero
todos de alguna manera se decantan a favor o en contra. Un mundo de confusión
en torno a Jesús; los sencillos no entienden de esos conflictos, pero esas
cosas afectan a todos.
Pero ¿no sucederá que sigue pasando igual? ¿No nos puede pasar a
nosotros mismos en nuestro interior? También en nuestro entorno hay mucha gente
confundida. Nos sentimos confundidos nosotros mismos porque muchas veces casi
sin saber por qué nos entran dudas en nuestro interior, nos preguntamos muchas
cosas y no siempre sabemos dar respuestas.
Mucha gente sabemos bien que se aleja de la fe, de la religión, de la
Iglesia cuando le surgen esas dudas que no saben resolver. No es malo que nos
surjan dudas, porque eso tendría que aquilatar nuestra fe, purificarla, hacerla
profundizar, pero tenemos que saber bien a donde tenemos que acudir, tenemos
que saber también dejarnos conducir que el Señor irá poniendo nuestro lado
muchas señales que tenemos que saber discernir.
Confusión también se produce cuando vemos tantas opiniones distintas,
cuando vemos tantas divisiones incluso en los que tenemos una misma fe, o
creemos tener una misma fe, en Jesús. Gentes que llegan a nuestra puerta y nos
ofrecen sus ideas y sus interpretaciones, que unas veces quizá cerramos la
puerta, pero otras veces nos producen una cierta inquietud en nuestro interior.
Corrientes de opinión en torno a la Iglesia, la religión, la fe que circulan en
el entorno en que vivimos, gente que habla en contra siempre tratando de
desprestigiar, de anular, de destruir. Somos conscientes de ello y cuanto daño
se hace a los sencillos.
Es necesario fortalecer nuestra fe, darle hondura, formarnos
debidamente, crecer en espiritualidad. Con humildad desde nuestras
limitaciones, desde nuestras dudas y confusiones tenemos que acudir a Jesús
queriendo conocerle más y más, llenarnos de su vida, dejarnos inundar por su Espíritu.
Es el Espíritu del Señor que nos conduce a la verdad plena, es el Espíritu que
nos revelará allá en el interior de nuestro corazón todo el misterio de Cristo,
es el Espíritu que nos fortalecerá interiormente frente a tantas cosas que nos
puedan confundir o nos puedan arrastrar fuera de los caminos de la Verdad.
Tengamos un corazón humilde y sencillo porque será la mejor manera de
escuchar a Dios, de sentir a Dios en nuestra vida, de expresarle toda nuestra
fe. Pero esa humildad y sencillez no nos quita que nos esforcemos por conocer
mejor nuestra fe para que podamos dar verdadera razón de nuestra fe y de
nuestra esperanza. Un compromiso que tendría que surgir en nosotros en este
camino cuaresmal que estamos viviendo sería el que leyéramos más la Biblia, la
estudiáramos más, nos preocupásemos de acudir a aquellos medios que nos ofrece
al Iglesia para crecer en nuestra fe.