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sábado, 1 de abril de 2017

Con humildad desde nuestras limitaciones, desde nuestras dudas y confusiones tenemos que acudir a Jesús queriendo llenarnos de su vida y dejarnos inundar por su Espíritu

Con humildad desde nuestras limitaciones, desde nuestras dudas y confusiones tenemos que acudir a Jesús queriendo llenarnos de su vida y dejarnos inundar por su Espíritu

Jeremías 11, 18-20; Sal 7; Juan 7, 40-53
Jesús no deja indiferente a nadie. Ante Jesús, su figura, su vida, sus obras todos nos decantamos de alguna manera. Ya lo había anunciado el anciano Simeón allá en el templo con la presentación del Niño. Será bandera discutida, será signo de contradicción, ‘este niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel’.
Hoy lo escuchamos en el evangelio. Gente que dice que nadie ha hablado como El, otros que decía que si no seria el Mesías o un profeta, mientras los fariseos y los sumos sacerdotes están maquinando contra El; quieren apoyarse incluso en las Escrituras y cada uno hace sus interpretaciones; habrá entre ellos alguien que pide serenidad, reflexión, no tomarse las cosas a la ligera ni dejarse llevar por impulsos, porque las acusaciones hay que probarlas, pero todos de alguna manera se decantan a favor o en contra. Un mundo de confusión en torno a Jesús; los sencillos no entienden de esos conflictos, pero esas cosas afectan a todos. 
Pero ¿no sucederá que sigue pasando igual? ¿No nos puede pasar a nosotros mismos en nuestro interior? También en nuestro entorno hay mucha gente confundida. Nos sentimos confundidos nosotros mismos porque muchas veces casi sin saber por qué nos entran dudas en nuestro interior, nos preguntamos muchas cosas y no siempre sabemos dar respuestas.
Mucha gente sabemos bien que se aleja de la fe, de la religión, de la Iglesia cuando le surgen esas dudas que no saben resolver. No es malo que nos surjan dudas, porque eso tendría que aquilatar nuestra fe, purificarla, hacerla profundizar, pero tenemos que saber bien a donde tenemos que acudir, tenemos que saber también dejarnos conducir que el Señor irá poniendo nuestro lado muchas señales que tenemos que saber discernir.
Confusión también se produce cuando vemos tantas opiniones distintas, cuando vemos tantas divisiones incluso en los que tenemos una misma fe, o creemos tener una misma fe, en Jesús. Gentes que llegan a nuestra puerta y nos ofrecen sus ideas y sus interpretaciones, que unas veces quizá cerramos la puerta, pero otras veces nos producen una cierta inquietud en nuestro interior. Corrientes de opinión en torno a la Iglesia, la religión, la fe que circulan en el entorno en que vivimos, gente que habla en contra siempre tratando de desprestigiar, de anular, de destruir. Somos conscientes de ello y cuanto daño se hace a los sencillos.
Es necesario fortalecer nuestra fe, darle hondura, formarnos debidamente, crecer en espiritualidad. Con humildad desde nuestras limitaciones, desde nuestras dudas y confusiones tenemos que acudir a Jesús queriendo conocerle más y más, llenarnos de su vida, dejarnos inundar por su Espíritu. Es el Espíritu del Señor que nos conduce a la verdad plena, es el Espíritu que nos revelará allá en el interior de nuestro corazón todo el misterio de Cristo, es el Espíritu que nos fortalecerá interiormente frente a tantas cosas que nos puedan confundir o nos puedan arrastrar fuera de los caminos de la Verdad.
Tengamos un corazón humilde y sencillo porque será la mejor manera de escuchar a Dios, de sentir a Dios en nuestra vida, de expresarle toda nuestra fe. Pero esa humildad y sencillez no nos quita que nos esforcemos por conocer mejor nuestra fe para que podamos dar verdadera razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. Un compromiso que tendría que surgir en nosotros en este camino cuaresmal que estamos viviendo sería el que leyéramos más la Biblia, la estudiáramos más, nos preocupásemos de acudir a aquellos medios que nos ofrece al Iglesia para crecer en nuestra fe. 

viernes, 31 de marzo de 2017

Abramos nuestro corazón al Espíritu Santo y llegaremos a conocer, y conocer es vivir, todo el misterio de Jesús

Abramos nuestro corazón al Espíritu Santo y llegaremos a conocer, y conocer es vivir, todo el misterio de Jesús

Sabiduría 2,1ª.12-22; Sal 33; Juan 7,1-2.10, 25-30
Si yo lo conozco, de toda la vida, que me vas a decir tu a mi; así habremos escuchado mas de una vez a alguien hablarnos de otra persona que dice que conoce y que conoce bien de siempre, o nos habrá pasado a nosotros lo mismo, pero que realmente ese conocimiento la más de las veces es superficial y no conocemos tanto a esa persona como nosotros decimos.
Conocer a alguien no es quedarnos en la apariencia, en la superficialidad de lo externo o en algunas circunstancias quizás de su vida. Somos de alguna manera un misterio profundo cada ser humano, y no nos podemos quedar en la epidermis. Es conocer las razones profundas de la persona, es vislumbrar su interior, es conocer a fondo sus sentimientos, es el saber el quién y el qué de esa persona. Algunas veces ni nos terminamos de conocer bien a nosotros mismos.
Pero todo esto que estamos diciendo apliquémoslo al ámbito de nuestra fe, al conocimiento que de Cristo y del evangelio habríamos de tener. Sabemos cosas, pero no son solamente cosas las que tenemos que conocer; podemos hacer hasta un relato hermoso del actuar de Cristo, de sus milagros, de lo que enseñaba a la gente y si iba y venia de acá para allá por aquellos caminos de Palestina, desde Galilea o más allá de Galilea, hasta Jerusalén o todo el valle del Jordán. Pero eso no nos basta para poder decir que conocemos todo el misterio de Cristo.
Muchos también han escrito muchas cosas de Jesús pero no siempre han sabido captar el misterio de su vida; muchos nos hacen sus juicios y apreciaciones y nos encontramos las más dispares opiniones acerca de Jesús y de lo que fue su obra. Pero, quizá nos venga bien preguntarnos si nosotros mismos llegamos de verdad a conocer a Jesús.
Porque nos puede pasar como nos sucede también tantas veces en la relativo al conocimiento que tenemos de las personas; muchas veces nos puede marcar el sentido de la amistad que tengamos con alguien lo que pueden ser los intereses más íntimos y profundos que nosotros tengamos dentro de nosotros mismos. Aquello del color del cristal con que se mira; así puede ser nuestra  mirada de los demás y así puede ser nuestra mirada a Cristo que se puede ver enturbiada por nuestro personal color.
Hoy nos lo esta diciendo Jesús en el evangelio. Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ése vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él, y él me ha enviado’. Les está diciendo Jesús que muchos creen conocerle pero realmente no le conocen. Podrán decir que es de Galilea o que nació en Belén, podrán decir que su padre era carpintero o que sus parientes están allá en Nazaret de Galilea, pero ¿conocen en toda su profundidad a Jesús? ¿Reconocen que El es el enviado del Padre, el Ungido del Espíritu, que viene a traernos el año de gracia del Señor, porque en verdad viene a traernos la salvación?
‘El Espíritu del Señor esta sobre mí…’ había dicho aplicándose las palabras del profeta allá al inicio de su tarea apostólica. Lleno del Espíritu de Dios había caminado en medio de ellos y había realizado la obra de Dios. Pero bien sabemos como algunos le atribuyen incluso los signos y milagros que realiza al padre del príncipe de los demonios. Era necesario dejarse conducir por el Espíritu de Dios que es el que nos revela todo allá en lo más hondo del corazón.
Es por donde tenemos que empezar nosotros para llegar a ese conocimiento vivo de Jesús, dejarnos conducir por su Espíritu.  Nos descubrirá la verdad de Jesús y que El es nuestra única verdad; nos llenará de la vida de Jesús porque El es nuestra única vida y nuestra única salvación; nos hará seguir las huellas que nos va dejando en el camino, porque El es el único camino que nos lleva hasta el Padre. Abramos nuestro corazón al Espíritu Santo y llegaremos a conocer, y conocer es vivir, todo el misterio de Jesús.

jueves, 30 de marzo de 2017

Es necesario que sepamos detenernos para reflexionar, para descubrir las obras de Dios en nosotros, tantos signos y señales que El nos va dejando de su presencia

Es necesario que sepamos detenernos para reflexionar, para descubrir las obras de Dios en nosotros, tantos signos y señales que El nos va dejando de su presencia

Éxodo 32, 7-14; Sal 105; Juan 5, 31-47
Podemos tener delante las cosas más hermosas, pero si cerramos los ojos no las podemos ver. Podemos tener a nuestra consideración los razonamientos más convincentes, pero si nos cerramos a considerarlos, a pensar en ellos o a aceptar sus razonamientos nos quedaremos en la ignorancia y en nuestro error.
Cuantas veces en la vida vamos cerrando los ojos, y ya no son solo los ojos de nuestra cara, sino nuestra mente, nuestro yo a lo que se nos pueda ofrecer y seguimos encerrados en nosotros mismos, en nuestras ideas de siempre, en nuestro conservadurismo y no llegamos a avanzar en la vida. Puede ser en razón de las ideas, pero también porque no queramos aceptar al otro, a quien nos puede ofrecer esa apertura para la vida; ponemos muchas pegas no solo a las ideas sino también a las personas. Hay mucha gente que vive así con la mente cerrada; es una tentación que nosotros también podemos vivir en tantos aspectos de la vida.
Nos cuesta también hacer un camino ascendente en nuestra fe. Nos anquilosamos, nos quedamos en actitudes y posturas infantiles, no maduramos. Nos quedamos en nuestras devociones de siempre, que no digo que sean malas, pero no tratamos de profundizar en lo que creemos, abrir de verdad nuestro corazón al Espíritu del Señor que nos guía. Convertimos, o tenemos el peligro de hacerlo, nuestras practicas religiosas en una mera obligación que cumplir, pero quizá no las hacemos vivencias profundas de nuestra fe en el interior de nosotros mismos y que luego se reflejen en las actitudes y comportamientos de nuestra vida.
Más de una vez quizás nos ha sucedido que hemos asistido a la celebración de la Eucaristía, pero estando físicamente allí espiritualmente estábamos muy lejos; el final de la celebración quizá nos hemos preguntando que hemos encontrado en esa celebración, qué es lo que hemos vivido y no tenemos nada que decir porque no hubo esa vivencia profunda.
Es necesario detenernos muchas veces en eso que estamos haciendo y haciendo de siempre para caer en la cuenta de lo que estamos expresando, lo que estamos celebrando, el sentido y significado en ese momento de aquellas oraciones que estamos diciendo, en lo que esa Palabra que estamos escuchando o la reflexión que se nos ofrece, qué es lo que nos está diciendo en concreto a la vida que vivimos. No podemos pasar de largo por nuestras celebraciones sin que dejen una huella en nosotros.  Y tristemente muchas veces nos sucede así, no quedan huellas como no dejamos huellas desde lo que vivimos para los demás.
En el evangelio que hoy escuchamos (nos convendría releerlo quizá una vez mas) Jesús quiere hacer pensar a sus discípulos y cuantos le escuchan. Muchos no han descubierto de verdad quien es Jesús; piden tantas veces señales, pero no son capaces de ver las señales y las huellas de Dios que Jesús va dejando en sus vidas. Ahí están sus obras, las obras del Padre que Jesús realiza y que tendrían que ser en verdad signo y testimonio para ellos que les haga creer. Pero no quieren ver esas obras de Dios en lo que Jesús realiza. Escuchan la Escritura pero no son capaces de ver aquello anunciado en las Escrituras en la obra de Jesús.
Como decíamos antes es necesario que sepamos detenernos para reflexionar, para descubrir las obras de Dios en nosotros, tantos signos y señales que El nos va dejando de su presencia y que tendrían que transformar nuestra vida, para que crezcamos en nuestra fe, para que en verdad construyamos el Reino de Dios, para que seamos también testimonio para que los demás también se abran a la fe.

miércoles, 29 de marzo de 2017

Creer en Jesús es pasar de la muerte a la vida porque El nos arranca de nuestro sepulcro de muerte que es nuestro desamor, maldad, injusticia en lo que hemos vivido y nos lleva a la vida

Creer en Jesús es pasar de la muerte a la vida porque El nos arranca de nuestro sepulcro de muerte que es nuestro desamor, maldad, injusticia en lo que hemos vivido y nos lleva a la vida

Isaías 49,8-15; Sal. 144;  Juan 5, 17-30
Creer en Jesús es pasar de la muerte a la vida. Toda nuestra vida esta imbuida por el misterio pascual de Cristo. Por la fe nos sentimos envueltos por el misterio de Cristo de manera que ya no vivimos, y permítanme que lo exprese así, para la muerte sino para la vida, ya no vivimos envueltos por la muerte sino por la vida.
Creer en Jesús significa sentir en nosotros su pascua, su paso salvador; un paso de Cristo en nosotros que nos transforma, un paso de Cristo en nosotros que nos arranca de la muerte; un paso de Cristo en nosotros que nos hace vivir una vida nueva, su vida. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia, nos dirá en otro momento en el evangelio.
La presencia de Cristo en nosotros no es un juicio de condena sino un juicio de vida, porque siempre nos esta ofreciendo vida, nos esta ofreciendo su salvación. Claro que cuando nos sentimos en la presencia de Cristo somos nosotros los primeros que nos juzgamos porque nos damos cuenta que lejos estamos, nos damos cuenta cuanto de muerte seguimos permitiendo que haya en nosotros, nos damos cuenta de nuestras sombras, de nuestro pecado; pero no para la angustia sino para la esperanza porque al mismo tiempo estamos contemplando ese rostro misericordioso de Dios que Cristo nos manifiesta y nos sentimos envueltos por su amor.
Indignos, porque somos pecadores, somos levantados por la gracia para lavarnos de ese pecado, para transformar nuestra vida, para sentirnos otros, para comenzar a amar con su mismo amor. La presencia de Cristo con su gracia que es lo mismo que decir con su amor nos transforma, nos hace vivir la pascua, nos llena de vida. Claro a eso tenemos que dar respuesta en nosotros, en ese camino nuevo que emprendemos, en esa vida de gracia que vivimos, en esas actitudes nuevas que van a comenzar a resplandecer en nosotros, en ese nuevo actuar y nuevo vivir llenos siempre de su amor.
De eso nos esta hablando Jesús hoy en el evangelio. No entienden los judíos que llame Padre a Dios y se escandalizan y por eso hasta quieren condenarlo. Pero es el rostro de Dios que Cristo nos esta manifestando, hoy con sus palabras, pero a lo largo del evangelio con todo su actuar, con su presencia de amor. Estas palabras de hoy siguen a lo que ayer escuchábamos, como Jesús se acerca a aquel paralítico de la piscina que allá esta con sus limitaciones y con sus soledades para llevarle vida, para ponerle a caminar en nuevo encuentro con Dios y con los demás. No lo entienden los judíos, no entienden lo que Jesús realiza, y Cristo con sus palabras quiere hacérnoslo comprender.
‘Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio,-,- porque ha pasado ya de la muerte a la vida. Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán…’ Escuchemos a Jesús y tendremos vida; escuchemos a Jesús y pongamos toda nuestra fe en El; escuchemos a Jesús y pongámonos en camino con El y nos llevara a la vida.
‘No os sorprenda, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida…’ Es el sepulcro de nuestro pecado, del mal que hemos dejado meter en nosotros, de nuestro desamor, de la injusticia y la maldad en que tantas veces hemos vivido. Todo eso es muerte, pero Cristo viene a sacarnos del sepulcro, Cristo viene a llevarnos a la vida, Cristo viene a traernos su salvación. Como decíamos al principio creer en Jesús es pasar de la muerte a la vida.

martes, 28 de marzo de 2017

También Jesús te esta diciendo levántate, sal de tu soledad, camina al encuentro con los demás, pon la camilla de tu vida al servicio de los otros

También Jesús te esta diciendo levántate, sal de tu soledad, camina al encuentro con los demás, pon la camilla de tu vida al servicio de los otros

Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-3. 5-16
Que triste es sentirse solo y no tener nadie que le acompañe y le ayude. Vivimos rodeados de gente por todas partes, familia, vecinos, compañeros de trabajo, amigos… y por otra parte hoy tenemos la facilidad de las redes sociales que nos hacen entrar en comunicación con personas de todos lados; nos llamamos con facilidad amigos, es una palabra muy socorrida, y desde que entramos en un mínimo de conocimiento enseguida nos llamamos amigos.
Sin embargo vivimos en un mundo donde hay demasiadas soledades. La comunicación con las personas de nuestro entorno no siempre es lo profunda que desearíamos, bien porque son unas relaciones muy superficiales o porque se ponen fácilmente barreras y distancias, o bien nosotros mismos nos encerramos en nuestras cosas, en nuestro mundo, en nuestras rutinas y no abrimos la puerta de nuestro yo a esa comunicación con el que quizás hasta nos estamos tratando cada día.
No es así el mundo de felicidad que todos desearíamos; en la soledad nos guardamos nuestras amarguras, nos sentimos paralizados ante cualquier problema, entramos en etapas de aislamiento y de inacción e inutilidad, vamos centrándonos solo en nosotros mismos y ya seremos incapaces de apreciar los problemas que los otros tienen a nuestro lado.
No es el camino que Jesús quiere para nosotros porque es un camino que merma más y más nuestra vida, y Jesús quiere que tengamos vida y vida en plenitud. Y la vida en plenitud comienza por valorarnos a nosotros mismos y ser capaces de desarrollar todas las posibilidades, todas las capacidades que hay en nuestra vida, todos esos valores que nos harán crecer, ser nosotros mismos, pero también ser para los demás.
Hoy el evangelio nos habla de un milagro especial que Jesús realiza, un signo muy especial y que puede enseñarnos mucho. Había en Jerusalén una piscina muy cercana al templo, junto a la puerta por donde entran introducidas las ovejas o los animales para los sacrificios en el templo y por eso se llamaba Betesda, o la piscina de las ovejas.
Allí se agolpaba una multitud grande de impedidos, de discapacitados y enfermos de todas clases porque tenían la creencia que cuando el agua entraba en movimiento quien se sumergiera el primero en la piscina era curado. No todos los lograban. El evangelio nos habla de un hombre que llevaba 38 años en los pórticos de aquella piscina esperando un día ser el primero que se sumergiera en el agua. No lo había logrado por su discapacidad, otros se le adelantaban. Por si mismo parecía que él no podía hacerlo.
Es Jesús el que se acerca a aquel hombre. ‘¿Quieres curarte?’ Y el hombre le cuenta sus penas, le habla de su soledad, no tenia quien le ayudase, cada día se sentía mas imposibilitado. ‘Levantate, toma tu camilla y echa a andar’, son las palabras de Jesús. Que se levante por si mismo, que camine, que vaya de nuevo al encuentro con los suyos, que vaya a su casa, que cargue con su camilla. No tiene que quedarse allí postrado. El puede. El tiene que levantarse. El tiene que salir de allí. El tiene que ir de nuevo al encuentro con los demás.
No le vale quedarse encerrado en aquella soledad, no puede sentirse inútil. Su vida vale, con su vida es posible seguir haciendo muchas cosas y tiene que hacerlo; que cargue con su camilla, no la va a dejar allí para que otros la lleven. Es lo que Jesús hace con aquel hombre, es la vida nueva que va a tener a partir de su encuentro con Jesús. No se puede quedar ya encerrado en su soledad y en su aislamiento.
¿No será eso lo que nosotros también tenemos que hacer? No sigamos dando vueltas sobre nosotros mismos; salgamos de ese círculo en el que nos hemos metido y que nos aísla. Vayamos al encuentro con los demás que podemos hacerlo, desarrollemos nuestras capacidades, nuestros valores, comencemos a creer en las posibilidades que en nosotros mismo tenemos.
Es lo que Jesús quiere para nuestra vida. Levántate, toma tu camilla, echa a andar. Muchas cosas puedes hacer incluso con esa camilla de tu vida, porque ahí quizás hemos encerrado muchas cosas, les hemos cortado las alas a nuestras posibilidades. Jesús nos tiene la mano para que vivamos esa vida nueva. Es el milagro que quiere realizar en nuestra vida. 

lunes, 27 de marzo de 2017

Aunque no veamos cosas maravillosas y extraordinarias sepamos apreciar en nosotros la maravilla del amor del Señor presente siempre en nuestra vida

Aunque no veamos cosas maravillosas y extraordinarias sepamos apreciar en nosotros la maravilla del amor del Señor presente siempre en nuestra vida

Isaías 65,17-21; Salmo 29; Juan 4,43-54
La palabra dada siempre se ha considerado algo como sagrado que hay que respetar y que en toda persona honrada siempre hemos de creer. Entre nuestros mayores no hacían falta papeles escritos ni firmas de ningún tipo porque se creía en la palabra que se nos diera.
Creíamos en la persona, creíamos en su palabra; era algo de obligado cumplimiento. Tratando entre personas maduras y honradas siempre tendría que ser así, pero bien sabemos que ya no somos tan crédulos y nos entra fácilmente la desconfianza, quizás desde experiencias negativas que hayamos podido tener o contemplar en la vida. Ahora parece que siempre tenemos que exigir pruebas que nos confirmen aquello que se nos dice y nosotros dar pruebas que confirmen nuestra fiabilidad, nuestra honorabilidad. Tenemos que hacernos creíbles y hacer que siempre se puedan fiar de nosotros, pero hemos de aprender de nuevo quizás a confiar en los demás, a confiar en la palabra dada.
Son aspectos humanos en los que me gusta fijarme, cosas que pudieran parecer insignificantes pero que pueden mostrar de alguna manera también nuestra madurez humana, y que siempre queremos iluminar con la luz del evangelio. Jesús quiere que aprendamos a confiar los unos en los otros; el plan de vida que nos ofrece en que en verdad nos sintamos en fraternidad y en comunión crearía esas bases necesarias para esa confianza que mutuamente hemos de tenernos en la vida, y más cuando vamos caminando en el mismo barco, podríamos decir, vamos compartiendo la misma vida y este mundo en el que vivimos y que entre todos hemos de construirlo mas justo y mas humano.
En el evangelio vemos llegar a Jesús a Galilea. Recuerda el evangelista lo que Jesús ya había dicho que un profeta no es bien recibido en su tierra, pero sin embargo nos dice que los galileos lo reciben bien porque han oído lo que Jesús había realizado en Jerusalén en la fiesta de Pascua porque ellos también habían ido. Pero el evangelio quiere centrarse en algo más. Un funcionario de Cafarnaún se entera de que Jesús ha llegado y sube hasta Cana donde se encuentra Jesús para pedirle que baje a curar a su hijo que se estaba muriendo. Jesús accede pero le dice que vaya porque su hijo ya estaba curado. Y aquel hombre cree en la Palabra de Jesús y se puso en camino.
‘Como no veáis signos y prodigios, no creéis’, había comenzado diciendo Jesús. Pero ante la insistencia de aquel hombre, ante la fe que esta poniendo en Jesús, accede no ya a ir, sino a decirle que estaba ya curado su hijo. Pedía aquel hombre, es cierto el prodigio de que Jesús lo curara, quería que fuera a su casa, pero aquel hombre cree en Jesús, cree en su palabra. Cuando le salen al encuentro sus criados para decirle que su hijo ya esta curado nos dice el evangelista que creyó el y toda su familia.
¿Por qué creemos en Jesús? ¿Solo esperamos ver signos y prodigios para poner nuestra fe en El? ¿Nos fiamos de su Palabra? ¿Con que atención e interés la escuchamos? Aunque no veamos cosas maravillosas y extraordinarias sepamos apreciar, sentir en nosotros la maravilla del amor del Señor presente siempre en nuestra vida. Su amor que nos llena de vida, que nos sana y que nos salva, que nos hace abrirnos a Dios, pero que nos hace abrir también nuestro corazón a los demás. De tantas maneras se manifiesta el amor de Dios en nosotros, descubrámoslo también en la confianza que los demás tienen en nosotros y en el amor y confianza que nosotros pongamos también en los demás. 

domingo, 26 de marzo de 2017

Tenemos que dejarnos iluminar por la luz de la fe en el encuentro con Jesús para ser luz también que transforme las oscuridades del mundo que nos rodea


Tenemos que dejarnos iluminar por la luz de la fe en el encuentro con Jesús para ser luz también que transforme las oscuridades del mundo que nos rodea

1Samuel 16,1b.6-7.10-13ª; Sal 22; Efesios 5,8-14; Juan 9,1.6-9.13-17.34-38
Si caminamos a oscuras, con los ojos vendados, por un lugar totalmente desconocido para nosotros pero teniendo quizás a nuestro lado alguien que pueda percibir el lugar, las cosas con las que nos encontramos y queriendo orientarnos nos va explicando la dimensión de los objetos, el paisaje por el que pasamos, las cosas que van sucediendo en nuestro entorno, podríamos decir que nos vamos haciendo una idea aproximada de donde estamos o el lugar por el que atravesamos, pero realmente no tendríamos una seguridad absoluta de lo que hay o de lo que sucede en nuestro entorno; podríamos decir que vemos, no por nuestros ojos, sino por la apreciación del que nos explica las cosas lo que no nos daría certezas absolutas, aunque sin embargo nos pueden servir de mucha ayuda en esa búsqueda y deseo de la luz. Si en algún momento pudiéramos abrir los ojos para ver por nosotros mismos entonces si nos podríamos hacer una idea clara de lo que hay a nuestro alrededor y necesitamos, es verdad, quien nos ayude a abrir los ojos y comprender toda la riqueza y la belleza de la luz.
¿Iremos así caminando por la vida? Pudiera sucedernos de que a pesar de que llevemos bien abiertos los ojos de nuestros sentidos corporales, haya otra oscuridad que nos nuble en el sentido mas profundo de la vida y en muchas cosas iríamos dando palos de ciego. No son solo los sentidos corporales los que hemos de llevar debidamente abiertos sino que ha de ser nuestro espíritu el que ha de dejarse iluminar para poder descubrir claramente el sentido mas profundo de nuestra vida.
No es fácil en ocasiones por la ceguera espiritual nos puede aturdir de tal manera que ni siquiera desearíamos salir de ella para encontrar esa verdadera luz de nuestra vida. Alguna vez pudiera sucedernos que nosotros mismos no querríamos salir de esa oscuridad y nos negamos a aquello que pueda elevar nuestro espíritu, nos negamos a dejarnos iluminar por la luz de la fe. Sin embargo hemos de decir también que allá en lo mas hondo de nosotros mismos esta latente ese ansia de la luz que nos ilumine y nos eleve, de ese querer creer en quien pueda ayudarnos a encontrar la verdad de nuestra vida.
Hoy el evangelio nos habla de un ciego de nacimiento que allá en las calles de Jerusalén pedía limosna a los que pasaban. No sabe quienes son los pasan ante el; algunos compadecidos le dejaran sus limosnas, pero no entiende lo que hablan los que ahora están al paso de la calle ni lo que le han puesto en los ojos. Solo ha entendido que vaya a la piscina de Siloé a lavarse de aquel barro que han puesto en sus ojos. Ciego esta sin entender lo que le sucede, como ciegos están los que ahora no entienden y se preguntan del por que de su ceguera. ¿Será su pecado o el pecado de sus padres?, escucha que se preguntan y atina a escuchar que cuanto le sucede es para que se manifieste la gloria de Dios.
De Siloé vuelve el que ha sido ciego porque ha recobrado la visión de sus ojos, aunque todavía quedan algunas oscuridades en su interior que aparentemente se van a agrandar en la oposición y el rechazo que algunos van a manifestar  de cuanto le ha sucedido. Una y otra vez ira explicando a los fariseos y a los sumos sacerdotes que alguien ha llegado junto a el, ha hecho barro con su saliva, se la puesto en sus ojos y lo ha mandado a la piscina de Siloé a lavarse; de allí ha vuelto con la visión de sus ojos recobrada.
Será un costoso proceso el que se va desarrollando en su espíritu, porque va a reconocer que quien le ha hecho esto – aun no sabe que fue Jesús – será o no un pecador por Dios esta con El porque si no fuera así no se podría haber realizado aquel milagro. Para él tiene que ser un profeta o un hombre de Dios. Su confesión en la que su espíritu se va abriendo a la luz le va a producir dificultades, porque incluso será expulsado de la sinagoga por esa confesión que ya va haciendo de la fe que va naciendo en su alma. Será finalmente Jesús el que se acercara hasta el para dársele a conocer plenamente.
‘¿Crees tú en el Hijo del hombre? Él contestó: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es. Él dijo: Creo, Señor. Y se postró ante él’.
Finalmente se le abrieron en plenitud sus ojos. Pudo hacer una confesión de fe en Jesús. Se dejó conducir y encontró la luz. Ahora todo adquiría un nuevo sentido y un nuevo valor. Sin embargo algunos creían ver y estaban ciegos, porque su espíritu no se abría a la luz de la fe para reconocer a Jesús.
Que no permanezcamos nosotros en esa oscuridad; que lavemos y limpiemos de verdad nuestros ojos no ya en la piscina de Siloé, sino en el que es en verdad el enviado y nuestro salvador. Es el proceso que también queremos ir haciendo ahora de manera mas intensa en este camino cuaresmal que estamos recorriendo. Dejémonos iluminar; que la Palabra de Dios vaya calando hondo en nosotros haciéndonos descubrir nuestra vida y también nuestras oscuridades, esas oscuridades de las que tenemos que salir para vivir con todo sentido la pascua. Muchas serán las cosas de las que tenemos que purificarnos. El Señor nos espera.
Pero no olvidemos que dejándonos iluminar por esa luz de la fe, por esa luz de Jesús nosotros tenemos que convertirnos también en portadores de luz para los que nos rodean. Muchas son las oscuridades de nuestro mundo y de muchas personas en nuestro entorno. Tenemos un compromiso con la luz, ser portadores de esa luz para cuantos nos rodean.