Is. 35, 1-6.10;
Sal. 145;
Sant. 5, 7-10;
Mt. 11, 2-11
‘Estas viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo’, decíamos en la oración de este tercer domingo de Adviento.
Y ya se nos va adelantando la alegría de la Navidad que llega. No pienso sólo en ese ambiente consumista y demasiado comercial que nos rodea a pesar de los momentos difíciles por los que pasa nuestra sociedad, sino pienso en la alegría honda de los cristianos que llenos de esperanza nos preparamos a celebrar con el mejor sentido el nacimiento del Señor.
Este tercer domingo tiene ya esos aires se alegría que se nos manifiestan en las antífonas y los diferentes textos de la liturgia. Una alegría nacida de la esperanza de salvación que nos anima y una alegría en los pasos de conversión y purificación que vamos dando.
La liturgia vuelve a presentarnos al Bautista. Pero en esta ocasión, escuchamos en el evangelio, está encarcelado por Herodes y desde allí envía a sus discípulos a preguntar a Jesús. ‘¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?’ Por muchas razones podemos entender esta pregunta de Juan, quien lo había señalado allá en el Jordán como ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’ porque había visto la gloria del Señor manifestarse sobre El después del Bautismo.
Quizá para que sus discípulos entendieran también que Jesús era el Mesias esperando porque en El se cumplían las Escrituras, como un día lo habían entendido Andrés y Juan que sí se habían ido con Jesús. Quizá porque a él mismo le entraban dudas al ver la forma distinta de actuar de Jesús de lo que había pensado e incluso anunciado. En la respuesta de Jesús, más que con palabras con signos, podemos entenderlo. ‘Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído?’, les responde Jesús.
Quizá también, es posible, porque esa pregunta es de alguna manera una pregunta que nosotros hoy, nuestro mundo hoy se pueda seguir haciendo. ¿Tenemos que seguir esperando hoy un salvador o ya no lo necesitamos? Una pregunta o interrogante muy serio y yo diría importante. ¿Qué salvación espera el mundo de hoy, esperan los hombres de hoy? En la confusión de las gentes en los tiempos de Jesús quizá esperaban caudillos que le dieron libertad e independencia al pueblo de Israel frente a pueblos extranjeros. Es posible que en nuestro mundo tan materializado en el que vivimos lo que esperamos – al menos para muchos - es simplemente solución a esos problemas económicos o sociales que nos afectan.
Pero ¿cuál sería esa salvación? Porque a pesar de todo hay otras ansias más hondas en el corazón del hombre que muchas veces se ven acalladas y silenciadas en nuestros temores o en nuestros agobios. Quizá se buscan señales de algo nuevo y distinto que nos dé hondura a la vida, que sacie aspiraciones hondas, o que eleve nuestro espíritu en búsqueda de algo más alto o más espiritual. En el fondo pudiera ser que el hombre tuviera hambre de Dios sin saberlo reconocer y necesite unos signos o unos testigos que nos eleven o que nos hagan soñar en algo mucho más hermoso.
Creo que en lo que dice Jesús a los enviados de Juan podemos vislumbrar una respuesta. Jesús se había puesto a curar a los enfermos, a dar vista a los ciegos, a hacer caminar a los inválidos, a limpiar a los leprosos, había dado la vida a los muertos y se les anunciaba una buena noticia a los pobres. ‘Id y decir a Juan lo que habéis visto y oído’, les dice Jesús a los enviados.
A la pregunta sobre la vida y la felicidad, que en fin de cuentas es la pregunta por una salvación que se espera, Jesús había respondido ofreciéndonos la posibilidad de hacer un mundo distinto: un mundo de amor donde nos sentiríamos hermanos, un mundo de perdón y de vida donde predomina la misericordia y la compasión, un mundo donde aprendiéramos a valorar lo que es verdaderamente importante para el hombre, un mundo de vida y no de muerte, un mundo que construiríamos en la paz verdadera alejando toda violencia, un mundo de acogida y de generosidad, un mundo de esperanza porque nos sentimos amados y seremos capaces de amar de verdad, un mundo en que nos sentiríamos también perdonados, un mundo que llamaríamos Reino de Dios porque en verdad tuviéramos a Dios como centro, como Rey y como Señor verdadero de nuestra vida. Por ahí camina la verdadera salvación que hemos de buscar y que Jesús nos ofrece.
Los discípulos de Juan podrían comprender la respuesta que habían de llevar al Bautista porque habían visto los signos de esa salvación en lo que Jesús hacía. Pues, os digo una cosa, el mundo que nos rodea podrá llegar a comprender la respuesta de esa salvación si ve en nosotros los cristianos esos signos reflejados en nuestra vida y en nuestras actitudes, en lo que hacemos y en lo que vivimos. Decíamos antes que el mundo busca señales y testigos. Nosotros con nuestro actuar, con nuestra forma de vivir nuestra fe, con la forma con que le vamos a dar sentido hondo a nuestra navidad, tenemos que ser esas señales, esos signos, estos testigos para el mundo que nos rodea.
Esas imágenes que nos ofrecía el profeta Isaías en la primera lectura son una hermosa descripción de ese mundo nuevo que en Cristo podemos construir. Todo se siente transformado. Y nos habla de la naturaleza que se transforma, pero nos habla también de esa transformación que se produce en el corazón del hombre; una fortaleza nueva y una alegría profunda llenan la vida del hombre porque viene el Señor, se manifiesta la gloria del Señor. Saltan todas las limitaciones que pueden mermar la vida del hombre, y todo sufrimiento se ha de mitigar. ‘Vendrán al Señor con cánticos, en cabeza, alegría perpetua, siguiéndolos gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán’.
Y dos cosas, por una parte en nuestro camino de Adviento y preparación para la navidad es por ahí por donde tenemos que caminar. Y si ponemos cada día un poquito más de vida en nuestro mundo porque nos amamos más, porque somos capaces de perdonarnos y ser misericordiosos los unos con los otros, porque compartimos más lo que tenemos para que nadie sufre a nuestro lado, si buscamos el bien y la verdad con la autenticidad de nuestra vida, podremos llegar a vivir una honda navidad.
Y por otra parte pidamos al Señor que se nos abran los ojos a nosotros y se abran los ojos a los que nos rodean, para que sean capaces de ver esas señales, esos signos que se dan de muchas maneras a nuestro alrededor, en tantas personas entregadas, en toda la acción que por el amor y la justicia realiza la Iglesia – cuantos cristianos comprometidos por los demás trabajando en tantas acciones como cáritas, los enfermos, los necesitados o los que sufren de alguna manera -. La gente se fija más en un mal ejemplo o en un mal testimonio que pueda surgir por aquí o por allá, pero no son capaces de ver cuánta gente sacrificada y llena de amor hay en la Iglesia trabajando por los demás.
Que en verdad nos sigamos preparando en este camino que estamos haciendo; y nos preparamos dando nosotros señales con nuestra vida de ese mundo nuevo que en Jesús podemos realizar para poder responder a esa pregunta de nuestro mundo que con Jesús viene en verdad la salvación y la vida nueva; y nos preparamos también purificándonos de todo pecado, como pedimos en las oraciones litúrgicas, para que lleguemos a celebrar la navidad , fiesta de gozo y salvación con alegría desbordante.