Hebreos, 11, 1-7
Sal. 144
Mc. 9, 2-13
¿Nos recordarán por nuestra fe? Sí, esa es la pregunta. Podrían recordarnos por muchas cosas. Pero ¿lo harán por nuestra fe?
‘Por su fe son recordados los antiguos’, nos decía la carta a los Hebreos. ‘La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve?' Por la fe nos fiamos de Dios, confiando en su Palabra. No vemos, pero creemos. Esperamos, porque creemos. Creemos, con amor y con esperanza.
Al concluir lo que podríamos llamar la primera parte del Génesis en esta lectura continuada de todos los días, hoy la liturgia nos ofrece este texto de la Carta a los Hebreos. No hace mucho tiempo la hemos escuchado en lectura continuada. Pero si hoy se nos ofrece este texto es porque hace como una lectura de aquellas primeras páginas de la Biblia.
Por la fe descubrimos la grandeza de la creación, pero más aún la grandeza e inmensidad del Creador. Pero nos habla también de la fe de Abel, que ofrecía el sacrificio más agradable al Señor. De Henoc, en quien Dios se complacía por su fe; de Noé, que creyó a Dios y construyó un arca para salvar a su familia… '' consiguió la justicia (la salvación) por su fe’. Una fe que ilumina, que hace la mejor ofrenda al Señor desde lo más hondo del corazón, que pone toda su confianza en Dios.
Pero de la fe nos habla también el evangelio escuchado. Siempre el Evangelio, la Palabra de Dios, es alimento de nuestra fe. Pero podríamos decir que en este acontecimiento que hoy nos narra, la Transfiguración del Señor que volveremos a escuchar en dos semanas una vez iniciada la Cuaresma, se fortalece la fe de los apóstoles.
Precisamente en textos anteriores contemplábamos la proclamación de su fe por parte de Pedro. El amor que sentía por Jesús, como entonces reflexionamos, le llevó a hacer aquella intensa declaración de fe. ‘Tu eres el Mesías’. Pero también recordamos cuánto le costaba entender a Pedro lo que anunciaba entonces Jesús. ‘El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado… ser ejecutado y resucitar al tercer día’. Ya Pedro trataba de quitarle eso de la cabeza a Jesús porque no le podía suceder. Pero Jesús lo aparta diciéndole que lo está tentando como Satanás, ‘tu piensas como los hombres, no como Dios’.
Pero si el Hijo del Hombre tendrá que subir hasta la Cruz, el que le sigue no tiene mejor camino. Ha de tomar la cruz también para seguirle, escuchábamos ayer. ‘El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su Cruz y me siga’. Aquellas cosas desestabilizaban la fe de los apóstoles. No cabía en sus esquemas ni el sufrimiento para Jesús, ni el sufrimiento para quienes siguieran a Jesús. Pero es lo que Jesús nos anuncia. Es el camino para seguirle con toda fidelidad.
Por eso hoy escuchamos este texto, la transfiguración del Señor en lo alto del Tabor. Allí se manifestaba la gloria del Señor. Allí podríamos descubrir muy bien quién era Jesús, el Jesús que tenía que pasar por la pasión y la muerte. Allí se estaba vislumbrando la gloria de la resurrección, aunque los discípulos no entendieran eso de la resurrección. Pero el hecho quedaría grabado en sus almas y eso alentaría su fe cuando llegara el momento de su propia pasión. Porque Jesús iba a pasar por la pasión y la cruz, y para ellos era también pasión cuando no terminaban de entender el significado de todo lo que estaba sucediendo. ‘Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos’. Pero la voz del cielo lo había señalado: ‘Este es mi Hijo amado, escuchadlo’.
Necesitamos nosotros reafirmar nuestra fe, sentirnos seguros en ella. La necesaria fortaleza de la fe. Pueden venir tiempos difíciles como cada día nos aparece la tentación. Pero el camino por el que hemos optado de seguir a Jesús tiene que tener una certeza absoluta para nuestra vida. Nosotros sí podemos entender lo que significa la resurrección de entre los muertos, pero igualmente muchas veces nos podemos también sentir débiles en nuestra fe. Por eso necesitamos la fortaleza que nos da la gracia.
¿Nos recordarán por nuestra fe?