El Diluvio prefigura el nacimiento de una humanidad nueva en Cristo
Gen. 8, 6-13. 20-22
Sal. 115
Mc. 8, 22-26
El creyente sabe tener una mirada de fe para saber leer con una mirada distinta. Una mirada creyente, la vida, los acontecimientos, la historia personal, todo lo que lo rodea. Se es creyente no solo por que se admita la existencia de un Ser Superior que está por encima de todo al que llamamos Dios, sino porque tenemos la certeza de que ese Dios en el que creemos interviene en nuestra historia y en nuestra vida. El creyente sabe descubrir ese actuar de Dios, sabe oír su voz y también lo que es la voluntad divina sobre su vida.
La historia de la salvación que nos trasmite la Biblia viene a ser así esa lectura creyente del pueblo de Dios sobre su historia y su vida. Lectura creyente inspirada por el mismo Dios para hacer entonces que lo contenido y revelado en la Biblia se convierta para nosotros en Palabra de Dios. Así los grandes acontecimientos de su historia igual que todo lo acontecido como las grandes catástrofes naturales como el diluvio universal que hoy hemos escuchado en el libro del Génesis.
¿Qué significado tuvo el diluvio universal y qué significado sigue teniendo para nosotros los cristianos hoy? Podemos pensar que algo ocurrido allá en la penumbra de los tiempos poco puede significar para nosotros hoy.
En el texto que estos días venimos escuchando – ayer el propio relato del diluvio, hoy su conclusión y la vuelta a la tierra firme de Noé, su familia y todos los animales recogidos en el Arca, mañana el pacto o Alianza realizado por Dios con la humanidad – se nos habla de esa purificación de una humanidad que se había vuelto perversa y se había apartado de los caminos de Dios. ‘Al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra, y que todo su modo de pensar era siempre perverso…’ nos dice el texto sagrado.
Pero hoy hemos escuchado que Dios dice que ‘no volveré a maldecir la tierra a causa del hombre, porque el corazón humano piensa mal desde su juventud…’ como queriendo anunciarnos que no será el castigo sino la salvación lo que Dios nos ofrecerá. Podemos vislumbrar aquí cómo Dios nos entregará a su Hijo para que derramando su Sangre en la Cruz seamos purificados de esa maldad que existe en el corazón del hombre. Por eso hará un pacto, una alianza, que es figura de la Alianza que un día hará en el Sinaí, pero que tendrá su culminación en la Sangre de la nueva y eterna Alianza realizada por Cristo con su muerte en la Cruz.
Y aquí es donde podemos encontrar el significado que pueda tener para nosotros. Es una referencia al Bautismo y a nuestra incorporación a Cristo por nuestra participación en el Misterio Pascual en el Bautismo. En la noche de la Vigilia Pascual, al bendecir el agua bautismal, precisamente se proclama. ‘Oh Dios, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad, de modo que una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad’. Una figura, pues, el diluvio de nuestro bautismo que nos hace nacer a una humanidad nueva, nos hace hombres nuevos. Una figura del Bautismo que nos purifica y no ya en el agua ni del diluvio ni del Jordán, sino en la Sangre derramada de Cristo por nosotros. Somos ese hombre nuevo, lavado y purificado, arrancado del pecado, llamado a la gracia y a la santidad.
Maravilla de nuestro Bautismo que no acabamos de meditar y comprender lo suficiente. Por eso con la antífona del Aleluya a la aclamación del Evangelio y con palabras de san Pablo en la carta a los Efesios, que el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, ilumine los ojos de nuestro corazón para que comprendamos la esperanza a la que nos llama.
El evangelio nos ha hablado de la curación de un ciego por parte de Jesús. Tocado por Jesús aquellos ojos se llenaron de luz para comenzar a ver. Que nosotros tocados igualmente por Jesús, nuestra vida se llene de Luz, para que comprendamos el misterio de gracia que nos viene en Jesús y del que nos hemos hecho partícipes desde el Bautismo.
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