No
perdamos la capacidad de disfrutar de esas cosas tan sencillas como las risas
de unos niños que juegan alegres a nuestro lado y que son señales del Reino de
Dios
Josué 24,14-29; Sal 15; Mateo 19,13-15
¿Sabremos disfrutar de las cosas
pequeñas y sencillas de cada día? Da la impresión muchas veces de que estemos
buscando siempre cosas extraordinarias, grandes cosas, especiales
acontecimientos, fiestas a lo grande para poder disfrutar de la vida y nos
perdemos esas cosas pequeñas y sencillas que están a nuestro lado pero que
algunas veces no sabemos percibir.
Buscamos una grandes obras de arte y no
apreciamos la sencilla flor que brota al borde del camino; viajamos cuando
podemos poco menos que hasta el fin del mundo para admirar bellezas naturales
que nos dijeron que allí eran muy bellas, pero no apreciamos los colores del
cielo en un amanecer o a la puesta del sol; no nos maravillamos del sol que se
levanta cada mañana y nos da luz y calor, como quizá no sabemos apreciar el
cariño y la sonrisa de un niño, o la mirada calida de un amigo que pasa a
nuestro lado y nos da los buenos días. Cuántos detalles de la vida nos perdemos
cada día, solo porque vamos buscando cosas grandes o cosas extraordinarias,
cuando grande y extraordinaria es la vida misma en su propia sencillez.
Escuchando hoy el evangelio he querido
disfrutar de algo tan sencillo como ve a alguien sentado en la plaza y rodeado
de niños que corren y juegan a su alrededor. Es la escena que nos ofrece hoy el
evangelio. Sentado en la plaza o a la puerta de su casa, de camino por aquellos
caminos o sencillas calles de aquellos pequeños pueblos contemplamos a Jesús a
quienes las madres le traen a sus niños que revolotean con sus jolgorios y
risas a su alrededor para que los bendiga.
Imagen bucólica, quizá me queréis
decir, pero imagen hermosa que estamos perdiendo ya en nuestro entorno, como
aquellos avispados discípulos que alejaban a los niños del maestro para que no
lo molestaran. Me vais a decir que ando con añoranzas, pro echo de menos cuando
los vecinos nos sentamos en la calle a las puertas de nuestras casas sin
ninguna prisa por otras cosas que hacer al caer de la tarde mientras comentábamos
los acontecimientos del día mientras los niños corríamos arriba y abajo con
nuestros gritos y bullicios llenos de alegría.
Buscando cosas que nos parecen más
importantes, agobiados porque siempre tenemos muchas cosas que hacer, corriendo
siempre de un lado para otro nos estamos perdiendo esas cosas pequeñas y
sencillas de la vida donde podíamos disfrutar de la belleza de la convivencia
entre familiares y vecinos.
No quiso Jesús que apartaran los niños
de su presencia, porque allí estaba, nos decía, el Reino de Dios. Era algo muy
sencillo y natural lo que allí sucedía, pero nos estaba enseñando que en esas
cosas sencillas encontramos las señales del Reino de Dios.
No perdamos la capacidad de admirarnos
por las cosas sencillas, no perdamos la capacidad de disfrutar de esas cosas
tan sencillas como las risas de unos niños que juegan alegres a nuestro lado y
que nos están diciendo que pongamos cara de alegría en esas pequeñas cosas que
hacemos que no le damos importancia, pero que tienen la importancia de ser
señales del Reino de Dios.