Nos gozamos con el triunfo y la
glorificación de María en su Asunción y sentimos que pone en nuestras manos la
Luz que nos conduce por caminos de una nueva evangelización
Apocalipsis 11,
19a; 12, 1. 3-6a. 10ab; Sal 44; 1Corintios 15, 20-27ª; Lucas 1, 39-56
¿No nos alegramos con el triunfo de los demás
sobre todo de los que amamos o sentimos más cercanos a nosotros? ¿No nos
gozamos con alegría de los nuestros y hacemos nuestros todos sus gozos? Nos
alegramos y lo festejamos; nos alegramos y los felicitamos haciéndonos nosotros
participes de esa felicidad.
¿Cómo no nos vamos a alegrar y festejar hoy
con el triunfo de María, con el triunfo de nuestra madre a quien la vemos
glorificada en el cielo? Hoy es la Asunción de María, es el triunfo de la Madre
que participó tan intensamente del misterio de su Hijo que quiso tenerla junto
así asociada a su triunfo en el cielo.
Si cuando Jesús se despedía de los suyos en
la última cena les consolaba diciéndoles que se iba junto al Padre para
prepararles sitio porque donde El estaba quería que también estuvieran los
suyos, cómo no pensar que junto a si quería tener a su Madre y para ella tenía
preparado el mejor sitio, cuando ella le había hecho sitio en su seno y en su
corazón para que se hiciera Dios con nosotros y fuera posible para todos el
misterio de la salvación.
Es con lo que hoy nosotros nos gozamos y
festejamos. Celebrar pues esta fiesta de María es ese gozarnos con ella, a la
que contemplamos dichosa coronada de gloria y dignidad, ‘de pie a su derecha
está la reina enjoyada con oro de Ofir’, como decimos en el salmo de esta
celebración. Hoy todo quiere ser cánticos de alabanzas a María, nuestra Madre y
nuestra Reina gozándonos de su triunfo, gozándonos en la plenitud de Dios de la
que ya ella participa en el cielo por toda la eternidad. Hoy con María queremos
cantar su cántico de alabanza a la gloria del Señor.
Esta fiesta de la Asunción de María llena de
gozo todos los pueblos de la tierra; la Iglesia se viste de fiesta porque
queremos honrar a María, porque queremos honrar a la Madre, nuestra madre y la
madre de la Iglesia. Si cuando celebramos la fiesta de la madre que nos llevó
en su seno y nos trajo al mundo para ella buscamos los mejores regalos que
expresen nuestro amor, y rebuscamos las más hermosas palabras con las que
cantar su belleza y todas sus virtudes, cuanto más lo tenemos que hacer con
nuestra Madre celestial.
Es la fiesta de la Asunción y a este misterio
de María se unen en el fervor del pueblo cristiano muchas advocaciones con las
que invocamos a María que es como queremos llamarla desde nuestro amor filial.
Por toda la geografía se multiplican las fiestas de la Virgen de agosto, las
fiestas en honor de María.
En nuestra tierra canaria hoy la invocamos
con ese nombre tan querido de la Candelaria; no solo la celebramos en el dos de
febrero que es más propiamente su fiesta litúrgica, sino que en este día
queremos invocarla de manera especial recordando como María en su imagen
bendita ya estuvo en nuestras como una adelantada de la evangelización. Hoy de
manera especial en Tenerife celebramos a la Virgen de Candelaria y peregrinos
acudimos a su Basílica para festejarla desde todos los rincones de las islas.
Ella, Candelaria, portadora de la luz bien
significada doblemente al llevar en una mano un cirio encendido pero portando
en el otro brazo a Jesús, fue pionera de la evangelización de nuestra tierra y
podríamos decir que nos está pasando el testigo para que con ahínco nos
empeñemos en esa tarea de la nueva evangelización de nuestra tierra y de
nuestras gentes. Necesitamos renovar la vivencia del espíritu del evangelio
entre nosotros que por tantas circunstancias ha mermado su luz entre nosotros.
Es la tarea en la que está empeñada la
Iglesia y en lo que todos tenemos que sentirnos implicados. La Luz del
evangelio tiene que brillar con fuerza en nuestra vida y en nuestra tierra. De
la mano de María tenemos que comprometernos todos en esta tarea. Ella camina a
nuestro lado y nos estará recordando siempre la luz de Jesús que tiene que
iluminarnos.
Ese compromiso por nuestra parte tendría que
ser la mejor ofrenda de amor que en esta fiesta le ofrezcamos como bueno hijos
que somos de María. Por eso no tenemos que dejar que decaiga la devoción a
María y sea tergiversada con falsas religiosidades ni meramente con un
costumbrismo de no perder unas tradiciones. Es mucho más lo que tiene que ser
nuestra devoción y nuestro amor a María, porque tiene que ser algo muy vivo en
nuestro corazón, una luz muy fuerte que tiene que brillar en nuestra vida y que
ha de ser camino de luz para todos para ese encuentro con Jesús al que siempre
nos llevará María.
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