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sábado, 19 de agosto de 2023

Tenemos que saber recomenzar, reemprender muchas veces de nuevo para hacer que todo tenga nueva y más fuerte vitalidad, aprendamos a resetear haciéndonos de nuevo niños

 


Tenemos que saber recomenzar, reemprender muchas veces de nuevo para hacer que todo tenga nueva y más fuerte vitalidad, aprendamos a resetear haciéndonos de nuevo niños

Josué 24,14-29; Sal 15; Mateo 19,13-15

No seas un niño, le decimos quizás a alguien, y en cierto modo de manera despectiva, cuando nos parece que se está comportando de una manera muy infantil. ¿Quizás podríamos preguntarnos por que es un niño? ¿Por qué se comporta de una manera inocente y sin malicia? ¿Qué tiene eso de malo? ¿Es que es necesario ir por la vida siempre con una mirada atravesada, llena de desconfianzas, o con los malos instintos , como solemos decir, de estar echando la zancadilla para ver cómo cae el otro?

¿Será acaso niño porque se deja sorprender por la vida y todo le llama la atención? Sentir curiosidad por lo que no se conoce, sentir deseos de saber y aprender más, tener inquietud en nosotros que no nos deja quietos e imperturbables ante lo que sucede alrededor, estar buscando siempre algo nuevo, algo que hacer, algo que nos haga desarrollarnos y crecer, no creo que sea malo para la persona sino más bien necesario.

Nos hace falta despertar esa inquietud en nuestros corazones porque es la manera como creceremos, como avanzaremos en la vida, cómo vamos haciendo que la vida en verdad sea interesante y creativa. Por eso me atrevo a decir que no es tan malo ser como un niño, porque siempre tenemos esa inquietud en nuestro corazón por algo más, por algo distinto, por algo nuevo, por algo mejor. No nos podemos quedar adormilados en la vida, porque camarón que se duerme se lo lleva la marea, que dice el refrán popular, porque quien vive adormilado no sabrá disfrutar de lo mejor de la vida, no sabrá llenar la vida de grandes sueños y de grandes ideales, y su vida perderá vitalidad.

Me hace pensar en todo esto como plan incluso para darle vitalidad a la vida, lo que escuchamos hoy en el evangelio. ‘Le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase, pero los discípulos los regañaban’. Quiero ponerle incluso un poco de imaginación al tratar de contemplar este episodio. Jesús quizás sentado en la plaza, sentado a la puerta de su casa, como tantas veces quizás nosotros hemos hecho después de nuestras tareas y trabajos, y los niños que revolotean a su ardedor con sus juegos, sus gritos, su alegría; podemos ver tan a unas madres, como nos dice el evangelio que le traen a sus hijos a Jesús para que se los bendijera.

Pero allí están los de siempre, en este caso eran los discípulos tan celosos del descanso de su maestro. Vaya jaleo con los muchachos, sus carreras, sus juegos, sus gritos, sus preguntas y sus curiosidades. Quiten a esos chiquillos que no hacen sino molestar. Una reacción muy celosa. No sé, pero recuerda alguna escena alguna vez contemplada en nuestros templos con los jaleos que forman los chiquillos. Pero es importante la reacción de Jesús. ‘Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos’.

Y ahora nos dice que Jesús que ‘de los que son como ellos es el Reino de los cielos’. ¿Entonces tenemos que hacernos niños revoltosos e inquietos? Creo que nos damos cuenta de la inquietud que hemos de tener muy despierta en nuestro corazón. Esas ganas de más y mejor, esa búsqueda continua tan necesaria en la vida, ese dejarnos sorprender por las maravillas de Dios, esa apertura tan necesaria en nuestro corazón. No nos dejemos avejentar, no permitamos que se endurezca el corazón, no es posible que nos acostumbremos de tal manera a las cosas que las convirtamos en una rutina, arranquemos esas costras de pasividad con que nos vamos envolviendo tantas veces, tengamos la inquietud vital de ese niño que parece que se toma la vida como un juego pero que es así como va creciendo, es necesario tener la juventud que busca siempre la novedad para darle más intensidad a la vida y a lo que estamos haciendo.

Por algo nos dirá Jesús en otro momento que es necesario nacer de nuevo. No podemos seguir viviendo anquilosados en el hombre viejo. Tenemos que saber recomenzar, reemprender muchas veces de nuevo para hacer que todo tenga nueva y más fuerte vitalidad, aprendamos a resetear haciéndonos de nuevo niños que nos dejemos sorprender y sepamos hacer nuevas todas las cosas.

viernes, 18 de agosto de 2023

No podemos perder de vista lo que son nuestras metas e ideales, no podemos ensombrecer y de ninguna manera quitarle brillo a lo que es la sublimidad del amor

 





No podemos perder de vista lo que son nuestras metas e ideales, no podemos ensombrecer y de ninguna manera quitarle brillo a lo que es la sublimidad del amor

Josué 24,1-13; Sal 135; Mateo 19,3-12

La historia de nuestra vida tendríamos que convertirla en una historia brillante, en una historia de amor; son nuestros deseos, son nuestros sueños, podríamos decir, más elementales; es lo que buscamos y de alguna manera por lo que luchamos.

Pero pronto nos damos cuenta en la vida que sin embargo esta llena de claroscuros y de sombras, no todo brilla conforme son nuestros deseos, y encontraremos espinas que nos hieren, encontraremos contradicciones que nos confunden, encontraremos sombras de dolor que nos llenan de pesar y algunas veces todo nos puede parecer un sin sentido, porque no siempre quizás entendemos lo que nos pasa y nos encontramos como desorientado en la vida; y hasta en aquello que pareciera que llamamos amor por antonomasia, como es el amor de una pareja, el amor de un hombre y una mujer, el amor matrimonial también parece que pierde su brillo el amor y aparecen sombras que parecen destruirlo.

Pero seguimos buscando ese mundo de armonía, seguimos soñando con cosas bellas para nuestra vida, y aunque nos veamos como arrojados de acá para allá en una vida turbulenta, seguimos buscando el amor, seguimos queriendo que brille nuestra vida en todos sus aspectos.

Hoy Jesús nos propone una vez más lo que son sus ideales, lo que sueña para nuestra vida. Nos recuerda algunas cosas que son fundamentales en la vida y en toda relación humana, dejándonos claro el ideal que quiere para nosotros. No nos recrimina ni nos echa en cara, aunque constatemos las duras y crudas realidades de la vida que parece que todo quieren destruirlo. Pero las metas que nos propone Jesús ahí están de forma permanente aunque constatemos nuestra debilidad, nuestra flaqueza.

Nos recuerda que algunas veces se nos endurece el corazón, pero que tenemos que renovar continuamente nuestro amor que es el mejor suavizante que nos haga de nuevo tiernos en la vida para vivir lo que es la belleza y la hermosura del amor. Jesús conoce bien nuestras flaquezas, y El quiere caminar delante de nosotros dando en El las señales del Reino que nosotros también hemos de vivir, que también hemos de reflejar en nuestras actitudes y comportamientos, en nuestra manera de afrontar la vida y también los problemas que nos van apareciendo y que nos desestabilizan en lo más profundo de nuestras vidas.

No siempre es fácil mantener ese ritmo del camino; muchos cantos de sirena envuelven nuestros oídos y nuestra vida queriendo ofrecernos otros camino que quieren incluso presentársenos más fáciles, pero que sin embargo debilitan nuestra humanidad y pueden terminar por destruirla. No podemos perder de vista lo que son nuestras metas y nuestros ideales. No podemos ensombrecer, de ninguna manera quitarle brillo a lo que es la sublimidad del amor. Eso tendrá que resplandecer por encima de todo, aunque el mundo llame a cualquier cosa amor.

Algunas veces nos cuesta entenderlo, y mucho más vivirlo. Pero sabemos cuales son nuestras metas, como sabemos también en donde encontramos la fuerza para vivir ese amor.

jueves, 17 de agosto de 2023

Es con el modelo del corazón de Cristo cuando nosotros sabremos entrar en esa nueva dimensión para dar ese perdón generoso porque siempre tiene que nacer del amor

 


Es con el modelo del corazón de Cristo cuando nosotros sabremos entrar en esa nueva dimensión para dar ese perdón generoso porque siempre tiene que nacer del amor

Josué, 3,7-10a. 11. 13-17; Sal 113; Mateo 18, 21-19, 1

Algunas veces vamos por los caminos de la vida ensimismados en nosotros mismos, absortos en nuestros pensamientos, y nos cuesta palpar lo que realmente sucede en muchos corazones a nuestro lado. Malo es que nos encerremos tanto en nosotros mismos y en nuestros problemas que no seamos capaces de captar el dolor y sufrimiento de muchos corazones, quizás hasta nos lanzan señales para que captemos los dramas de la vida pero quizás vamos pensando solamente en nuestra propia carrera. Con un poquito de sensibilidad podríamos captar ese lado sensible de las personas que quizás quisieran ocultar, pero cuya realidad está ahí.

Cuántas veces vemos cruzarse a vecinos de nuestro lado que conocemos de toda la vida, pero quizá han perdido esa sintonía que les haría encontrarse con los demás y poner alegría en sus corazones. Algo quizás hay atravesado en el corazón, un desdén que un día recibieron, una palabra más fuerte que otra, algo en lo que se sintieron incomprendidos y acaso también juzgado, pero ahora ya no hay puentes que los unan, y la mutua ignorancia es la forma menor que manifiesta esos resentimientos.

Son cosas de cada día, en las que quizás también nosotros podamos vernos envueltos; distancias que se han creado que ahora son difíciles de superar, tensiones que no se han olvidado y que siguen manteniendo heridas abiertas y pareciera sin posibilidad de cura. Y estamos en un país que nos decimos de cristianos, pero qué lejos se quedan los valores de la comprensión y del perdón, que prontos estamos al resentimiento e incluso hasta la venganza.

Cuando hablamos de perdón es un concepto muy difícil de entender y de practicar. A lo sumo queriendo aparecer como buenos, recordamos que otras veces hemos perdonado, pero que ya está bien, y surge la misma pregunta que se hacia Pedro ante Jesús. ‘¿Cuántas veces tengo que perdonar al hermano?’

Y comenzamos a sacar la libreta de nuestros apuntes de las veces que lo hemos hecho, y comenzamos a hacer nuestras listas. Tarea que se nos vuelve dura y difícil, es cierto. Algunos porque quieren considerarse buenos, comienzan a preguntarse una y otra vez. Dicen que no pueden olvidar, dicen que aún les pesa el corazón, y se vuelven a medio camino de ese recorrido del perdón.

Perdonar no significa que no nos duela el corazón por lo que hayan podido hacer en nosotros; perdonar no es que nos sintamos cobardes y no seamos capaces de hacer con el otro lo que pensamos que él también nos ha hecho; ese dolor lo seguiremos sintiendo, pero comenzaremos a utilizar la medida del amor. Es una nueva actitud, una nueva mirada, una forma distinta de hacer. Es la medicina que tendríamos que saber encontrar junto al lecho del herido, para ungirnos con ese ungüento y comenzar nosotros esa tarea de la reconciliación. El perdón será la única medicina que va a curar nuestro corazón herido y nos liberará del resentimiento y del rencor.

Hoy Jesús nos propone como modelo lo que es el amor de Dios que siempre nos busca, nos espera, y nos perdona. Son procesos que tenemos que realizar en nuestra vida y que muchas veces no son fáciles. Afloran en nosotros muchas hieles que nos envenenan aun más y de las que tenemos que saber liberarnos. Es con el modelo del corazón de Cristo cuando nosotros sabremos entrar en esa nueva dimensión para dar ese perdón generoso porque siempre tiene que nacer del amor.

miércoles, 16 de agosto de 2023

Qué bien nos sentimos cuando todos estamos reunidos en perfecta armonía compartiendo alegrías y retazos de la vida de cada día

 


Qué bien nos sentimos cuando todos estamos reunidos en perfecta armonía compartiendo alegrías y retazos de la vida de cada día

Deuteronomio 34,1-12; Sal 65; Mateo18,15-20

Qué bien nos sentimos cuando todos estamos reunidos en perfecta armonía compartiendo alegrías y retazos de la vida de cada día. Nos sentimos como en la gloria, decimos, y seguro que con entusiasmo quedamos para vernos otra vez y para volver a pasar unos ratos juntos. Son los encuentros de los amigos de siempre, con quienes hemos compartido la vida, caminado juntos en momentos felices como también en momentos tormentosos y difíciles, pero que seguimos queriendo encontrarnos y compartiendo.

En mis añoranzas de hombre mayor quizás, recuerdo como los vecinos a la fresca de la tarde salíamos a nuestros patios que se comunicaban unos con otros y allí a la puerta, sentados en cualquier sitio, pasábamos los ratos comentando las incidencias de la jornada, de los que nacían momentos gratos de ayuda y de colaboración para muchas cosas buenas. Momentos felices para el recuerdo, momentos ahora nos hacen valorar y revitalizar muchas cosas que parece que han quedado atrás, pero que han sido momentos de felicidad. Qué bien nos sentíamos y qué bien lo pasábamos.

He traído a la memoria estas que podríamos llamar añoranzas porque realmente nos pueden remitir a lo que Jesús nos está planteando hoy en el evangelio. Podríamos pensar que no nos está diciendo nada especial que nosotros no podamos hacer. Vivir juntos, vivir unidos, vivir compartiendo, vivir sintiendo preocupación los unos por los otros, vivir con corazón comprensivo para entender los errores de los demás pero también para ofrecer de nuestra parte lo que podamos hacer para que las cosas sean a mejor. Y viene terminando por decirnos Jesús, que cuando vivimos así, El está en medio de nosotros.

Seamos capaces de establecer buenas relaciones de amistad y de comprensión, sepamos vivir con un corazón del que hayamos alejado la malicia y la búsqueda de intereses egoístas, y todo saldrá bordado, como solemos decir, todo será armonía y paz; y nos ayudaremos a corregirnos y a crecer; y seremos comprensivos con los errores de los demás porque sabemos que también nosotros los podemos cometer; y seremos capaces de preocuparnos por los otros y no los dejaremos pasar necesidad porque el compartir generoso es la riqueza más hermosa que llevamos en nuestra vida.

Y por eso nos dice Jesús como hemos de saber corregirnos los unos a los otros llenos de humildad y de comprensión. La corrección no es hundir, un sacarle los colores a la cara, no es echar en cara, no es acusar para condenar; la corrección es tender una mano para ayudar a levantarse al caído; es decirle a la persona que seguimos confiando en ella a pesar de los tropiezos o de los errores; es ayudar a que se sienta capaz de reemprender de nuevo el camino enderezando lo que está torcido; es como dar un nuevo voto de confianza tantas cuantas veces sea necesario; es poner esperanza en el corazón que se ve hundido cuando reconoce sus tropiezos y ayudar para que no falte la ilusión y la alegría.

Por eso terminará diciéndonos hoy Jesús que ‘donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’ y por eso podemos tener la confianza de que siempre seremos escuchados por Dios cuando somos capaces de ponernos de acuerdo para pedir algo al Padre en su nombre. ‘Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos'.

Qué bien nos sentimos cuando todos estamos reunidos en perfecta armonía compartiendo alegrías y retazos de la vida de cada día, decíamos al principio. Sepamos vivir en esa dicha y felicidad.

martes, 15 de agosto de 2023

Seamos capaces de cantar el cántico de María reconociendo también cuantas maravillas Dios realiza en nosotros queriendo hacer también su mismo camino de Asunción

 


Seamos capaces de cantar el cántico de María reconociendo también cuantas maravillas Dios realiza en nosotros queriendo hacer también su mismo camino de Asunción

Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab; Sal 44; 1Corintios 15, 20-27ª; Lucas 1, 39-56

Lo que llevamos en el corazón no lo podemos disimular, no lo podemos callar. Cuando nos encontramos con aquellos, en especial, que tienen cierta sintonía con nosotros, canta de inmediato el corazón y dejar fluir los más hermosos sentimientos, y de inmediato nuestra lengua se desata y seremos capaces de decir las más bellas palabras. 

Pueden ser hermosas experiencias que hayamos vivido, encuentros que han llegado de gozo el alma porque experimentamos lo que es la belleza de la vida, nos regocijamos en el amor y la amistad que se nos ofrece y se nos regala, nos sentimos elevados en nuestro espíritu porque descubrimos lo bello y lo grande que nos engrandece; experiencias cargadas de humanidad, experiencias que nos elevan a lo divino y sobrenatural, experiencias con las que nos sentimos transformados.

¿No sería algo así lo que Maria llevaba en su corazón y le hizo correr por los caminos de Palestina desde Nazaret hasta las montañas de Judea? Grande había sido la experiencia de Dios que había vivido en aquel momento que Dios se hizo presente en su vida con la visita del Ángel. Llena de Dios se había sentido María, poseída por el Espíritu llevaba en sus entrañas al Hijo del Altísimo que iba a ser nuestra vida y nuestra salvación.

El camino de Nazaret a las montañas de Judea se había llenado de los sones del cántico de María que ella iba entonando en su corazón. Cuando se encuentra con Isabel por la sintonía que de manera tan especial con ella sostenía las palabras comienzan a salir a borbotones del corazón por la boca de ambas mujeres, porque las dos tenían mucho que contar y cantar de las maravillas que Dios había realizado en ellas. Isabel también tenía mucho que agradecer a Dios que tales maravillas había realizado en ella cuando a sus años le había concedido el don de la maternidad; María sentía que el Señor había sido grande con ella  y en ella estaba realizando también obras maravillosas.

Comenzaba así un cántico que había de terminarse nunca, porque todos aquellos que reconocen las maravillas de Dios en su vida no pueden menos que tomar prestadas las palabras de Isabel y de María para cantar también de corazón al Señor. Pero es que ese cántico se ha convertido también en el cántico de la liberación, con el que todos los que sienten que el Señor le ha liberado de muchas ataduras cuando les ha regalado su gracia cantarán casi como un emblema y un signo de lo que ha de seguir siendo su camino ese mismo cántico de María.

María con su camino de Nazaret a las montañas de Judea a nosotros también nos pone en camino, con ella quiere llevarnos y elevarnos, y está convirtiéndose para nosotros en modelo de ese camino que nosotros también hemos de recorrer. Un camino de Ascensión, como fue el camino de Jesús, y un camino de Asunción como fue el camino de María, como hoy estamos celebrando. Hemos de saber dejarnos conducir como lo hizo María, pero que no es un camino de pasividad sino que tiene que convertirse para nosotros en un camino muy positivo, muy activo. 

Dejamos actuar a Dios en nuestra vida, pero ponemos nuestra disponibilidad, ponemos la ofrenda de nuestro yo, ponemos nuestros esfuerzos de superación, ponemos toda esa lucha de liberación que a la manera de María hemos de saber ir realizando en nuestra vida.

Es el tiempo en que derribados del trono a los poderosos, ensalzaremos y levantaremos a los humildes porque en verdad queremos hacer un mundo nuevo, queremos hacer vivir una vida nueva a todos; es el tiempo de un nuevo compartir porque mientras los ricos se quedan encerrados en su propio vacío, sin embargo los humildes, los sencillos, los hambrientos se verán saciados porque el Señor en su bondad nos colma de bienes; es el tiempo de la misericordia y es el tiempo de la nueva ternura que florece con el perdón, es el tiempo en que hacemos desaparecer los orgullos y las prepotencias, es el tiempo en el que florece en el jardín de la vida la comprensión, la armonía y la paz porque todos nos sentimos valorados en lo que somos más que en lo que tenemos, porque todos nos sentirlos enriquecidos con el amor y la gracia del Señor, es el tiempo en que descubriremos cómo el Señor se revela en los pequeños y en los sencillos.

Es el camino que María nos está abriendo con su Asunción al cielo, que nos dice que es posible ese nuevo camino, que es posible esa Asunción en nuestra vida, que es posible que un día nosotros porque queremos mantener limpio el corazón podremos gozar de esa visión de Dios. 

Es lo que hoy estamos celebrando al celebrar la Asunción de María. Es a lo que nos sentimos invitados para caminar de mano de María que con nosotros, en nuestra tierra canaria, camina con nosotros como un faro de luz en su advocación de Candelaria. Que seamos capaces de cantar ese cántico de María reconociendo también cuantas maravillas el Señor realiza en nosotros.

lunes, 14 de agosto de 2023

Saber llenar la vida de esperanza; sembrar semillas de esperanza, quitará la tristeza de nuestra vida, hará repicar nuestros corazones con una nueva alegría

 


Saber llenar la vida de esperanza; sembrar semillas de esperanza, quitará la tristeza de nuestra vida, hará repicar nuestros corazones con una nueva alegría

 Deuteronomio 10,12-22; Sal 147; Mateo 17,22-27

Cuando nos suceden cosas que nos afectan, nos surgen contrariedades que quizás nos hagan tomar otros rumbos en la vida, cuando los problemas nos llenan de preocupaciones, pronto se notará en nosotros ese desasosiego y tristeza que marcará incluso nuestra presencia. ¿Qué es lo que te pasa?, nos pregunta el amigo porque en nuestros ojos nota la tristeza y la preocupación. Bueno es sentir esa presencia del amigo que así se interesa por nosotros y nos ayudará a salir de esos momentos oscuros que nos pueden aparecer en la vida.

Pero hay que afrontar la realidad, no nos puede faltar la esperanza para no hundirnos en esas sombras de tristeza. Pero es que además desde la fe que vivimos tenemos que encontrar esas razones para la esperanza y para que no nos dejemos abrumar por esos nubarrones negros de la tristeza.

Y esto es algo que tenemos que cuidar muchos los cristianos. Algunas veces parece que nos falta alegría, porque nos falta esperanza. Muchas veces hemos hecho nuestra religión demasiado cargada de lágrimas y de tristezas; algunas veces a algunos les parece que tienen que poner cara de circunstancias, como se suele decir, en todo momento, y no terminan de dejar aflorar toda la alegría que tiene que engendrar nuestra fe.

Demasiados cortinajes lúgubres hemos puesto incluso en nuestros ritos religiosos, haciendo que esas cosas externas nos puedan envolver también el sentido de nuestra vida. Para muchos cristianos todo el sentido de su religiosidad se queda muchas veces en unos ritos funerarios y no va más allá del cementerio. Algo tiene que hacernos trascender de todo eso. Nuestra fe nos tiene que llevar siempre a la vida, a la luz, al resplandor de la resurrección para que así podamos encontrar el sentido del dolor y de la muerte. Solo adquiere su profundo sentido mirada a través del cristal de la resurrección. Todo tenemos que mirarlo desde la óptica del amor.

Hoy nos dice el evangelista que tras los anuncios que Jesús les está haciendo ellos se llenaron de tristeza. Jesús les habló de entrega y de muerte; ellos lo único que atisbaban en las palabras de Jesús era el principio de un fracaso, pero no terminaban de comprender todo lo que les decía Jesús cuando les hablaba de esa entrega. La muestre no es una destrucción para eliminar todo germen de vida nueva, sino todo lo contrario. No era simplemente que algunos quisieran quitar de en medio a Jesús – quizás a muchos les molestaba la presencia de Jesús por el sentido nuevo de la vida que les estaba ofreciendo – era la entrega de amor que Jesús estaba realizando.

Desde esa óptica del amor sí que tendría sentido la muerte de Jesús. Era lo difícil de comprender, porque siempre rehusamos lo que nos parece que nos puede hacer sufrir. Cuando falta la óptica del amor es difícil comprender la entrega de Jesús dando su vida por nosotros; cuando nos falta esa óptica del amor difícilmente se nos correr eran esos velos que envuelven el sentido de la muerte para muchos y no serán capaces de vislumbrar esa vida nueva que nace cuando germina la semilla enterrada para que pueda dar fruto.

Tenemos que saber llenar la vida de esperanza; tenemos que sembrar semillas de esperanza en nuestro entorno y en el mundo en que vivimos. Es lo que podrá hacer repicar nuestros corazones con una alegría nueva, con el sentido que Jesús quiere dar a nuestra vida.

 

domingo, 13 de agosto de 2023

Sepamos ir a escuchar ese susurro de Dios que refresca el alma, donde vamos a encontrar esa fortaleza interior porque no estamos solos, Dios está siempre con nosotros

 


Sepamos ir a escuchar ese susurro de Dios que refresca el alma, donde vamos a encontrar esa fortaleza interior porque no estamos solos, Dios está siempre con nosotros

1Reyes 19, 9a. 11-13ª; Sal 84; Romanos 9, 1-5; Mateo 14, 22-33

¿Cómo nos sentiríamos si en un momento determinado nos confían una tarea que en sí misma es costosa y difícil y nos dejan solos para que salgamos adelante como podamos por nosotros mismos? Si con responsabilidad asumimos la tarea y queremos sacarla adelante pero nos vemos solos y diera la impresión que quien nos la confió se desentiende un tanto de nosotros mismos, seguro que no nos sentiríamos bien, aparecerían todas nuestras inseguridades, sentiríamos como que la tierra se hunde debajo de nuestros pies y casi desearíamos tirar la toalla y abandonar. La presencia más o menos cercana de quien nos confió la tarea nos anima y nos dan ganas de luchar, el sentir que están pendientes de nosotros avivará incluso nuestra responsabilidad y hasta nuestro ingenio para encontrar salidas.

Son cosas que nos pasan en la vida. Y no queremos sentirnos solos y abadonados como si nada importáramos; a la menor muestra de interés nos sentimos reconfortados y animados. Es cierto que en la tarea educadora el padre y la madre o quienes tienen responsabilidad sobre nuestro crecimiento humano, habrá  momentos en que parece que nos dejan solos para agudizar nuestro ingenio, nuestra fuerza de voluntad, el que creamos en nosotros mismos, para que nos esforcemos de sacar a flote todo lo que llevamos en nuestro interior y todas nuestras capacidades. Serán momentos de prueba de los que saldremos más fortalecidos si mantenemos un hilo de conexión que nos trasmita esa fuerza interior que necesitamos.

Hoy el evangelio nos presenta un episodio que puede ser bien significativo y en el que parecen darse algunas de esas características que hemos mencionado y de lo que hemos venido reflexionando. ‘Jesús apremia a los discípulos a que subieran a la barca y se les adelantaran a la otra orilla’. Pero Jesús no va con ellos. Despidió también a la gente y El se fue a solas al monte para orar. Todo muy significativo. Todo que nos está hablando de nuestros caminos, de nuestras tareas, de lo que tenemos que realizar, de las dificultades incluso que vamos a encontrar.

La noche se les estaba haciendo larga a los que iban en la barca. No avanzaban, tenían el viento en contra, todo parecía que eran dificultades, hasta les pareció que los fantasmas los acompañaban. Y Jesús no estaba con ellos; aunque avezados pescadores acostumbrados a atravesar aquellas aguas del lago, ahora todo les parecía más costoso y se sentían solos.

Nuestro camino y nuestras tareas, los mares embravecidos de la vida que nos vamos encontrando, las soledades que vamos sintiendo, las fuerzas que tantas veces nos flaquean, las tentaciones que nos agobian. Es nuestro camino personal de ese crecimiento interior que hemos de realizar, son nuestros compromisos que tenemos contraídos con la comunidad, son los momentos de nadar contra corriente en la vida, son momentos duros en que parece que nada ni nadie nos tiene en cuenta, que no valoran lo que hacemos.

Nos pasa en el día a día de la vida, en la familia, en el trabajo, en las tareas sociales con las que nos hemos comprometido; nos pasa también en las tareas que en la Iglesia vamos realizando, en nuestros grupos a los que pertenecemos y con los que queremos dar una respuesta en la vida a tantas cosas, a tantos gemidos de dolor que sentimos en derredor.

Hay una cosa que nunca nos tendría que fallar, la confianza de que, aunque se nos vuelva oscuro el camino muchos veces y no lo veamos, el Señor está ahí, a nuestro lado, nos tiene en cuenta y se convierte en nuestra fuerza que llegará a nosotros de la manera más insospechada. Pediríamos en ocasiones milagros que nos resuelvan las cosas, como Pedro que le pidió a Jesús que si era El pudiera ir también caminando sobre el agua a su encuentro. No busquemos actos portentosos para descubrir la presencia del Señor no nos dejemos confundir. No estaba Dios en la tormenta, no estaba Dios en el terremoto ni en el fuego, sino que Elías supo sentir a Dios en el susurro de la suave brisa.

Sepamos ir a escuchar ese susurro de Dios. Ya Jesús nos lo ha enseñado que se ha marchado en la noche a solas a la montaña para orar. Es donde vamos a encontrar esa fortaleza interior, es cómo vamos a sentir la mano de Jesús que nos levanta cuando nos hundimos, es como vamos a sentir los suaves pasos de Dios que va caminando a nuestro lado y hablándonos al corazón. No estamos solos, Dios está siempre con nosotros.