Desde que nos la diera por madre en lo alto de la
cruz para siempre estaremos dentro del
corazón de María, sentiremos los latidos de Dios porque sentimos los latidos
del amor
Corintios 5, 14-21; Sal 102; Lucas 2, 41-51
¡Qué archivo
más grande tienen las madres guardado en su corazón! Toda una biblioteca. Y
casi tenemos que decir que se las saben todas. En silencio escuchan y
contemplan. Es lo que nosotros les contamos, es lo que ellas intuyen con ese
corazón de madre. Esperamos muchas veces una palabra de la madre, aunque no nos
guste lo que nos dicen en muchas ocasiones – ahí están nuestros orgullos y
nuestras rabietas de niño que nos molesta la verdad -, se lo agradecemos.
Pero muchas
veces callan, sufren en silencio, nos acompañan de lejos o de cerca, pero
sabemos que siempre nos tienen en el corazón, miran, no dicen nada, pero
sabemos que están ahí y comprenden hasta la incomprensible, conocen hasta lo
que nosotros guardamos más secreto, es la madre que nos ama, que está a nuestro
lado, no solo nos dio la vida un día cuando nos trajo a este mundo, sino que
está dispuesta a darla cuantas veces haga falta.
Hoy la
liturgia nos invita a contemplar el Corazón de María, y he querido comenzar con
esta pequeña reflexión que quiere ser como un homenaje a la madre que no
terminamos de agradecer cuanto hace por nosotros. He querido comenzar con un
recuerdo de nuestra madre de la tierra pero es que hoy quiero contemplarla al
lado de María, nuestra madre del cielo. Porque estamos queriendo contemplar
también su corazón de madre.
Ese corazón
de María, igual que hacen todas las madres, en el que iba guardando todo cuanto
iba sucediendo en torno a Jesús. Así nos lo dice el evangelio hoy, pero en algún
otro momento se nos dice, pero muchas veces se intuye.
Hemos
escuchado el relato del evangelio; Jesús que se ha quedado en el templo cuando
sus padres se disponían en caravana regresar a su pueblo tras la fiesta de la
pascua. Una caravana no solo de la gente de Nazaret, familiares y convecinos
todos, pero que probablemente se uniría a las de otros pueblos cercanos de
Galilea para hacer el camino juntos evitando también peligros. Jesús podría
estar entre tantos que hacían el camino, como suele suceder en los muchachos
sobre todo cuando van entrando en la adolescencia. Concluida la primera jornada
de camino al reunirse en el atardecer por familia, allí no aparece Jesús. Comprendemos
los momentos de dolor de unos padres, comprendemos la espada de dolor que
comenzaba a taladrar su corazón de madre. Se van cumpliendo los anuncios proféticos
del anciano Simeón.
De vuelta a
Jerusalén en nueva jornada de camino al tercer día lo encuentran entre los
doctores y maestros de la ley en los soportales del templo donde se reunían
para enseñar a la gente; y allí está Jesús en diálogo con los doctores, de
manera que incluso el evangelista nos resaltará que la gente estaba admirada de
la sabiduría de Jesús, un adolescente aún de doce años.
‘Hijo, ¿por qué nos has tratado así?
Tu padre y yo te buscábamos angustiados’. Es la queja, la reprimenda normal de la madre. Pero aquí está Jesús
que está manifestando su madurez humana con su respuesta. ‘¿Por qué me buscábais?
¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?’. No hay más
palabras. El silencio es lo que queda. El silencio de una madre que va rumiando
en su corazón las palabras de su hijo. Es algo que María sabe hacer.
Cuando el ángel llega hasta ella con el
anuncio del gran misterio, María también se quedó en silencio rumiando en su
interior el significado de aquellas palabras. Ahora nos dice el evangelista que
María guardaba todo esto en su corazón. Los archivos de María donde va sumando
lo que son las maravillas del Señor. ‘El Todopoderoso ha hecho en mi cosas
grandes’, había dicho un día en un cántico de alabanza.
Ese cántico se continúa cantando porque
María en el silencio de su corazón sigue cantando al Señor. Es ahora, pero será
el seguimiento que como Madre va haciendo de su hijo. Pasa desapercibida, como
saben hacerlo las madres, pero ahí estará siempre María; la veremos aparecer en
el evangelio en momentos puntuales, pero el corazón de María se iba ensanchando
porque aunque grande era su fe y su amor, iba aprendiendo del amor.
Así contemplamos hoy el corazón de María,
deteniéndonos en el pasado del evangelio que nos ofrece la liturgia, pero así
es como contemplamos a aquella que nos metió a todos en su corazón de Madre.
‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’, le dirá en lo alto del Calvario, y ya para
siempre estaremos dentro del corazón de María, sentiremos los latidos de Dios,
porque sentimos los latidos del corazón y del amor de María.