Abramos
los ojos para ver la luz, abramos los ojos para sensibilizarnos con lo que hay
a nuestro alrededor, abramos los ojos para que comencemos a derramar amor
Miqueas 2, 1-5; Sal 9; Mateo 12, 14-21
La luz nos
chirría en los ojos. Vamos a decirlo así, es como una metáfora; empleando esa
palabra, chirriar, más bien nos parecería que nos referimos a los oídos, pero
quien emplearla así, tal como me salió de entrada. Y es que la luz en ocasiones
nos molesta; unos ojos acostumbrados a las sombras y andar entre oscuridades,
cuando salen a la luz se ciegan, parece que no pueden ver.
Pero a lo que
nos queremos referir no es que no podamos recibir la luz, es que en ocasiones
no queremos recibir la luz, preferimos nuestras sombras, así no nos enteramos
de la verdad; nos molestan las verdades en la vida, hoy ocasiones en que no
queremos escucharlas. Preferimos seguir en nuestras sombras sin ver la
realidad; el bien que hacen los que están a nuestro lado nos molesta, no
queremos enterarnos, si pudiéramos lo ocultaríamos, porque se puede convertir
en una denuncia para nuestra vida, que no siempre opta por esos caminos de
bien.
Molestaba
Jesús y quieren quitárselo de en medio. Andan tramando cómo quitarlo de en
medio, nos dice hoy el evangelio. La presencia de Jesús era en sí misma
denuncia para sus vidas. ¿Cómo podría pasar Jesús al lado de una persona que
estuviera sufriendo y no la remediara? Hay una forma, cerrar los ojos, para no
ver y para no enterarnos. Pero Jesús nos cierra los ojos, Jesús va allí donde
está la vida y está el sufrimiento, Jesús abre las puertas y si es necesario
deja que le rompan los tejados, para que todo el sufre pueda llegar hasta El.
Lo vemos repetidamente en el evangelio.
Ahora han
pretendido que Jesús no curara al hombre de la mano paralítica o a aquel que
estaba poseído por el mal, porque era sábado, porque estaba en la sinagoga,
porque ese día no se puede trabajar, porque la sinagoga no es un consultorio médico
sino un lugar para rezar.
Pero Jesús
cura a uno y otro, Jesús se acerca a todos los que están sufriendo, aunque
tenga que buscarlo en el barullo de la piscina probática, aunque tenga que
detenerse por las calles de Jerusalén para fijarse en el ciego que está
pidiendo al borde de la calle, aunque pare su camino de subida a Jerusalén porque
Bartimeo está gritando al borde del camino desde su ceguera. Jesús se acerca a
todos y deja que todos se acerquen a El.
Ojalá aprendiéramos
a ir con los ojos abiertos por la vida, con la antena de nuestra sintonía
levantada, con los ojos y oídos atentos para escuchar el clamor de tantos a
nuestro lado. Pensamos que todos son felices, porque muchas veces eso queremos
aparentar, o porque eso nosotros queremos ver, porque no queremos enterarnos de
lo que sucede alrededor.
Hay
sufrimiento, hay corazones rotos, hay muchas soledades, hay muchos dramas, hay
muchas tensiones entre unos y otros porque no se ha sabido encontrar esa paz
interior, hay mucha gente que se siente desorientada y no sabe qué rumbo tomar
en la vida. Muchas de las cosas que vemos en ocasiones son escapatorias de las
que se valen muchos para calmar o disimular sus angustias o sus sufrimientos. Y
nosotros vamos por la vida tan insensibles, pensando siempre que todo marcha
bien. ¿Nos chirrían los ojos, como decíamos al principio?
A Jesús no le
dejarán actuar en la sinagoga y andan al acecho detrás de él, pero vemos que se
va a todas partes y son muchos los que le siguen y a todos cura, a todos sana
allá en lo más hondo de sus corazones. Y el evangelista recuerda la profecía
del que viene lleno del Espíritu del Señor y no quebrará la caña cascada ni
apagará la mecha humeante. Todo los renueva, todo lo llena de vida, todo lo
hace florecer de nuevo, todo lo hace brillar con nueva luz.
¿No nos dice
algo todo eso a nosotros? ¿Qué hacemos? ¿Qué estamos haciendo? Abramos los ojos
para ver la luz, abramos los ojos para sensibilizarnos con lo que hay a nuestro
alrededor, abramos los ojos para que comencemos a derramar amor.