Deut. 26, 16-19;
Sal. 118;
Mt. 5, 43-48
Sal. 118;
Mt. 5, 43-48
‘Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’. No es cualquier cosa lo que nos está pidiendo Jesús. Y es que Jesús no quiere que andemos a medias tintas, con mediocridades o ramplonerías. Es nuestra tentación y nuestro peligro y es lo que hace que andemos como arrastrándonos por la vida como si nos faltaran metas e ideales. La meta ideal que nos propone Jesús es bien alta. Quiere que nos asemejemos a la santidad de Dios.
Y ¿en qué hemos de parecernos a Dios? En amar como El nos ama. Ya sabemos que es nuestro distintivo – ‘en eso es en lo que os conocerán, en que os amáis los unos a los otros’ -, es su mandamiento principal y único – ‘un mandamiento os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado’ -, en esto se resumen todos los mandamientos – ‘amarás a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas, este es el mandamiento principal y primero y el segundo es semejante a este, amarás a tu prójimo como a ti mismo’ -.
Pero no siempre damos la medida del amor que nos pide Jesús. nos contentamos que decir que amamos, pero fácilmente le ponemos muchos límites a nuestro amor. Nos es fácil amar a los que nos aman, pero como nos dice Jesús, ‘¿Qué mérito tenéis? ¿no hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestro hermano ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos?’
Y es que el amor que aprendemos de Jesús es distinto, tiene otras características. Hoy nos ha hablado Jesús del amor a los enemigos, de los que nos hayan podido hacer mal, o de los que nos aborrecen y nos odian. Y Jesús nos dice que tenemos que amarlos también. Como los ama Dios. Y en lo que nosotros tenemos que parecernos a Dios. ‘Así seréis hijos de vuestro Padre que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos’.
Hay algo en lo que nos dice hoy Jesús que siempre me ha llamado la atención y que he tratado de hacerlo en mi propia vida cuando me ha costado amar a alguien. Rezar por esa persona que no me cae bien, que me ha hecho daño o me ha tratado mal, o ha sido causa de sufrimiento para mi vida. Aunque me ha costado me ha hecho mucho bien actuar con este criterio de Jesús. Es lo que nos dice Jesús hoy. ‘Yo en cambio os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian’.
Pienso que cuando Mateo escribió el evangelio trasladándonos las palabras de Jesús ya aquellas comunidades cristianas estaban comenzando a sufrir persecuciones y muchas contrariedades por parte de los que se oponían al mensaje cristiano. Y pienso en aquellos cristianos que eran perseguidos y estaban siguiendo las palabras de Jesús en el evangelio y rezaban por aquellos que los perseguían y hasta los llevaban a la muerte. Por supuesto son las palabras de Jesús las que tienen su fuerza por sí mismas, pero el pensar en aquellos cristianos que eran perseguidos y lo pasaban mal y eran capaces de rezar por sus perseguidores, para mí ha sido siempre un estímulo, un hermoso ejemplo.
Si a todos tenemos que amar, y nos cuesta amar a quienes no nos caen bien o nos hacen daño, comencemos por rezar por ellos, aunque nos cueste, y pronto comenzaremos a amarlos también nosotros. Y es que en esto de amor no podemos hacer como lo hace cualquiera. Nosotros tenemos la meta que nos propone Jesús: ‘Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’, amemos y amemos a todos también a nuestros enemigos como los ama el Señor.