Cuidado sigamos apeteciendo reverencias y reconocimientos,
títulos honoríficos o no tan honoríficos porque sigamos aspirando a nuestras
cuotas de poder
Ezequiel 43, 1-7ª; Sal 84; Mateo 23, 1-12
Que sí, que aunque
digamos lo contrario, a nadie amarga un dulce; que todos queremos que nos
halaguen, nos digan cosas bonitas, nos reconozcan, tengan en cuentas nuestros
merecimientos, o al menos los que nosotros creemos tener. Unos lo disimulan más
y tratan de no hacer muchos aspavientos, pero bien contemplamos en la vida la
vanidad con que vivimos; y un día le hacen un homenaje a alguien, y allá en
nuestro interior nos reconcomemos porque de nosotros nadie se acuerda ni tiene
en cuenta las cosas que hemos hecho.
Jesús resalta hoy en
el evangelio aquellas posturas vanidosas, aquellas actitudes llenas de
hipocresía en que vivían muchos en su tiempo; ansias de poder y de grandeza, al
menos que nos hagan reverencias por la calle, que nos den títulos honoríficos;
y Jesús lo resalta porque no quiere que entre sus discípulos haya estas
posturas y esas actitudes.
El estilo que Jesús
nos ofrece es otra cosa, aunque quizás tenemos que reconocer que habrán pasado
más de veinte siglos pero todavía entre sus discípulos siguen existiendo esas
vanidades y desgraciadamente la iglesia a lo largo de los siglos se ha sentido
muy llena de ínfulas de poder y de grandeza manifestada en tantas cosas tan
ajenas al espíritu evangélico. Es la verdad que tenemos que reconocer. Cuantas
reverencias y cuantos títulos honoríficos o no, pero muy llenos de ansias de
poder los ha habido. Y cuanto nos cuesta desprendernos de esos ropajes.
Jesús una y otra vez
nos habla en el evangelio de hacernos los últimos y los servidores de todos,
pero cuidado que algunas veces más que una realidad lo hayamos dejado en un título,
y hasta nos atrevemos a decir que para poder servir al mundo y a los pobres
necesitamos una cierta altura y reconocimiento en nuestra sociedad. ¿Se nos
habrá metido ese espíritu de hipocresía también dentro de nosotros?
Pero creo que el evangelio
lo que quiere es que cada uno de nosotros realicemos nuestra propia conversión,
hagamos ese cambio necesario en nuestra vida. Algunas veces seguimos con la tentación
de que sean otros los que empiecen y luego ya nosotros haremos lo que podamos.
Quizá queremos empezar la casa por la azotea y buscamos un cambio de
estructuras y no se cuantas cosas mas que nos vengan muy bien organizadas para
que nosotros comencemos a tener donde realizar esos servicios que tenemos que
hacer en la sociedad. Las transformaciones no se hacen desde arriba, sino
cuando desde abajo cada uno de nosotros va cambiando el corazón. Y cuando
cambiemos nuestro corazón esa humildad y ese verdadero espíritu de servicio se irán
contagiando en los demás e irá transformando nuestra Iglesia. Queda mucho para
que se quiten todos esos ropajes de
vanidad y fantasía.
Recordemos una vez más las palabras de Jesús:
‘Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque Uno solo es vuestro
Padre, el del cielo. No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro
maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’.
Tenemos que tomárnoslo muy en serio.