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sábado, 28 de febrero de 2009

Ofreció en su honor un gran banquete en su casa

Ofreció en su honor un gran banquete en su casa

Is. 58, 9-14

Sal. 85

Lc. 5, 27-32

Cuando el pasado miércoles iniciábamos la Cuaresma escuchábamos al profeta que nos invitaba a la conversión. ‘Convertíos a mí de todo corazón… rasgad los corazones no las vestiduras: convertíos al Señor Dios vuestro; porque es compasivo y misericordioso…’

Hoy es Jesús quien nos sale al encuentro en nuestra vida, allí donde estamos. Se hace el encontradizo con nosotros y nos invita a ir con El. Quiere que estando con El descubramos y experimentemos todo lo que es ese amor compasivo y misericordioso para con nosotros que se manifiesta en El. Y que viviendo con El y experimentando su amor nos sintamos movidos a más amarle y mejor seguirle convirtiendo de verdad nuestro corazón a El.

Es lo que escuchamos en el relato del Evangelio, en este texto hoy proclamado, pero tenemos que decir que también en otros muchos. ‘Al salir, Jesús vio a un recaudador llamado Leví sentado al mostrador de los impuestos y le dijo: Sígueme… y Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa…’ Jesús llega allí donde esta el publicano, el mostrador de los impuestos, en lo que era su vida, y va a su casa y come con él. Y allí estará todo lo que es su vida como estarán sus amigos y compañeros, sean quienes sean. Ya sabemos las reacciones porque a los recaudadores de impuestos los consideraban unos pecadores. Pero Jesús llega hasta él, no le importa ni su trabajo ni la consideración social que pudiera tener. Como con Zaqueo, que todos recordamos. ‘Quiero hospedarme en tu casa…’

Será allí en el encuentro personal con Jesús, donde experimente el amor de Dios compasivo y misericordioso, cuando el pecador se arrepienta y se convierta. Jesús no le está pidiendo sino que vaya con El, que le reciba en su casa, y la transformación del corazón se realizará. Lo vimos en Zaqueo; lo vemos hoy con Leví. ‘Dejándolo todo, se levantó y lo siguió.

Es así cómo quiere llegar el Señor a nuestra vida. Es así como quiere mover nuestro corazón. Llega a nosotros, donde estamos, donde está nuestra vida, con lo que somos, con nuestras debilidades y flaquezas o con nuestros valores y cosas positivas, con aquellas personas también de las que nos rodeamos. El Señor quiere contar con nosotros. Porque ‘no necesitan médico los sanos, sino los enfermos’. Porque ‘no he venido a llamar a los justos sino a los enfermos’. Es así como tenemos que experimentar que el Señor llega a nuestra vida en este camino de cuaresma que estamos iniciando. Y le abrimos nuestro corazón, le abrimos la casa de nuestra vida para que Jesús se hospede en nosotros.

Y tenemos que recibirlo con alegría, con gozo en el alma. Porque el Señor no viene a nosotros para el temor, sino para la paz. ‘Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa y estaban a la mesa con ellos un gran número de recaudadores y otros…’ La alegría de Leví porque el Señor había contado con El, porque le había llamado y porque ahora podía seguirlo. Como la alegría con que Zaqueo lo recibió prontamente en su casa. La alegría de nuestro corazón por nuestro encuentro con El.

Diríamos que la fiesta la hace Jesús, la hace el Padre del cielo. No somos nosotros, aunque tenemos que vivir esa alegría. ‘Más alegría hay en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan penitencia’. Y Jesús hace fiesta porque nos ofrece un banquete, como el Padre que hace fiesta cuando vuelve el hijo pródigo. Jesús nos invita a comerle a El en el banquete de la Eucaristía.

Dejémonos interpelar por la presencia de Jesús. Levantémonos prontamente y pongámonos a caminar con El, por ese camino de santidad que El nos traza, que El nos ofrece.

viernes, 27 de febrero de 2009

El ayuno que yo quiero es...

Is. 58, 1-9

Sal. 50

Mt. 9, 14-15

En la oración litúrgica de este viernes de la semana de la ceniza hemos pedido al Señor ‘que la austeridad exterior que practicamos vaya siempre acompañada por la sinceridad de corazón’. No unos actos externos, sino algo que brote de lo hondo del corazón. Precisamente hacemos esta oración en el día penitencial de la semana que es el viernes, que en la cuaresma tiene la especial indicación de la abstinencia de carne.

En este sentido podemos decir que van las lecturas de la Palabra de Dios hoy proclamada. Por una parte en el evangelio ‘los discípulos de Juan se le acercaron a Jesús preguntándole: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?’ Parecía que no se podía ser discípulo de un profeta, un hombre de Dios o un maestro espiritual sin realizar el ayuno. Pero ya hemos escuchado la respuesta de Jesús. ‘¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos?’ El sentido está claro. La llegada del Mesías es como un banquete de bodas – recordemos las parábolas de Jesús – y estando con el Mesías todo ha de ser la fiesta del banquete, no cabe el luto.

El profeta que hemos escuchado es un fuerte toque de atención, un grito que tiene que sonar fuerte en los corazones. ‘Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta…’ Así de fuerte tiene que resonar la Palabra de Dios, como una trompeta que toca a arrebato. Es una llamada de atención, una denuncia y un señalarnos un sentido nuevo. Decimos que queremos estar cerca del Señor y comenzamos a ofrecerle cosas. Surgen las ofrendas, los sacrificios, los ayunos. Pero mientras no escuchamos al Señor. Nos es tan fácil ofrecer cosas. Más difícil ofrecer los corazones, el hacer ofrenda de nuestra voluntad.

¿Qué es lo que nos pide el Señor? Quizá más bien tendríamos que preguntarnos qué es lo que nos ofrece. Pero miremos también lo que es el discurrir de nuestra vida mientras decimos que ayunamos o queremos oír la voz del Señor. Primero nos ha denunciado lo que nosotros hacemos. ‘Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores. Mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad…’ Seguimos siendo interesados, no buscamos sino nuestro propio bien. Seguimos dejándonos arrastrar por nuestros orgullos y violencias, no terminamos de tener un dominio sobre nuestra propia vida. ‘¿Es ese el ayuno que el Señor desea para el día en que el hombre se mortifica?...¿a eso llamáis ayuno, día agradable al Señor?’

¿Cuál es el ayuno agradable al Señor? Lo que el Señor quiere es la misericordia y el amor en nuestro corazón. No nos contentemos con ofrecer cosas, sino ofrezcamos un corazón humilde, misericordioso y compasivo. Nos puede ser muy fácil ofrecer cosas, pero es mucho más costoso saber aceptar al otro, aunque no me caiga bien o me haya ofendido; controlarme para no dejarme llevar por la ira o por el orgullo, perdonar al que me ha tratado mal o me ha hecho daño.

‘El ayuno que yo quiero es éste. Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne’. ¡Cuántos cepos que romper, cuántas ataduras que desatar, cuantas barreras que eliminar, cuánto es lo que tengo que saber con partir con los demás! Cuando llenemos el corazón de amor y misericordia ‘entonces nacerá una luz como la aurora…’ alcanzaremos la verdadera salvación y daremos gloria a Dios con toda nuestra vida.

Es que un corazón humilde y lleno de amor es agradable al Señor. Como decíamos en el Salmo ‘un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias’.

Haremos sí sacrificios y ayunos privándonos de muchas cosas, pero como un aprendizaje para saber poner nuestro corazón a tono para el Señor. Como decimos en los prefacios y ya hemos reflexionado ‘con nuestras privaciones voluntarias nos enseñas… a dominar nuestro afán de suficiencia… refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu… nos enseñas a repartir nuestros bienes con los necesitados, imitando así tu generosidad…nos das fuerza y recompensa…’ Aprendemos a decirnos no a nosotros mismos, para decir siempre Si a lo que es la voluntad del Señor que se convierte en nuestro alimento y nuestra vida.

jueves, 26 de febrero de 2009

Os pongo delante la vida y la muerte

jueves de ceniza

Deut. 30, 15-20

Sal. 1

Lc. 9, 22-25

Jesús nos habla en el evangelio de hoy de ganar la vida y de perder la vida; que quien quiere ganar, pierde y que quien es capaz de perderla, gana. Visto así a primera vista podría parecer un juego de palabras, pero es mucho más. Sus palabras son: ‘Porque el que quiere salvar la vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará’.

Por eso tendríamos quizá que preguntarnos ¿qué es lo que quiere decirnos Jesús? ¿Qué es perder la vida para Jesús y qué es ganarla?

Nuestros parámetros o categorías son bien diferentes. Ganar será tener más, salir vencedor, y perder será ser derrotado o quedarnos sin nada. Vivimos en este mundo de locas carreras porque siempre queremos ser los primeros y los vencedores.

Por su parte el libro del eclesiástico nos ponía en dilema: ‘Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal… os pongo delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición…’ Es cierto que todos queremos la vida; nadie quiere morir. Pero ¿cuál será ese vivir o ese morir?

¿Dónde está nuestra vivir? ¿el vivir sólo para sí o el ser capaz de vivir para los demás? Tenemos que contemplar la vida de Jesús, su actuar, sus palabras, sus obras, para darnos cuenta lo que en verdad era vivir para El. Nos enseñó a amar, pero El amó primero.

Si hoy escuchamos que Jesús nos dice ‘el que quiere seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo’, es que ante El nos había dicho cuál era el camino que El había escogido. ‘El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. Después que nos había dicho cuál era el camino de su vida, nos pide a nosotros seguirle por el mismo camino.

El sube libremente a Jerusalén sabiendo lo que allí le espera. ‘Doy mi vida libremente, nadie me la quita’, había dicho. Y sabiendo que en Jerusalén le esperaba la cruz, sube allá, aunque los apóstoles no lo entiendan y, como hemos reflexionado tantas veces, Pedro incluso quiera disuadirlo de subir a Jerusalén, porque eso no le puede pasar. Escogió el camino de la vida y de la bendición, vivir no para sí, sino para los demás.

Si nos dijeran a nosotros, a ti o a mí, tienes que morir, pero con tu muerte vas a salvar muchas vidas, ¿cuál sería nuestra reacción? Así, en frío, ¿qué es lo que haríamos? Porque podemos ser héroes en un momento extraordinario que seríamos capaces de arriesgarnos a meternos en un edificio en llamas por salvar la vida de los que están dentro. Podemos morir en el intento, pero no es que lo busquemos. Distinto es que nos digan que vamos a morir irremediablemente para salvar unas vidas. Se necesitaría un heroísmo especial. Y hasta quizá intentáramos buscar otras soluciones o remedios o ver si se puede salvar esas vidas sin tener que perder yo la mía. Pero el caso de Jesús es distinto.

‘El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y se venga conmigo’, nos está diciendo Jesús. Es necesario el heroísmo del amor de cada día. Pero no podemos amar con un amor así si no estamos bien plantados en el Señor. ‘Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor… será como un árbol plantado al borde de la acequia; da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas. Cuanto emprende tiene buen fin’.

Tenemos que enraizar nuestra vida en esa fuente de vida. Tenemos que meter hondamente nuestras raíces, nuestra vida, en el Señor. Sin esa fuente de agua viva de la gracia seríamos incapaces de amar con un amor como el que el Señor nos pide.

Que este camino cuaresmal que estamos iniciando sea ese ahondar las raíces de nuestra vida profundamente en el Señor para que nos falten nunca los frutos del amor.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Camino de un nuevo éxodo que nos lleva a la Pascua definitiva

Miércoles de Ceniza

Joel, 2, 12-18

Sal. 50

2Cor. 5, 20-6, 2

Mt. 4, 1-6.16-16

Todo se centra en la Pascua del Señor, en su muerte y su resurrección. Es el centro de la vida del cristiano, el centro de la vida de la Iglesia y en torno a lo cual gira toda la liturgia de la Iglesia. Por eso el camino que hoy iniciamos tiene esa meta, la Solemnidad de la Resurrección del Señor.

Como expresaremos en uno de los prefacios de este tiempo cuaresmal ‘por Cristo concedes a tus hijos anhelar, año tras año, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua’. Así iniciamos este camino de cuarenta días que nos recuerda el éxodo por el desierto del pueblo de Israel o también los cuarenta días de oración y ayuno en el desierto antes de comenzar la vida pública. ‘Tú abres a la Iglesia el camino de un nuevo éxodo a través del desierto cuaresmal, para que, llegados a la montaña santa, con el corazón contrito y humillado, reavivemos nuestra vocación de pueblo de la alianza…’

Es lo que expresamos en diferentes oraciones de la liturgia de estos días. Que podamos ‘llegar, con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual… merezcamos celebrar piadosamente los misterios de la pasión’ de Cristo. Por eso todo es una invitación a la renovación de nuestra vida, a la conversión. Es tiempo de gracia ‘para renovar en santidad a tus hijos…’ diremos en otro de los prefacios.

De ahí la importancia que tendrá en nuestro camino cuaresmal la Palabra de Dios que cada día escucharemos y asimilaremos en nuestro corazón. La liturgia es rica en la Palabra de Dios que cada día nos ofrece como un itinerario, con una gran catequesis que nos irá conduciendo a esa respuesta que hemos de dar al Señor con la santidad de nuestra vida.

Ello nos hará descubrir el gran regalo, el gran don que Dios nos hace con su gracia. Esa escucha de la Palabra, esa respuesta que iremos dando con nuestra vida, esa penitencia que realicemos en primer lugar nos enseña a reconocer y agradecer los dones que Dios nos da – ‘con nuestras privaciones voluntarias nos enseñas a reconocer y agradecer tus dones’ – pero también será una buena escuela de aprendizaje para esa superación personal que día a día tenemos que realizar. ‘Dominar nuestro afán de suficiencia… refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa… y repartir nuestros bienes con los necesitados’. Cuántas cosas entran aquí en ese plan de renovación de nuestra vida cristiana que queremos emprender.

Hoy hemos escuchado con fuerza esa llamada del Señor a la conversión. ‘Convertíos a mí de todo corazón… rasgad los corazones no las vestiduras… convertíos al Señor Dios vuestro’, nos repetía el profeta. ‘Ahora es tiempo de gracia, ahora es tiempo de salvación’, nos gritaba el apóstol. De ahí esa respuesta que nosotros tenemos que dar con la autenticidad de nuestra vida como nos enseña por otra parte el evangelio. ‘Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios’. ¡Qué hermosa imagen! No seamos ese saco roto que desaprovecha la gracia de Dios.

Pero fijémonos en el detalle. Nos dice ‘ahora es tiempo de gracia’. Ahora, hoy, en este momento, no mañana. Ahora tenemos que aprovechar esa gracia que Dios nos da, esa llamada que nos hace. No podemos pensar, mañana comenzaremos. Es ahora cuando el Señor nos llama y es ahora cuando tenemos que comenzar ya a darle nuestra respuesta. Un ahora y una respuesta que tiene que tener toda la carga y el compromiso personal.

Cuando el sacerdote ponga la ceniza de nuestra cabeza, como un reconocimiento de nuestra condición pecadora, nos dice: ‘Conviértete y cree en el evangelio’. Es el Señor el que te lo dice a ti de manera personal. No es un plural que se puede diluir pensando que es cosa que se dice a los demás. Es un tú personal que nos dirige el Señor al que tenemos que responderle con nuestro yo personal. Luego seremos la comunidad que se siente pecadora y que juntos hacemos ese camino penitencial y de conversión. Pero no podrá ser esa comunidad, si no está el yo de nuestra respuesta personal. Escuchemos, pues, esa llamada directa que el Seños nos hace a cada uno de nosotros. Conviértete, dale la vuelta al corazón. Conviértete y cree en la Buena Noticia de Jesús. Conviértete e inicia esa nueva vida que nos viene con la salvación que Jesús nos ofrece.

Así llegaremos a la celebración de la Pascua con corazón limpio y renovado, llenos de santidad y de gracia y podremos gustar profundamente toda la alegría de la resurrección del Señor.

martes, 24 de febrero de 2009

El oro se acrisola en el fuego

Eclesiástico, 2, 1-13

Sal. 36

Mc. 9, 20-36

‘Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mi y yo para Cristo’. Esta aclamación que hemos hecho al evangelio está tomada de la carta de san Pablo a los Gálatas. Y en verdad que nos gloriamos en la Cruz de Cristo porque en ella está nuestra salvación. Pero nos gusta mirar a la Cruz cuando la lleva Cristo, pero ¿y cuando nos toca llevarla a nosotros? ¿La aceptamos de igual manera o nos rebelamos contra ella?

Efectivamente cuando aparece el dolor y el sufrimiento en nuestra vida, ya sea por la enfermedad, porque nos veamos llenos de incapacidades y debilidades, o porque los problemas nos acosan, bien que nos rebelamos, tratamos de quitarnos la cruz de encima, o nos preguntamos por qué ese castigo, qué hemos hecho para merecerlo.

La palabra hoy proclamada puede ayudarnos. Ayer comenzamos a leer unos de los libros sapienciales del Antiguo Testamento, el Eclesiástico, que ya mañana no seguiremos escuchando porque iniciamos la cuaresma con su ritmo propio de lecturas. Ayer se nos hablaba de la Sabiduría de Dios manifestada sobre todo en la Creación. Pero en lo que hoy hemos escuchado nos da luz para lo que nos planteábamos al principio.

Nos habla del oro que se purifica en el crisol. Efectivamente el oro cuando lo sacamos de la mina donde haya sido encontrado está lleno de escorias que sólo al fuego se pueden eliminar. Ha de pasar por el crisol del fuego que lo purifique y lo abrillante. Pues así nos dice de nosotros. ‘Porque el oro se acrisola en el fuego, y el hombre que Dios ama en el horno de la pobreza…’

Ese dolor, ese sufrimiento, esos problemas a los que nos tenemos que enfrentar tendrían que servirnos para purificar nuestra vida, para madurar. ‘No te asustes en el momento de la prueba… acepta cuando te suceda, aguanta enfermedad y pobreza…’ nos decía el libro del eclesiástico.

Pero, ¿dónde encontrar la fuerza para ello? ‘Confía en Dios que El te ayudará, espera en El y te allanará el camino…’ En el Señor vamos a encontrar nuestra fuerza y nuestra sabiduría. El Señor premia a los que confían en El a pesar de las pruebas y dificultades. Por eso hay que saber perseverar. Perseverar en la humildad y en la paciencia. ‘Fijate en las generaciones pretéritas: ¿quién confió en el Señor y quedó defraudado? ¿quién esperó en El y quedó abandonado? ¿quién gritó a El y no fue escuchado? Porque el Señor es clemente y misericordioso…’

Y del evangelio escuchado tres palabras clave: humildad, servicio y acogida. Es lo que contemplamos en Jesús antes de que El nos lo pida a nosotros. Anuncia hoy su entrega hasta la cruz y hasta la muerte. ‘El Hijo del Hombre va a ser entregado… lo matarán, y después de muerto a los tres días resucitará’. Es el que llevó el amor hasta el final, hasta el sacrifico, hasta la muerte.

Servicio. Después de este anuncio de Jesús que los discípulos no acaban de entender como siempre que nos sucede cuando se nos habla de sufrimiento y de entrega, todavía andaban discutiendo sobre quién iba a ser el mayor y más importante. Por eso cuando llega a casa, les dirá ‘que quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos’. Pero nos lo dice quien se hizo esclavo y lo contemplamos por ejemplo con el oficio de los esclavos lavándoles los pies a los discípulos en la última cena.

Acogida. Como Jesús acoge a todos, hasta el más pequeño o el más pecador. Es algo repetido en el evangelio. Y nos dice hoy: ‘El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado’.

¿Seremos así nosotros acogedores para los demás? ¿terminaremos de entender el valor que le damos a nuestra vida cuando la llenamos de amor?

lunes, 23 de febrero de 2009

Todo es posible para el que tiene fe

Eclesiástico, 1, 1-10

Sal. 92

Mc. 9, 13-28

El hecho que nos narra hoy el evangelio viene a ser para nosotros como una parábola o un ejemplo de lo que nos sucede en nuestra vida. Es ciertamente un hecho real lo que pos cuenta el evangelista, no es una parábola en el sentido estricto de las otras parábolas que Jesús nos propone en el evangelio, pero dada la ejemplaridad que tiene para nuestra vida cristiana digo es ‘como’ una parábola.

Muchas veces en la vida nos vemos zarandeados por las tentaciones que nos acosan y nos atraen al mal y nos sentimos como sin fuerzas y débiles para no dejarnos vencer por la pasión o por los apegos que pueda haber en nuestro corazón y de los que quisiéramos arrancarnos; o podríamos hablar también de las dificultades que tenemos que afrontar cuando quizá tenemos un proyecto bueno en nuestra vida pero que no sabemos cómo llevarlo adelante y todo son problemas a los que no vemos en principio un camino de solución; o simplemente pensamos en ese camino de superación y de crecimiento en nuestra vida como personas y como cristianos, pero donde nos cuesta avanzar y nos sentimos algunas veces débiles y desorientados.

Jesús baja de la montaña con los tres discípulos que han sido testigos de un hecho extraordinario que fue la Transfiguración. Se encuentran con gran revuelo entre el grupo de los discípulos restantes y la gente que los rodea. ¿Qué ha sucedido? ‘Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no le deja hablar; y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. He pedido a tus discípulos que lo echen, y no han sido capaces’.

‘No han sido capaces…’ No somos capaces. Nos sucede igual tantas veces. Y Jesús se queja. ‘¡Gente sin fe!...’ ¿Inseguridad? ¿falta de creer en sí mismo? ¿dudas de que la victoria es posible? Hoy se nos dice continuamente que tenemos que creer en nosotros mismos. Que somos capaces de muchas cosas. Se nos habla de la autoestima y de valorarnos a nosotros. Todo eso está bien y es necesario. Pero también tenemos que caminar por un piso superior. No sólo vemos las cosas de tejas abajo. Hay un ámbito espiritual y sobrenatural que realmente nos sobrepasa. Tendremos que valorarnos, es cierto, pero también tenemos que saber a dónde tenemos que acudir, quién es de verdad nuestra fortaleza que nos dará esa autoestima pero que nos dará también la gracia sobrenatural que nos ayudará a vencer el mal.

Jesús entra en diálogo con aquel hombre. Hermosos detalles de la conversación de Jesús que se interesa por la situación concreta de aquel hombre y de su niño. Pero surge la súplica, hermosa súplica, de aquel hombre con dolor en su alma por lo que le pasa a su hijo. ‘Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos’. Súplica hermosa, pero también con una duda en el alma. ‘Si algo puedes…’ De ahí la respuesta de Jesús. ‘¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe’.

Y viene ahora otra súplica si cabe más hermosa por la sinceridad y la humildad con que está expresada. ‘Entonces el padre del muchacho le gritó: Tengo fe, pero dudo, ayúdame’. Que bueno es que vayamos con humildad hasta Jesús. ‘Tengo fe, pero dudo…’ Dudamos, es cierto, tantas veces cuando pedimos. ¿Me lo concederá o no? ¿me escuchará el Señor o no? ¿será posible? ¿se realizará lo que pido? Somos débiles en nuestra fe y tenemos que reconocerlo. Somos débiles pero tenemos que pedir la fortaleza de la fe.

Dudo, Señor, se me llenan los ojos de tinieblas. Dudo, porque no he puesto toda mi confianza en ti. Dudo, Señor, porque quizá confíe más en mi mismo que en ti. Dudo, Señor, pero ayúdame a arrojarme en tus brazos, a confiar ciegamente en ti. Tú eres mi fuerza, mi fortaleza, mi roca de salvación. Dame la fuerza de tu Espíritu. Que me acompañe siempre tu gracia.

‘Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: ¿Por qué no pudimos echarlo nosotros? El les respondió: Este espíritu solo puede salir con oración…’ Los discípulos observaban. Quizá se sentían frustrados porque no habían conseguido hacer aquello que Jesús les había enseñado e incluso mandado realizar. ‘Curad enfermos, expulsad demonios…’ Por eso preguntan. Pero la respuesta está en esas dos palabras clave: Fe y oración. No somos nosotros ni por nosotros mismos. Lo haremos en el nombre del Señor. A El hemos de estar unidos entonces por nuestra fe y por nuestra oración. Ya nos había día: ‘Sin mí no podéis hacer nada’. ¿Tenemos respuesta a lo que nos planteábamos al principio?

domingo, 22 de febrero de 2009

Levántate... y vete a anunciar la Buena Noticia de la Salvación

Is. 43, 18-19.21-22.24-25;

Sal. 40;

2Cor. 1, 18-22;

Mc. 2, 1-12


‘Nunca hemos visto una cosa igual…’ decían las gentes de Cafarnaún. La Buena Noticia de lo que Jesús decía y hacía corría de boca en boca y ‘cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún y se supo que estaba en casa, acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta’.

Algo nuevo estaba sucediendo, como decía el profeta. ‘Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?...’ Y en verdad era algo nunca visto. Jesús no sólo sana, sino que salva; no sólo cura, sino que perdona. Distintas eran las reacciones. Pero allí estaba Jesús y era una Buena Noticia su presencia, su vida, su Palabra, la gracia que derramaba, el perdón que ofrecía, la salvación que llegaba.

Vayámonos fijando en los detalles del Evangelio que hemos escuchado. La gente se agolpaba a la puerta de la casa y ‘Jesús les proponía la Palabra’. ‘Llegaron cuatro llevando un paralítico…’ y pronto se encontraron con la dificultad para poder llevarlo ante Jesús. Un paralítico en sus angarillas. La gente que no quiere dar paso porque todos querían estar cerca para escuchar. Luego será la desconfianza de algunos que aunque están allí cerca de Jesús están con recelo mirando lo que sucede e interpretando lo que Jesús hace.

Ya podemos descubrir la solidaridad de quienes conducen a aquel pobre hombre discapacitado. Y el amor toma iniciativas valientes y arriesgadas. Es lo propio del amor que no se duerme. Es el arrojo de una fe grande nacida del amor solidario. ‘Como no podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico’.

Jesús se admira de la fe de aquellos hombres y cuando todos pensaban que lo que iba a hacer Jesús era curarlo para que pudiera marchar restablecido, lo único que dice es ‘hijo, tus pecados quedan perdonados’. Y allí está la reacción de los que miraban recelosos a Jesús. ‘Unos letrados que estaban allí sentados pensaron para sus adentros: ¿Por qué habla así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?’

‘Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?’ Allí estaba la salvación y el perdón. Allí estaba quien era nuestro Salvador y que venía a derramar su Sangre para el perdón de los pecados. ¿Era difícil de entender? ¿Harían falta ojos de fe para ver? ¿Habría que pedir más señales a Jesús para descubrir todo lo que El venía a hacer por nosotros? Un día esas señales serán claras. Ahora quedaba solamente el obsequio de la fe. ‘Para que veáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados… le dijo al paralítico; Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa’.

Lo que hizo Jesús entonces lo sigue haciendo ahora con nosotros. No nos quedemos en lo antiguo, como nos decía el profeta. Tenemos que ver lo nuevo que está brotando ahora en nosotros, en la Iglesia, en el mundo. Y tenemos que comenzar por reconocer nuestras parálisis y discapacidades. Las que tenemos en el alma, en nuestro espíritu. ¡Cuántas cosas nos paralizan también! Habrá que pensarlo y analizarlo. Pero siempre habrá a nuestro lado hombres solidarios como aquellos que llevaron el paralítico hasta Jesús, que también quieran ayudarnos a que nosotros lleguemos también hasta Jesús.

También hay obstáculos y dificultades, es cierto. Como entonces, quizá algunas veces se creen barreras en torno a Jesús, a la Iglesia, a lo sagrado que quieran impedir que se pueda llegar hasta Jesús. Habrá también quienes no entiendan que nosotros acudamos a Dios, que tengamos fe, que pongamos nuestra confianza en el Señor, que vivamos unas actitudes y unos actos de índole religiosa. Bien conocemos campañas de ateismo que de una forma u otra quieran minimizar el hecho religioso en nuestra sociedad o quieran reducirlo simplemente al ámbito de lo privado.

Pero nosotros tenemos que seguir queriendo vivir nuestra fe, proclamarla con total valentía frente a los embates paganos de nuestro mundo. Tenemos que saber saltar todas las barreras que quieran interponerse porque queremos llegar hasta Jesús porque en El sabemos que está nuestra salvación y nuestra vida.

Jesús sigue ofreciéndonos su perdón y su salvación. A nosotros y a nuestro mundo, a todos los hombres. El perdón que Jesús nos ofrece libera al hombre en sus raíces más profundas. La curación que libera de ataduras al paralítico nos está hablando del sentido profundo de la salvación. Jesús nos libera del pecado que nos esclaviza y nos pone a caminar un camino nuevo de vida. Nos hace un hombre nuevo perdonado y liberado; un hombre nuevo que se deja conducir por la gracia y por el Espíritu; un hombre nuevo abierto a la solidaridad y al amor.

Ahora cuando nos sentimos así liberados por Jesús con su salvación, tendremos que ser nosotros los que traigamos a ese mundo paralizado por el pecado y por tanto mal hasta Jesús para que también Jesús lo libere y lo salve. El quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. ¿Qué barreras tendremos que saltar? ¿Qué techos que romper para que la gracia y el perdón de Jesús lleguen a todos? Aquí nosotros, como aquellos hombres del evangelio, tendremos que tener la iniciativa, el arrojo y valentía de la fe y del amor para buscar esos caminos, para buscar esa forma de que la Buena Noticia de Jesús pueda llegar todos y todos puedan alcanzar un día la salvación.

A nosotros Jesús también nos dice: ‘Levántate, coge tu camilla y vuelve a casa…’ vuelve a tu mundo, a los tuyos, a esa sociedad que te rodea y llévale la Buena Noticia de la salvación que tú has recibido. Recordemos que siempre que salimos de escuchar la Palabra y de celebrar la Eucaristía vamos enviados al mundo para hacer el anuncio del Evangelio de salvación de Jesús.