No
nos basta decir que sabemos muchas cosas del evangelio e intentamos hacer lo
que podemos; hace falta algo más que ‘buena voluntad’ para tener un encuentro
vivo con Jesús
Ageo 1, 1-8; Salmo 149; Lucas 9, 7-9
A todos nos ha pasado de una forma o de
otra; cosas que nos han pasado, palabras que hemos escuchado, accidentes que
contemplamos en la vida, sueños perturbadores que en algún momento hemos
tenido, personas con las que nos hemos encontrado o de las que hemos escuchado
cosas que nos llaman la atención, se ha sembrado una inquietud en nuestro
interior, nos hacemos preguntas a las que se nos hace difícil responder, la
conciencia quizás comienza a ronronear en nuestro interior quizás por
culpabilidades de cosas pasadas… pero ¿a final que ha significado eso en
nuestra vida?
Podemos darle muchas respuestas, o
acallarlo y dejarlo en lo más olvidado de nuestra conciencia para no tenerlo en
cuenta, puede suceder que durante un tiempo no estemos tranquilos porque son
cosas que no podemos quitar de nuestra cabeza, nos damos explicaciones que ni a
nosotros nos convencen pero con las que queremos acallar esos gritos de nuestro
interior, podemos echarlo todo al olvido y con el paso del tiempo aquello ha
quedado como enterrado, pero quizás no hemos sabido dar un paso adelante para
el que necesitábamos una valentía de la que nos parecía carecer, nos
contentamos con ver las cosas de lejos pero no nos enfrentamos a ellas y la
vida sigue rodando y rodando y seguimos igual, cuando quizás esas preguntas
podían haber hecho si nos atrevíamos a dar respuesta a hacer algo que mejorara
en lo más hondo de nosotros mismos.
Algo así se nos está planteando en el
evangelio y quizás tendríamos que plantearnos cual es de verdad la actitud que
tenemos ante el mismo evangelio, ante Jesús, y en el fondo todo lo que
significaría nuestra religiosidad, nuestra relación con Dios, y en consecuencia
nuestra vida que queremos llamarla vida cristiana. ¿Cuáles serían nuestras
respuestas o las actitudes mantenemos sobre todo ello?
Partimos de las preguntas que se hacía
Herodes ante lo que oía de Jesús. Eran cosas que le inquietaban. Se interrogaba
y no sabía tampoco que respuesta dar. Le hablaban de Jesús, de su manera de
actuar y de lo que enseñaba a la gente, de la respuesta que el pueblo estaba
dando a aquella predicación de Jesús y los milagros que realizaba. En su mente
se confundían muchas cosas. Un día había querido también escuchar a Juan a
quien se decía que respetaba, pero influenciado por muchas cosas había
terminado por degollarle. ¿Veía en peligro su poder? ¿Era incompatible lo que
Juan enseñaba con la forma de vida de Herodes? La austeridad de Juan en el
desierto hacía que estuviera muy distante con aquella vida de superficialidad,
de lujos y de fiestas, de desenfreno e inmoralidades que se vivían en su
palacio. Había también en su entorno quien quería quitarlo de en medio porque
le molestaba lo que Juan denunciaba y enseñaba. Al final había pasado lo que
tenía que pasar.
Ahora oye hablar de Jesús, de quien
dicen que es un profeta, como los grandes profetas que ha habido en la historia
de Israel; a él en su conciencia que le remuerde por lo que ha dicho le parece
que Jesús es Juan que ha vuelto a la vida. Pero se seguían interponiendo los
mismos obstáculos y aunque decía que tenía ganas de conocer a Jesús, nunca
llegaría a un encuentro con El como para reconocerle como el Mesías y el Hijo
de Dios.
Pero no nos quedamos en la
consideración de lo sucedido con Herodes y sus inquietudes y sus relaciones
frustradas tanto con el Bautista como con Jesús. Es que todo eso tenemos que
verlo en nosotros mismos. Ante esos hechos que nos suceden en la vida y nos
llenan de inquietud, ante esas palabras que escuchamos que tocan lo más hondo
de nuestra conciencia, ante lo que vemos o escuchamos de la Iglesia, del
evangelio que predica o del testimonio de tantos, ¿cuales son nuestras
actitudes, nuestros deseos de búsqueda, las respuestas que vamos dando en la
vida?
Porque muchas veces nos podemos poner a
la distancia, para ver las cosas de lejos para no implicarnos, muchas veces nos
hacemos oídos sordos o damos nuestras explicaciones que no son sino excusas,
muchas queremos hacer nuestros arreglitos y como se suele decir ponemos una
vela a Dios y otra al diablo, porque seguimos con nuestras rutinas o nuestras
malas costumbres, seguimos dejándonos arrastrar ya sea por las pasiones o lo
que salga en cada momento, pero no terminamos de dar el paso, no terminamos de
abrir de verdad nuestros oídos para escuchar el evangelio, no terminamos de
tener ese encuentro vivo con Jesús desde lo más hondo de nuestra vida.
Busquemos respuestas pero seamos
valientes; dejémonos encontrar por la gracia, dejémonos encontrar por Jesús,
dejemos que el Evangelio haga mella en nosotros, dejémonos iluminar por la luz.
No nos basta decir que sabemos muchas
cosas de Jesús o del evangelio, que conocemos bien la Iglesia y que intentamos
hacer lo que podemos; hace falta más que eso que llamamos ‘buena voluntad’,
hacen falta decisiones firmes y valientes, hace falta abrir el corazón.