Haz, Señor, que me desprenda de mis vanidades
¿Quién soy yo, Señor,
para venir a postrarme en tu presencia?
¿quién soy yo
para atreverme a venir a contemplar tu gloria?
Un hombre pecador,
con el corazón manchado
y de labios impuros
que no soy digno de estar en tu presencia;
humilde me pongo ante ti,
sabiendo que me amas y me perdonas;
no soy digno,
pero tu amor me sana,
me salva, me da vida,
aleja de mi corazón mi pecado.
Dame, Señor,
un corazón humilde y arrepentido,
transforma mis tinieblas en luz,
sana mi corazón enfermo,
lléname de tu salvación.
¿Cómo puedo acercarme a ti,
cuando tantas veces escucho tu evangelio,
pero prefiero seguir mis caminos a los tuyos?
Me es más fácil pensar o decir
que lo que dices en tu Palabra
es para éste o aquel,
que aplicármelo a mi vida;
como los fariseos y letrados
que denuncias en el evangelio
porque cargaban cargas pesadas
sobre los hombros de los demás
sin ellos estar dispuestos
a mover un dedo para empujar,
me es fácil juzgar y condenar,
señalar a los demás
antes de mirarme a mí mismo;
no soy tan distinto de ellos,
para mi es también tu denuncia y tu palabra.
También me halagan
las palabras vanas de alabanza
que despiertan mi vanidad y mi orgullo,
recibir reconocimientos y reverencias
diciendo lo bueno que soy;
por eso hoy ante ti reconozco
la vanidad de mi pecado
y mi pecado de vanidad,
reconozco mi pecado de orgullo
y la soberbia que desde dentro
me hace juzgar y condenar a los demás.
Tu evangelio me deja inquieto
porque por más que lo oigo
no lo escucho de verdad en mi corazón
y sigo prefiriendo mis vanidades
y mi superficialidad.
Dame, Señor,
un corazón humilde que sepa escuchar
y poner en práctica
desde lo más hondo de mi mismo tu Palabra;
que aprenda a ser el último de verdad,
pero no para que nadie me suba más arriba,
que algunas veces sutilmente lo hacemos así
apareciendo como humildes,
pero buscando en el fondo
la vanidad del reconocimiento humano
y los lugares de honor.
Qué distintos seríamos todos,
qué distinta sería tu iglesia también
si aprendiéramos a ser humildes
y a no buscar honores y grandezas;
demasiados oropeles llenan nuestra vida,
demasiadas vanidades
ponen barreras en nuestras relaciones,
demasiado orgullo nos separa y aísla;
que tu iglesia se desprenda
también de oropeles y vanidades
para que pueda llevar mejor
el evangelio de Belén y de la Cruz
a todos los hombres,
tenemos que aprender de verdad
el camino de tu evangelio
para poder anunciarlo mejor
al mundo que no rodea.
Sólo quiero hoy presentarme ante ti
con corazón humilde,
con corazón contrito,
para dejarme trasformar por ti,
por la fuerza de tu gracia;
te pido, Señor,
que sepa desprenderme de mis vanidades
para saber vivir la vida
con la sencillez y humildad
que tu nos enseñas,
que contemplamos en Belén,
o en el camino de la cruz;
por eso nos dices:
aprended de mi que soy manso
y humilde de corazón;
que aprenda tu lección, Señor.
Sólo desde ese camino de humildad
podré un día contemplar tu gloria.
Dame tu gracia, Señor,
para trasformar mi corazón.
¿Quién soy yo, Señor,
para venir a postrarme en tu presencia?
¿quién soy yo
para atreverme a venir a contemplar tu gloria?
Un hombre pecador,
con el corazón manchado
y de labios impuros
que no soy digno de estar en tu presencia;
humilde me pongo ante ti,
sabiendo que me amas y me perdonas;
no soy digno,
pero tu amor me sana,
me salva, me da vida,
aleja de mi corazón mi pecado.
Dame, Señor,
un corazón humilde y arrepentido,
transforma mis tinieblas en luz,
sana mi corazón enfermo,
lléname de tu salvación.
¿Cómo puedo acercarme a ti,
cuando tantas veces escucho tu evangelio,
pero prefiero seguir mis caminos a los tuyos?
Me es más fácil pensar o decir
que lo que dices en tu Palabra
es para éste o aquel,
que aplicármelo a mi vida;
como los fariseos y letrados
que denuncias en el evangelio
porque cargaban cargas pesadas
sobre los hombros de los demás
sin ellos estar dispuestos
a mover un dedo para empujar,
me es fácil juzgar y condenar,
señalar a los demás
antes de mirarme a mí mismo;
no soy tan distinto de ellos,
para mi es también tu denuncia y tu palabra.
También me halagan
las palabras vanas de alabanza
que despiertan mi vanidad y mi orgullo,
recibir reconocimientos y reverencias
diciendo lo bueno que soy;
por eso hoy ante ti reconozco
la vanidad de mi pecado
y mi pecado de vanidad,
reconozco mi pecado de orgullo
y la soberbia que desde dentro
me hace juzgar y condenar a los demás.
Tu evangelio me deja inquieto
porque por más que lo oigo
no lo escucho de verdad en mi corazón
y sigo prefiriendo mis vanidades
y mi superficialidad.
Dame, Señor,
un corazón humilde que sepa escuchar
y poner en práctica
desde lo más hondo de mi mismo tu Palabra;
que aprenda a ser el último de verdad,
pero no para que nadie me suba más arriba,
que algunas veces sutilmente lo hacemos así
apareciendo como humildes,
pero buscando en el fondo
la vanidad del reconocimiento humano
y los lugares de honor.
Qué distintos seríamos todos,
qué distinta sería tu iglesia también
si aprendiéramos a ser humildes
y a no buscar honores y grandezas;
demasiados oropeles llenan nuestra vida,
demasiadas vanidades
ponen barreras en nuestras relaciones,
demasiado orgullo nos separa y aísla;
que tu iglesia se desprenda
también de oropeles y vanidades
para que pueda llevar mejor
el evangelio de Belén y de la Cruz
a todos los hombres,
tenemos que aprender de verdad
el camino de tu evangelio
para poder anunciarlo mejor
al mundo que no rodea.
Sólo quiero hoy presentarme ante ti
con corazón humilde,
con corazón contrito,
para dejarme trasformar por ti,
por la fuerza de tu gracia;
te pido, Señor,
que sepa desprenderme de mis vanidades
para saber vivir la vida
con la sencillez y humildad
que tu nos enseñas,
que contemplamos en Belén,
o en el camino de la cruz;
por eso nos dices:
aprended de mi que soy manso
y humilde de corazón;
que aprenda tu lección, Señor.
Sólo desde ese camino de humildad
podré un día contemplar tu gloria.
Dame tu gracia, Señor,
para trasformar mi corazón.